El Autoengaño Espiritual II. 1 Juan 3:11-15
Bosquejo: Las Actitudes de los hijos de Dios y las de lo hijos de Satanás que te confrontan con tu realidad espiritual.
A. De los hijos de Dios. 1. Se aman unos a otros. 2. Son odiados por el mundo. 3. Han pasado de muerte a vida. 4. Ponen sus vidas por sus hermanos. 5. No cierran su corazón al hermano. 6. Aman de hecho y en verdad
B. De los hijos de Satanás. 1. Aborrecen a su hermano. 2. Matan a su hermano. 3. No son odiados por el mundo. 4. Siguen muertos espiritualmente. 5. Aman de palabra y de lengua.
La importancia del Contexto: Para entender un texto es necesario conocer su contexto.
Después de la batalla paulina por libertad de la ley, el gnosticismo era la herejía más peligrosa que amenazó a la iglesia primitiva durante los primeros tres siglos. Lo más probable es que Juan estaba combatiendo los principios de esta terrible herejía que amenazaba destruir los fundamentos de la fe y las iglesias
El gnosticismo, influenciado por filósofos tales como Platón, promovía un dualismo afirmando que la materia era inherentemente mala y que el espíritu era bueno. Como resultado de esta presuposición, estos falsos maestros, aunque atribuían alguna forma de deidad a Cristo, negaban su verdadera humanidad para preservarlo del mal.
Tales posiciones herejes destruyen no solo la verdadera humanidad de Jesús, sino también la expiación, ya que Jesús no solo debió haber sido verdaderamente Dios, sino también verdaderamente el hombre (y físicamente real) quien de hecho sufrió y murió en la cruz para ser el sacrificio aceptable y sustituto por el pecado (cp. He. 2:14–17). La posición bíblica de Jesús afirma su humanidad completa como también su deidad total.
el anciano apóstol escribió para reafirmar a aquellos permaneciendo fieles y para combatir esta grave amenaza en contra de la iglesia. Debido a que la herejía era tan peligrosa y el período de tiempo era tan crítico para la iglesia en peligro de ser abrumada por falsa enseñanza, Juan gentilmente, amorosamente, pero con autoridad apostólica incuestionable, envió esta carta a iglesias en su esfera de influencia para detener esta plaga de falsa doctrina que se estaba esparciendo.
Debido a que no se hace mención de la persecución bajo Domiciano, la cual comenzó alrededor del 95 d.C., pudo haber sido escrita antes de que eso comenzara. A la luz de dichos factores, una fecha razonable para 1 Juan es ca. 90–95 d.C.
La tradición de la iglesia coherentemente identifica a Juan en su edad avanzada como alguien que estaba viviendo y escribiendo activamente durante este tiempo en Éfeso en la región de Asia Menor.
Es muy probable que fue escrita desde Éfeso a las iglesias de Asia Menor sobre las cuales Juan desempeñaba liderazgo apostólico.
A. De los hijos de Dios. 1. Se aman unos a otros. 2. Son odiados por el mundo. 3. Han pasado de muerte a vida. 4. Ponen nuestras vidas por nuestros hermanos. 5. No cierran su corazón al hermano. 6. Aman de hecho y en verdad
B. De los hijos de Satanás. 1. Aborrecen a su hermano. 2. Matan a su hermano. 3. No son odiados por el mundo. 4. Siguen muertos espiritualmente. 5. Aman de palabra y de lengua.
Se aman unos a otros. - 11 Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros;
Es necesario observar una diferencia notoria entre la manera que se trató anteriormente el tema del amor a los hermanos y la forma en que se lo hace ahora. En la sección sobre la comunión (1 Juan 2:7–11) se nos dice que el amor a los hermanos es una cuestión de luz y de tinieblas. Si no nos amamos los unos a los otros, entonces no podemos andar en la luz, no importa con cuánta fuerza lo proclamemos.
Pero en esta sección (1 Juan 3:11–24) sobre la hermandad, la epístola va mucho más profundo. Se nos dice que el hecho de amar a los hermanos es una cuestión de vida o muerte. “El que no ama a su hermano, permanece en muerte” (1 Juan 3:14).
Pero en esta sección (1 Juan 3:11–24) sobre la hermandad, la epístola va mucho más profundo. Se nos dice que el hecho de amar a los hermanos es una cuestión de vida o muerte. “El que no ama a su hermano, permanece en muerte” (1 Juan 3:14).
Jesús mismo combinó dos mandamientos antiguotestamentarios, Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18, y dijo (Marcos 12:28–34) que estos dos mandamientos resumen toda la ley y los profetas. Amar a Dios y amar al prójimo eran responsabilidades antiguas y conocidas antes de que Jesús viniera a la tierra.
En cierto sentido, el mandato del Señor en Juan 13:34–35 era muy antiguo (Lv. 19:18; Ro. 13:10). Pero en otro sentido, era nuevo. El amor nunca se había manifestado como ocurrió con Cristo: culminando en su muerte expiatoria por aquellos que amaba. Él declaró: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn. 15:12–13; cp. Lc. 19:10; Gá. 2:20; Ap. 1:5).
Juan recalca que ellos lo han oído “desde el principio” (1:1; 2:7, 24) para indicar que los falsos maestros se proponían impedir lo que Dios había proclamado a través de sus apóstoles.
Que nos amemos unos a otros. Esta frase resalta el hábito de amor demostrado por quienes poseen la nueva naturaleza. El amor no es un simple deber opcional para los que afirman ser cristianos, sino una prueba positiva de que en realidad han nacido de nuevo (Jn. 15:12; 1 P. 1:22, 23).
2. Son odiados por el mundo. 13 Hermanos, no os maravilléis si el mundo os odia.
La historia está llena de historias sobre la persecución de los santos por parte del mundo (He. 11:36–40). Esto no sorprende a los creyentes, porque el padre de los que no son creyentes es Satanás quien fue el primero en aborrecer (v. 10).
La expresión no os extrañéis se traduce de la forma presente imperativa activa del verbo thaumazō, un término que tiene la connotación de maravilla, asombro o sorpresa. En lugar de horrorizarse por la oposición del mundo, los creyentes en realidad deberían esperarla (cp. Hch. 14:22; 2 Ti. 3:12; 1 P. 4:12), porque el mundo no tiene nada en común con el reino de Dios (cp. 2 Co. 6:14–15), y las vidas de los justos reprenden a las de los impíos.
3. Han pasado de muerte a vida. - 14. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos.
Los creyentes se aman los unos a los otros porque todos han nacido de Dios, lo cual los hace hermanos (y hermanas) en Cristo.
4. Ponen sus vidas por sus hermanos.
Juan centra su atención no en las ilustraciones tomadas de la vida diaria, sino del supremo ejemplo del amor, la saber, “Jesucristo, [quien] dio su vida por nosotros”. En síntesis; sabemos lo qué es el amor, porque hemos oído el mensaje del evangelio.
La muerte de Jesús en la cruz no es una muerte pasiva comparable con la muerte en el sacrificio de un animal. Jesucristo murió de una muerte activa y determinada.211 Por propia voluntad dio su vida por su pueblo. Entonces, si Jesús dio su vida por nosotros, ¿cuál es nuestra obligación para con él?
En el siglo XIX, Frances R. Havergal formuló esta pregunta por medio de un himno:
Mi vida dí por ti,
Mi sangre derramé,
Por ti inmolado fui,
Por gracia te salvé;
Por ti, por ti inmolado fui,
¿Qué has dado tú por mí?
Por ti, por ti inmolado fui,
¿Qué has dado tú por mí?
Cuando el honor del nombre de Dios, el avance de su iglesia y la necesidad de su pueblo demandan que amemos a nuestros hermanos, debemos demostrar nuestro amor a cualquier costo—aun al punto de arriesgar y perder nuestras vidas.
5. No cierran el corazón a su hermano.
Los esfuerzos filantrópicos de los no creyentes por lo general son simplemente para pacificar sus conciencias, satisfacer sus emociones, o darse honra a sí mismos (cp. Mt. 6:1–2) en vez de glorificar a Dios.
La indiferencia egoísta de los incrédulos contrasta profundamente con el amor generoso y compasivo que los creyentes exhiben (Hch. 2:45; 4:36–37; 9:36; 11:29–30; 2 Co. 8:1–5; 9:2, 11–13; Fil. 4:14–16).
6. Aman de hecho y de verdad.
Afirmar que se ama a alguien no es suficiente porque el amor no es cuestión de sentimiento, sino de obras.
los cristianos manifiestan amor verdadero hacia otros, en especial a los compañeros creyentes (Ro. 12:10–13; Gá. 6:10), debido al amor de Dios derramado en sus corazones.
Obedecen de modo sincero el mandato de Santiago: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Stg. 1:27; cp. 2:8, 15–17).