Sermón sin título (5)
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Transcript
El problema está en mí
No me entiendo a mí mismo
Quiero hacer lo que es correcto pero no lo hago.
Hago lo que odio
Yo sé que en mí no existe nada bueno.
Quiero hacer lo que es correcto, pero no puedo.
Quiero hacer lo que es bueno, pero no lo hago.
No quiero hacer lo que está mal, pero igual lo hago.
Cuando quiero hacer lo que es correcto, no puedo evitar hacer lo que está mal
En mi mente de verdad quiero obedecer la ley de Dios, pero a causa de mi naturaleza pecaminosa, soy esclavo del pecado.
Mirándonos en el espejo de la Ley de Dios, la conclusión a la que llegamos es: NO HAY NADA BUENO EN NOSOTROS. A pesar de ser cristianos, la naturaleza pecaminosa que tenemos sigue queriendo rebelarse contra Dios. Cristo ya redimió nuestra alma en la cruz. Sin embargo, nuestra lucha contra nuestra carnalidad nos perseguirá de por vida, hasta la redención de nuestro cuerpo. Entonces, podríamos hacernos la pregunta: ¿cómo puedo de dejar de hacer lo que es malo? ¿Cómo puedo hacer lo bueno si dentro de mí solo hay malo? Pablo llegó a la conclusión al decir: "¡Miserable de mí!" (Ro. 7.27) Fuera de Cristo somos MISERABLES.
El "cuerpo de muerte" que menciona (7.24) se refiere a aquel castigo que el imperio romano ponía sobre aquellos homicidas. Se les obligaba 1) Andar por ahí con el cuerpo del muerto amarrados a sus espaldas; 2) Estar colgados en una jaula con el cuerpo muerto amarrado a él. Sea cual sea el caso, la idea de "cuerpo de muerte" era que por más que caminaba, por más que se esforzara uno siempre tenía consigo el cuerpo muerto, contaminando su cuerpo vivo, imposibilitándolo de hacer lo que deseaba. Aquel que llevaba un cuerpo de muerte, era contaminado y consumido por la putrefacción de la descomposición del cuerpo sin vida. Así se encontraba Pablo. Así nos encontramos todos nosotros cuando nos vemos en retroespectativa, y vemos lo viles y sucios que somos delante de un Dios santo, puro y hermoso.
Pero la respuesta de Pablo cambia las esperanzas que escasamente ofrecía la Ley para aquel que quería acercarse a Dios por medio de su obediencia a ella. “¿Quién me librara?” Nota que Pablo no dice “¿cómo me libraré?” Como si hubiera alguna virtud o capacidad en él de cambiar su situación. No hay nada que alguien pueda hacer que lo libre de la situación miserable en la que se encuentre. No hay virtud alguna en nosotros que pueda hacer que nuestra condición de pecado mejore o disminuya. No hay nada en nosotros que podamos hacer o tener que nos haga menos miserables. No lo hay. No es un qué o un cómo. Se trata de un quién.
“¿Quién me librará...?” (7.24) ¿Quién puede hacer que yo haga lo bueno, aun teniendo en mí la naturaleza pecaminosa que diariamente lucha contra la voluntad de Dios? Jesucristo. “Gracias doy a Dios por Jesucristo” (7.25). No se trata de un qué, sino de un quién. Y ese quién se llama Jesús. Así que, cuando nos vemos abrumados por nuestro pecado, debemos mirar a Cristo. Cuando la culpabilidad nos atormenta a causa de nuestra pecaminosidad, debemos mirar a Cristo. Cuando en nuestro corazón exista la más mínima migaja de desesperanza por lo incapaces que somos de hacer lo bueno, debemos ver y abrazar la esperanza que el evangelio nos ofrece, donde la justicia y rectitud de Jesucristo se nos atribuye por la fe en Él.
Así que hoy, agradece a Dios por Jesucristo, y a pesar de la lucha en la que te encuentras, sigue peleando, con la confianza de que Jesucristo está a tu lado, ayudándote en esta lucha. Agradece a Dios por la esperanza que tienes en el evangelio.