Me controlan o yo las controlo
Mis emociones deben ser controladas por el poder de Dios
I. INTRODUCCIÓN
II. DEFINICIÓN
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IV. DECISIONES PARA TODA LA VIDA
¿La ley es pecado? Pablo ha afirmado (vers. 5) que el pecado se vale de la ley para causar la destrucción del pecador. ¿Significa esto que la ley es algo pecaminoso, cuyo único propósito es hacer que los hombres sean peores de lo que eran antes? Pablo responde explicando que el mal no está en la ley sino en el hombre, y que aunque es cierto que la ley es la “ocasión” del pecado (vers. 8), sin embargo la ley es santa, justa y buena (vers. 12)
Yo no conocí el pecado. Puesto que el pecado es “impiedad” o “infracción de la ley” (ver com. 1 Juan 3:4), es lógico que el efecto de la ley en la vida de un hombre es revelarle el pecado en su verdadera naturaleza. El proceder ilógico frente a la ley es considerarla como un enemigo por haber pronunciado este veredicto justo. El espejo no es enemigo de una persona fea porque le revela su fealdad, ni tampoco un médico es enemigo de un enfermo porque, le dice que está enfermo. Ni el médico es el causante de la enfermedad, ni el espejo de la fealdad. Tampoco Dios es la causa de la enfermedad y de la fealdad de nuestro pecado porque nos lo muestra en el espejo de su santa ley. Por el contrario, Dios es el autor del plan divino mediante el cual Jesús vino al mundo a curar nuestra enfermedad.
10Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; 11porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. 12De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.
15Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. 16Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. 17De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. 18Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. 19Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. 20Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.
Martín Lutero había aprendido evidentemente el significado de esta experiencia cuando dijo: “Tengo más miedo de mi propio corazón que del papa y de todos sus cardenales”.
Los que afirman que Pablo está describiendo sus propias experiencias, cuando se reconoció como pecador antes de entregarse a Jesucristo (ver com. cap. 7:14), creen que el apóstol también hace destacar la impotencia de cualquier cosa que no sea el Evangelio para proporcionar el poder que capacita para realizar obras de justicia.
Todos los que procuren ganar la salvación sin una entrega completa a Jesucristo quedarán completamente frustrados.
Cuando el cristiano ve que esos antiguos deseos y sentimientos —que él desaprueba y odia— intentan día tras día recuperar su poder sobre él, lucha contra su influencia y anhela ser llenado con todos los frutos del Espíritu de Dios; pero entonces descubre que ni por sí mismo ni con la ayuda de la ley puede lograr su liberación de lo que odia, ni puede tener éxito en alcanzar lo que aprueba y desea hacer. Cada noche es testigo de su penitente confesión de impotencia y de su anhelante deseo de recibir ayuda de lo alto
25Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.
Lo que ni la ley ni la conciencia pueden hacer, ni la fuerza humana sin recibir ayuda puede hacer, puede alcanzarse por el plan del Evangelio. Una liberación completa sólo es posible por medio de Jesucristo, únicamente por medio de él.