Yo estoy entre vosotros como el que sirve
“Yo estoy entre vosotros como el que sirve”
Meditación de Jueves Santo
(Gerson Amat Torregrosa)
Lecturas: Salmo 116,1-2.12-19
Éxodo 12,1-14
1 Corintios 11,23-26
Juan 13,1-17.31-35
Introducción: ¿Qué hacemos aquí?
¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Por qué estamos aquí, cuando [casi] todo el mundo está pasándoselo bien? O intentándolo... Es verdad que estas fiestas empezaron siendo unas fiestas cristianas, pero hace bastante tiempo que dejaron de serlo... Ahora, como todas las de nuestra sociedad, es una fiesta del “bienestar”... Vivimos en la “sociedad del dios bienestar”, y además parece que hemos de estarle agradecidos por pertenecer a la parte del mundo que se puede permitir grandes dosis de bienestar, con un buen número de derechos reconocidos y más o menos garantizados por los estados, con toda una serie de contingencias naturales cubiertas por la salud pública (o privada), o por la seguridad social (o privada).. incluso la posibilidad de elegir entre hacernos una liposucción, firmar una hipoteca para un piso o marcharnos de vacaciones al lejano oriente para hacer un cursillo de budismo zen...
¿Qué estamos haciendo aquí? Nosotros [y otros como nosotros], año tras año, nos empeñamos en quedarnos aquí hablando... ¡De un muerto! Bueno, todavía no... O sí... Es decir, de uno que tal día como hoy hace casi dos mil años todavía no se había muerto pero se iba a morir al día siguiente... Mejor dicho, lo iban a matar... Lo mataron. Fueron los poderosos de su pueblo: las autoridades civiles, religiosas y militares... Unos lo hicieron en nombre de Dios y los otros en nombre de la Seguridad del Estado. Como suele ocurrir... Lo mataron como suelen hacerlo los poderosos de este mundo, de entonces y de todas las épocas: un juicio irregular, torturas, una ejecución sádica, como todas las ejecuciones... Sufrimiento de una persona y de sus amigos... Como suele ocurrir... Porque más de ¿media? humanidad, fuera [pero también dentro] de las fronteras de esta nuestra sociedad del bienestar vive en la sociedad del “malestar”, o del “peor estar”, incluso del “dejar de estar”... ¿Hace falta recordar las noticias de los telediarios de todos los días que nos introducen en nuestra casa todo el sufrimiento del mundo?... Sin embargo, muchos continúan empeñados en pasárselo bien... ¡Y nos ignoran a los que estamos aquí!
¿Qué estamos haciendo aquí? Desde luego, no estamos para hablar de música celestial... Lo que durante todos los domingos del año, pero especialmente estos días en torno a la primera luna llena de primavera, hacemos unos grupos [¡bastantes!] de personas en el mundo, mientras muchos otros se divierten [o lo intentan], y una inmensa multitud simplemente sobrevive, tiene que ver con la condición humana. Mejor dicho, con nosotros, los hombres y las mujeres de carne y hueso... Y con nuestras vidas personales, con nuestras relaciones familiares y sociales, con la creación de un mundo en el que merezca la pena vivir, con el ansia de sentirnos totalmente saciados, llenos, vivos, felices, realizados... ¡amados!
Y tiene que ver con Dios. Tiene que ver con la búsqueda de Dios por parte del ser humano, desde sus más remotos orígenes, que se expresa en todas las religiones. Y tiene que ver con la búsqueda del ser humano por parte de Dios. Porque nosotros, los cristianos, junto con los creyentes hebreos, creemos que ese Dios Creador de la inmensidad, añorado por todos, aunque muchos no lo sepan, buscado por algunos, ha salido y sale continuamente a la búsqueda de la [cada] criatura humana.
Por eso, aquí y ahora, mientras otros hacen otra cosa, nosotros nos ponemos a la escucha. Leemos y escuchamos unos textos que, junto con todos los que forman la Escritura, son tremendamente humanos, pero en su humanidad han sido experimentados y confirmados como Palabra de Dios por sesenta generaciones de creyentes (o noventa si contamos a los hebreos).
1. El acontecimiento fundacional: el Dios que libera y hace alianza
El primero de los textos que hemos leído, del libro del Éxodo, nos sitúa ante los acontecimientos fundamentales de la fe del pueblo de Israel. Cuatro de los cinco libros del Pentateuco nos narran los detalles de una epopeya en la que el protagonista no es el pueblo israelita, sino Dios. Aunque están puestos por escrito más tarde, los acontecimientos se sitúan en Egipto, hace más de tres mil años. Constituyen a la vez una norma litúrgica y una catequesis. Catequesis litúrgica, “mistagógica”, que descubre el sentido que la celebración litúrgica tiene para el pueblo que celebra. El sentido está en el pasado, en la acción de Dios en el pasado, pero mirando hacia el futuro como esperando el cumplimiento de la promesa de futuro.
En el pasado, Dios liberó al pueblo de la esclavitud en Egipto. En Egipto no eran ni pueblo, no eran más que unos grupos de esclavos sin identidad propia. No eran nadie. Estaban sometidos por los egipcios que los tenían esclavizados. Por el Faraón, por los dioses de los egipcios. Pero Dios, un Dios del desierto, casi desconocido, desde luego ignorado por las grandes civilizaciones del momento, se les da a conocer y los libera de la esclavitud por medio de Moisés, un fugitivo que ni siquiera sabe hablar bien. Y liberados, les da una Ley que hará de ellos un pueblo libre, y establece con ellos un Pacto de gobierno que les abre la existencia al futuro: “Yo seré tu Dios, tú serás mi pueblo”. Se trata de no traspasar los límites: Sólo Dios es Dios. Los seres humanos ya salen ganando con ser pueblo de Dios.
Este acontecimiento de revelación-liberación-alianza es lo que se celebra en las fiestas judías de la Pascua y de los “ázimos”, que se establecen en el capítulo 12 del éxodo. Un texto que nos resulta extraño, incluso repulsivo. Asume la tragedia real de la esclavitud de unos hombres en manos de otros, y la realidad de una liberación de unos hombres que se lleva a cabo a costa de la vida de otros.
No podemos saber “realmente” lo que ocurrió, pero sí que sabemos lo que significó para aquellos que pasaron de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida, de no ser nada ni nadie a ser pueblo y pueblo de Dios. Todo este drama queda simbolizado por la sangre del animal sacrificado, sangre que se convierte en distintivo de los esclavos liberados, vida que sobreviene a costa del dolor (¡como en el parto!). Y por la comida apresurada por el miedo en medio de la huida, que se convierte después en banquete festivo para quienes han sido constituidos en pueblo liberado. Y como autor de esta experiencia radical, los israelitas confiesan a Dios, generación tras generación.
Este acontecimiento de revelación-liberación-alianza marcará toda la existencia posterior del pueblo de Israel. Será el centro de la fe israelita y la clave de comprensión de toda la Escritura. Poco a poco, por medio de los profetas, que interpretan la vida y la historia desde Dios, el mismo Dios irá “educando” a su pueblo, iluminando su fe, perfeccionando la concepción que el hombre tiene de Dios. Pero Dios no revela doctrinas, sino que va revelándose a Sí mismo, no para que el hombre sepa cosas sobre Dios, sino para que conozca a Dios mismo. Israel no cree en un Dios que vive estupendamente en el cielo, sino en un Dios que ve cómo sufre su pueblo, oye sus lamentos, sabe cuánto sufre, baja a salvarlos y los lleva a una vida nueva... libre...
2. La experiencia del creyente: el Dios que acompaña, bendice y salva
Lo que ocurre es que la vida nueva y libre no es precisamente una vida paradisíaca: al principio es desierto, luna de miel con Dios (Oseas), soledad a solas con Dios... Hay muchos que no tienen bastante con Dios y se quedan en el desierto... muertos... (algunos en vida)... Pero los que se quedan con Dios y llegan a la tierra descubren ... eso... una tierra por conquistar, una realidad que está por hacer, una vida que está por vivir... ¡Completamente libres!... Con el riesgo de equivocarse, de hacerlo todo mal ... y perderlo absolutamente todo...
Y lo mismo que le sucede al pueblo de Israel a nivel nacional, social y político, pasa también a nivel personal... La vida del creyente no deja de ser humana, totalmente humana, muchas veces incluso con una sobredosis de humanidad, cuando el creyente no se limita a vivir la vida en la superficie sino que profundiza en ella, “bucea” en sus experiencias y en sus sentimientos para descubrir en ellos su sentido... Y en ella, en la vida, en su propia vida, descubre a Dios, al Dios de la Alianza, que ya no es sólo la Alianza con el pueblo, sino con cada uno de los creyentes que lo forman...
Es el Dios de los Salmos, el Dios que se deja descubrir por el hombre y la mujer que sufren, a pesar de su sufrimiento, en el mismo sufrimiento... Como leemos en el Sal 116, el hombre descubre a Dios como “Aquel-que-me-escucha”, “el-que-me-presta-atención”... De ser “el-Dios-que-saca-a-Israel-de-Egipto, pasa a ser “el-que-ha-roto-los-lazos-que-me-ataban”...
Es la experiencia personal de la presencia de Dios, de su bendición, de su salvación... Dios se deja encontrar, viene al encuentro del hombre, en medio del dolor y del sufrimiento... Y de ser el Dios de mi pueblo pasa a ser “mi Dios”, y yo “tu siervo, el hijo de tu sierva”... Dios deja de ser el Dios de quien hablan los entendidos (sabios, sacerdotes, teólogos) para ser el Dios con quien hablo... Se convierte en el Dios a quien amo... Y como no sé cómo expresarle mi amor hago lo mismo que todas las personas religiosas... le rindo culto... le ofrezco ofrendas... Pero continuo invocando su nombre, una y otra vez... continuo llamándolo para que venga a mi lado... Y lo proclamo ante todos los demás para que sepan lo que ha hecho conmigo... E invito a los demás a que se unan a mi alabanza, a mi fiesta con Dios: ¡Aleluya!, “¡Alabemos al Señor!”... unios a mi alabanza, porque tengo motivos para cantar a Dios... En medio del dolor de la vida...
3. La gloria de Cristo: el Dios que se convierte en esclavo
El problema es que demasiadas veces la persona religiosa, incluso la persona “creyente”, de tanto creer se cree que Dios le pertenece en propiedad... Dios es “su” Dios... y los demás han de hacer méritos para merecerlo... Porque las personas religiosas muchas veces desprecian (¿despreciamos?) a los que no se ajustan a los cánones religiosos... Porque demasiadas veces se piensa (¿pensamos?) que el enfermo, el pobre, el ignorante, el inmigrante, la prostituta, el delincuente (se puede añadir...) están “dejados de la mano de Dios”... Porque si Dios los amara no los dejaría como están... Y a la vez que se rechaza a los diferentes se está rechazando a Dios... Porque se le ponen a Dios condiciones para ser Dios: ¡Si eres Dios, has de actuar de esta o aquella manera! Eso es lo que le decían a Jesús: ¡Si eres Hijo de Dios...!
Jesús de Nazaret habla del mismo Dios que experimentaba el Salmista: el Dios digno de ser amado... Pero nos dice que Dios que nos ama primero... siempre... incondicionalmente... en cualquier circunstancia... a todos sin excepción... Y de la misma manera que un padre puede amar de manera especial a aquel de sus hijos que es “especial” (débil, enfermo, drogadicto... rebelde...), Jesús nos dice que Dios ama de manera especial a los que se sienten (o son considerados por los demás) demasiado “especiales” como para ser amados por Dios (pobres... mujeres... pecadores... publicanos... prostitutas... ricos...)... Y de parte de Dios los acoge, los ama, los perdona, los sana, les da vida...
Consecuente con lo que enseña de Dios, Jesús se enfrenta a quienes tienen el monopolio de la religión, a los “distribuidores” en exclusiva de las cosas de Dios... Y en ese enfrentamiento Jesús lleva las de perder, porque no tiene títulos ni cargos oficiales... Y porque hace demasiadas cosas escandalosas para las gentes de bien... Y porque acepta a todo el mundo... Y Jesús pierde... Y los religiosos lo entregan a los poderosos, y los poderosos lo matan... Fin. Se acabó. Esto del Dios de la Biblia, del Dios de Jesús es un cuento. Ha sido un sueño. Estamos donde estábamos, en Egipto, o en Babilonia... en la sociedad del bienestar... y quienes mandan son los dioses de siempre que esclavizan al hombre y la mujer.... ¡Y nosotros estamos hoy aquí perdiendo el tiempo!
¿O nos creemos eso tan absurdo que anuncian sus seguidores? Si Jesús ha resucitado... Si Dios ha resucitado a Jesús... Entonces será verdad lo que Jesús decía... Y lo que hacía... Los discípulos de Jesús, que viven la experiencia de la muerte de Jesús y lo contemplan después cuando se deja ver por ellos... vivo... se encuentran en una nueva dimensión en las relaciones entre el ser humano y Dios... Comienzan a predicar... pero también a recordar... a reflexionar sobre las palabras y las acciones de Jesús...
El evangelio de Juan, el último en escribirse, considerado desde antiguo como el más “teológico” de los evangelios, expresa sutilmente la fe de aquellos primeros cristianos... Su gran descubrimiento... Ya Pablo había escrito en su carta: “En Cristo, Dios estaba reconciliando consigo mismo al mundo...” (2 Cor 5,19)... ¡En Cristo estaba Dios...! Este será el mensaje que intenta proclamar Juan en su evangelio: El “Logos” de Dios... su Palabra... su Razón... su Sabiduría... su Proyecto... que Juan nos dice que era Dios mismo, su Hijo... se ha hecho “carne”, un ser humano concreto, con todas las limitaciones propias de la naturaleza biológica y psicológica del ser humano... Y en este ser humano llamado Jesús hemos podido contemplar “la gloria” de Dios, es decir, a Dios mismo precisamente en cuanto Dios... Por eso en el Jesús que ama y sana a los enfermos, que ama y acoge a los pecadores, que ama y da la vida a Lázaro... los primeros cristianos descubren, a la luz de la Pascua, a Dios mismo que ama, sana acoge y da la vida...
Sin embargo, para Juan, la “gloria” de Dios, Dios mismo en cuanto Dios, el Dios majestuoso y poderoso... sólo se puede contemplar en la cruz... En Jesús aceptando la muerte ignominiosa y violenta que le infringen los poderosos de este mundo... Ahí está Dios mismo, hecho un hombre, y padeciendo esa muerte ignominiosa y violenta...
Esto es lo que intenta hacer comprender el pasaje que hemos leído del lavatorio de los pies... Mientras fuera está la multitud “de fiesta”, en un oscuro rincón del planeta, escondido en un piso con los seguidores que le quedan... Jesús, el enviado por Dios, el “Hijo de Dios”... según el lenguaje de Juan, Dios mismo hecho ser humano... porque sí, porque ha querido... cuando sabe que ha llegado el momento crucial de amar como el Padre, totalmente y con todas las consecuencias... El momento crucial de hacer presente y real en medio de los hombres el mismísimo amor del Padre... Entonces los amó hasta el fin... hasta las últimas consecuencias... hasta la muerte... Y les da a sus discípulos, por anticipado, un “signo” para que comprendan más adelante lo que está a punto de hacer... al día siguiente... esa misma noche... Se convierte en criado, en esclavo, y actúa como un esclavo... Él es el Maestro (superior a Moisés), y nada menos que el Señor... No un señor, sino el Señor... con la misma categoría que su Padre... En Él está Dios mismo rebajándose... haciéndose un esclavo... como aquellos de Egipto... limpiando los pies a aquellos pobres ignorantes que no se enteran de lo que está ocurriendo... Porque eran los esclavos los que entonces [y ahora] hacían las tareas que nadie quería hacer... como meter las manos en la suciedad de los demás...
El amor no se puede obligar... No puede haber un mandamiento que “mande” amar... Pero Jesús “enseña” a sus “discípulos”... A los que quieren ser como Él... Cuando uno se sabe amado... Cuando alguien descubre a Dios arrodillado ante él, lavándole los pies... Cuando alguien descubre en el Crucificado a Dios mismo amándole sin condiciones, “hasta el fin”... Y descubre a Dios amando así a todos los “crucificados” de este mundo... Cuando alguien se descubre amado de esta manera... Cuando alguien descubre a este Dios que ama de esta manera... Haciéndose uno de nosotros... hasta el fin... Entonces descubre el amor de Dios en sí mismo, ya no sólo amándole, sino amando “los unos a los otros”, primero a los que están a su lado descubriéndose también amados... Después a los otros, a los que no saben nada de este amor... A los que no son amados por nadie... A los enemigos, que ni siquiera nos quieren amar... Entonces se convierte en “cristiano”, en “Cristo-para-los-otros”, que es como decir “Dios-para-los-otros”... Con todas nuestras limitaciones... “Todo el mundo conocerá que sois mis discípulos” (Jn 13,35)... Porque todo el mundo podrá reconocer en vosotros... en vuestro amor... a vuestro Maestro y Señor, al Dios que se arrodilla ante ellos, les lava los pies y por ellos se entrega a la muerte que le infringen los poderosos... Con todas vuestras limitaciones...
4. La perspectiva cristiana: memoria, proclamación, transformación, esperanza
Jesús dejó otro gesto, mucho más repetido desde entonces por los cristianos, para anticipar el significado de su entrega. Pablo nos transmite la tradición que él ha recibido de otros, y que quizás con pocas variantes se remonta al mismo Jesús. El pan y el vino de la Pascua judía que en las manos de Jesús, que anticipa así su entrega, se cargan de un nuevo significado, que asume el anterior y lo profundiza: el Dios que sacó a Israel de Egipto será ahora, a la vez, el Dios crucificado en Jesucristo y el Dios que resucitó a Jesucristo de entre los muertos. No se comprenden el uno sin el otro, son las dos caras de la misma moneda. Asunción del dolor y de la muerte de los seres humanos como camino para otorgar a los seres humanos la vida plena, la vida de calidad, la vida eterna.
La Santa Cena es memoria constante y permanente de Jesús, en cumplimiento de su propia voluntad. Pero es también proclamación, testimonio elocuente ante todos los hombres de su decisión de seguir su camino hasta las últimas consecuencias. Es un acto en agradecimiento a Dios y “en favor nuestro”. Es signo de la alianza nueva y renovada entre Dios y los hombres, una manera nueva de relación, en la que los términos se han invertido y Dios es ahora (¿o siempre?) el débil y el que sirve, abriéndonos así el camino para la transformación de las relaciones humanas, para la realización de ese Reino de Dios y de los pobres, de los mansos, los humildes, los sufrientes, los pacificadores... Ese Reino de los que son como niños en el que el Rey es un servidor, y los últimos son primeros...
Por eso la Santa Cena es también fundamento de la esperanza en el retorno de Jesucristo, del Dios hecho Hombre y de la nueva vida de los hombres y mujeres, para siempre en comunión con Dios...
Conclusión: ¿Qué hacemos aquí?
¿Qué estamos haciendo aquí? Lo que hacemos aquí tiene que ver con la grandeza que el ser humano experimenta desde sus orígenes: su capacidad de crear: arte, música, útiles, máquinas, cultura... De crear relaciones humanas, como redes cada vez más complejas: desde la pareja procreadora, pasando por las familias, clanes, tribus... la ciudad, la civilización... la aldea global... Soñamos con la utopía, con el mundo perfecto, la casa para todos...
Sin embargo... Lo que hacemos aquí tiene que ver también con la experiencia humana de la contradicción... Con la conciencia de su naturaleza limitada y débil (“carne”), de su organismo hecho de materia orgánica que igual que nace y crece se descompone (“cuerpo”), de la dura realidad del dolor, de la enfermedad, de la muerte... ¿Por qué me ocurre a mí?
El ser humano también tiene conciencia (la adquiere a lo largo de la historia y de la vida de cada individuo) del sufrimiento provocado por él mismo y por sus semejantes: la ruptura, el desamor, el odio y la envidia, el apetito incontrolado, no sólo el instinto “animal”, también el deseo aparentemente “espiritual” que se interpone entre el hombre y los demás... y Dios... Tensión entre altruísmo y egoísmo...
Lo que hacemos aquí tiene que ver con la búsqueda de sentido del ser humano... Sabemos que no somos animales, pero ¿qué somos? ¿qué soy yo? ¿quién soy yo? ¿para qué soy yo? Estas preguntas la mayoría de las veces no salen a la superficie, están sofocadas en nuestro interior, mientras nos limitamos a vivir, y muchas veces a sobrevivir... Sin embargo, están en el fondo de cada uno de nosotros como una especie de imán, impulsándonos a vivir, no biológicamente, sino a buscar una vida verdaderamente humana, “plenificante”, “de calidad”, “eterna”, que valga la pena vivirla para siempre... Sin embargo, nadie se pregunta por el sentido cuando experimenta el bienestar, la alegría, las relaciones humanas gratificantes... Admitimos todo esto sin preguntas... esto es lo que toca... lo que nos merecemos... algo a lo que tenemos derecho... ¿No nos dicen que estamos hechos para la felicidad...? La pregunta se nos echa encima como un golpe cuando se experimenta el dolor, la frustración, el sufrimiento, el vacío, la “vanidad”... la ausencia de sentido... Mientras otros se lo pasan la mar de bien, cuando no son esos mismos otros quienes provocan nuestro sufrimiento sin sentido...
Nos gustaría saltar los capítulos del Evangelio que hablan de la muerte, pasar por encima del tiempo... Saltar del Jueves Santo al Domingo de Pascua... Nos gustaría eliminar de un plumazo en nuestra vida, en la vida del ser humano, incluso en la misma Biblia, todo lo que tiene que ver con el dolor, con el sufrimiento, con el mal...
Pero nosotros estamos aquí precisamente para recordar una muerte, la muerte de Jesús de Nazaret. Y para proclamar que en este hecho insignificante, acontecido en una pequeña capital, en los tiempos remotos del gran Imperio Romano, ahí, en esa muerte, mientras en el resto del mundo la gente continuaba viviendo... se estaba jugando el destino, la vida y el sentido del ser humano, de cada hombre y de cada mujer, y de toda la humanidad. Porque ahí, en ese hombre, estaba Dios.
Estamos aquí, ahora, obedeciendo a Cristo, que nos invita a imitarle... No [sólo] en unos gestos externos, sino en su misión de servicio a los hombres y mujeres...
Estamos aquí, ahora, para que Cristo se haga presente en medio de nosotros... No [sólo] en nuestros gestos y ritos, en nuestras palabras, sino [sobre todo] en nuestro amor mutuo... en nuestro amarnos “como él nos ha amado”... como un fruto del amor con el que Él nos ha amado primero...
Estamos aquí, ahora, para que Cristo se haga presente por medio de nosotros... No [sólo] como entidad religiosa, sino como verdadera “iglesia”... pequeña comunidad de hombres y mujeres convocados por Jesucristo para ser amadores hasta la muerte, cada uno de sus prójimos, y de los prójimos de los prójimos... Y de los enemigos...
Estamos aquí, ahora, para que Cristo pueda hacerse presente por medio de nuestro amor... y todo el mundo pueda reconocernos como discípulos suyos... Y para que todo el mundo pueda reconocer a Jesucristo en nuestro amor... Y para que todo el mundo pueda descubrir, en nuestro pequeño servicio, al Dios inmenso que se entrega como un esclavo al servicio de cada ser humano...
Estamos aquí, ahora, para que cuando hagamos memoria de Jesucristo en su camino hacia la cruz, todos puedan contemplar la verdadera gloria de nuestro Dios, que no es otro que el Dios crucificado.. por amor.
AMÉN