Los hijos de Dios no pecan

Características distintivas de los hijos de Dios  •  Sermon  •  Submitted
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Introducción

Todos los días vemos personas. Podemos diferenciarlas por su manera de vestir, por el color de su piel, por su trabajo, y por muchas otras cosas más. Pero, básicamente, todas las personas son iguales. Nos alimentamos, respiramos, nos relacionamos, trabajamos...
Hay un refrán que dice: “Se ven rostros, pero no corazones”. La idea del refrán es que podemos conocer el aspecto externo de las personas, pero no podemos saber lo que hay en su interior, lo que piensan, cuáles son sus metas o intenciones, sus emociones. De la misma manera, todos podemos vernos iguales, y justamente por eso, ¿qué es lo que hace una diferencia entre un discípulo de Jesús y alguien que no lo es?
Podemos hablar de ciertas diferencias que parecen estar a la vista: los discípulos de Jesús leen la Biblia, van a la iglesia, procuran comportarse correctamente, se visten discretamente… Pero, ¿es eso todo? Creo que todos vamos a estar de acuerdo en que esas características no terminan de definir al cristiano. Alguien puede vestirse muy discretamente sin ser un discípulo de Jesús. Lo mismo sucede con el comportamiento, ¡y hasta con el conocimiento de la Biblia! ¿No nos demuestra la propia Palabra que hasta el diablo conoce la Biblia muy bien?
Es importante que consideremos seriamente este asunto en este tiempo, porque nos ha tocado vivir en la era de los últimos tiempos, y se han levantado falsos maestros por todas partes. Necesitamos conocer las características de un verdadero cristiano para vivir como tales, sin conformarnos a cuidar las apariencias.
En el mensaje anterior consideramos la primera característica distintiva de un discípulo de Jesús: los hijos de Dios tienen el Espíritu Santo. La palabra explica claramente que el que no tiene el Espíritu de Dios, no es de Él.
1 Juan 3.24 RVR60
Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
1 Juan 3.24nvi NVI
El que obedece sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. ¿Cómo sabemos que él permanece en nosotros? Por el Espíritu que nos dio.
1 Juan 4.13 RVR60
En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu.
1 Juan 4.13 NVI
¿Cómo sabemos que permanecemos en él, y que él permanece en nosotros? Porque nos ha dado de su Espíritu.
Romanos 8.9 RVR60
Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.
Romanos 8.9 NVI
Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo.
Entonces, para empezar, si eres un hijo de Dios, tienes su Espíritu. ¿Lo tienes? ¿De qué manera se está manifestando en tu vida? ¿Qué evidencias encuentras en tu vida de que el Espíritu de Dios está obrando en ti?
Se han ofrecido muchas respuestas a estas preguntas, y a veces son respuestas que generan otras preguntas. ¿Qué debemos esperar de la manifestación del Espíritu en nuestras vidas? ¿Ejercicio de ciertos dones espirituales en particular? ¿Experiencias sobrenaturales? ¿Sueños y revelaciones?
Creo que Juan quería dejar muy claro cómo diferenciar a los hijos de Dios del resto de las personas, y de qué manera se manifestaría el Espíritu Santo en todos los hijos de Dios.
Hoy analizaremos la segunda característica distintiva de los hijos de Dios: los hijos de Dios no pecan.
¡Wow! ¡Eso sonó muy fuerte! ¿Cómo es que no pecan? Porque a decir verdad, tal vez hace cierto tiempo que tú recibiste a Jesús como tu Señor y Salvador, y sin embargo… ¿has pecado desde entonces?
Es por eso que necesitamos aclarar este concepto y buscar la enseñanza de Dios al respecto.

1. Los hijos de Dios obedecen sus mandamientos.

1 Juan 2.1–6 RVR60
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos.El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él;pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él.El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.
1 Juan 2.1–6 NVI
Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo. Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no sólo por los nuestros sino por los de todo el mundo. ¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos. El que afirma: «Lo conozco», pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad. En cambio, el amor de Dios se manifiesta plenamente en la vida del que obedece su palabra. De este modo sabemos que estamos unidos a él: el que afirma que permanece en él, debe vivir como él vivió.
La obediencia a la Palabra es una señal de que somos hijos de Dios.
“¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos.”
2. Hay una relación indivisible entre conocer a Jesús y andar en obediencia a su Palabra.
“El que afirma: «Lo conozco», pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad.”
3. El amor de Dios se manifiesta en la vida del obediente.
“...el amor de Dios se manifiesta plenamente en la vida del que obedece su palabra.”
4. Tiene que haber coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos.
“...el que afirma que permanece en él, debe vivir como él vivió.”

2. Los hijos de Dios aman a Dios, no al mundo.

1 Juan 2.15–17 RVR60
No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
1 Juan 2.15–17 NVI
No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. Porque nada de lo que hay en el mundo—los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida—proviene del Padre sino del mundo. El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
El amor al mundo es lo opuesto del amor a Dios.
“No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre.”
Aquí se está hablando de prioridades. No se trata de un afecto espontáneo sino de aquello que decidimos. Tú decides que amar, decides qué es lo importante para ti, y decides a que darle mayor importancia.
2. Considera las cosas que no vienen de Dios:
a. Los deseos de la carne.
b. Los deseos de los ojos.
c. La vanagloria de la vida.
3. Se trata de elegir entre amar lo transitorio (que se pierde, se destruye, se va, se descompone) o lo permanente.
“El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”
El que permanece es el que hace la voluntad de Dios.
1 Juan 2.29 RVR60
Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él.
1 Juan 2.29 NVI
Si reconocen que Jesucristo es justo, reconozcan también que todo el que practica la justicia ha nacido de él.

3. Los hijos de Dios no practican el pecado.

1 Juan 3.4–10 RVR60
Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.
1 Juan 3.4–10 NVI
Todo el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el pecado es transgresión de la ley. Pero ustedes saben que Jesucristo se manifestó para quitar nuestros pecados. Y él no tiene pecado. Todo el que permanece en él, no practica el pecado. Todo el que practica el pecado, no lo ha visto ni lo ha conocido. Queridos hijos, que nadie los engañe. El que practica la justicia es justo, así como él es justo. El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha estado pecando desde el principio. El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo. Ninguno que haya nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de Dios permanece en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios. Así distinguimos entre los hijos de Dios y los hijos del diablo: el que no practica la justicia no es hijo de Dios; ni tampoco lo es el que no ama a su hermano.
No se puede pecar y ser hijo de Dios.
En este pasaje se establece una enseñanza muy clara en cuanto a la relación entre los hijos de Dios y el pecado. No es posible “tener lo mejor de los dos mundos”, estar bien con Dios y al mismo tiempo cultivar un estilo de vida alejado de sus mandamientos.
“Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido.”
“Todo el que permanece en él, no practica el pecado. Todo el que practica el pecado, no lo ha visto ni lo ha conocido. “
¡Pero yo peco! ¿Quiere esto decir que no soy hijo de Dios? No olvidemos que este es el mismo libro que enseña que si decimos que no pecamos estamos mintiendo, y que Dios nos perdona cuando le confesamos nuestros pecados.
1 Juan 1.8–9 RVR60
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
1 Juan 1.8–9 NVI
Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad. Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.
El hijo de Dios se aleja del pecado, porque le produce rechazo. Peca sí, pero luego corre a Dios para confesarlo y pedirle perdón, porque ya no puede vivir sin su comunión con Dios. Si de verdad conociste a Dios por haber creído en Jesús, ya no vas a querer que algo te separe de Él.
2. Hay una relación indivisible entre la relación con Dios y el comportamiento.
Nadie puede decir que tiene una relación con Dios y es salvo si su conducta no lo demuestra. Juan utiliza conceptos duros, llegando a afirmar que quien no cambia su manera de vivir es directamente del diablo.
“Queridos hijos, que nadie los engañe. El que practica la justicia es justo, así como él es justo. El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha estado pecando desde el principio. El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo.”
3. Los hijos de Dios “ya no pueden” pecar.
Juan señala como hay algo fuerte en quienes creen en Jesús, algo que les lleva a rechazar cualquier comportamiento que le aleje de Dios.
“Ninguno que haya nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de Dios permanece en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios. Así distinguimos entre los hijos de Dios y los hijos del diablo: el que no practica la justicia no es hijo de Dios; ni tampoco lo es el que no ama a su hermano.”

4. Los hijos de Dios vencen al mundo.

1 Juan 5.1–5 RVR60
Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él.En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos.Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
El nuevo nacimiento.
“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él.En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos.”
El nuevo nacimiento del que habló Jesús no es solamente un enunciado teórico. El algo que se manifiesta claramente, en la práctica, en la vida de la persona que establece una relación con Dios por la fe en Jesús.
La influencia del mundo es bien fuerte, y no podríamos derrotarla solos, por nuestra cuenta, por más que tengamos buenas intenciones y mucha fuerza de voluntad.
2. Hay una relación indivisible entre el amor a Dios y la obediencia a sus mandamientos.
El que le ama guardará su Palabra. Así de sencillo. Aunque para hacerlo necesitará de su ayuda.
“En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos.Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.”
3. Nuestra obediencia a los mandamientos de Dios pone de manifiesto nuestra victoria contra el mundo.
“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?”
1 Juan 5.18 RVR60
Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.
1 Juan 5.18 NVI
Sabemos que el que ha nacido de Dios no está en pecado: Jesucristo, que nació de Dios, lo protege, y el maligno no llega a tocarlo.

Conclusión

Esta enseñanza contiene una fuerte advertencia para nosotros. No podemos jugar con Dios. Debemos tomarlo en serio y prestar atención a la manera en que estamos viviendo.
¿Hay algún área de tu vida en la que necesites pedirle ayuda a Dios? ¿Cuáles son tus debilidades, esas que tienes que entregarle a Dios para que te ayude a andar en sus caminos?
¿Eres un comprador compulsivo?
¿No puedes controlar tu enojo?
¿Te afecta mucho la lujuria?
¿Caes fácilmente en la mentira?
No juegues a la religión. Camina de verdad con Dios, pídele su ayuda, y deja que en tu vida se manifiesten las características de un hijo de Dios.
Y recuerda: los hijos de Dios no pecan.
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