A prueba de polillas

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Introducción

Mateo 5.3 NVI
3 «Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.
Jesús comienza enseñándoles a sus discípulos que una de las virtudes de quienes pertenecen al reino de Dios es la pobreza.
Esto no solo se contrapone a los valores del mundo Bíblico sino a los de nuestra cultura actual.
Quizá no sea el mensaje más popular para atraer seguidores, eso demuestra que el interés de Jesús no eran las cantidades; si hubiera anunciado un mensaje para hacerse rico, seguramente hubiera atraído más seguidores.
Tú y yo somos el Libro67 que el mundo va a leer y tenemos que permitir que nuestras páginas describan lo que es verdaderamente valioso, no lo que es popular o lo que está de moda.
Si quieres tener seguidores rápidamente y en cantidad deja que tu vida, como un libro, hable del evangelio de la prosperidad; pero si vas a dejar que Dios lo escriba, lo primero que el mundo leerá es que la verdadera riqueza no está en lo material sino en aquello que es a prueba de polillas.

¿Qué es pobreza espiritual?

Jesús explica esta bienaventuranza un poco más adelante durante su sermón.
Jesús nos está diciendo que el materialismo, el consumismo y el deseo por las riquezas nos esclaviza, nos ciega y nos enorgullece.
Mateo 6.19–21 NVI
19 »No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. 20 Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. 21 Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
El problema no estaba en las riquezas sino en el corazón.
Jesús nos está previniendo de la desilusión, del temor y de la dependencia al explicarnos que cuando el corazón está en esas cosas seremos esclavos de ellas.
La pobreza es una palabra que hace referencia tanto a lo financiero como a lo espiritual pero a su vez ambas están relacionadas porque la riqueza financiera nos expone al orgullo espiritual.
Es claro que no está mal el dinero, el dinero es mera mercancía de intercambio, lo que está mal es poner el corazón en él: apegarse y depender de él.
La felicidad para el mundo está íntimamente relacionada con la riqueza y la abundancia material.
No sé cuántas teorías, consejeros y motivadores ha escuchado sobre las finanzas, la norma en el reino de Dios, o sea, de los cristianos, es el desapego a todo ello; es la pobreza espiritual.
Ser pobre en espíritu es el reconocimiento de necesidad de Dios, es el saber que nunca estaremos completos ni seremos felices hasta que Dios sea nuestra única herencia.
En el mundo eres alguien en función de cuánto tienes, o sea, según lo que tienes así vales. Los valores del mundo dicen que no es importante quién seas sino cuánto tengas.
Este primer valor no se trata sobre finanzas sino sobre apegos. Sobre poner el corazón en la esperanza del reino de Dios y no en lo pasajero.
Muchos de los que hablan de libertad financiera más bien anuncian la esclavitud al estatus social.

Leo y Pablo: libertad

La verdadera libertad financiera es semejante a aquella que más tarde escribiera el Apóstol Pablo:
Filipenses 4.11–13 NVI
11 No digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. 12 Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. 13 Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
¿Qué está leyendo tu familia, tus vecinos y amigos en tu vida? ¿Depende tu felicidad de tus finanzas? O sabes estar bien cuando te quedas sin empleo, cuando tienes que comer solo arroz y frijoles?
Cuando aprendemos a ser pobres en espíritu entendemos que nuestra recompensa es…El reino de Dios. No es lo que obtengamos aquí en la tierra, es lo que acumulamos allá en el cielo.
¿Tienes negocios? No solo trates de ganar, aprende a sembrar, eso incluye a tus proveedores, socios, colaboradores y familiares. A veces vas a ganar menos en la tierra pero habrás acumulado más tesoros en el cielo.
Si eres pobre en espíritu aprendes a valorar a todas las personas. A no tratar con amabilidad solo a quienes tienen recursos o fama o a quienes pueden hacerte un favor, sino incluso a quien nunca te podrá dar nada a cambio de lo que haces.
Si eres pobre en espíritu reconoces que lo que sea que tengas no te pertenece sino que es de Dios y que lo que realmente posees no es un bien material sino un reino, el reino de los cielos.
El apego a lo material es esclavitud. Es una limitación para tomar decisiones para servir a Dios, es una cadena que nos detiene de seguir a Jesús y obedecerle.

El caso de Nabucodonosor

Daniel 4.29–33 NVI
29 Doce meses después, mientras daba un paseo por la terraza del palacio real de Babilonia, 30 exclamó: «¡Miren la gran Babilonia que he construido como capital del reino! ¡La he construido con mi gran poder, para mi propia honra!» 31 No había terminado de hablar cuando se escuchó una voz que desde el cielo decía: «Éste es el decreto en cuanto a ti, rey Nabucodonosor. Tu autoridad real se te ha quitado. 32 Serás apartado de la gente y vivirás entre los animales salvajes; comerás pasto como el ganado, y siete años transcurrirán hasta que reconozcas que el Altísimo es el soberano de todos los reinos del mundo, y que se los entrega a quien él quiere.» 33 Y al instante se cumplió lo anunciado a Nabucodonosor. Lo separaron de la gente, y comió pasto como el ganado. Su cuerpo se empapó con el rocío del cielo, y hasta el pelo y las uñas le crecieron como plumas y garras de águila.
El rey sale a uno de sus extensos balcones y observa todo lo que ha construido, ha embellecido y engrandecido Babilonia. Desde la planta más cercana que puede mirar hasta la construcción más lejana que alcanza a ver, Nabucodonosor se siente orgulloso de lo que ha hecho.
¿Tenía motivos para sentirse orgulloso?
Si tu respuesta es sí, seguramente estás viciado con el orgullo del mundo porque el mundo cree que todo lo que consigues es tuyo, habla de ti y tu grandeza.
Mira la Iglesia que he formado. Mira la casa que he comprado. Mira la familia que he educado. Mira el título que he adquirido. Mira lo que yo hice. “Yo” tengo la gloria porque me la merezco.
Exigimos tanto porque creemos que merecemos todo.
Somos como Nabucodonosor mirando desde su palacio, enorgulleciéndose de sí mismo, pero Dios le había anunciado un año antes que debía arrepentirse y cambiar su prepotencia.
Nuestra estima está tan quebrada que necesitamos de todos los logros posibles para sostenerla en pie. Hasta nos sentimos orgullosos por ayudar a los demás a cambiar como si nosotros provocáramos el cambio.
No piense que estoy hablando de despreciarse a sí mismo, estoy hablando de permitir que Dios nos ayude a reconocer que todo lo que hacemos, logramos y conquistamos debe hablar de él, no de nosotros.
Necesitamos mirar a Dios con arrepentimiento y pedirle que nos ayude a reconocer que todo se trata de él.
Cuando la recompensa que esperas no está en lo material, los elogios de los demás o el éxito mundano, sino el reino de Dios, serás un servidor incansable, imposible de desmotivar o de detener.
Cuando tu identidad está sustentada en Dios, tu autoestima es sana, no es tan elevada que te sientas más que otros ni tan baja que te sientas menos. Entenderás que eres alguien sin salvación hasta que aceptaste la salvación que Dios proveyó.
Seguramente no podrás ser pobre de espíritu por tu propia cuenta porque tu orgullo se interpondrá para que lo logres, pero Dios en ti puede hacerlo.
Esa es la maravilla del sermón del monte, los estándares que no puedes cumplir por ti mismo Dios provee lo necesario para que lo alcances y entonces el mundo se maravillará de la obra que Dios está haciendo en ti.
La gente te preguntará: ¿cómo puedes no creerte más que los demás viendo todo lo que has logrado? Tú dirás: no soy yo, es Dios en mí.
La gente dirá: ¿cómo puedes mantener tu humildad y controlar tu orgullo? Tú dirás: no soy yo, es Dios en mí.
Esas son las buenas noticias de la pobreza espiritual, que no la podrás lograr tú solo, necesitas a Dios para conseguirlo. Y él está dispuesto, ¿tú estás dispuesto?

Epílogo

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