ENTRE LA OBSCURIDAD Y EL SILENCIO
Introducción
Las circunstancias no definen quién eres, es Dios quién define quien eres.
Nunca permitas que las circunstancias te alejen de las bendiciones que Dios tiene para ti.
En ocasiones debemos renunciar a aquello que nos da “seguridad” antes de recibir nuestro milagro.
Que harás con el milagro que el Señor te ha dado.
Luchemos y oremos para poder tener “una fe igualmente preciosa” (2 Pedro 1:1). A nosotros tampoco se nos permite ver a Jesús con nuestros ojos corporales. Pero en el Evangelio tenemos noticias de su poder, gracia y voluntad de salvar. Tenemos promesas extremadamente grandes de sus propios labios escritas para nuestro ánimo. Confiemos en estas promesas incondicionalmente y encomendemos nuestras almas a Cristo sin vacilar. No tengamos miedo de poner toda nuestra confianza en sus palabras misericordiosas y de creer que lo que se ha comprometido a hacer por los pecadores lo hará sin duda. ¿Cuál es el principio de toda fe salvadora sino confiar el alma a Cristo? ¿Qué es la vida de fe salvadora, una vez iniciada, sino un continuo apoyarse en la palabra de un Salvador invisible? ¿Cuál es el primer paso de un cristiano sino gritar, como Bartimeo: Jesús, ten misericordia de mí? ¿Cuál es el camino diario del cristiano sino conservar el mismo espíritu de fe? “En quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8).
Veamos en estas sencillas palabras un claro emblema del efecto que la gracia de Cristo debe producir en todo aquel que la saborea. Debe convertirle en un seguidor de Jesús en su vida y dirigirlo con gran poder al camino de la santidad. Perdonado gratuitamente, debe darse gratuita y voluntariamente al servicio a Cristo. Comprado a un precio tan elevado como es la sangre de Cristo, debe entregarse de corazón y por completo a Aquel que le redimió. La verdadera experiencia de la gracia hará que la persona sienta diariamente: “¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?” (Salmo 116:12). Así fue en el caso del apóstol Pablo, que dijo: “El amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5:14). Así será para todos los verdaderos cristianos en el presente. El hombre que presume de tener un interés en Cristo a la vez que no acepta a Cristo en su vida se engaña a sí mismo miserablemente y está echando a perder su alma. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos [y solo ellos] son hijos de Dios” (Romanos 8:14).
¿Han sido abiertos nuestros ojos por el Espíritu de Dios? ¿Nos ha enseñado a ver el pecado, a Cristo, la santidad y el Cielo con su verdadera luz? ¿Podemos decir que lo que sabemos es que antes éramos ciegos y ahora vemos? Si es así, conoceremos las cosas que hemos estado leyendo por experiencia. Si no, estamos aún en el camino ancho que conduce a la destrucción y nos queda todo por aprender.
(i) Abandona todo impedimento posible (v. 50a). “Arrojando su capa”, donde seguramente guardaba el dinero que le daban, y que le servía de abrigo a la noche. No quería correr el riesgo de tropezar al ir al encuentro del Hijo de David. Así el Señor quiere que abandonemos nuestra ‘capa’ de respetabilidad, temor al hombre, autoconfianza, y todo otro impedimento que pueda interponerse en el camino hacia Dios.
(i) Se detuvo en el camino porque distinguió el clamor del ciego entre todas las demás voces a su alrededor. Ni con Bartimeo ni ahora está demasiado ocupado para atender el clamor de un alma necesitada (Sal. 34:6; 145:18, 19). Además apreciamos: