Padres que Necesitan la Gracia de Dios
Notes
Transcript
Introducción
Introducción
Eran la pareja perfecta.
Un día dos jovencitos se miraron y fue amor al instante.
No había pasado tanto tiempo desde la muerte de su madre y él había entrado en una profunda depresión.
Sin embargo, su padre, según las costumbres orientales, había enviado a su siervo para buscar una esposa para su hijo.
Estos jovencitos conocían la tradición que ellos no se casaban por amor, porque sentían una atracción con alguna persona de la escuela o de la misma región.
Ellos sabían que los padres tomaban la decisión de con quién se casarían sus hijos.
Esta era la costumbre y por tanto estaban dispuestos a respetar la tradición de los matrimonios arreglados.
El día que se conocieron - ellos sabían que estaban hechos el uno para el otro.
Sin embargo, su matrimonio iba a ser amenazado por 20 años de infertilidad.
A pesar de que eran personas relativamente jóvenes, no iban a poder concebir durante los primeros 20 años de matrimonio.
Lo más triste era de que el joven esposo sabía que su padre había recibido una promesa de Dios de que él sería el padre de muchos descendientes.
Su padre le había dicho en muchas ocasiones de como su descendencia sería como las estrellas del cielo y la arena del mar
…¿de quién estamos hablando?
Estamos hablando del patriarca Isaac y de su esposa Rebecca.
Hoy continuamos nuestra serie de los patriarcas y matriarcas de Israel.
Hoy estaremos considerando la vida de la matriarca Rebecca, esposa de Isaac.
Hoy consideraremos:
Una prueba de fe
Una familia destruída
Una prueba de fe
Una prueba de fe
La prueba de fe llegó el día en que la joven Rebecca había salido al pozo de agua, como parte de sus tareas diarias.
Ese día cambiaría la vida de Rebecca para siempre.
Dios estaba hacienda una gran obra.
Dios estaba guiando al siervo de el patriarca Abraham para encontrar una esposa para Isaac.
El siervo había puesto una promesa delante de Dios para poder identificar a la mujer que sería la esposa de Isaac según la guianza/voluntad de Dios.
y dijo: “Oh Señor, Dios de mi señor Abraham, Te ruego que me des éxito hoy, y que tengas misericordia de mi señor Abraham.
“Yo estoy de pie aquí junto a la fuente de agua, y las hijas de los hombres de la ciudad salen para sacar agua.
“Que sea la joven a quien yo diga: ‘Por favor, baje su cántaro para que yo beba,’ y que responda: ‘Beba, y también daré de beber a sus camellos,’ la que Tú has designado para Tu siervo Isaac. Por ello sabré que has mostrado misericordia a mi señor.”
El siervo de Abraham había puesto una señal muy especifica ante Dios para identificar, sin la menor duda, que Dios había prosperado su camino para encontrar una esposa para el joven Isaac.
La mujer que estuviera dispuesta a darle de beber a él y a sus camellos sería la mujer elegida por Dios.
Sabemos que Eliezer, el mayordomo de Abraham venía con una caravana de diez camellos (v.10).
Pensemos que un camello bebe alrededor de 25 galones. Esto quiere decir que la mujer que le diera a beber tendría la tarea de sacar del pozo por lo menos 250 galones de agua.
Lo glorioso de este encuentro, consecuencia de la providencia de Dios, fue que vemos la mano de Dios claramente en la respuesta de Rebecca.
Y sucedió que antes de haber terminado de hablar, Rebeca, hija de Betuel, hijo de Milca, mujer de Nacor, hermano de Abraham, salió con el cántaro sobre su hombro.
La joven era muy hermosa, virgen, ningún hombre la había conocido. Bajó ella a la fuente, llenó su cántaro y subió.
Entonces el siervo corrió a su encuentro, y le dijo: “Le ruego que me dé a beber un poco de agua de su cántaro.”
“Beba, señor mío,” le dijo ella. Y enseguida bajó el cántaro a su mano, y le dio de beber.
Cuando había terminado de darle de beber, dijo: “Sacaré también para sus camellos hasta que hayan terminado de beber.”
Eliezer pudo ver que la mano de Dios estaba con él.
Rebecca era la mujer elegida.
Rebecca era la elegida pero ella aun no sabía.
Eliezer sabía lo que había pedido a Dios.
Abraham sabía la encomienda que él le había dado a su siervo.
…pero Rebecca no sabía nada de esto.
Eliezer se hospedó en casa de su hermano Labán y su padre Nacor.
Eliezer les contó como él había orado para que Dios bendijera su viaje y que la mano de Dios lo dirigiera hacía la mujer que sería la esposa del patriarca Isaac.
Aunque ellos de primeras estuvieron de acuerdo, al otro día Eliezer estaba listo para salir.
Fueron en estos momentos en que hubo un momento muy tenso ya que su familia de Rebecca se rehusaba que ella se fuera.
Después él y los hombres que estaban con él comieron y bebieron y pasaron allí la noche. Cuando se levantaron por la mañana, el siervo dijo: “Envíenme a mi señor.”
Pero el hermano y la madre de Rebeca dijeron: “Permite que la joven se quede con nosotros unos días, quizá diez; después se irá.”
“No me detengan,” les dijo el siervo, “puesto que el Señor ha dado éxito a mi viaje; envíenme para que vaya a mi señor.”
“Llamaremos a la joven,” respondieron ellos, “y le preguntaremos cuáles son sus deseos.”
Ellos querían que Rebeca estuviera con ellos unos días más.
Sin embargo, Eliezer sabía que él debía retornar con la esposa del patriarca Isaac.
La última palabra la tenía Rebeca.
Seguramente ella se resistiría.
Al fin y al cabo, ella no conocía la tierra donde habitaba Abraham.
Ella no conocía a Isaac.
Ella tal vez nunca había salido del regazo familiar.
Rebeca tendría que decidir que iba a hacer.
Ella tenía que tomar una decisión.
Ella debía optar por la seguridad de su hogar, lo conocido, lo que la hacía sentir segura
…o ella debía optar por la inseguridad, la incertidumbre, lo desconocido.
…y vemos su decisión.
Entonces llamaron a Rebeca y le dijeron: “¿Te irás con este hombre?” “Iré,” dijo ella.
En esto vemos su fe.
Vemos que Rebeca pone su confianza en el Dios de Abraham ya que sabe que puede confiar en Dios.
Ella puede confiar en la mano de Dios que ha dirigido a Eliezer hasta este lugar.
Ella confía que si fue Dios suficiente para ponerla a ella en el camino de Eliezer, pues es el mismo Dios que tiene el poder para guardarla de todo mal y estar con ella en todo tiempo.
Rebeca va a aprender a confiar en Dios sabiendo que el Dios de gracia y misericordia es quién la sostiene.
Una familia destruída
Una familia destruída
El matrimonio de Rebeca e Isaac no fue de color de rosa.
A pesar que ellos se amaban profundamente vemos que su matrimonio fue probado por la infertilidad, por casi 20 años.
Todo lo que Dios había prometido a Abraham parece estar amenazado.
Parece que las promesas que Dios ha hecho, están por fallar y jamás llegar a su cumplimiento.
Sin embargo, la palabra de Dios nunca falla.
Dios prometió que los descendientes de Abraham serían tan numerosos como las estrellas del cielo y la arena del mar, y así sería.
Por fin, Rebeca llega concebir - y no un hijo sino un par de mellizos.
Cuando se cumplieron los días de dar a luz, había mellizos en su seno.
El primero salió rojizo, todo cubierto de vello, y lo llamaron Esaú.
Y después salió su hermano, con su mano asida al talón de Esaú, y lo llamaron Jacob. Isaac tenía sesenta años cuando Rebeca dio a luz a los mellizos.
Por fin tiene entre sus brazos Rebeca a sus dos hijos - a Esaú y a Jacob.
Sin embargo, leemos en la Biblia un detalle muy interesante.
Los niños crecieron, y Esaú llegó a ser diestro cazador, hombre del campo. Pero Jacob era hombre pacífico, que habitaba en tiendas.
Isaac amaba a Esaú porque le gustaba lo que cazaba, pero Rebeca amaba a Jacob.
Algo sucedió en el hogar de Isaac y Rebeca que cada uno de ellos tuvieron un apego especial con un hijo que no tenían con el otro.
Isaac era un hombre que le gustaba la aptitud de Esaú para cazar. Esaú era un hombre hábil en la cacería que siempre traía un guiso para su padre.
Esto logró que Esaú se ganara el afecto de su padre.
Pero Rebeca miraba que su hijo Jacob era más hogareño. Él siempre estaba en la la casa. Siempre estaba cerca de ella y por alguna razón ella sentía un acercamiento mayor con su hijo menor que con el mayor.
Esta situación vino a repercutir en los jovencitos.
Esaú sabía que su madre no lo amaba igual que a su hijo Jacob mientras que Jacob sentía lo mismo de parte de su padre Isaac.
Lo triste de todo esto es que esta es la misma Rebeca que años atrás había depositado toda su confianza en Dios para salir de su hogar y creer que Dios estaría con ella en esta nueva aventura.
Lo triste de todo esto es que Rebeca había mostrado una fe tan fuerte, tan fiel, tan firme, que nos sorprende ver como actúa Rebeca en esta situación.
De lejos vemos esta situación y se nos hace difícil entender como es posible que estos padres hayan hecho diferencia entre sus hijos - cuando nosotros sabemos que debemos amar a nuestros hijos por igual.
De no hacerlo, tarde o temprano vamos a crear una ruptura en el hogar que va a afectar a nuestros hijos a largo plazo.
Con el tiempo podemos ver como estos mellizos - que normalmente son muy cercanos comparado con los hijos que no son mellizos - los vemos:
Competir
Querer aprovecharse el uno del otro
Estas actitudes vemos que son producto del trato de favoritismo que han mostrado tanto Isaac como Rebeca.
Sin embargo, llega el día en que el patriarca Isaac está mostrando que el fin de su vida está cerca.
Isaac ya es un hombre muy anciano y siente que el fin de su vida está cerca.
Como la cabeza del hogar, él tiene el deber de parte de Dios de declarar la bendición de Dios sobre sus hijos.
Por tanto, llama a su hijo primogénito (Esaú) para bendecirlo.
Y aconteció que siendo ya viejo Isaac, y sus ojos demasiado débiles para ver, llamó a Esaú, su hijo mayor, y le dijo: “Hijo mío.” “Aquí estoy,” le respondió Esaú.
Y dijo Isaac: “Mira, yo soy viejo y no sé el día de mi muerte.
“Ahora pues, te ruego, toma tu equipo, tu aljaba y tu arco, sal al campo y tráeme caza.
“Prepárame un buen guisado como a mí me gusta, y tráemelo para que yo coma, y que mi alma te bendiga antes que yo muera.”
Isaac no llama a Esaú porque está mostrando favoritismo sino porque la bendición principal la debía declarar sobre el hijo primogénito.
No era injusto. Era la forma en que se hacían las cosas en el mundo oriental.
Sin embargo, Rebeca no se va a quedar con los brazos cruzados.
Rebeca estaba escuchando cuando Isaac hablaba a su hijo Esaú. Y cuando Esaú fue al campo a cazar una pieza para traer a casa,
Rebeca dijo a su hijo Jacob: “Mira, oí a tu padre que hablaba con tu hermano Esaú, diciéndole:
‘Tráeme caza y prepárame un buen guisado para que coma y te bendiga en presencia del Señor antes de mi muerte.’
“Ahora pues, hijo mío, obedéceme en lo que te mando.
“Ve ahora al rebaño y tráeme de allí dos de los mejores cabritos de las cabras, y yo prepararé con ellos un buen guisado para tu padre como a él le gusta.
Rebeca está dispuesta a engañar a su esposo Isaac.
Rebeca está dispuesta a burlarse de su esposo ciego con tal de que su hijo preferida reciba la bendición que ella tanto anhela para él.
A ella no le interesa que lo va a hacer mediante engaños.
Tanta es la gravedad de lo que está haciendo que Jacob se resiste.
“Entonces se lo llevarás a tu padre, que comerá, para que te bendiga antes de su muerte.”
Pero Jacob dijo a su madre Rebeca: “Esaú mi hermano es hombre velludo y yo soy lampiño.
“Quizá mi padre me toque, y entonces seré para él un engañador y traeré sobre mí una maldición y no una bendición.”
Pero su madre le respondió: “Caiga sobre mí tu maldición, hijo mío. Solamente obedéceme. Ve y tráemelos.”
Jacob fue, tomó los cabritos y los trajo a su madre, y su madre hizo un buen guisado, como a su padre le gustaba.
Jacob sabe que corre el peligro de que su padre en vez de bendecirlo lo va a maldecir su se da cuenta que se ha burlado de su padre.
Pero a Rebeca no le importa.
Rebeca está dispuesta a que la maldición caiga sobre ella.
Ella asume las consecuencias de este plan tan malévolo.
Nosotros conocemos el desenlace de esta historia.
Jacob hace tal cual le ha dicho su madre.
Aunque Isaac sospecha que está siendo engañado, él bendice a Jacob declarando sobre él la bendición del primogénito.
Cuando llega por fin Esaú con el guiso que ha preparado, llega pidiendo la bendición y este Isaac se da cuenta de la traición de su propia esposa.
Y su padre Isaac le dijo: “¿Quién eres?” “Soy tu hijo, tu primogénito, Esaú,” le respondió.
Isaac tembló con un estremecimiento muy grande, y dijo: “¿Quién fue entonces el que trajo caza, antes de que tú vinieras, y me la trajo y yo comí de todo, y lo bendije? Sí, y bendito será.”
Al oír Esaú las palabras de su padre, clamó con un grande y amargo clamor, y dijo a su padre: “¡Bendíceme, bendíceme también a mí, padre mío!”
Pero Isaac respondió: “Tu hermano vino con engaño y se ha llevado tu bendición.”
Conclusión
Conclusión
Lo terrible de toda esta situación es lo que sucede entre los jóvenes mellizos.
Es cierto, Rebeca ha logrado que su hijo favorito fuese bendecido.
Es cierto, que el plan de Rebeca ha “funcionado”.
Sin embargo, ¿a qué costo?
Esaú, pues, guardó rencor a Jacob a causa de la bendición con que su padre lo había bendecido; y Esaú se dijo: “Los días de luto por mi padre están cerca; entonces mataré a mi hermano Jacob.”
Los mellizos están enemistados.
Esta tan grave lo que Jacob ha hecho que su propio hermano, su hermano mellizo está sediento de venganza y dispuesto a matarlo solo que pasen los días de luto por la muerte de su padre.
Rebeca le avisa a su hijo Jacob.
Al hijo que tanto ha amado.
Al hijo que ha sido su favorito.
Al hijo que ella ha querido de una manera tan particular…ahora tiene que despedirlo porque debe huir para salvar su propia vida.
Cuando las palabras de Esaú, su hijo mayor, le fueron comunicadas a Rebeca, envió a llamar a Jacob, su hijo menor, y le dijo: “Mira, en cuanto a ti, tu hermano Esaú se consuela con la idea de matarte.
“Ahora pues, hijo mío, obedece mi voz: levántate y huye a Harán, a casa de mi hermano Labán.
“Quédate con él algunos días hasta que se calme el furor de tu hermano;
hasta que la ira de tu hermano contra ti se calme, y olvide lo que le hiciste. Entonces enviaré y te traeré de allá. ¿Por qué he de sufrir la pérdida de ustedes dos en un mismo día?”
Ella sabe que lo que ha hecho es muy grave.
Ella sabe que ha provocado una herida mortal en la relación de sus hijos mellizos.
Rebeca despide a Jacob y jamás vuelve a mirar a su hijo.
La Biblia no nos dice como fue o donde fue que murió Rebeca.
Nos da a entender que jamás volvió a reencontrarse con su hijo Jacob.
…fue un adios para siempre.
…por tanto Rebeca tuvo que vivir con esta pena/dolor hasta el día de su muerte.
Esto me lleva a pensar que la misma Rebeca que actuó con tanta fe, con tanta firmeza, con tanta confianza en Dios es la misma Rebeca que actuó con tanto engaño, con tanta maldad, con favoritismo por un hijo, con tanta artimaña.
La misma Rebeca que aceptó la voluntad de Dios y se encomendó en sus manos fue la misma que ahora estaba provocado el odio entre sus mellizos.
Rebeca fue responsable de esta ruptura familiar.
La misma Rebeca que vio la mando de Dios era la misma Rebeca que ahora estaba desintegrando a su propia familia.
Cuando veo a Rebeca envejeciendo sin la compañia de sus hijos puede ver:
A una Rebeca quizá arrepentida de ver como actuó.
A una Rebeca que quizá anhelaba volver atrás el tiempo y poder comenzar otra vez.
A una Rebeca arrepentida de como pudo haber provocado la ruptura de su familia.
…es aquí donde veo que Rebeca necesita confiar en la gracia de Dios que restaura, sana, levanta, cura las heridas, y sobre todo perdona a las madres que han fallado.
…amados hermanos, como padres hemos fallado tanto.
…amados hermanos, como padres podemos ver que nuestras decisiones, el trato que les damos a nuestros hijos en ocasiones ha causado afectos muy negativos.
…podemos ver que hemos hecho cosas contra ellos, hemos dicho cosas que los ha dañado, lastimado, herido…y sin embargo lo hemos hecho siendo esos hombres y mujeres que hemos confiado en Dios.
…hemos fallado como padres a pesar de que somos creyentes que hemos nacido de nuevo.
…hemos fallado a pesar de que somos miembros de una congregación.
…hemos fallado como padres a pesar de que hemos seguido a Dios por muchos años.
…pero hoy es el día de esperanza.
Hoy podemos reconocer nuestros errores.
Hoy podemos pedir perdón a nuestros hijos.
Hoy podemos confiar en la gracia y misericordia de Dios.
Hoy podemos confiar en el poder de Dios para sanar las heridas que hemos causado y restaurar lo que hemos perdido.