¿De quién es esta imagen?
12 de octubre de 200822º de PentecostésCULTO DE SANTA CENA | Isaías 45:1-7Salmo 96:10-131 Tesalonicenses 1:1-10Mateo 22:15-22 |
¿DE QUIÉN ES ESTA IMAGEN?
¿Hablamos de la crisis? Jesús también habla de dinero.
El contexto amplio de este pasaje lo forman los capítulos 21-25 del evangelio de Mateo, donde éste presenta los últimos días de Jesús en Jerusalem, antes de su muerte en la cruz. En ellos se produce un “crescendo”, un aumento de la tensión dramática hasta el desenlace final.
El capítulo 21 comienza con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalem (21,1-11) y su primera acción como Mesías, la purificación del templo (21,12-17).
El relato de la higuera estéril, a la que Jesús hace secar por no encontrar en ella fruto (21,18-22), anticipa los enfrentamientos entre Jesús y sus adversarios y las enseñanzas que Jesús va a dar por medio de parábolas para explicar el sentido de lo que está sucediendo.
Mientras Jesús comienza a enseñar en el templo, “los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos” cuestionan la autoridad de Jesús (21,21-27): “¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado tal autoridad?” (21,23).
A partir de ese momento, va a ser Jesús quien cuestione, por medio de tres parábolas, la autoridad de los jefes religiosos de Israel:
1. Parábola de los dos hijos (21,28-32): Ante la predicación de Juan el Bautista “vosotros [los que han cuestionado su autoridad] no cambiasteis de actitud ni le creísteis” (21,32)
2. Parábola de los labradores malvados (21,33-46): “A vosotros se os quitará el reino, y se le dará a un pueblo que produzca los frutos debidos” (21,43). “Los jefes de los sacerdotes y los fariseos, al oír las parábolas que contaba Jesús, comprendieron que se refería a ellos. Quisieron entonces apresarle, pero no se atrevían, porque la gente tenía a Jesús por profeta” (21,45-46)
3. Parábola del banquete de bodas (22,1-14): “Todo está preparado para la boda, pero aquellos invitados no merecían venir” (22,8)
Jesús responde a la acusación de las autoridades religiosas de Israel, acusándoles a ellos a su vez de haber perdido su legitimidad como gobernantes del pueblo de Dios. Ellos son los hijos que no han ido a trabajar a la viña, los labradores malvados y los invitados que no han asistido a la boda. Han escuchado las parábolas de Jesús y se han dado por aludidos. Y pasan al contraataque.
“Después de esto, los fariseos se pusieron de acuerdo para sorprender a Jesús en alguna palabra y acusarle” (22,15). El evangelista se centra en el partido de los fariseos (tras la destrucción de Jerusalem el año 70 d.C. sólo ellos habían sobrevivido como grupo, y ellos eran los que se enfrentaban a la iglesia cuando se estaba escribiendo el evangelio).
Mateo presenta una alianza “contra natura”. Los fariseos eran el partido “ultraortodoxo” y “tradicionalista”, los más piadosos y cumplidores de la ley. Toda la vida la vivían como un constante cumplimiento de la ley. No se enfrentaban militarmente a los romanos, pero esperaban su destrucción cuando llegara el Reino de Dios con sus legiones de ángeles.
Aquí se presentan a Jesús aliados con los “herodianos”, partidarios políticos de los descendientes de Herodes el Grande, la familia gobernante impuesta a la fuerza por los romanos. Estos llevaban una forma de vida pagana, introducida a la fuerza por los ocupantes helenistas hacía dos siglos. Eran “modernos” e “irreligiosos”. Sin embargo, unos y otros se ponen de acuerdo para enfrentarse a Jesús.
La introducción es retórica. Jesús los va a llamar “hipócritas”, “comediantes”, “farsantes” (v. 18b). Le dicen a Jesús: “tú siempre dices la verdad...” (22,16b). Como contraste: mientras que Jesús sí es ciertamente veraz, ellos son unos mentirosos: su actitud no se corresponde a su enseñanza.
La cuestión que le plantean es la siguiente: “¿Estamos nosotros obligados a pagar impuestos al césar, o no?” (22,17). En aquellos momentos de tensión nacionalista, incluso entre los propios adversarios que se han puesto de acuerdo contra Jesús, era “la pregunta del millón”. Se trataba de la relación entre Israel y los pueblos paganos. La relación entre la iglesia y el mundo.
Jesús pide la moneda con la que se pagaba el impuesto personal anual a Roma: un denario (el salario de un día). Y pregunta por la imagen que aparece en ella. La moneda estaba, naturalmente, acuñada con la imagen del emperador. Era de curso legal en todo el imperio, como símbolo del poder romano y de la “pax romana”: un mundo “globalizado” alrededor del Mediterráneo, donde muchos podían trabajar, comerciar, enriquecerse… Con la moneda del emperador… Con el sistema imperial romano… Bajo el poder del emperador… El impuesto del denario no gustaba a nadie. No eran los impuestos destinados a pagar las inversiones más o menos sociales de un estado democrático, sino la señal de la ocupación militar, humillante, que volvía a situar a Israel bajo la esclavitud, como al principio bajo los egipcios.
¿Podían dejar de pagar el impuesto? Habría supuesto la rebelión contra Roma. Los celotes la provocaban. Los herodianos la rechazaban. Los saduceos la temían. Los fariseos deseaban evitarla y que el Reino llegara sin enfrentamientos. De hecho, treinta años más tarde se produjo la rebelión, y los romanos destruyeron Jerusalem. La pregunta por el impuesto también era retórica: Claro que había que pagar, aunque no gustara a nadie.
La respuesta de Jesús parece un eco de la sabiduría de Salomón. “Dad al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios” (22,22).
Durante dos mil años se han escrito ríos de tinta sobre esta frase. Ha servido para justificar las más variadas posturas. Relacionada con la postura de Pablo, que pide respeto a las autoridades, ha servido para predicar la total sumisión a los gobiernos más tiránicos. Sirvió de inspiración a la doctrina de “las dos ciudades”, la de Dios y la del mundo. Una dentro de la otra. O una frente a la otra. O una por encima de la otra. O una anulando a la otra. Muchos sistemas políticos se han inspirado en estas palabras de Jesús. Porque sólo se ha leído la primera parte de la frase: “Dad al césar lo que es del césar”. Y del césar es siempre el poder económico, político y militar, que pretende gobernar las vidas humanas como si fuera un dios que está por encima del ser humano
Sin embargo, lo importante de la frase de Jesús es la segunda parte: “Dad a Dios lo que es de Dios”. Por desgracia, cuando se ha tenido en cuenta, se ha malentendido su significado. Mientras al césar le damos lo humano, lo “material”, vamos a darle a Dios lo “espiritual”: culto, alabanza, sacrificios, diezmos, solemnidad, cantos, meditaciones… es decir, religión.
Y se sigue planteando la cuestión como un conflicto entre iglesia(s) y estado(s). Entre religión, por un lado, y política-economía-ciencia-progreso, etc., por el otro… Como si pudiera plantearse de esta manera.
Está claro de quiénes son las imágenes de las monedas, y de los billetes de banco: De reyes, reinas, princesas, y de “poderosos” o simplemente “famosos” de toda clase… Siguen siendo el símbolo del poder… Sólo hay que fijarse en la diferencia entre los problemas económicos de una familia cualquiera y los problemas económicos de los grandes financieros… Son los dueños de la economía, los dueños del dinero. Ellos lo inventan, lo ponen en circulación, y al final se lo vuelven a quedar.
“A Dios lo que es de Dios”. Sin embargo, ¿qué es de Dios? ¿Únicamente “lo espiritual”: culto, alabanza, sacrificios, diezmos, solemnidad, cantos, meditaciones… es decir, religión? Creo que no.
¿Dónde se encuentra la imagen de Dios? Leemos al comienzo de la Biblia: “Hagamos al hombre a nuestra imagen […] Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gén 1,26-27). Pensemos un poco en estas palabras:
1) Todos los seres humanos llevamos la “imagen” de Dios. Somos “imagen” de Dios. Porque le pertenecemos. Totalmente, no una parte de nosotros. Aunque vivamos en la “ciudad terrena”, todos y totalmente pertenecemos a Dios. Aunque demos el denario al imperio, aunque trabajemos por “este mundo” en el que Dios nos ha puesto, somos de Dios. Todos nosotros. Y “todo yo”. Nadie en absoluto, ningún “césar”, puede reclamar del ser humano lo que sólo le pertenece a Dios. Su persona, su voluntad, su obediencia, su dignidad, su vida, su felicidad... Todo lo que el ser humano recibe de Dios, es de Dios. Es un regalo de Dios, que nada ni nadie puede pretender arrebatar al ser humano.
2) Israel era “propiedad especial” de Dios, pueblo de Dios, para cumplir una función especial de cara al resto de pueblos de la tierra: “Vosotros habéis visto lo que hice con los egipcios, y que os he traído a donde yo estoy como si vinierais sobre las alas de un águila. Así que, si me obedecéis en todo y cumplís mi pacto, seréis mi pueblo preferido entre todos los pueblos, pues toda la tierra me pertenece. Vosotros me seréis un reino de sacerdotes, un pueblo consagrado a mí” (Éx 19,4-6)
3) Nosotros somos de Dios. Hemos recibido el bautismo, la “marca” de Dios, el “sello” de Dios que nos convierte en su propiedad. Hemos sido “adquiridos” por Dios, como Israel para cumplir una tarea específica: “vosotros sois una familia escogida, un sacerdocio al servicio del Rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios, destinado a anunciar las obras maravillosas de Dios”. “Cristo nos ama y nos ha librado de nuestros pecados derramando su sangre, y ha hecho de nosotros un reino; nos ha hecho sacerdotes al servicio de su Dios y Padre” (Ap 1,5-6)
4) Todo ser humano es “imagen de Dios”, su “ídolo”, su “representante” en esta tierra. En todos ellos quiere Dios ser servido y amado, sobre todo en los más pequeños, humildes y necesitados. Porque Dios mismo ha asumido nuestra naturaleza humana en Jesús de Nazaret, y se ha hecho como uno de nosotros, y se ha humillado hasta la muerte más humillante: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos forastero y te recibimos, o falto de ropa y te vestimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’ El Rey les contestará: ‘Os aseguro que todo lo que hicisteis por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicisteis” (Mt 25,37-40).
Habrá que tener cuidado lo que hacemos con las monedas, porque nosotros somos las monedas de Dios.
AMÉN