Parabola del sembrador, terrenos y almas I
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Parábola del sembrador
Parábola del sembrador
1 Otra vez comenzó Jesús a enseñar junto al mar, y se reunió alrededor de él mucha gente, tanto que entrando en una barca, se sentó en ella en el mar; y toda la gente estaba en tierra junto al mar.2 Y les enseñaba por parábolas muchas cosas, y les decía en su doctrina:3 Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar;4 y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron.5 Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra.6 Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.7 Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto.8 Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.9 Entonces les dijo: El que tiene oídos para oír, oiga.
10 Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. 11 Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; 12 para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados. 13 Y les dijo: ¿No sabéis esta parábola? ¿Cómo, pues, entenderéis todas las parábolas? 14 El sembrador es el que siembra la palabra. 15 Y éstos son los de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones. 16 Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; 17 pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan. 18 Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, 19 pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa. 20 Y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.
LA EXPECTATIVA DE UN MESIAS
Desde el inicio del siglo I la nación de Israel estuvo dominada por la expectativa mesiánica. El pueblo judío imaginaba un libertador que lo rescataría de la ocupación romana y restauraría a la gloria de Israel todo lo que se había perdido a manos de opresores extranjeros como los asirios, babilonios, griegos y romanos.
Como lectores dedicados del Antiguo Testamento, los judíos miraban hacia las amplias promesas del reino del Mesías con gran anticipación, convencidos de que Él restablecería el trono de David en Jerusalén y exaltaría a la nación por sobre todas las demás naciones. En tiempos del Nuevo Testamento la única dinastía real en Israel era la de los Herodes, que gobernaba por consentimiento de Roma. Sin embargo, Herodes el Grande y sus hijos eran edomitas, descendientes de Esaú, quienes reiteradamente ponían sus propios intereses por sobre los de los judíos. Bajo el dominio romano, el pueblo estaba obligado a pagar onerosos impuestos al César (cp. Mr. 2:13-17), un doloroso recordatorio de su agotadora esclavitud nacional. A menudo el objetivo de la brutalidad romana, en parte a causa del estricto monoteísmo judío, los israelitas se resentían cada vez más del yugo imperial que estaban obligados a soportar. A medida que el peso de la opresión extranjera aumentaba, las llamas de la anticipación mesiánica ardían cada vez con mayor brillo.
Cuando Juan el Bautista comenzó a predicar en el desierto, presentándose como el precursor del Mesías (cp. Mr. 1:2), la respuesta del pueblo fue entusiasta. Multitudes de todo Israel viajaban al desierto para oír lo que Juan tenía que decir. Rebosantes de anticipación, sus corazones sin duda se aceleraron cuando Juan les declaró: “Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado. Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero él os bautizará con Espíritu Santo” (1:7-8).
Sin embargo, en trágica ironía cuando su tan esperado Mesías finalmente llegó, la nación lo rechazó. El apóstol Juan expresó esa realidad con estas conocidas palabras: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn. 1:11).
Las mismas multitudes que esperaban su venida se volvieron contra Él, y al final pidieron a gritos su muerte.
Como Pedro se lo manifestó a una audiencia judía en el templo: “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos” (Hch. 3:13-15).
De modo inconcebible, Israel odió al ungido de Dios, al Mesías, incluso en una época en que la expectativa por su llegada nunca había sido más ferviente.
ELLOS OLVIDARON QUE EL MESIAS HABRIA DE PADECER.
Preocupado con la liberación política prometida en el Antiguo Testamento, el pueblo judío ciegamente pasó por alto el hecho de que el mismo Antiguo Testamento también predecía que el Mesías primero debía padecer y morir
1 ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?2 Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.3 Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.
4 Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. 5 Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. 6 Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
7 Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. 8 Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. 9 Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.
10 Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. 11 Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. 12 Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.
Pedro siguió explicando: “Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer” (Hch. 3:18).
Desde luego, el Señor Jesús regresará un día en el futuro para establecer su glorioso reino en Jerusalén (Ap. 19:11-20:6).
Pero en su primera venida, Jesús vino como el Cordero sacrificial final que llevaría el castigo por el pecado al morir en la cruz (cp. Fil. 2:5-11)
Jesús mismo declaró su misión con estas palabras: “Porque El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mr. 10:45).
EL SIERVO SUFRIENTE VS. LAS EXPECTATIVAS DE UN PRINCIPE GUERRERO
Está claro que su papel como el siervo sufriente no correspondía con las expectativas prevalecientes de un príncipe guerrero que derrocaría a los romanos. Aunque había un gran interés superficial en los milagros de Jesús, la cantidad de sus verdaderos discípulos era relativamente pequeña.
Debió haber sido difícil para los discípulos de Jesús entender por qué tan pocos en el pueblo judío, y en especial los dirigentes religiosos, creyeron en Él.
En numerosas ocasiones habían sido testigos de cómo Jesús ejerció poder divino sobre los demonios, la enfermedad y hasta la muerte. Ellos sabían que Él era el Mesías (cp. Mr. 8:29-30 ).
Los dirigentes religiosos de Israel se esforzaron sin cesar por desacreditar a Jesús en las mentes de las personas. Declararon “que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios” (Mr. 3:22).
Las multitudes que habían venido a oír a Jesús se vieron atrapadas entre una curiosidad superficial en los milagros de Él y un deseo de no ofender a los dirigentes religiosos (cp. Jn. 2:24-25).
LOS JUDIOS TEMIERON MAS A LOS LIDERES RELIGIOSOS QUE A DIOS
Incluso algunos de los fariseos experimentaron esta misma tensión: “Con todo eso, aun de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios” (Jn. 12:42-43).
El temor al hombre, junto con el elevado costo del discipulado, hicieron que muchos que fueron atraídos inicialmente a Jesús al final se alejaran (cp. Jn. 6:66).
¿Por qué ocurrió esto? ¿Cómo pudo ser que el tan esperado Mesías fuera tan ampliamente rechazado por su propio pueblo?
Sin lugar a dudas el poder de Jesús era divino.
Sus enseñanzas eran con autoridad;
sus milagros, maravillosamente sobrenaturales;
su vida, sin pecado;
su popularidad, sin precedentes.
No obstante, al final de su ministerio terrenal su grupo de seguidores solo ascendía a quinientos, tal vez en Galilea, y ciento veinte en Jerusalén (cp. Hch. 1:15; 1 Co. 15:6).
¿Por qué eran tan pocos? Un seguidor anónimo de Cristo le hizo esa misma pregunta en
23 Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: 24 Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán.
Jesús ya había contestado esa pregunta en el Sermón del Monte: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt. 7:13-14).
Era claro que Jesús hacía hincapié en la estrecha exclusividad del evangelio. Aun así, quienes creyeron en Él debieron preguntarse por qué la mayoría de sus compatriotas rechazaban al Mesías, incluso después que en un inicio respondieran a Él con entusiasmo y fascinación.
A fin de ayudar a sus discípulos a entender la causa del creciente rechazo por parte de Israel, Jesús creó una parábola aclaratoria sacada directamente del mundo agrícola del siglo I.
En Marcos 4:1-9 describió sencillamente a las multitudes de oyentes la realidad de los diferentes tipos de tierra de cultivo.
Luego expresó el propósito detrás de sus parábolas en los versículos MARCOS 4: 10-13, pero solo a sus seguidores.
En los versículos MARCOS 4: 14-20 les explicó que el propósito de esta parábola era ilustrar la razón fundamental para las respuestas de las personas al evangelio.
1. LA PARÁBOLA: UNA HISTORIA ACERCA DE LOS DIFERENTES TIPOS DE TIERRA
1. LA PARÁBOLA: UNA HISTORIA ACERCA DE LOS DIFERENTES TIPOS DE TIERRA
1 Otra vez comenzó Jesús a enseñar junto al mar, y se reunió alrededor de él mucha gente, tanto que entrando en una barca, se sentó en ella en el mar; y toda la gente estaba en tierra junto al mar.2 Y les enseñaba por parábolas muchas cosas, y les decía en su doctrina:3 Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar;4 y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron.5 Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra.6 Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.7 Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto.8 Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.
Después que su familia llegó buscándole con la aparente intención de llevárselo de vuelta a Nazaret (Mr. 3:21, 32), Jesús salió de la casa donde había estado ministrando y se retiró a las orillas del lago de Galilea. Allí, aún rodeado por muchas personas, otra vez comenzó Jesús a enseñar junto al mar. Más temprano ese mismo día (Mt. 13:1), después de curar a un ciego y mudo endemoniado, Jesús había sido acusado por los fariseos incrédulos de “que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios” (Mr. 3:22). En respuesta, el Señor les advirtió del peligro eterno de blasfemar así del Espíritu Santo que estaba obrando por medio de Él (Marcos 3:28-29 ).
Aunque había sido rechazado y repudiado por la élite religiosa de Israel debido a sus palabras, Jesús siguió siendo popular entre el pueblo común a causa de sus obras. Los enormes gentíos lo obligaban a pasar prolongados períodos en áreas rurales, lejos de las ciudades, con el fin de dar cabida a todos los que acudían a Él a causa de sus milagros (Marcos 1:45 ).
En esta ocasión, así como en otras (cp. 3:9), se reunió alrededor de él mucha gente, tanto que entrando en una barca, se sentó en ella en el mar; y toda la gente estaba en tierra junto al mar.
Para hacer frente a toda la multitud Jesús entró en una barca, probablemente una pequeña embarcación pesquera que habían sacado a la orilla, poniendo de este modo algún espacio entre Él y el gentío que presionaba. En estilo típico rabínico, el Señor se sentó para enseñar. Hacer eso también le proporcionaba estabilidad debido al balanceo de la embarcación. Según Mateo 13:2, el gentío escuchaba mientras permanecía en la playa.
En esta ocasión, Jesús les enseñaba por parábolas muchas cosas (cp. Mt. 13:1-52).
A partir de este momento las parábolas serían el medio principal de Jesús para enseñar a las multitudes (cp. Mt. 13:34).
LAS DOS FUNCIONES DE LAS PARABOLAS.
El propósito de las parábolas era clarificar la verdad a los creyentes y ocultarla de los incrédulos.
En ese sentido eran una bendición y un juicio.
La idea de las parábolas es hacer una comparación al colocar algo junto a otra cosa en aras de la ilustración o explicación.
Como analogías o relatos cortos, las parábolas usaban prácticas u objetos conocidos para aclarar verdades espirituales desconocidas o complejas.
Representaban una forma común de enseñanza rabínica,
Al presentar Jesús la parábola de los tipos de tierra, les decía en su doctrina: Oíd. La orden de poner atención a sus palabras destaca la importancia de lo que estaba a punto de manifestar.
El Señor eligió un escenario muy conocido como trasfondo de la parábola de las tierras. Sin lugar a dudas, muchos de sus oyentes eran agricultores. Ellos estaban muy familiarizados con la analogía que Jesús utilizó. Campos de cereales cubrían el paisaje de Galilea.
LA SEMILLA QUE CAYÓ JUNTO AL CAMINO
Los oyentes de Jesús eran también conscientes de los tipos de terrenos sobre los que podía caer la semilla cuando el sembrador salió a sembrar. Esparcir la semilla a mano significaba que algunas de las semillas inevitablemente caían en varias clases de tierra pobre. Aconteció que una parte caería junto al camino. Tales sendas eran secas y no ofrecían protección contra el clima cálido y árido. Debido al constate tráfico a pie los caminos eran compactados, casi como pavimento, lo que hacía casi imposible que cualquier semilla que cayera allí penetrara la tierra y echara raíces.
Debido a que la semilla que cayó junto al camino yacía expuesta a lo largo del polvoriento sendero, al poco tiempo vinieron las aves del cielo y la comieron. Estas aves seguían al sembrador, volando por detrás y esperando hasta que se hubiera ido a otra parte del campo con el fin de descender en picada y comerse la semilla fácilmente accesible. Cualquier semilla que las aves dejaran sería “hollada” (Lc. 8:5) por los viajeros que caminaban a lo largo del camino.
2. LA SEMILLA QUE CAYÓ EN LOS PEDREGALES
Otra parte cayó en un segundo tipo de tierra improductiva: pedregales, donde no tenía mucha tierra. Israel está conformado por terreno muy pedregoso, y muchas de las piedras yacían invisibles debajo de la superficie.
Los pedregales estaban cubiertos solo por una capa superficial de tierra. La parábola muestra que cuando la semilla fue a caer en estas superficies, germinó y brotó pronto una planta porque la tierra era cálida y la roca subyacente ayudaba a atrapar humedad y nutrientes. Lo que en principio se veía bien en la superficie fue solo temporal.
Aunque la planta inicialmente brotó, debido a que no tenía profundidad de tierra sus raíces no pudieron desarrollarse de modo adecuado. En consecuencia, una vez salido el sol, se quemó en el calor abrasador del desierto. Después que terminaban las lluvias de primavera, la planta en ciernes fue sometida a las duras condiciones de los meses de verano. Porque no tenía raíz, se secó rápidamente. Sin un sistema adecuado de raíces, la planta no podía obtener la humedad que necesitaba para llevar fruto (cp. Lc. 8:6).
3. LA SEMILLA QUE CAYÓ ENTRE LOS ESPINOS
Aún otra parte cayó en un tercer tipo de terreno: entre los espinos. Aunque esta tierra parecía buena después que fue labrada, en realidad estaba infestada de espinos, de modo que cuando el grano comenzó a brotar, un cultivo de malas hierbas creció junto con él, agobiando a la buena semilla hasta acabarle la vida. Los espinos chuparon el agua y los nutrientes de la planta buena, crecieron hasta tal punto que la ahogaron, y por tanto no dio fruto.
4. LA SEMILLA QUE CAYÓ EN BUENA TIERRA
Finalmente, en contraste con los tres primeros suelos inútiles, otra parte de la semilla cayó en buena tierra. Este terreno no estaba compactado como el del camino, ni era superficial como el de la tierra rocosa, ni estaba infestado con malezas como el del terreno con espinos. Más bien era suave y profundo, libre de espinos, y rico en humedad y nutrientes. Cuando la semilla cayó en este suelo, dio fruto, pues brotó y creció, de tal modo que el cultivo produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno. En el antiguo Israel, al segar los agricultores por lo general esperaban un rendimiento de seis a ocho veces. Un cultivo que rendía diez veces habría estado muy por encima del promedio. Cuando Jesús habló de cultivos que produjeron cosechas de treinta, sesenta, o ciento por uno, porcentajes que eran inimaginablemente altos; sus oyentes se habrían quedado sorprendidos. Ese tipo de resultados habría sido inaudito.
EL PROPÓSITO: MOTIVO DE LAS PARÁBOLAS
EL PROPÓSITO: MOTIVO DE LAS PARÁBOLAS
9 Entonces les dijo: El que tiene oídos para oír, oiga.
10 Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. 11 Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; 12 para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados. 13 Y les dijo: ¿No sabéis esta parábola? ¿Cómo, pues, entenderéis todas las parábolas?
Jesús concluyó su parábola con una declaración de advertencia y juicio.
Jesús concluyó su parábola con una declaración de advertencia y juicio.
No todos los que lo oyeron hablar pudieron entender la verdad que Él estaba explicando. El significado de la parábola sería revelado solo a aquellos cuyos corazones estaban listos a recibirlo; para los demás resultó ser un enigma irresoluble.
Entonces Jesús les dijo: El que tiene oídos para oír, oiga. Los líderes religiosos, junto con muchos de los laicos en las multitudes, ya habían rechazado al Señor. El juicio sobre ellos fue que sus corazones y oídos estaban cerrados a sus enseñanzas.
En consecuencia, no se les dio ninguna interpretación de las parábolas. Sin embargo, la declaración de Jesús sirvió como una invitación para los creyentes que estaban dispuestos a escuchar. A ellos les dio la explicación.
Cuando estuvo solo, es decir una vez que las multitudes se hubieron ido y Jesús quedó rodeado solo por sus discípulos más cercanos, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Según Mateo 13:10, “acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas?”. Ellos no entendían por qué Jesús decidió dirigirse a las multitudes usando analogías inexplicables y enigmas espirituales. ¿Por qué contaba historias sin explicar el significado?
En parte, la consternación de los discípulos estaba motivada por su propia falta de entendimiento (Mr. 4:13). Incluso ellos no supieron cómo interpretar la parábola hasta que el Señor les explicó el significado.
JESUS OFRECIO UNA EXPLICACION DOBLE PARA USAR PARABOLAS.
1. ocultar la verdad de los de corazón duro
2. y revelarla a quienes creían.
Por tanto, les dijo: A vosotros [que creéis en mí] os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera [que me han rechazado], reciben por parábolas todas las cosas. Los seguidores de Cristo tenían oídos para oír, y Jesús les reveló de buena gana el significado. Cuando el Señor contaba una parábola a los que creían, se trataba de una revelación de gracia que aclaraba esa verdad espiritual.
La palabra misterio (musterion) se refiere a la verdad espiritual que antes estuvo oculta pero que ahora se ha revelado. En tiempos modernos el vocablo “misterio” se usa a menudo para hablar de acontecimientos inexplicables, delitos sin resolver, o la trama intrigante de una novela de detectives. En la antigua Roma, los miembros de sectas paganas llamadas “religiones de misterio” realizaban ritos clandestinos y se enorgullecían de poseer conocimiento secreto. En las Escrituras, misterio no se refiere a ninguna de tales ideas. Los misterios del Nuevo Testamento consisten de revelaciones y explicaciones de verdad divina que los creyentes antes de la era del Nuevo Testamento no las entendían por completo.
En este contexto, el misterio es el reino de Dios, una referencia al reino de la salvación.
Aunque Dios reina sobre todos y sobre todo, el reino de la salvación está conformado solo por aquellos que le pertenecen a través de la fe salvadora. Puesto que han aceptado genuinamente a Jesucristo como Salvador y Señor, los creyentes han sido rescatados por Dios “el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y [han sido] trasladados al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col. 1:13-14).
Además, ellos han sido adoptados en la familia de Dios (Ro. 8:16 ); ya no pertenecen a este sistema del mundo (cp. 1 Jn. 2:16-17). En cambio, son ciudadanos del cielo (Fil. 3:20), su verdadero hogar.
Las parábolas de Jesús tienen un propósito totalmente distinto para los incrédulos: ocultarles la verdad.
Para los que están fuera del reino, como los dirigentes religiosos que acababan de declarar que Jesús estaba endemoniado (Mr. 3:22), las parábolas quedaban sin explicación y, por tanto, parecían nada más que enigmas.
Desde este momento en adelante las personas recibirían por parábolas todas las cosas, lo cual representaba una realidad de juicio divino por su persistente incredulidad (cp. Mt. 13:34-35). Jesús ilustró este punto refiriéndose a Isaías 6:9-10: para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados.
Aunque escritas unos siete siglos antes, esas palabras de Isaías presentaron una descripción acertada de los israelitas incrédulos en la época de Jesús. Durante el ministerio de Isaías, el pueblo hacía reiteradamente caso omiso a las advertencias del profeta hasta que sus conciencias estuvieron tan cauterizadas, y sus sentidos espirituales tan embotados, que ya no tenían ninguna capacidad para entender o responder. Dios permitió que endurecieran el corazón hasta el punto en que ya no podían arrepentirse. En consecuencia, el juicio divino sobre Israel, ejecutado por medio del instrumento de los ejércitos invasores de Nabucodonosor, se volvió inevitable. Las parábolas de Jesús representan una forma parecida de juicio sobre la intransigente incredulidad que Él encontró en el siglo I.
Debido al reiterado rechazo que el pueblo mostraba ante las claras enseñanzas de Jesús y sus innegables milagros, desde este momento en adelante el Maestro iría a enmarcar sus enseñanzas en una manera que ellos no pudieran entender.
Al no poder comprender la verdad no podían convertirse ni les serían perdonados los pecados. Por tanto, enfrentarían la ira de Dios. Históricamente, el juicio divino llegó sobre la apóstata nación de Israel en el año 70 d.C, cuando Jerusalén fue destruida por los romanos. Eternamente, ese juicio vino cuando los que habían rechazado a Jesús murieron y fueron arrojados a los tormentos eternos del infierno.
Jesús volvió a enfocarse en sus discípulos cuando les dijo: ¿No sabéis esta parábola? Era evidente que no sabían su significado. El Señor continuó: ¿Cómo, pues, entenderéis todas las parábolas? Al hacer esa segunda pregunta los motivó a escuchar con cuidado mientras explicaba su significado.
Según indican las palabras de Jesús, entender la parábola de los terrenos era clave para interpretar todas las parábolas posteriores.
Si los discípulos no lograban entender verdades tan fundamentales acerca de la salvación y el evangelio, más adelante no iban a poder captar verdades que se cimentaran sobre esa base.
En un nivel práctico, era esencial para los discípulos de Jesús entender por qué el mensaje divino estaba siendo rechazado por muchos.
Los discípulos también serían heraldos del evangelio que experimentarían un trato similar de parte de incrédulos.
No obstante, sus esfuerzos de evangelización no serían en vano. Aunque no todos escucharían, algunos sí lo harían, y los que respondieran en fe llevarían fruto abundante.
LA EXPLICACION DE LA ENSEÑANZA: SIGNIFICADO DE LA PARÁBOLA
LA EXPLICACION DE LA ENSEÑANZA: SIGNIFICADO DE LA PARÁBOLA
14 El sembrador es el que siembra la palabra. 15 Y éstos son los de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones. 16 Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; 17 pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan. 18 Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, 19 pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa. 20 Y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.
Aunque popularmente esta parábola se le conoce como “del sembrador”, el sembrador no es para nada el enfoque de la analogía de Jesús.
Es más, no se dan detalles en cuanto al sembrador.
La semilla que se siembra es la palabra de Dios, el mensaje bíblico de salvación (cp. Lc. 8:11).
En Mateo 13:37, al explicar la parábola del trigo y la cizaña Jesús señaló: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre”.
La misión de Jesús era predicar “el evangelio del reino de Dios” (Mr. 1:14), proclamar el mensaje de salvación (Mr. 1:38 ).
En paralelo a esa parábola, es obvio que el sembrador en la historia se refiere a cualquiera que disemina el mensaje del evangelio.
Jesús menciona solo brevemente al sembrador y la semilla, y hace recaer el énfasis principal en los tipos de tierra.
Según el relato de Mateo, la tierra representa los corazones de los que oyen el evangelio que se les predica
19 Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino.
El mensaje de salvación se recibe de distinta manera por diferentes personas.
Muchos pueden demostrar un interés superficial y temporal en el evangelio, pero solo aquellos a quienes el Espíritu de Dios ha preparado de forma sobrenatural responderán en fe verdadera y llevarán fruto perdurable (Jn. 6:67).
Las palabras de Jesús habrían traído luz a sus oyentes como animadoras para los discípulos, a quienes pronto enviaría a predicar el evangelio a todas las naciones (cp. Mt. 28:18-20).
Por una parte, esta parábola preparó a los discípulos para su tarea de evangelización, advirtiéndoles que esperaran que algunos respondieran positivamente al evangelio mientras que otros lo rechazarían.
El Señor estaba preparando a sus discípulos, y a todas las generaciones posteriores de cristianos evangelistas, para esperar cuatro respuestas básicas a la predicación del evangelio: los indiferentes, los superficiales, los mundanos y los receptivos.
LOS INDIFERENTES: EL TERRENO JUNTO AL CAMINO
LOS INDIFERENTES: EL TERRENO JUNTO AL CAMINO
15 Y éstos son los de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones.
La tierra dura y sin cultivar que cubría las vías en toda Galilea proporcionó la analogía perfecta para un corazón duro y no receptivo.
Los de junto al camino, en quienes se siembra la palabra, se hallan tan endurecidos por su incredulidad que la semilla del evangelio es incapaz de penetrar en absoluto.
El mismo sol que brinda vida a la semilla plantada en tierra buena endurece el barro de la incredulidad en los corazones de aquellos que rechazan el mensaje.
La razón de que tales sujetos no reciban el evangelio no se debe a ninguna deficiencia o habilidad del sembrador, o al poder de la semilla, sino más bien a la propia incredulidad voluntaria que demuestran tener.
Al resistir continuamente la verdad acerca de Cristo, sus corazones se han endurecido como pavimento.
Su callosa animosidad hacia la verdad es tan grande que después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones. Al negarse a creer permanecen esclavizados al príncipe de las tinieblas
1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,
Satanás (“el malo”, Mt. 13:19) es “en los cuales el dios de este siglo [que] cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Co. 4:4).
En sus esfuerzos por frustrar el avance del evangelio, Satanás puede usar cualquier cantidad de medios con el fin de quitar la palabra que se sembró.
Durante el ministerio de Jesús, el principal obstáculo para creer provino del sistema religioso de Israel. En los siglos posteriores Satanás ha seguido usando falsos maestros, religión hipócrita, y el temor de los hombres para evitar que el evangelio penetre en los corazones de los incrédulos.
LOS SUPERFICIALES: EL TERRENO PEDREGOSO
LOS SUPERFICIALES: EL TERRENO PEDREGOSO
16 Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; 17 pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan.
Cuando la semilla cae en terreno pedregoso penetra el suelo y hasta brota rápidamente, pero pronto muere.
El suelo pedregoso representa entonces a las personas que a pesar de su emoción inicial, en última instancia rechazan el evangelio.
Debido a que la fe que profesan no es genuina, Jesús los comparó asimismo con aquellos descritos en el terreno al lado del camino. La única diferencia es que al principio su dureza de corazón no es evidente, pues está enterrada debajo de la superficie.
A primera vista, el suelo pedregoso se ve bien. Jesús explicó que estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo.
La respuesta inicial de algunos al evangelio es emocional y dramática.
Toda señal externa parece indicar fe verdadera.
No obstante, en realidad su fe es superficial y temporal.
Sus sentimientos son afectados, pero sus corazones no son transformados.
En consecuencia, no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración.
Por debajo de la fina capa de entusiasmo exterior yace una capa impenetrable de incredulidad no arrepentida, como una franja de lecho de roca que no es visible inmediatamente.
La superficialidad del compromiso de estos individuos se evidencia cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra. Obligados a calcular el costo de seguir a Cristo, la verdadera naturaleza de su interés en el evangelio se hace evidente.
En lugar de soportar sufrimiento por el bien del evangelio, su fe decae a la primera señal de sacrificio y problema.
Incapaces de perseverar, debido a que su fe en el evangelio no va más allá de la superficie, luego tropiezan bajo la presión de las dificultades.
tropiezan. Cuando la fe de estos individuos se pone a prueba (cp. Jn. 8:31; 1 Jn. 2:19), tropiezan, caen y se escandalizan por causa de la persecución que enfrentan.
Puesto que su fe en Cristo carece de :
un verdadero, abatimiento por el pecado,
de un arrepentimiento veraz,
de un deseo sincero de justicia,
y de un amor profundo por el Salvador, en realidad esa fe nunca ha echado raíces.
Es inevitable que cuando las cosas se ponen difíciles, estos individuos abandonen su compromiso superficial con el Señor.
Por el contrario, los creyentes verdaderos poseen una fe que soporta la persecución y hasta el martirio por causa de seguir a Cristo (cp. Lc. 9:23-25; 2 Ti. 3:12).
LOS MUNDANOS: EL TERRENO ESPINOSO
LOS MUNDANOS: EL TERRENO ESPINOSO
18 Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, 19 pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa.
Los que fueron sembrados entre espinos, al igual que los del suelo pedregoso, parecen buenos por fuera, pero por debajo la tierra está contaminada por espinas y malezas ocultas.
La palabra espinos (akantha) se refiere a una zarza espinosa común en la tierra de Israel que se encuentra a menudo en el terreno cultivado. (Esta misma palabra se usa en Mt. 27:29 para referirse a la corona de espinas colocada en la cabeza de Jesús durante su crucifixión).
Cuando la semilla comienza a crecer, una maleza espinosa brota a su lado, asfixiando finalmente la planta buena para que no pueda llevar fruto.
El suelo infestado de espinos representa a los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa.
A diferencia:
del corazón resistente y duro de los del lado del camino,
o del sentimentalismo superficial de los del suelo pedregoso,
los representados por el suelo espinoso son de doble ánimo.
En lugar de poseer un amor singular por Cristo, sus corazones permanecen cautivos por un amor hacia el mundo.
Su preocupación por los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas pone al descubierto la verdadera lealtad de sus corazones. Como lo explicó Jesús en el Sermón del Monte:
19 No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; 20 sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. 21 Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Pocas barreras para el evangelio son más engañosas o mortales que la atracción por lo mundano y el amor al dinero.
El apóstol Pablo advirtió que “porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Ti. 6:10). El apóstol Juan expresó una amonestación similar:
15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16 Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. 17 Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
El amor por el mundo y el amor por la palabra son incompatibles y mutuamente exclusivos; el uno ahoga al otro.
Aquellos que aman de veras a Cristo abandonarán el mundo. Al contrario, los que aman el mundo abandonarán a Cristo y, por tanto, llegarán a ser espiritualmente infructuosos.
LOS BUENOS: EL TERRENO RECEPTIVO
LOS BUENOS: EL TERRENO RECEPTIVO
20 Y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.
Jesús contrasta los tres tipos de tierra mala con la tierra suave, limpia y fértil de la fe verdadera.
Él describe a los discípulos genuinos como los que fueron sembrados en buena tierra.
Sus corazones han sido preparados por Dios mismo (cp.
44 Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.
65 Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre.
Estos son cultivados y labrados por el Espíritu Santo
8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.9 De pecado, por cuanto no creen en mí;10 de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más;11 y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.
por eso es que oyen la palabra, y la reciben (cp. las palabras de Pablo en 1 Ts. 2:13: “Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes”).
La verdad de la Palabra de Dios se arraiga profundamente en ellos.
Ni Satanás ni el mundo pueden frustrar el efecto salvador del evangelio cuando está depositado en un corazón preparado por Dios para recibirlo.
Aunque muchos oyentes rechazarán el evangelio debido:
a dureza,
superficialidad
y mundanalidad,
Los verdaderos creyentes, aquellos caracterizados por la buena tierra, no solo reciben el evangelio de manera mental, sino que son transformados por este a través del poder del Espíritu Santo.
En consecuencia, inevitable y necesariamente dan fruto. Jesús explicó este tema a sus discípulos en Juan 15:5-8, usando una metáfora agrícola diferente:
5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.6 El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden.7 Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.8 En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.
Como indican las palabras de Jesús, llevar fruto es la característica suprema de quienes creen de veras (Jn. 8:31; 14:15).
Después de haber sido vivificados por el Espíritu de Dios (cp. Ef. 2:4-5), producen:
“frutos dignos de arrepentimiento” (Mt. 3:8),
“frutos de justicia” (Fil. 1:11; cp. Col. 1:6),
y “el fruto del Espíritu” (Gá. 5:22-23).
Aunque los creyentes no son salvos por hacer buenas obras (Ef. 2:8-9), quienes son verdaderamente salvos darán evidencia de su nueva vida en Cristo por medio del fruto de la obediencia (Ef. 2:10; cp. Mt. 7:16-20; 2 Co. 5:17).
Jesús incluyó a menudo un elemento sorprendente en sus parábolas.
La cosecha que describe aquí, de treinta, sesenta, y ciento por uno, superaba en gran manera cualquier resultado que los agricultores del siglo I experimentaran.
Esas cifras representan rendimientos del 3.000, 6.000 y 10.000 por ciento.
Como se indicó antes, los rendimientos naturales no superaban las ocho veces, y un cultivo que producía diez veces habría sido extraordinario. Sin embargo, los campos a los que Jesús se refiere son exponencialmente más productivos. Cuando el evangelio va por delante, fortalecido por el Espíritu de Dios, los resultados son sobrenaturales.
Todos los creyentes están llamados a ser testigos del evangelio de Jesucristo (cp. Mt. 28:18-20).
No deben manipular la semilla, ni pueden cultivar la tierra. Más bien, deben lanzar fielmente el mensaje del evangelio.
Cuando lo hacen pueden esperar que las respuestas que reciban caigan en una de estas tres categorías.
Algunos lo rechazarán de plano, debido a la dureza de corazón.
Otros demostrarán un interés superficial, solo para alejarse cuando lleguen las dificultades.
Algunos más profesarán amor por Cristo mientras al mismo tiempo alimentarán un afecto mortal por el mundo.
Por último, habrá algunos que recibirán de veras el evangelio. Humildemente se convertirán de sus pecados y de todo corazón aceptarán al Señor Jesús como su Salvador y Rey.
La autenticidad de su profesión de fe se demostrará por el fruto abundante de sus vidas transformadas, mientras también andan en obediencia y fe.
EVANGELIZACION
Por una parte, saber que muchos rechazarán el evangelio permite a los creyentes enfocar la evangelización con expectativas apropiadas.
Por otra parte, saber que algunos creerán realmente deberá servir como un gran estímulo.
Al evangelizar, los cristianos son privilegiados de participar en una empresa que no puede fallar.
Aquellos a quienes Dios está atrayendo de modo soberano hacia sí serán salvos.
Si Él ha preparado la tierra de sus corazones, la semilla invariablemente echará raíces y llevará fruto abundante.
Aunque pueden haber muchas explicaciones de por qué la gente rechaza el evangelio de salvación, el verdadero arrepentimiento solo se puede explicar como una obra sobrenatural de Dios (cp. 2 Ti. 2:25).
Todos los pecadores nacen con corazones que son duros, superficiales y mundanos. Al hablar del estado del alma antes de la conversión en que se hallaban, Pablo les dijo a los efesios:
1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.
El corazón no redimido es incapaz de prepararse por sí mismo para recibir el evangelio.
Solo Dios puede transformar lo que está frío, endurecido y muerto en algo vibrante, receptivo y pletórico de vida.
Pablo continuó diciendo: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2:4-5 ).
Qué gran consuelo es saber que la preparación del terreno es obra de Dios.
Él suple tanto la semilla de su Palabra como el poder de su Espíritu.
Prepara la tierra, obrando en los corazones de aquellos que está atrayendo hacia sí mismo.
La tarea del evangelista es simplemente sembrar la semilla por medio de la predicación fiel del evangelio.
Después de cumplir con esa responsabilidad, los creyentes pueden reposar en la soberanía de Dios, sabiendo que su Palabra llevará fruto en los corazones y vidas de aquellos a quienes Él ha llamado.