La Gloria de Dios
Sermon • Submitted
0 ratings
· 226 viewsNotes
Transcript
Ver la gloria de Dios
Ver la gloria de Dios
El fin último de Jesucristo
El fin último de Jesucristo
Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.
2 Corintios 4:6
Todo lo que Dios ha creado tiene que ver con su gloria. Lo que el hombre anhela en lo más íntimo de su corazón y lo que el cielo y la tierra tienen de significado más profundo se resumen en esto: la gloria de Dios. El universo fue hecho para reflejarla, y nosotros fuimos hechos para verla y saborearla. Si no cumplimos con ese propósito, las cosas no pueden ir bien, y por eso el mundo está como está, dominado por el desorden y el caos. Hemos sustituido la gloria de Dios por otras cosas (Romanos 1:23).
y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles.
Los cielos cuentan la gloria de Dios (Salmo 19:1).
Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos.
Por eso existe el universo. Todo está relacionado con la gloria.
A veces la gente se confunde al comparar esta inmensidad con la aparente insignificancia del hombre. Ciertamente parece que nos hace infinitesimalmente pequeños, pero el significado de esta magnitud no tiene que ver con nosotros, sino con Dios.
Los cielos cuentan la gloria de Dios, dice la Escritura. La razón de que se haya “desperdiciado” tanto espacio en un universo para albergar una pizca de humanidad es hacer una observación sobre nuestro Creador, no sobre nosotros. Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas: él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio (Isaías 40:26).
Alcen los ojos y miren a los cielos: ¿Quién ha creado todo esto? El que ordena la multitud de estrellas una por una, y llama a cada una por su nombre. ¡Es tan grande su poder, y tan poderosa su fuerza, que no falta ninguna de ellas!
El anhelo más profundo del corazón del hombre es conocer y disfrutar de la gloria de Dios.
Fuimos hechos con ese propósito. Trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra […]; para gloria mía los he creado, dice el Señor (Isaías 43:6–7).
Al norte le diré: “¡Entrégalos!” y al sur: “¡No los retengas! Trae a mis hijos desde lejos y a mis hijas desde los confines de la tierra.
Trae a todo el que sea llamado por mi nombre, al que yo he creado para mi gloria, al que yo hice y formé.” »
Verla, saborearla y reflejarla: ésa es la razón de nuestra existencia. Las desconocidas e inimaginables extensiones del universo creado por Dios son una parábola de las inagotables riquezas de su gloria (Romanos 9:23).
¿Qué si lo hizo para dar a conocer sus gloriosas riquezas a los que eran objeto de su misericordia, y a quienes de antemano preparó para esa gloria?
El ojo físico tiene que decirle al ojo espiritual: “El Deseo de tu alma no es esto, sino el Hacedor de esto”. San Pablo dijo: Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (Romanos 5:2). Y también dijo, de una manera incluso más precisa, que habíamos sido preparados de antemano para gloria (Romanos 9:23). Por eso fuimos creados, para que él pudiera hacer notorias las riquezas de su gloria […] para con los vasos de misericordia (Romanos 9:23).
Todos los hombres tenemos ese deseo en el corazón, pero lo suprimimos, pensando que no vale la pena tener en cuenta el conocimiento de Dios (Romanos 1:28). Por esta razón la creación entera ha caído en el caos. El ejemplo más destacado de esta realidad que encontramos en la Biblia es el desorden de nuestra vida sexual. Pablo dice que poner otras cosas en el lugar que le corresponde a la gloria de Dios es la causa fundamental del desorden homosexual (y heterosexual) de nuestras relaciones. Sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y […] los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros (Romanos 1:26–27). Si sustituimos la gloria de Dios por otras cosas de menor valor, él nos entrega a estas parábolas de depravación, que se hacen realidad en nuestras vidas: los otros cambios, que reflejan, en nuestra miseria, el cambio fundamental.
26 Por tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. En efecto, las mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza.
27 Así mismo los hombres dejaron las relaciones naturales con la mujer y se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los otros. Hombres con hombres cometieron actos indecentes, y en sí mismos recibieron el castigo que merecía su perversión.
La cuestión es que fuimos hechos para conocer la gloria de Dios y valorarla por encima de cualquier otra cosa; y cuando sustituimos ese tesoro por imágenes, todo se desordena. El sol de la gloria de Dios fue hecho para brillar en el centro del sistema solar de nuestra alma. Cuando lo hace, todos los planetas de nuestra vida se mantienen en la órbita correspondiente, pero cuando el sol es quitado de su lugar, todo lo demás se viene abajo. Para sanar el alma hay que empezar por devolverle a la gloria de Dios su lugar en el centro, para que resplandezca y mantenga cada cosa en su sitio.
Lo que todos necesitamos es la gloria de Dios, no a nosotros mismos. Nadie va al Gran Cañón para aumentar su propia autoestima. ¿Por qué vamos? Porque se consigue mayor sanidad para el alma contemplando el esplendor que contemplándose a uno mismo. Ciertamente, ¿se os ocurre algo más ridículo en un universo tan grande y glorioso como éste que un ser humano, en esta manchita llamada tierra, frente a un espejo intentando encontrar algún significado en su propia imagen? ¡Qué triste es saber que éste es el evangelio del mundo moderno!
Pero no es el evangelio cristiano. En la oscuridad de la nimia preocupación por uno mismo ha brillado la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios (2 Corintios 4:4). El evangelio cristiano trata de la gloria de Cristo, no de mí. Y cuando trata —en alguna medida— sobre mí, no es sobre el hecho de que Dios me haga importante, sino sobre el hecho de que Dios, en su misericordia, me capacita para disfrutar haciéndole importante a él para siempre.
¿Cuál fue la mayor prueba de amor que Jesús pudo darnos? ¿Cuál fue el punto final, el bien más alto del evangelio? ¿La redención? ¿El perdón? ¿La justificación? ¿La reconciliación? ¿La santificación? ¿La adopción? Todas estas grandes maravillas, ¿no son sólo medios hacia algo mayor, algo final?
Es lo que Jesús le pidió a su Padre que nos diera: Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado (Juan 17:24).
24 »Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo.
El evangelio cristiano es el evangelio de la gloria de Cristo porque su objetivo final es que veamos, saboreemos y reflejemos la gloria de Dios. Él es el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia (Hebreos 1:3).
3 El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas.
Él es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1:15).
15 Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación,
Cuando la luz del evangelio brilla en nuestro corazón, es la luz del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:6).
6 Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
Y cuando nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (Romanos 5:2),
2 También por medio de él, y mediante la fe, tenemos acceso a esta gracia en la cual nos mantenemos firmes. Así que nos regocijamos en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios.
esa esperanza es la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo (Tito 2:13). La gloria de Cristo es la gloria de Dios (véase capítulo 2).
13 mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.
Por una parte, Cristo dejó a un lado la gloria de Dios cuando vino: Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese (Juan 17:5).
5 Y ahora, Padre, glorifícame en tu presencia con la gloria que tuve contigo antes de que el mundo existiera.
Pero, por otra parte, Cristo manifestó la gloria de Dios en su venida: Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad (Juan 1:14).
14 Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Así pues, en el evangelio vemos y saboreamos la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:6).
6 Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
Y este “ver” trae sanidad a nuestras desordenadas vidas. Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen (2 Corintios 3:18).
18 Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.