Glorifica a Dios en tu cuerpo
Introducción:
Es verdad que todo me está permitido; pero no todo me conviene. Todo me está permitido, pero yo no me voy a dejar dominar por nada. La comida es para el estómago, y el estómago para la comida; pero Dios le ha establecido un límite a los dos. El cuerpo no se hizo para la promiscuidad, sino para el Señor, como el Señor es para el cuerpo. Dios resucitó al Señor, y nos resucitará a nosotros también por Su poder. ¿Es que no os dais cuenta de que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Voy a trasplantar un miembro de Cristo para incorporarlo a una prostituta? ¿No os dais cuenta de que el que tiene comercio sexual con una prostituta forma un cuerpo con ella? Porque los dos, dice la Escritura, llegan a ser una sola carne. Pero el que se une con el Señor es un solo espíritu con Él. Poned el máximo empeño siempre en evitar la promiscuidad sexual. Los otros pecados que se cometen son externos al cuerpo; pero el que comete fornicación peca contra su propio cuerpo. ¿O no os habéis enterado de que vuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo que mora en vosotros, Que habéis recibido de Dios? Así que no os pertenecéis a vosotros mismos, porque habéis sido comprados mediante el pago de un precio; así que glorificad a Dios con vuestro cuerpo.
Los griegos despreciaban el cuerpo, haciéndose eco del siguiente proverbio: «El cuerpo es una tumba». Epicteto decía: «Yo soy una pobre alma aherrojada en un cuerpo». Lo importante de toda persona era el alma, el espíritu; el cuerpo era algo sin importancia. Eso producía dos actitudes: o se decantaba por un ascetismo de lo más riguroso en el que todo se hacía para humillar y sojuzgar los deseos e instintos del cuerpo; o, lo que era más corriente en Corinto: puesto que el cuerpo no importaba, se podía hacer lo que se quisiera con él; se le podían conceder todos sus gustos. Lo que complicaba la cosa era la doctrina de la libertad cristiana que Pablo predicaba. Si el cristiano es el más libre de los humanos, ¿no es libre para hacer lo que le dé la gana, especialmente con ese cuerpo que es la parte menos importante de sí mismo?
I. El hijo de Dios no debe dejarse dominar por nada
Pablo insiste en que, aunque un cristiano es libre para actuar con independencia, no debe dejarse dominar por nada. El gran hecho de la fe cristiana es que nos hace libres, no para pecar, sino para no pecar. ¡Es tan fácil dejar que los hábitos nos esclavicen …! Pero la fuerza cristiana nos permite dominarlos. Cuando uno experimenta de veras el poder de Cristo llega a ser, no esclavo, sino dueño de su cuerpo. A menudo se dice: «Haré lo que me dé la gana», cuando uno se refiere a un hábito o una pasión que le tiene esclavizado; es sólo cuando una persona tiene la fuerza de Cristo cuando puede decir de veras: «Haré lo que quiera», y no: «Daré gusto a las cosas que me tienen en su poder».
Para el apóstol todas las cosas pueden ser lícitas, mas no todas convienen. La libertad, pues, no es la medida final de la conducta cristiana. La libertad debe ejercerse a la luz de todos los hechos. El verbo “convenir” (sumphero, lit., “traer con” o “traer juntos”) significa ser de ayuda o ventajoso, “aprovechar” (VM.).
II. Nuestro cuerpo en realidad no nos pertenece
Pablo insiste en que no nos pertenecemos a nosotros mismos. No hay tal cosa en el mundo como una persona que se haya hecho a sí misma. El cristiano es uno que considera, no sus derechos, sino sus deberes. No puede hacer lo que quiera, sencillamente porque no se pertenece a sí mismo; sino que ha de hacer lo que Cristo quiera, porque para eso le compró al precio de Su sangre
Varias son las maneras en que una persona puede considerar su cuerpo. Puede mimarlo e idolatrarlo. Puede mirarlo con desdén o vergüenza. Puede utilizarlo como una máquina para producir trabajo. Puede emplearlo como un arma para obtener poder. Puede dedicarlo a los placeres carnales y utilizarlo como instrumento para el vicio. O, con Pablo, puede verlo como un templo (naos, santuario). ¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios?
Fuisteis comprados por precio; así que, glorificad a Dios en vuestros cuerpos.
a. «Fuisteis comprados por precio». Estas palabras apuntan a la muerte de Jesús en la cruz del Calvario, donde pagó el precio de nuestra redención. Cristo pagó por nuestra libertad del pecado, para que como hijos redimidos de nuestro Padre celestial participemos en sus bendiciones. El término comprados nos recuerda el mercado, donde se vendían y compraban esclavos
III. Nuestro cuerpo es el medio con el cual glorificamos a Dios
En la iglesia antigua, Ireneo llamó a los cristianos individuales «templos de Dios» y los describió como «piedras del templo del Padre». Así que, si el Espíritu de Dios vive dentro de nosotros, debemos evitar contristarlo (Ef. 4:30) o apagar su fuego (1 Ts. 5:19).
El griego tiene dos palabras que se pueden traducir «templo». Una es hieron, la que se refiere a todo el complejo del templo en general, como en la ciudad de Jerusalén. La segunda es naos, que apunta al edificio del templo mismo, el cual contiene el lugar santo y el santísimo