Sermón sin título (3)
2 Reyes 17 | Tito 3 | Oseas 10 | Salmos 129–131
El texto de 2 Reyes 17 relata un momento decisivo en la historia del Antiguo Testamento. El reino del norte, Israel, deja de existir como entidad política. Lo que impulsó este último paso en la destrucción de la nación fue un engaño realizado por su ultimo rey, Oseas. Mientras nominalmente mantenía su lealtad a Asiria (la superpotencia de la región), Oseas comenzó a negociar con Egipto, que todavía era una potencia política y militar muy impresionante, con la esperanza de que Israel pudiera acogerse a su protección en mejores términos. Salmanasar, rey de Asiria, interpretó esta acción como lo que era—una traición—y destruyó Samaria, la capital de Israel (17:1–6). Deportó a los principales israelitas a Asiria y luego, como vemos claramente al final del capítulo, introdujo a gente pagana de otras partes del imperio que se entremezcló con los israelitas pobres que quedaban allí.
El resto del capítulo nos ofrece dos explicaciones explícitas y una más sutil e implícita.
Primero, la razón final para la destrucción de la nación no era política ni militar, sino religiosa y teológica (17:7–17). El pueblo de Israel sucumbió a la idolatría. Aunque mantenían una lealtad superficial al Dios vivo, “secretamente” edificaron lugares altos paganos, ¡cómo si pudieran engañar al Dios que todo lo ve! Se multiplicaron las imágenes de Asera y la adoración de Baal. El pueblo ignoró a los profetas que Dios les envió. “Se fueron tras ídolos inútiles, de modo que se volvieron inútiles ellos mismos” (17:15; cf. Jeremías 2:5). Rechazando el templo en Jerusalén, construyeron dos imágenes de becerros. Adoraron a las deidades astrológicas, jugaron con la hechicería y, finalmente, se rebajaron a la abominable práctica de sacrificar hijos a Moloc. “Por lo tanto, el Señor se enojó mucho contra Israel y lo arrojó de su presencia” (17:18).
Segundo, este capítulo explica los orígenes de la religión sincretista de Samaria (17:24–41). Los inmigrantes paganos se mezclaron con los judíos que permanecieron en la tierra. En términos raciales y teológicos, los resultados fueron mixtos. A pesar de las advertencias de Dios (que tomaron la forma de leones al acecho, los cuales ya no se encuentran en esa parte del mundo aunque en esa época abundaban), todo lo que logró producir esa generación fue patético: “Aunque adoraban al Señor, servían también a sus propios dioses” (17:33). Este es el trasfondo de los “samaritanos” que encontramos en la época de Jesús.
La tercera explicación sólo es implícita, siendo evidente únicamente si leemos este capítulo dentro del fluir del desarrollo de la Revelación. La humanidad caída es juzgada en el diluvio; sólo unos pocos sobreviven. Los patriarcas de la joven nación judía acaban esclavizados. Cuando Dios los libera, su incredulidad retrasa su entrada en la Tierra Prometida. El período de los jueces acaba en libertinaje, corrupción y decadencia. Y ahora la época de la monarquía está finalizando con una vergüenza parecida.
Que Dios nos ayude: necesitamos una respuesta más radical que estas.