La tragedia de rechazar la salvación.

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Descuidar una salvación tan grande.

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La tragedia de rechazar la salvación

Hebreos 2:1–4 RVR60
1 Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.2 Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución,3 ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron,4 testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad.
Sin duda, el infierno está lleno de personas que NUNCA se opusieron activamente a Jesucristo, sino que simplemente rechazaron el evangelio. A esas personas se refieren estos cuatro versículos. Saben la verdad e incluso la creen, en el sentido de que la reconocen como verdadera y justa. Son conscientes de las buenas nuevas de la salvación provistas por Jesucristo, pero no están dispuestas a entregarle sus vidas a Él. De modo que dejan pasar el llamado de Dios y caen en la condenación eterna. Esta tragedia hace que estos versículos sean muy importantes y urgentes.
LA ENSEÑANZA CORRECTA EXIGE UNA RESPUESTA
En medio del tratado sobre los ángeles, el escritor intercala una invitación. Aplica directamente a los creyentes lo que ha estado hablando sobre Cristo: que Él es superior a todo y todos, que es el Exaltado, que solo Él puede limpiar el pecado, que es Dios, que es el Creador, que es digno de adoración. Da una invitación personal a sus lectores y oyentes a responder a lo que han aprendido. Podría decirse que aquí la doctrina se vuelve invitación.
Un maestro eficaz debe hacer mucho más que tan solo presentar los hechos bíblicos. También debe exhortar, advertir e invitar. Cuando el autor llega a Hebreos 2:1 ya está apasionado con el tema. Le importa la salvación de sus oyentes. No le satisface tan solo decir cuál es la doctrina y después terminar e irse. Anhela que sus lectores respondan positivamente a lo que dice. No solamente quiere que Cristo sea exaltado, sino también aceptado. Un maestro puede saber mucho de la verdad, pero si no tiene preocupación compasiva por la forma en que las personas reaccionan a esta verdad, no es un maestro valioso. La Palabra de Dios exige respuesta, y un maestro fiel de la Palabra enseña para que respondan.
Así era el apóstol Pablo. Aunque era un gran teólogo, con un gran dominio de la filosofía y la lógica, era apasionado. En Romanos 9:1-3 (después de ocho poderosos capítulos explicando el evangelio), Pablo da paso a una explosión de interés: “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne”.
Pablo tenía una obsesión santa porque todas las personas, especialmente sus compatriotas judíos, llegaran a Cristo. “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación” (Ro. 10:1). He aquí el carácter del maestro verdadero. Le interesa más que lo académico, más que la sola información y pedagogía. Tiene una preocupación compasiva por la forma en que las personas responden a lo que oyen. “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio” (1 Co. 9:19-23). A pesar del rechazo de su propio pueblo, la dureza de sus corazones y de su historia de persecución de los mensajeros de Dios, no obstante, Jesús se preocupaba por su salvación. “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mt. 23:37). En otra ocasión dijo a sus oyentes judíos:
Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Jn. 5:39-40).
Tenía una preocupación compasiva por la respuesta de sus oyentes. La enseñanza fiel siempre exige una respuesta. En Hebreos 13:22 se dice que toda la carta es una “palabra de exhortación”. Por tanto, requiere una respuesta. De modo que cuando el corazón del escritor está más entusiasmo con su disertación por la superioridad de Cristo sobre los ángeles, él intercala una invitación conmovedora. Como todas las buenas invitaciones, esta incluye exhortación y advertencia: de qué hacer y qué pasa si no se hace. Los versículos iniciales de Hebreos 2 contienen la primera de cinco grandes advertencias intercaladas en el libro; a menudo, como aquí, en medio de un discurso sobre las características superiores de Cristo. Pareciera como si el escritor no pudiera avanzar mucho sin parar a hacer un llamado de atención: “¿Y ahora qué van a hacer con esto?”. Podemos conocer todo lo que se pueda conocer de Jesucristo y aun así ir al infierno si nunca lo hacemos nuestro, por no hacernos suyos.
ADVERTENCIA A LOS CONVENCIDOS INTELECTUALMENTE
¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, (Hebreos 2:3)
¿A quién va dirigida esta advertencia? No puede ser a los cristianos. Ellos nunca pueden estar en peligro de rechazar la salvación, en el sentido de no recibirla, puesto que ya la tienen. Pueden rechazar el crecimiento y el discipulado, pero no pueden rechazar la salvación. La advertencia tampoco puede ser a quienes nunca han oído el evangelio, porque no pueden rechazar lo que ni siquiera saben que existe. Por tanto, la advertencia debe estar dirigida a no cristianos, específicamente a judíos, convencidos intelectualmente del evangelio, pero que no lo reciben para sí mismos.
Sin embargo, si la advertencia es para los incrédulos, ¿por qué escribe el autor “nosotros” y “nos”? ¿Se está incluyendo él entre los convencidos intelectualmente pero los no entregados? ¿Está diciendo el autor que no es cristiano? No. Ese nosotros es de nacionalidad o de todos los que han oído la verdad. La decisión del autor de identificarse con sus lectores no implica que esté en la misma posición espiritual que ellos. Simplemente parece estar diciendo: “Todos los que hemos oído el evangelio debemos aceptarlo”.
Todos hemos conocido a personas que dicen: “Sí, yo creo que Cristo es el Salvador y que lo necesito, pero aún no estoy listo para ese compromiso”. Tal vez así es su esposo, su esposa, su hermano o un buen amigo. Van a la iglesia y oyen y oyen y oyen la palabra de Dios. Saben que es verdad y que la necesitan, pero no están dispuestos a comprometerse y aceptar personalmente a Jesucristo como Señor de sus vidas Romanos 10:9 . Tienen todos los hechos pero no se han entregado. Son como la persona que cree que un yate lo puede mantener a flote, pero no se suben.
Creemos que esta advertencia es a todos los que han oído el evangelio, conocen los hechos sobre Jesucristo, saben que Él murió por ellos, que desea perdonarles sus pecados, que puede darles una nueva vida, pero no están dispuestos a confesarlo como Señor y Salvador. Con seguridad, esta es la categoría de personas más trágica en la existencia.
EJEMPLO DE LA MUJER QUE VENDIA SU CUERPO
Nunca olvidaré a la mujer que llegó un día a mi oficina, me informó que era prostituta y dijo: “Necesito ayuda; estoy desesperada”. Después de presentarle las afirmaciones de Cristo, le dije: “¿Te gustaría confesar a Jesucristo como tu Señor?”. Ella me contestó: “Sí. No puedo soportar más”. Ella estaba en el fondo y lo sabía. De modo que hicimos una oración y en apariencia invitó a Cristo a su vida. Le dije: “Ahora quiero que hagas algo. ¿Tienes aquí el libro de todos tus contactos?”. Cuando respondió que sí lo tenía, le sugerí: “Hagamos algo a la altura de las circunstancias: quemémoslo ahora mismo”. Ella me miró sorprendida y replicó: “¿Qué me quiere decir?”. “Así como lo dije —expliqué—. Si de verdad conociste a Jesucristo como tu Señor, si de verdad aceptaste su perdón y vas a vivir para Él, quememos el libro, celebremos tu nuevo nacimiento y alabemos al Señor”. “¡Pero este libro vale mucho dinero!”, objetó ella. Le dije: “Estoy seguro de que sí”. Entonces, guardando el libro y mirándome a los ojos, me dijo: “No quiero quemar mi libro. Supongo que eso significa que en realidad no quiero a Jesús”. Y se fue.
Cuando calculó el costo, se dio cuenta de que no estaba lista. No sé lo que le pasó a esa mujer amada por Dios. Mi corazón arde por ella y suelo pensar en ella. Sé que conoció los hechos del evangelio y creyó en ellos; pero no estaba dispuesta a hacer el sacrificio, aun cuando lo que se negó a entregar no valía nada y lo que pudo haber tenido en Jesucristo lo valía todo.
Hay muchas personas como ella. Saben la verdad, están al borde de la decisión correcta, pero nunca la toman. Se deslizan. A ellos es a quienes habla este pasaje de Hebreos. El propósito de estos cuatro versículos es darles a estas personas un empujón poderoso hacia Jesucristo.
Por supuesto, el mensaje no está restringido a los judíos incrédulos. Es para cualquiera que esté en el borde de la decisión por Cristo, pero le dice que no —por su propia voluntad, pecado, miedo a la persecución de su familia y sus amigos, o cualquier otra razón—y continúa rechazándolo. El hombre es necio, un necio más allá de todos los necios, una tragedia eterna, cuando no se decide por Jesucristo.
TRES RAZONES PARA SEGUIR A CRISTO
El pasaje nos da tres grandes razones para recibir la salvación:
el carácter de Cristo,
la certeza del juicio
y la confirmación de Dios.
1. EL CARÁCTER DE CRISTO
Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. (2:1)
Se preguntará usted qué tiene que ver esa declaración con el carácter de Cristo. Por tanto, es equivalente a “en consecuencia”. La primera razón a la que debemos poner atención está en el capítulo 1. Está hablando de Jesucristo. A Él se le llamó Hijo, heredero de todas las cosas y creador del mundo (Hebreos 1:2).
Él es el resplandor de la gloria de Dios, la representación exacta de la naturaleza divina, quien sustenta el universo, el purificador del pecado y el que se sienta a la diestra de la Majestad en lo alto (Hebreos 1:3).
Los ángeles le adoran y le sirven (Hebreos 1:4-7 ).
Tiene unción sobre todos los demás, es el Señor de la creación, el Dios eterno e inmutable (Hebreos 1:8-12).
Cristo es estas cosas. ¿Quién podría rechazarlo? ¿Qué clase de persona podría rechazar a esa clase de Cristo:
el Cristo que vino al mundo como Dios encarnado,
murió en la cruz para el perdón de nuestros pecados,
pagó nuestra pena,
nos mostró amor divino
y se ofreció para presentarnos justos ante Dios
y a darnos su bendición y alegría más allá de toda imaginación?
Jesús era la voz de Dios. Jesús era Dios en el mundo y rechazarlo es rechazar a Dios.
Rechazar a Dios es rechazar la razón de nuestra existencia.
El hombre que rechaza la salvación que Cristo en su magnificencia ofrece es un necio.
No entiendo cómo alguien puede saber quién es Cristo, admitir que el evangelio es verdad y aun así no entregarle su vida. ¡Qué misterio tan incomprensible, qué tragedia!
Una mirada a algunas de las palabras en griego de Hebreos 2:1 ayudará a entender estos cuatro versículos de apertura.
Las dos palabras clave son prosechō (“prestar atención a algo”) y pararheō (“dejar deslizar”). Con su modificador, prosechō traduce “con más diligencia atender a algo” y es enfático.
En otras palabras, sobre la base de quien Cristo es, debemos prestar mucha atención a lo que sobre Él hemos oído.
No podemos oír estas cosas y permitir que se deslicen de nuestra mente. La palabra pararheō aquí se traduce “deslizarse de” y puede tener múltiples significados. Se puede usar para algo que fluye o se resbala, como un anillo que se sale de un dedo. Se puede usar para algo que se cae y se queda atrapado en un lugar difícil. Se usa para cosas que, por descuido, las personas dejan deslizar.
Pero las dos palabras tienen también connotaciones náuticas. Prosechō significa amarrar un barco, atarlo. Pararheō se puede usar para un barco que se rodó por el puerto porque a un marinero se le olvidó prestarle atención a la bodega o registrar apropiadamente los vientos, mareas y la corriente.
Con estos significados en mente, el texto podría traducirse así:En consecuencia, debemos asegurar con prontitud nuestras vidas a las cosas que hemos aprendido; no sea que el barco de la vida se deslice por el puerto de la salvación y se pierda para siempre”.
La ilustración es gráfica y apropiada. La mayoría de las personas no se lanza al infierno de cabeza o con intención. Se deslizan para allá. La mayoría de las personas no le da la espalda a Dios o lo maldicen en algún momento dado. La mayoría de las personas, bien despacio, casi imperceptiblemente, se desliza por el puerto de la salvación y va a parar en la destrucción eterna.
Un escritor lo puso en estas palabras, tomando como base a Shakespeare: “Hay una marea en los asuntos de los hombres que, cuando está bajando, lleva a la victoria; cuando se le ignora, las playas del tiempo quedan llenas de escombros”. ¡Cuán verdadero! La descripción no es de un marinero ignorante o de uno rebelde y licencioso, sino de un marinero descuidado. Por lo tanto, debemos tener el mayor cuidado, no sea que, sin intención e inesperadamente, nos encontremos un día con que nos deslizamos para siempre del puerto de la salvación.
Debemos entender que no es el evangelio el que se desliza, como parece implicar la versión inglesa King James. Ese no es el significado. El griego y la mayoría de traducciones modernas dejan claro que quienes se deslizan son las personas que no prestan atención. La Palabra nunca se aleja de nosotros. El peligro está en que nosotros nos alejemos de ella. El puerto de la salvación es absolutamente seguro. Jesucristo es quien nunca se mueve, nunca cambia y siempre está disponible para quien quiera la protección y seguridad de su justicia.
Para cuando se escribió Hebreos, multitudes de judíos habían oído el evangelio, muchos directamente de algún apóstol. Muchos, sin duda, estaban impresionados favorablemente con el mensaje, incluso intrigados por este. Lo oyeron y quizás lo ponderaron. Pero la mayoría no lo aceptó. La advertencia de Jesús en Lucas 9:44 puede aplicar a todo el evangelio: “Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras”. Las palabras de Cristo deben adentrarse en nosotros y provocar un cambio en nuestras vidas. No es suficiente con oírlo. Eso es tan solo el principio, como nos lo recuerda Proverbios: “Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo” (4:20-22). Cuando oiga la Palabra de Dios, hágala suya. No se deslice de ella, porque eso es lo más peligroso que puede hacer.
No puede evitarse la pregunta de cuántos miles de personas en el infierno estuvieron cerca a la salvación, cuántos miles estuvieron cerca de echar las amarras y anclar, tan solo para deslizarse para siempre porque no recibieron lo que oyeron y, en muchos casos, creyeron de verdad. Deslizarse es silencioso, muy fácil, pero absolutamente condenatorio. Todo lo que usted necesita hacer para ir al infierno es no hacer nada. Resulta muy difícil entender cómo puede alguien rechazar a Jesucristo cuando ha visto su carácter. Yo, que como cristiano vivo todos los días con Jesucristo y lo experimento en mi vida, encuentro altamente misterioso que las personas no corran hacia Él y todo lo que Él tiene para ellos.
Y así, a quien oye se le urge a responder por causa del carácter del incomparable Jesucristo. Suelo pensar en una historia que leí sobre William Edward Parry, un explorador inglés que reunió un grupo y se fue al océano Ártico. Querían ir más al norte para continuar trazando los mapas, de manera que calcularon su ubicación con las estrellas y comenzaron una marcha muy difícil y peligrosa hacia el norte. Caminaron hora tras hora y, finalmente, totalmente exhaustos, pararon. Cuando volvieron a revisar su posición, se dieron cuenta de que estaban más al sur que cuando comenzaron. Iban caminando sobre un témpano de hielo que se movía hacia el sur más rápido de lo que ellos caminaban hacia el norte. Me pregunto cuántas personas creerán que sus buenas obras, sus méritos y su religiosidad los están acercando, paso a paso, a Dios, cuando en realidad se están alejando más rápido de lo que creen que se acercan. He ahí la tragedia en todo esto. Se despiertan un día para darse cuenta, como el grupo de Parry, que todo el tiempo anduvieron en la dirección equivocada.
No debe una persona estar satisfecha con los sentimientos religiosos, con venir a la iglesia, con casarse con una pareja cristiana o con las actividades eclesiales. Esa persona se deslizará al infierno si no hace un compromiso personal con Jesucristo, el Señor y Salvador.
LA CERTEZA DEL JUICIO
La segunda razón importante para aceptar a Cristo es la certeza del juicio para quienes no lo reciban. Los versículos 2 y 3 nos hablan de lo inevitable que es este castigo:
Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, (Hebreos 2:2-3)
La palabra griega para si supone una condición cumplida, no una posibilidad. El significado en el contexto es que la palabra hablada por los ángeles era absoluta y categórica. La frase podría traducirse así: “Porque, considerando el hecho de que los ángeles en efecto hablaron esta palabra…”.
¿Por qué el Antiguo Testamento, particularmente los diez mandamientos, están relacionados con los ángeles? ¿Por qué enfatiza el escritor que los ángeles mediaron el antiguo pacto? Lo hace porque los ángeles jugaron un papel decisivo al traer los diez mandamientos, como queda claro en varios pasajes.
Salmos 68:17 da una idea: “Los carros de Dios se cuentan por veintenas de millares de millares; el Señor viene del Sinaí a su santuario”. En Sinaí, donde Moisés recibió la ley, el Señor estaba acompañado por una hueste de ángeles. El mismo Moisés nos informa: “Vino el SEÑOR desde el Sinaí: vino sobre su pueblo, como aurora, desde Seír; resplandeció desde el Monte Parán, y llegó desde Meribá Cades con rayos de luz en su diestra” (Dt. 33:2, NVI). Esto indica, creemos, que los ángeles hicieron parte cuando llegó la ley.
Hechos 7:38 menciona específicamente que al menos un ángel estaba con Moisés en el Sinaí: “Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el Monte Sinaí, y con nuestros padres”. Unos versículos más adelante se nos dice que la ley se recibió “por disposición de ángeles” (Hechos 7:53 ).
El Antiguo y el Nuevo Testamentos nos dicen que los ángeles estuvieron en el Sinaí y fueron decisivos al traer la ley.
CONCECUENCIAS DE ROMPER LA LEY EN EL A.T.
Y si usted rompía la ley, la ley lo rompía a usted. No había salida.
Se lapidaba a una persona si cometía adulterio, adoraba falsos dioses o blasfemaba el nombre de Dios. La ley era inviolable; el castigo por violarla era seguro.
Como dice nuestro texto, toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución. La ley castigaba todo pecado. Y ese castigo era justo.
Aquí se usan dos palabras para pecado: transgresión (parabasis) y desobediencia (parakoē).
Transgresión significa cruzar la línea en un acto voluntario. Es un pecado de comisión abierto, de hacer intencionalmente algo que sabemos errado.
Sin embargo, la desobediencia conlleva la idea de no haber entendido perfectamente, aunque no en el sentido de una persona sorda, que no puede evitar no oír. La desobediencia cierra deliberadamente sus oídos a los mandamientos, advertencias e invitaciones de Dios. Es un pecado de desatención, de omisión: no hacer nada cuando debíamos hacer algo. Uno es un pecado activo, el otro es pasivo, pero ambos son voluntarios y ambos son serios.
Véase Levítico 24:14-16:
Saca al blasfemo fuera del campamento. Quienes lo hayan oído impondrán las manos sobre su cabeza, y toda la asamblea lo apedreará. Diles a los israelitas: ‘Todo el que blasfeme contra su Dios sufrirá las consecuencias de su pecado’. Además, todo el que pronuncie el nombre del SEÑOR al maldecir a su prójimo será condenado a muerte. Toda la asamblea lo apedreará. Sea extranjero o nativo, si pronuncia el nombre del SEÑOR al maldecir a su prójimo, será condenado a muerte” (NVI).
Parece severo, pero Dios quería asegurarse de que se solucionara inmediatamente el problema de los falsos profetas blasfemos para mantener la pureza moral y espiritual de su pueblo. Mírese ahora Números 15:30-36:
Pero el que peque deliberadamente, sea nativo o extranjero, ofende al SEÑOR. Tal persona será eliminada de la comunidad, y cargará con su culpa, por haber despreciado la palabra del SEÑOR y quebrantado su mandamiento”. Un sábado, durante la estadía de los israelitas en el desierto, un hombre fue sorprendido recogiendo leña. Quienes lo sorprendieron lo llevaron ante Moisés y Aarón, y ante toda la comunidad. Al principio sólo quedó detenido, porque no estaba claro qué se debía hacer con él. Entonces el SEÑOR le dijo a Moisés: “Ese hombre debe morir. Que toda la comunidad lo apedree fuera del campamento”. Así que la comunidad lo llevó fuera del campamento y lo apedreó hasta matarlo, tal como el SEÑOR se lo ordenó a Moisés (NVI).
Se preguntara usted: “¿Matarlo por recoger leña en sábado?”. Sí, porque deliberadamente desacató la ley de Dios (cp. Stg. 2:10).
La ley inviolable que Dios determinó era fuerte. En Judas 5 leemos: “Mas quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron”. Ese es un juicio severo sobre los incrédulos.
Nótese ahora la palabra justa en Hebreos 2:2. A Dios suele acusársele de ser injusto cuando su castigo nos parece desproporcionado con la falta cometida. Pero Dios, por su propia naturaleza, no puede ser injusto.
Bajo el antiguo pacto castigó severamente a quienes decidieron vivir sin Él y no acatarlo. Los sacó de su pueblo por causa de quienes eran puros, santos y querían vivir para Él. Su juicio sobre el pueblo de Israel era severo porque ellos sabían la verdad.
El castigo siempre está relacionado con la luz. Entre más luz tengamos, más severo es el castigo. Jesús fue claro al respecto:
Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras. Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti (Mt. 11:20-24).
El principio es este: cuanto más sepa usted, más grande será el castigo por no cumplir lo que usted sabe.
Tiro y Sidón eran sumamente culpables de incredulidad y desobediencia, y en las Escrituras Sodoma y Gomorra tipifican la inmoralidad e impiedad más grosera. Pero ninguna de ellas era tan culpable como Capernaum, Betsaida o Corazín, porque estas tres, además de haber tenido la luz del Antiguo Testamento, tuvieron la luz del mismo Mesías de Dios.
Marcos registra una enseñanza similar de nuestro Señor: “Guardaos de los escribas, que gustan de andar con largas ropas, y aman las salutaciones en las plazas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas; que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones. Estos recibirán mayor condenación” (Marcos 12:38-40).

El infierno es un lugar muy real.

En el Nuevo Testamento se le llama lugar de fuego eterno (Mt. 25:41),
donde el gusano no muere y el fuego no se apaga (Mr. 9:43-44).
Se le llama lago de fuego que arde con azufre (Ap. 19:20);
Abismo o fosa sin fondo (Ap. 9:11; 11:7 y otros);
Tinieblas externas, donde está el lloro y el crujir de dientes (Mt. 22:13);
y oscuridad de las tinieblas (Jud. 13).
Hay grados de castigo en el infierno. Los lugares más calientes pertenecen a quienes más luz han rechazado.
Préstese atención a las palabras del mismo Jesús: “Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lc. 12:47-48).
El Señor está hablando sobre el juicio, y lo que quiere decir es sencillo: cuanta más luz, más responsabilidad.
Esta verdad se presenta de la forma más clara posible en el libro que ahora estamos estudiando. “El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (He. 10:28-29). La persona que conoce, entiende y cree en el evangelio, pero se desliza y se aparta de este, experimentará el castigo más severo que exista. De modo que la certeza del castigo debe ser una motivación poderosa para aceptar a Cristo.
LA CONFIRMACIÓN DE DIOS
¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad. (Hebreos 2:3-4)
La tercera razón importante para aceptar a Cristo es la confirmación de Dios.
Cristo fue el primero en anunciar el evangelio y luego fue confirmado por los apóstoles, que lo habían oído de Él en persona. Sin embargo, lo que es más importante, Dios mismo dio testimonio y lo confirmó.
Cuando Jesús predicaba, también hizo algunas cosas que conferían más credibilidad al evangelio. Él dijo: “Aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Juan 10:38 ).
Cuando afirmó ser Dios y luego hizo cosas que solo Dios podía hacer, confirmó su divinidad y, en consecuencia, la verdad de su mensaje. En el día de Pentecostés, Pedro recordó a sus oyentes que “Jesús nazareno [fue un] varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales” (Hch. 2:22).
Dios dio señales de confirmación semejantes a través de los apóstoles, los primeros predicadores del evangelio después de Jesucristo. Sin duda, muchos de los creyentes decían “¿Por qué debemos creerles? ¿Qué pruebas tenemos de que su mensaje viene de Dios? Siempre ha habido cantidades de falsos maestros por ahí. ¿Cómo sabremos que estos son auténticos?” Así que Dios les dio la capacidad a sus testigos apóstoles de hacer las mismas cosas que Jesús hizo: señales, maravillas y milagros. Y, de hecho, realizaron milagros sorprendentes. Levantaron muertos, sanaron muchas enfermedades y aflicciones y Dios confirmó el ministerio de ellos por medio de esas obras maravillosas. Por tanto, discutir con un apóstol sobre el evangelio era discutir con Dios. Su predicación y su enseñanza eran verdad divina sustanciada por los milagros.
Como si esta confirmación no fuera suficiente, Dios les dio a los apóstoles repartimientos especiales del Espíritu Santo según su voluntad. La expresión según su voluntad parece haberse insertado para evitar que nos confundiéramos con respecto a la fuente de ciertos dones espirituales (cp. 1 Co. 12:11, 18, 28).
El doctor Earl Radmacher, presidente del Seminario Bautista Conservador del Occidente [de Estados Unidos], me contó de la vez que recibió en su correo un panfleto en el cual le daban los pasos necesarios para obtener al Espíritu Santo. Primero, debían repetirse las frases “alabado sea el Señor” y “Aleluya” tres veces más rápido de lo normal y por un período de diez minutos. Si lo hacía con la suficiente velocidad, pasaría a un lenguaje extraño y entonces habría obtenido al Espíritu Santo. Eso tiene tanto de ridículo como de blasfemo. Los dones del Espíritu se reciben acorde a su voluntad, no a nuestros esfuerzos.
La idea principal al final del versículo 4 es que los dones que los apóstoles recibieron del Espíritu Santo eran una confirmación divina adicional a su mensaje y su ministerio. Los dones mencionados en Hebreos 2:4 eran milagrosos, no una promesa a los creyentes en general. Romanos 12 y 1 Corintios 12—14 ilustran de forma representativa los dones espirituales no milagrosos que no estaban reservados para los apóstoles.
En Hechos 14:3 leemos que Pablo y Bernabé “se detuvieron [en Iconio] mucho tiempo, hablando con denuedo, confiados en el Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se hiciesen por las manos de ellos señales y prodigios”.
Pablo habló a los cristianos en Roma “con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo [hubo] llenado del evangelio de Cristo” (Ro. 15:19).
Como apóstol, tenía el don de hacer estos milagros. En otra carta dice: “Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros” (2 Co. 12:12).
Por tanto, estas obras especiales pertenecieron exclusivamente a la era apostólica. No estaban para durar indefinidamente y no son para hoy.
¿Cuáles eran estos dones, específicamente? Considero que eran cuatro: sanidades, milagros, lenguas e interpretación de lenguas. Todos estos milagros cesaron después de la era apostólica. No son necesarios hoy porque no existe esa necesidad de confirmar el evangelio.
Aun en el Nuevo Testamento estas confirmaciones fueron dadas únicamente para el beneficio de los incrédulos. “Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos” (1 Co. 14:22). Cuando se completó la Palabra de Dios escrita cesaron las otras confirmaciones.
Si alguien hoy viene a decir “así dice el Señor”, ¿cómo sabemos que es genuino? Usted lo verifica con lo que dicen las Escrituras. Benjamin Warfield, gran estudioso de la Biblia, dijo: “Estos dones de milagros eran parte de las credenciales de los apóstoles como agentes autoritativos de Dios en la fundación de la iglesia. Así, la función de estos dones era confirmar a los apóstoles de manera diferencial en la iglesia apostólica, y esos dones se fueron con los apóstoles”.
Entonces, las tres grandes razones por las cuales no debe alguien rechazar el evangelio de la salvación son:
1. el carácter de Cristo,
2. la certeza del juicio
3. y la confirmación de Dios.
Dios ha avalado este evangelio con señales, maravillas, milagros y dones espirituales especiales; pero ahora él lo avala con el milagro y la autoridad de su Palabra escrita.
Que no se diga de usted que rechazó a Jesucristo.
La historia cuenta que el fracaso al lanzar un cohete en el momento preciso de la noche provocó la caída de Antwerp y la liberación de Holanda se retrasó veinte años. Solo tres horas de descuido le costaron a Napoleón la batalla de Waterloo.
Rechazar la salvación de Cristo puede costarle a usted la bendición eterna, la dicha eterna, y traer sobre su vida juicio condenatorio y castigo eterno. No deje que la gracia de Dios se le deslice.
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