Amarás al Señor tu Dios

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AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS

Continúa el contexto de los últimos domingos en Mateo: los últimos días de Jesús en Jerusalem, desde su entrada como Mesías hasta su pasión. El tono es de polémica con las autoridades religiosas judías. En el pasaje anterior se enfrenta con los saduceos, las grandes familias de los sumos sacerdotes que controlan el templo, centro de la religión judía (desde el punto de vista religioso, económico y político).

1.  Aquí lo que importa es cumplir

Ahora les vuelve a tocar a los fariseos, laicos, piadosos, totalmente centrados en el cumplimiento de la ley hasta en los más mínimos detalles. Para ello estudian las Escrituras sin cesar, haciendo turnos día y noche en sus escuelas. En los textos bíblicos habían aislado 613 mandatos: 248 obligaciones y 365 prohibiciones. Por su importancia, unos se consideraban “graves” y otros “leves”, pero todos tenían que cumplirse: “Quien traspasa un solo mandamiento, rechaza el yugo, destapa su cara contra la Ley y rompe la alianza” (Mekilta del Éx, 6).

Los problemas se plantean cuando hay conflicto entre dos o más mandamientos. Los rabinos discutían (y siguen discutiendo) acerca de su importancia relativa. La respuesta definitiva la tendrá el Mesías cuando venga.

Si Jesús es el Mesías, tiene que demostrarlo con su conocimiento de la Ley y su sabiduría al interpretarla. “¿Cuál es el mandamiento más importante de la Ley?”. Esta no es una pregunta retórica. Tampoco se trata de encontrar un fallo a Jesús. Esperan de Jesús que dé respuesta a la cuestión, y ponga fin a los debates. Para un judío, sobre todo fariseo, lo importante es cumplir la ley, porque el cumplimiento de la ley garantiza el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y esa es la finalidad de Israel, el centro de su alianza: cumplir la voluntad de Dios, especificada en la Ley, no sólo los Diez Mandamientos, sino todas las especificaciones de la Torah, el don que Dios ha dado a Israel para protegerlos del contagio de los otros pueblos.

2.  Lo más importante es amar

La respuesta de Jesús no es totalmente original. Responde con dos textos bíblicos: Dt 6,4 (“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”) y Lev 19,18 (“Ama a tu prójimo, que es como tú mismo”). Conocidos por sus interlocutores, citados algunas veces entre los rabinos. Pero nunca juntos. Y nunca como los mandamientos más importantes.

Jesús no cita ninguno de los mandamientos concretos, ni siquiera considera los Diez Mandamientos como los más importantes. Jesús va más allá. Trasciende la letra de la Ley, y busca su “espíritu”, su “esencia”. Trasciende la Ley como conjunto de mandatos, y busca su significado. Jesús es un judío. Nunca propone quebrantar la Ley, ni uno solo de sus mandatos. Pero siempre va más allá de lo establecido en la Ley, para señalar hacia los dos personajes, los dos sujetos implicados en la Ley: Dios y los hombres. Dios, que ha dado la Ley, y el israelita, en último termino el ser humano, a quien Dios se la ha entregado. El sentido no puede estar en la Ley en sí misma. Alguien ha dado algo a alguien. Jesús pone la importancia en esos dos “alguienes”, en los dos sujetos, y en la relación que Dios ha querido establecer al entregar la Ley. En la experiencia del pueblo de Israel, es más que un simple trato. Sobre todo, más que un contrato. Una alianza. Jesús conoce las Escrituras, y sabe cuál es la verdadera voluntad de Dios para los hombres.

3.  Lo importante es amar al prójimo

“Ama al Señor tu Dios… Ama a tu prójimo…”. Dos mandatos. Los más importantes. El resumen de las dos tablas de la Ley que baja Moisés del Sinaí: los primeros mandamientos tienen que ver con Dios, los siguientes tienen con los hombres.

Jesús dice: “El segundo es parecido a este (el primero)”. De igual naturaleza. De igual importancia. De hecho, para muchas personas es el único. Casi desde el principio, se ha separado del primero. Se ha dicho que la manera de amar a Dios es amar al prójimo. También que la prueba de que amamos a Dios es que amamos al prójimo. Se ha tomado el texto de 1Jn 4:20 (“Pues quien no ama a su hermano, al que ve, tampoco puede amar a Dios, al que no ve”), se ha sacado de contexto, y se ha dicho: “Puesto que no vemos a Dios por ningún sitio, aquí lo que verdaderamente importa es el amor al prójimo”. Y la iglesia, los cristianos, toman el amor del que habla Jesús y todo el NT, el agape (en latín caritas), que tiene que ver con el compartir toda la vida de las personas que se aman, y lo convierten en “caridad”, y lo reducen a dar una parte de los bienes que uno tiene, materiales o espirituales. Al final se trata de obedecer a Dios, más aún, la ley de Dios, como siempre, haciendo buenas obras a favor de otros, se supone que los que tienen a favor de los que no tienen. En la iglesia católica de la Edad Media, como medio para ganarse la gracia, el favor de Dios. Después de la Reforma, como expresión de que ya se vive en el favor de Dios, en la gracia. En cualquier caso, se deja de lado a Dios, a la persona de Dios, y se centra todo en cumplir su voluntad.

Desde el comienzo de la Modernidad, sobre todo a partir de la Ilustración, en los ss. XVII-XVIII, se saca la conclusión de que Dios no hace ninguna falta. Si todo consiste en hacer el bien a los demás, es porque lo importante son los demás. Lo importante es el ser humano. La humanidad. Y los mandamientos se convierten en derechos: “Libertad, igualdad y fraternidad”. Y a Jesús se le convierte en el primer humanista, el primer revolucionario, el primer socialista. Y se dice: “Es imposible amar al prójimo, porque la humanidad es injusta; vamos a cambiar primero la humanidad, cueste lo que cueste, y algún día amaremos al prójimo”. Y las buenas personas se quejan: “El hombre es un lobo para el hombre”. Y como lo del amor queda muy lejos, se quedan con el cariño. Para algunos sólo queda el deseo. Y para muchos la frustración. Al final alguien dice que todo eso es un invento, y que lo único importante es él. “Yo”. Y muchos se quedan solos consigo mismos. Y como no aman a nadie, no están seguros de que nadie les ame. Y se frustran. Y caen en la depresión. Y los demás confunden el amor con un sentimiento. Algo que tiene que ver con el “estar a gustito”. Y cuando no están “a gustito”, dejan de amar. Y a otra cosa.

 ¿Puede el ser humano amar sin ser amado? Los psicólogos dicen que es muy difícil que quien en su infancia no ha experimentado el amor en su familia sea capaz de amar en su vida adulta. Es una cuestión de aprendizaje. Y de que no se puede dar de lo que no se tiene. Por eso cuesta tanto mantener relaciones personales basadas en el amor y es tan fácil, sin embargo, que las relaciones se deteriores y acaben en el desamor.

4.  Pero antes hay que amar a Dios

Jesús dice que el primer mandamiento es el amor a Dios. “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Y dice también “Este es el más importante y el primero de los mandamientos”.

Jesús habla de que amar a Dios es lo primero: “Buscad el Reino de Dios y su justicia”. Aceptad a Dios como vuestro Rey y Señor de vuestras vidas. “Convertíos”. Dejad vuestras vidas y volved hacia Dios. Poned a Dios como centro de vuestras vidas. Amad a Dios. Amadle con toda la persona, con todas las capacidades humanas, desde lo más íntimo de uno mismo, como es el verdadero amor. Entregándose. Confiando plenamente. Pero no ciegamente: “Con toda tu mente”. Conociendo a Aquél en quien confías y a quien entregas tu vida.

Para la tradición bíblica no cabe decir aquello de que no vemos a Dios. En la tradición bíblica a Dios se le ve. En las obras de la creación. Sobre todo, en las obras que realiza en la historia, en sus obras de liberación y salvación. Israel ha visto lo que Dios ha hecho por ellos, ha conocido a Dios porque Dios ha caminado con ellos codo a codo, liberándolos de la esclavitud, salvándolos en momentos de angustia, cuidando de ellos, bendiciéndolos en la vida cotidiana.

Y Dios les ha hablado. Constantemente. Por medio de Moisés y de los profetas. Al poner en primer lugar el mandato de amar a Dios, Jesús no habla de amar a un desconocido, o a una idea, ni siquiera a un ser “celestial”. Jesús esta hablando del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, de Moisés, de Isaías y Jeremías… Jesús habla del Dios en quien esperan los pobres, los que no tienen más que a Dios. Jesús les pide que amen al Dios que ha amado primero.

5.  Antes que nada, “la Ley y los Profetas”: “Escucha, Israel”

Podemos amar al prójimo porque somos seres creados por Dios para amar. Para amarle a Él y al prójimo. Pero la capacidad de amar verdaderamente, ni siquiera para amar al prójimo “como a nosotros mismos”, ni siquiera a nosotros mismos “como a prójimos”, no es algo del todo “natural”. La posibilidad está ahí. Pero hay que “activarla”. Y eso sólo es posible cuando se recibe el amor. El amor de Dios.

Por eso Dios nos amó primero. Y comenzó su historia de salvación. Y escogió un pueblo. Y envió a su Hijo para amarnos todo lo que un ser humano puede amar. Y para amarnos como Dios hecho hombre.

El mandamiento que propone Jesús como el primero tiene una introducción. Mateo no la recoge pero Marcos sí: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor”. Israel primero conoce a Dios. Y lo reconoce como su Señor. A él es a quien hay que amar. También a nosotros nos pide Jesús: Conoced a Dios. Reconocedlo como vuestro Señor. Y amadlo con todo vuestro ser.

Para eso hay que escucharle. Escuchar su Palabra. En la Escritura. En la predicación. En las obras de la creación (“los cielos cuentan la gloria de Dios”). En los acontecimientos de la historia. En el amor de los demás.

Para escuchar hay que estar callados. En nuestra boca y en nuestra mente. Dejar hablar al otro. Dejar hablar a Dios. Dejar actuar a Dios en nuestras vidas. “Estad quietos, y conoceréis que yo soy Dios”. Y conoceréis mi amor por vosotros. Y me conoceréis. Y me amaréis. Y amaréis lo que yo amo. Y os amaréis unos a otros. Porque os amo a todos.”

AMÉN

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