Thirty-Third Sunday in Ordinary Time

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Servidores fieles y responsables

Introducción
La tercera semana en que la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre el fin (finalidad o destino) de nuestra vida y, por encima de todo, a darnos cuenta de qué es lo más importante o esencial.
Hace dos semanas, el 1˚ de Noviembre, nos invitó a poner la vista en el destino que nos tiene preparado: ese encuentro final con Él y con todos nuestros hermanos y hermanas que va a inaugurar la posesión definitiva y perfecta de cuanto ya gozamos parcialmente.
La semana pasada, el Señor nos ha dicho cuál es la actitud que debemos tener para poder entrar a esa fiesta que nos tiene preparada: es necesario actuar con sabiduría para que su llegada no nos agarre desprevenidos, sin el aceite necesario en nuestras vidas.
Finalmente, hoy, el Señor nos revela en qué consiste ese aceite, que constituye nuestra preparación y lo hace con la parábola que acabamos de escuchar.
Los “talentos” hoy
Esta parábola ha entrado tan profundamente en nuestra cultura que andar en busca del propio “talento” se ha vuelto casi una obsesión. Hasta hay programas de televisión dedicados a esta búsqueda. El problema es que no nos hemos quedado con el mensaje que la parábola nos quiere dejar. La búsqueda y descubrimiento del "talento" que podría albergar en cada uno de nosotros es, en algunos casos, espasmódica, inquietante. Ya no hay un padre que tenga un hijo "normal": según ellos, cada hijo tiene su "lado excepcional", talentoso, para ser proclamado y tal vez restregado en la cara de quien solo se atreva a temer la normalidad, una normalidad sana y saludable.
La parábola de los talentos
En el Evangelio de hoy, Jesús nos habla de un hombre que confía sus bienes a sus siervos, y para subrayar la importancia y grandeza de estos bienes utiliza la medida del talento, un lingote de unos pocos kilogramos hecho de varios metales preciosos (oro, plata, bronce), utilizado en la época de Jesús para evaluar la riqueza de un reino o para intercambiar riquezas entre reinos y países. Un hombre ordinario no podría poseer un talento, ¡un rey o un emperador ciertamente!
¿Qué son los talentos?
Jesús utiliza la imagen del talento precisamente para subrayar el enorme valor y la inmensa confianza que Dios deposita en los hombres, que se convierten en los destinatarios que deben custodiar y hacer fructificar su inmensa riqueza: la riqueza es la vida que hay que aumentar hasta a la vida eterna!
El don de esta vida es el inmenso valor que el Señor nos deja en custodia, obviamente junto con la vida de todos los demás hombres, y tenemos la responsabilidad de "gastarlo" para que dé fruto, ampliándolo así en el valor máximo y absoluto de la vida eterna, pero también en verlo fructificar en la vida de quienes nos rodean, siempre en la dirección del valor absoluto de la vida eterna.
Lanzarse a la inversión de la vida para hacerla fructificar nunca es una pérdida, nos dice la parábola en su substancia, no importa la cantidad del fruto, basta trabajarlo, sacarle fruto, basta lo mínimo para que el Señor nos lleve con él a la Vida eterna, al banquete en la resurrección. Por tanto, la vida es el talento que se nos da, la vida eterna es el fruto que de ella obtenemos si jugamos nuestra vida de la manera correcta.
Esto puede parecer poco para quienes carecen del horizonte de la eternidad, tal vez incluso reductivo para quienes suelen sobresalir en esta vida, pero el hecho de que la vida de todos, cada vida humana, es un valor inmenso, como los talentos, para el Dios de la vida, lo encuentro un hecho tranquilizador y liberador: tranquilizador porque no tengo que hacer ningún esfuerzo para conseguir un valor que se me da como regalo, liberador porque me libera de toda lógica humana de atesoramiento y búsqueda de valor: si es Dios quien dice que yo valgo inmensamente, no necesitaré demostrar mi valía a nadie. Además, debo reconocer que todo esto es profundamente correcto, porque no hay vida que a los ojos de Dios valga menos o más, ¡no hay vida desde su concepción que no tenga todo el valor posible!
Siervo bueno y fiel.
En cuanto al don de la vida, el Señor nos pide que no nos escondamos, ya que no es la simple "restitución" de la vida lo que nos pedirá, sino ese fruto, ese interés, que sumado a nuestra vida la hará eterna a través de su mismo don . El Señor no hace un cálculo como los hombres cuando "prestamos" dinero, cosas, para él lo que nos da siempre es "un poquito", como a los servidores de la parábola, y quien usa este poquito muestra fidelidad y recibirá mucha vida eterna.
¿En qué consiste la fidelidad del siervo? No en no haberle faltado a su Señor, sino en haber comprendido su intención y ponerla en práctica para agradarle.
¡Qué diferente del sentido de fidelidad que nosotros a veces tenemos!
El Señor no nos pide esfuerzos más allá de nuestras fuerzas, el Señor nos pide que tengamos fe en él cambiando la forma en que lo miramos, no como un terrible tirano, sino como un Padre que en su paternidad suspira por nosotros hasta el punto de querer vivir con nosotros. eternidad
El ejemplo de la sabiduría.
Hemos visto la semana pasada cómo la sabiduría es parangonada a una mujer, cuya hermosura nunca se marchita y vale la pena dedicar la vida a encontrarla. En la primera lectura de hoy, la sabiduría aparece como una mujer hacendosa que saca el máximo provecho para ella y su familia de todo lo que tiene a su alcance. Sabe poner a trabajar sus talentos y nos enseña que la verdadera sabiduría es precisamente eso: utilizar lo mejor posible los dones que Dios nos da para hacer el bien.
Los intereses sacados de los talentos son las buenas obras realizadas utilizando lo que somos y tenemos.
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