tu promesa
la promesa de Dios es Segura El sacerdote por excelencia la salvación el perdón de pecado la santificación la Redención la sanidad
Jeremías 31:23–40
La promesa de un nuevo pacto
Las maravillosas promesas de este capítulo se dieron durante días oscuros de juicio sobre Judea. La expresión “he aquí que vienen días” aparece tres veces en este pasaje (27, 31, 38). Aquí hallamos profecías acerca de la vuelta del remanente de los judíos a su tierra (23–30; 38–40), y acerca del tiempo futuro del Nuevo Pacto en el cual los creyentes judíos y gentiles habrían de ser unidos en Cristo (31–37). El Señor Jesús es el Mediador de este Nuevo Pacto, establecido sobre mejores promesas que las que fueron dadas al antiguo pueblo de Israel (Hebreos 8:6). Algunas de estas promesas en Jeremías también se aplican a los cristianos del Nuevo Testamento (33–34; cf. Hebreos 8:8–12; 10:16–17).
Los que pertenecen al nuevo pacto son un pueblo santo que ama la Ley de Dios. Una de las señales de que se pertenece a este pacto es que Dios pone su ley en nuestras mentes y la escribe en nuestros corazones (33). Si no es un deleite leer la Palabra de Dios y obedecer lo que el Señor nos manda tenemos que preguntarnos si somos cristianos de verdad.
Pensemos en algunos de los privilegios del nuevo pacto:
• Cada creyente tiene una relación personal con el Dios vivo. Ya no está lejos ni le desconocemos, sino que dice: “Yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo […]; porque todos me conocerán” (33–34). Dios invita a los creyentes a venir a Él en oración, llamándole Padre nuestro en los cielos (Mateo 6:9).
• Dios dice: “Perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (34). Satanás puede acusar y condenar al creyente pero Dios ha perdonado a todo creyente verdadero. Los creyentes pueden regocijarse en las maravillosas palabras de la palabra de Dios: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? […]. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:31, 34).
“No me acordaré más de su pecado”.