¡Aleluya!

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Dios tiene el control de toda la historia.

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¿Alguna vez te has preguntado de donde vienes? ¿De dónde procedemos? ¿Qué camino nos trajo hasta donde hoy estamos?
Y, al mismo tiempo, ¿hacia dónde nos dirigimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Tenemos un destino final?
Eso parece haber querido explicar el poeta español Gustavo Adolfo Béquer:
¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero de los senderos busca. Las huellas de unos pies ensangrentados sobre la roca dura, los despojos de un alma hecha jirones en las zarzas agudas, te dirán el camino que conduce a mi cuna.
¿Adónde voy? El más sombrío y triste de los páramos cruza, valle de eternas nieves y de eternas melancólicas brumas. En donde esté una piedra solitaria sin inscripción alguna, donde habite el olvido, allí estará mi tumba.
Gustavo Adolfo Béquer, poeta español.
Estas palabras parecen llenas de melancolía y tristeza. Béquer parece decir que viene del sufrimiento, la angustia y la tristeza y se dirige a más de lo mismo, para luego terminar y ser olvidado. Punto. Nada más. Fin.
Esa no es la esperanza del cristiano.
Justamente esa es la historia de la Biblia.
Venimos del Jardín del Edén, donde todo era perfecto, donde nada interrumpía nuestra comunión con Dios, donde no había lágrimas, dolor, enfermedad ni muerte. Venimos de una existencia que no conocía la vergüenza, la culpa, la mentira ni la preocupación.
Hay dos caminos, dos puertas, dos destinos posibles:
La condenación eterna, caracterizada por el sufrimiento y la soledad perpetuos, como resultado de nuestras malas decisiones, como producto de la elección de un estilo de vida contrario a los principios y valores de Dios en el que le dimos la espalda para hacer las cosas a nuestra manera.
El regreso al Jardín, y a los propósitos eternos para los que fuimos creados a la imagen de Dios. Los que creemos en Jesús vamos camino de regreso a la propia presencia de Dios para encontrarnos con nuestro Salvador y servirle por la eternidad.
Juan 14:1–2 RVR60
1 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.2 En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
Juan 14:1–2 NVI
1 »No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. 2 En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar.
Esa es la historia de la Biblia, lo que encontramos a lo largo del relato bíblico. El protagonista del primer libro bíblico escrito (Job), quien podría tener más fresca la información y el recuerdo del Jardín dejado atrás, clamaba:
Job 19:25–27 RVR60
25 Yo sé que mi Redentor vive, Y al fin se levantará sobre el polvo; 26 Y después de deshecha esta mi piel, En mi carne he de ver a Dios; 27 Al cual veré por mí mismo, Y mis ojos lo verán, y no otro, Aunque mi corazón desfallece dentro de mí.
Job 19:25–27 NVI
25 Yo sé que mi redentor vive, y que al final triunfará sobre la muerte. 26 Y cuando mi piel haya sido destruida, todavía veré a Dios con mis propios ojos. 27 Yo mismo espero verlo; espero ser yo quien lo vea, y no otro. ¡Este anhelo me consume las entrañas!
Job 19:25–27 NTV
25 »Pero en cuanto a mí, sé que mi Redentor vive, y un día por fin estará sobre la tierra. 26 Y después que mi cuerpo se haya descompuesto, ¡todavía en mi cuerpo veré a Dios! 27 Yo mismo lo veré; así es, lo veré con mis propios ojos. ¡Este pensamiento me llena de asombro!
Job, cerca de la Creación y la Caída, expresa su esperanza, la misma que ha llenado el corazón de los que hemos creído en Jesús.
Hacia el final de la revelación, en el libro de Apocalipsis, encontramos la expresión de la consumación y el cumplimiento de las promesas, el cumplimiento de nuestra esperanza. Vamos a considerar brevemente uno de los últimos capítulos de este libro.
Apocalipsis 19:1–8 RVR60
1 Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro;2 porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella.3 Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos.4 Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!5 Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes.6 Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!7 Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado.8 Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.
Apocalipsis 19:1–8 NVI
1 Después de esto oí en el cielo un tremendo bullicio, como el de una inmensa multitud que exclamaba: «¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, 2 pues sus juicios son verdaderos y justos: ha condenado a la famosa prostituta que con sus adulterios corrompía la tierra; ha vindicado la sangre de los siervos de Dios derramada por ella.» 3 Y volvieron a exclamar: «¡Aleluya! El humo de ella sube por los siglos de los siglos.» 4 Entonces los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y dijeron: «¡Amén, Aleluya!» 5 Y del trono salió una voz que decía: «¡Alaben ustedes a nuestro Dios, todos sus siervos, grandes y pequeños, que con reverente temor le sirven!» 6 Después oí voces como el rumor de una inmensa multitud, como el estruendo de una catarata y como el retumbar de potentes truenos, que exclamaban: «¡Aleluya! Ya ha comenzado a reinar el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. 7 ¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria! Ya ha llegado el día de las bodas del Cordero. Su novia se ha preparado, 8 y se le ha concedido vestirse de lino fino, limpio y resplandeciente.» (El lino fino representa las acciones justas de los santos.)
Este pasaje contiene los únicos cuatro “Aleluya” del Nuevo Testamento.
¡Aleluya! Dios tiene control de todo. (Apocalipsis 19.1-2) “1 Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro; 2 porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella.” (Ap 19:1–2).
No es ninguna sorpresa que Dios sea adorado en el cielo. Lo que nos puede resultar interesante son los motivos por los que se le adora en este momento en particular. “¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro...”.
El libro de Apocalipsis (que de hecho es una carta) muchas veces es tomado como una simple premonición acerca de las cosas que van a ocurrir al final de los tiempos. Es mucho más que eso. Es una poderosísima advertencia acerca de lo serio que es el aspecto espiritual de nuestras vidas y la necesidad de una relación con Dios auténtica, permanente y duradera.
Toma esto como un manual en cuanto a como relacionarnos con Dios, y cómo adorarle. Juan escucha esta “voz de multitud” que adora a Dios. Lo hace reconociendo que la Salvación, la honra, la gloria y el poder son de Dios. Pero además, y esto es muy importante, afirma estas razones para adorarle:
“…sus juicios son verdaderos y justos;...”. ¿Por qué será que Dios tiene “juicios”? ¡Porque es el Juez! Dios es Aquel ante quién toda persona, sin importar en qué momento de la historia haya vivido. Este concepto es muy importante.
Dios es el Juez supremo ante el que cada uno de nosotros se presentará. Eso nos tiene que inspirar un profundo respeto ante Él, ese al que la Biblia le llama “temor de Dios”.
En el mundo en que vivimos hay muchas injusticias. Las vivimos permanentemente. Se engaña, se hace violencia, se abusa de los más débiles, y mucho más. Muchos viven hoy en día como si nunca fueran a dar cuenta por sus acciones. Incluso a veces nosotros mismos podemos tomar livianamente el asunto del pecado, porque parece que no hay consecuencias. Pero eso no es cierto. La realidad es que los juicios de Dios son verdaderos y justos.
¿Recuerdas alguna situación injusta que te haya ocurrido? Tal vez nunca llegaste a ver que se hiciera justicia por eso. El o los culpables tal vez nunca recibieron (aparentemente, hasta ahora) su merecido. Lo cierto es que Dios, el Juez eterno, el que se sienta en el trono, hace justicia. Sus juicios son verdaderos y justos.
“…ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación,...”
Dios no ignora lo que sucede en el mundo en que vivimos. Es más, Jesús mismo descendió a este mundo y se expuso a sus influencias y tentaciones, tal como cada uno de nosotros (Hebreos 4). ¡Dios sabe lo que vives!
Existe un sistema, que en muchos pasajes bíblicos es mencionado como “el mundo”, que impregna y afecta todo lo que vivimos. El Señor diría que vivimos en el mundo pero que no somos de él. Este sistema, que aquí es presentado como “la gran ramera”, es el que promueve la corrupción y la oposición a Dios y sus valores.
Pablo nos enseñaría que no tenemos lucha contra carne y sangre, sino contra huestes espirituales de maldad (Efesios 6.10-20).
Lo que nos revela este pasaje es que las cosas no van a estar así para siempre. Llega el momento en que Dios juzga la corrupción de este sistema, a los que lo controlan y a los que participan gustosamente de sus deleites.
“Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”. Hay un día en que Dios juzga con rigor toda la maldad de este planeta.
“…ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella”.
Los primeros lectores de este libro estaban expuestos a la persecución y la muerte. Así también lo están muchos hermanos nuestros hasta el día de hoy. Hay quienes sufren, son tratados con injusticia y mueren por Cristo.
Ya llega el día en que Dios hará justicia por la sangre de tantos maltratados por ser de Jesús.
¡Aleluya! Lo que Dios hace es eterno. (Apocalipsis 19.3) “Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos.” (Ap 19:3).
Dios no se limita a “regañar” a los que se comportan mal o abusan de los demás. Dios va a dejar muy claro lo que está mal y lo que está bien, a los ojos de todos.
No solo acusa a los malos sino que termina con el reinado de la maldad para siempre. Este sistema que ahora influye sobre todo lo que vivimos dejará de existir para siempre.
¡Aleluya! Dios tiene autoridad por sobre todo y todos. (Apocalipsis 19.4) “Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!” (Ap 19:4).
Estos ancianos y seres vivientes son los que están más cerca de Dios.
Esto implica que de allí hacia abajo en la jerarquía espiritual, todos le reconocen la autoridad a Dios.
Observa que estos poderosos y especiales seres vivientes y ancianos se humillan y adoran. ¡Cuánto más nosotros!
¡Aleluya! Los redimidos alaban al Señor. (Apocalipsis 19.5-8) “5 Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes. 6 Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! 7 Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. 8 Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.” (Ap 19:5–8).
Aquí estamos. Los redimidos, los que tienen la salvación tienen que asumir su posición como “siervos de Dios”. Esa no es una posición solo para algunos (aunque a veces se ha presentado así) sino para todos los que creen en Jesús. Si le llamamos Señor somos sus siervos.
Esto incluye tanto a pequeños como a grandes. Todos los que le sirven al Señor están representados allí. Tú y yo, siervos de Jesús, nos llenaremos el corazón gritando este “¡Aleluya!”.
Llegará ese momento del reencuentro permanente con nuestro Salvador, la fiesta de bodas a la que hemos sido invitados.
No pierdas, por favor, el detalle de que su esposa se ha preparado. Allí es donde estamos tú y yo ahora, en el proceso de preparación.
El rol de los hijos de Dios en este momento profético es muy especial. No es el de meros “asistentes” a la boda. Somos la esposa.
La esposa debe ir ataviada de lo mejor. Considera como se prepara una mujer para su boda, con la mejor vestimenta, el mejor peinado, lo mejor de lo mejor.
La iglesia se viste con las acciones justas de los santos. ¿Te das cuenta lo que eso significa? Que nosotros hoy, ahora, tenemos que realizar esas acciones justas, tenemos que participar en actividades y hechos que embellezcan la iglesia que se va a reunir con el Salvador para siempre.
No somos salvos por obras sino para obras. (Efesios 2.10).
Conclusión:
El tiempo de la justicia llegará.
El tiempo de la injusticia terminará para siempre.
El momento de decidir si ir al lago de fuego y azufre o ser la esposa es ahora.
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