títulos usados para describir a Cristo

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1. El primogénito de entre los muertos (Ap. 1:8).

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títulos usados para describir a Cristo
A través de la Biblia encontramos un gran número de frases y de títulos usados para describir a Cristo. Pero todas esas frases y títulos enfatizan de una manera clara la deidad de nuestro Señor. He aquí algunos ejemplos:
1. El primogénito de entre los muertos (Ap. 1:8).
2. El Alfa y la Omega (Ap. 1:8).
3. El principio y fin (Ap. 1:8).
4. El Todopoderoso (Ap. 1:8).
5. El que tiene las llaves de la muerte y del Hades (Ap. 1:18).
6. El primero y el último (Ap. 2:8).
7. El que estuvo muerto y vivió (Ap. 2:8).
8. El que tiene la espada aguda de dos filos (Ap. 2:12).
9. El Hijo de Dios (Ap. 2:18).
10. El que tiene los siete espíritus de Dios (Ap. 3:1).
11. El Santo (Ap. 3:7).
12. El Verdadero (Ap. 3:7).
13. El que tiene la llave de David (Ap. 3:7).
14. El que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre (Ap. 3:7).
15. El Amén (Ap. 3:14).
16. El Testigo Fiel y Verdadero (Ap. 3:14).
17. El principio (Soberano) de la creación de Dios (Ap. 3:14).
18. El Verbo de Dios (Ap. 19:13).
19. El Sustentador de todas las cosas (He. 1:3).
20. El Heredero de todo (He. 1:3).
21. El Autor de la vida (Hch. 3:15).
22. La Luz Verdadera (Jn. 1:9).
23. La imagen del Dios invisible (Col. 1:15).
24. El Rey de reyes y Señor de señores (Ap. 19:16).
25. Dios (He. 1:8; Jn. 1:1; 20:28).
Todos estos títulos describen a la Persona delante de quien se doblará toda rodilla de los que están en los cielos y en la tierra y debajo de la tierra y de quien toda lengua ha de confesar que El es Señor para la gloria de Dios el Padre (Fil. 2:10–11). Pensar que toda lengua ha de llamar Señor a un ser creado y que toda rodilla se ha de doblar delante de quien sólo es una «deidad menor» es total y absolutamente inverosímil. Pero, por el contrario, pensar que toda lengua ha de confesar como Señor, y que toda rodilla ha de doblarse en humillación y reconocimiento de quien en verdad es Fuente y Causa de la creación, co-igual, co-sustancial y co-eterno con el Padre y el Espíritu Santo es motivo de alabanza y gratitud por toda la eternidad.
La Palabra de Dios dice:
Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos serás salvo (Ro. 10:9).
Todo aquel que confiesa a Cristo como Señor aquí en la tierra, ha de gozar de las bendiciones celestiales por toda la eternidad. Y todo aquel que rehúsa confesar a Cristo como Señor, aquí en la tierra, un día tendrá que hacerlo de todas maneras aunque entonces será desde el infierno eterno.
El apóstol Tomás se humilló delante de Cristo y le dijo: «Señor mío, y Dios mío» (Jn. 20:28).
El apóstol Pablo dice que Cristo es «Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén» (Ro. 9:5). El apóstol Juan declara que Jesucristo es «el verdadero Dios y la vida eterna» (1.a Jn. 5:20). Jesús dijo a los judíos incrédulos:
Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que Yo soy, en vuestros pecados moriréis (Jn. 8:24).
Para el verdadero creyente, la doctrina bíblica de la deidad de Cristo proporciona la seguridad y el confortamiento espiritual de saber en quien El ha creído. Para el incrédulo que niega que Jesús es lo que la Biblia dice que El es, las palabras del Señor «en vuestros pecados moriréis» constituyen una sentencia definitiva.
De modo que Cristo es «la imagen del Dios invisible» en el sentido de que es la representación y la manifestación visible del Dios eterno. El Hijo Unigénito ha dado a conocer a Dios a los hombres. Jesús es, además, «el primogénito de toda creación» no porque El haya sido creado, sino porque antecede a cualquier cosa creada en cuanto a tiempo y porque está por encima de toda cosa creada en lo que respecta a rango. Finalmente, el hecho de que en «Cristo habito la plenitud de la deidad corporalmente» no podría significar otra cosa sino que El es Dios en toda la plenilud del significado de dicha palabra.
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Conclusión
El tema central de este libro ha sido presentar la doctrina bíblica de la deidad de Cristo. Como se ha subrayado varias veces, esta es una doctrina fundamental para el cristiano. El cristianismo es una fe trinitaria. Si Jesucristo no es Dios, entonces no habría un Dios Trino. Si Dios no existe en tres personas no puede haber cristianismo. De modo que si Jesucristo no es Dios el cristianismo sería una religión falsa.
Debe de subrayarse, sin embargo, que al enfatizar la doctrina de la deidad de Cristo no se pretende en modo alguno minimizar o pasar por alto Su humanidad. Que quede bien claro, pues, que Jesucristo es hombre perfecto, sin pecado. La Persona divina de Dios el Hijo tomó para Sí la naturaleza humana. Jesús es, por lo tanto, el Dios hombre o el Theanthropos.
Desde el momento de la encarnación y por toda la eternidad Jesús es el Dios hombre.
La humanidad de Cristo puede demostrarse bíblimente, al igual que Su deidad, mediante examen de Sus nombres o títulos, Sus afirmaciones y Sus obras. De vital importancia es, además, el hecho de que las Escrituras específicamente subraya las características humanas de Jesús: 1) la profecía lo presenta como la simiente de la mujer (Gn. 3:15; Is. 7:14), 2) los evangelios afirman que tuvo un nacimiento humano (Lc. 1:30–38; 2:1–20, véase además Gá. 4:4); 3) Jesús tuvo una niñez humana (Lc. 2:40, 52); 4) experimentó toda clase de situaciones humanas (excepto el pecado): hambre (Mt. 4:2), cansancio (Jn. 4:6), sueño (Mt. 8:24), sed (Jn. 19:28), tentación (Mt. 4:1), dolor y sufrimiento (Is. 53:5), tristeza (Mt. 26:38), muerte (1.a Co. 15:3); y 5) Jesús se refirió a Sí mismo como hombre (Jn. 8:40; 1:30). El se hizo hombre por toda la eternidad (Jn. 1:14; 1.a Ti. 2:5) y como hombre, juzgará a toda la humanidad.
Ahora bien, Jesús es una Persona divina y, como tal, es presentado por todos los escritores del Nuevo Testamento. El es «nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tit. 2:13), el «Autor de la vida» (Hch. 3:15), el Santo Hijo de Dios (Hch, 4:27, 13:35), El es el Rey de reyes y el Señor de señores (Ap. 19:16). En resumen, la Palabra de Dios enseña, de manera equilibrada, tanto la deidad como la humanidad de Cristo. Ambas verdades deben de ser reconocidas, creídas y proclamadas por todo aquel que respete la autoridad de las Escrituras.
Tan peligroso y antibíblico es negar la absoluta deidad de Cristo como negar Su perfecta humanidad. El exégeta fiel de las Escrituras procura siempre presentar ambas verdades equilibradamente. El único mediador entre Dios y los hombres es Jesucristo hombre (1.a Ti. 2:5). Pero el Jesucristo también es el verdadero Dios y la vida eterna (1.a Jn. 5:20). Jesucristo no es un hombre que evolucionó al nivel de Dios ni es un Dios imperfecto quien tuvo que humanarse para llegar a realización perfecta de Su existencia.
Jesucristo ha sido uno con el Padre y el Espíritu por toda la eternidad. El no dejó de ser Dios durante el tiempo de Su encarnación ni después de dicha experiencia. La encarnación de Dios sí es un misterio, pero jamás un mito. La iglesia cristiana, a lo largo de su historia, ha reconocido la importancia de dar igual énfasis tanto a la deidad como a la humanidad del Señor. Es más, en lo que respecta a la doctrina de la salvación, tan importante es la realidad de la deidad de Cristo como la de su humanidad. Es por ello que la iglesia ha defendido vehementemente ambas doctrinas.
En nuestros días, la batalla teológica tocante a la cuestión de «¿Quién es Jesucristo?» continúa con gran furor. Hoy, como en épocas pasadas, existen dos acercamientos a la cristología: 1) el racionalista, humanista o antisobrenaturalista, y 2) el bíblico exegético, histórico y sobrenaturalista. El primero se basa sobre la lógica humana, supuestos postulados científicos, conceptos racionalistas que afirman aceptar como real sólo lo que es científicamente verificable. El segundo grupo acepta la realidad de la revelación divina, acepta el método científico de investigación, pero sin hacer de la ciencia un dios. Afirma, además, que el Dios eterno se ha revelado en la Persona de Jesucristo. En fin, para el segundo grupo la fuente primordial de conocimiento es la Palabra de Dios.[1]
[1] Carballosa, E. L. (1982). La deidad de Cristo (pp. 136–141). Grand Rapids, Michigan: Editorial Portavoz.
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