Una radiografía del pecado

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Introducción

La historia de Adán y Eva, el fruto prohibido y la serpiente, es tan popular como malinterpretada. Forma parte de la cultura pop, apareciendo en pinturas, canciones, películas, libros e incluso chistes. Sin embargo, la inmensa mayoría de la gente no logra dar con su verdadero significado.
Esto no importaría si se tratara de una simple historieta. Lejos de eso, es la Palabra de Dios, y más aún, es uno de los pasajes claves para explicar todo el mensaje de la Escritura. Pro lo mismo, es esencial que lo entendamos bien.
El contexto nos dice que el Señor había creado a Adán y Eva en el sexto día, después de haber hecho todas las demás cosas, y los puso sobre la creación para que la administraran en representación de Dios (Gn. 1:28). Son las únicas criaturas de las que se dice que fueron hechas a imagen de Dios (Gn. 1:26), por lo que el lugar que disfrutaron en la creación es incomparable.
El Señor formó el cuerpo de Adán del polvo de la tierra y le dio aliento de vida, haciéndolo un ser viviente (Gn. 2:7), y lo puso en el huerto para que lo trabajara. Para esta misión de gobernar la creación, creó a Eva, quien fue diseñada como su ayuda idónea y ambos fueron unidos en matrimonio, siendo ante Dios un solo ser (Gn. 2:24).
Tomando toda la demás enseñanza de la Escritura, sabemos que el Señor hizo un pacto con Adán, ya que le dio una Ley que incluía la prohibición de comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, y lo puso como cabeza de la humanidad, de modo que todos seguiríamos su destino. Además, lo puso en un estado de prueba, del que podía resultar -valga la redundancia- aprobado o condenado. Fue creado justo, pero podía caer de ese estado.
Lamentablemente, todas estas bendiciones y privilegios incomparables no fueron suficientes para Adán. No se mantuvo en obediencia, sino que se rebeló contra Dios, y con eso, introdujo el pecado en la humanidad, sometiendo a toda su descendencia a la corrupción.
Por eso se hace necesario estudiar el pecado en esta serie. Tal como la Escritura dice: “el cumplimiento de la ley es el amor” (Ro. 13:10), también dice: “el pecado es infracción de la ley” (1 Jn. 3:4). Es decir, el pecado es todo lo opuesto del amor.
Nos detendremos, entonces, a analizar i) el origen del pecado, ii) sus consecuencias, y iii) la increíble misericordia de Dios ante esta rebelión.

El origen del pecado

Este pasaje merece un análisis en profundidad, ya que en esta primera transgresión de la humanidad se encuentran las características comunes a todo pecado. El delito de Adán y Eva aquí anticipa a todo otro pecado, y a la vez, todo pecado que se comete es un eco de esta caída inicial.

La tentación

Aunque Moisés menciona a satanás en este relato, en el resto de la Escritura se le responsabiliza claramente como el autor de la tentación (Jn. 8:44; 2 Co. 11:3; 1 Jn. 3:8; Ap. 20:2).
Como en el corazón de Adán y Eva no había ningún deseo perverso, la tentación a pecar debía venir desde afuera, como sucedió con Jesucristo (Mt. 4:3). Además, como el diablo no podía asumir una forma humana, ya que Adan y Eva eran los únicos humanos en la creación, debió tomar la forma de una criatura inferior.
Se describe a la serpiente, y tras ella a satanás, como astuta (v. 1). La palabra que se usa en el original hebreo tiene una connotación negativa, y cada vez que aparece en el A.T. envuelve la idea de una habilidad o inteligencia para hacer lo malo.
Así es como la serpiente inicia la tentación. Lo interesante es que esto lo hace con una pregunta, que por lo demás, es la primera que aparece en la Biblia: "Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?" (v. 2).
Satanás aquí lanza un ataque directo contra:
El carácter de Dios: tienta a Eva a dudar de las reales intenciones del Señor. Cuestiona que Él realmente busque el bien del hombre. Hace parecer como si Dios estuviese eliminando la libertad del hombre, como si fuese un gran aguafiestas cósmico que quiere privarlos de disfrutar algo que debería pertenecerles, y presenta el caso como si el hombre tuviese derechos ante Dios.
La autoridad de Dios en Su Palabra: introduce la duda de si lo que Dios ha dicho es verdad, y de si es lo mejor. De hecho, distorsiona la Palabra de Dios, ya que Dios nunca dijo: “no comáis de todo árbol del huerto”, sino que dijo: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:16-17).
Lo que satanás ataca especialmente es la autoridad de Dios para establecer su Ley como Legislador absoluto y universal. Es su calidad de Rey Soberano. Este cuestionamiento al Señor y a Su Palabra es el primer paso de todo pecado.
Satanás además tuvo una estrategia: pese a que Adán era la cabeza de la pareja, no se dirigió a él, sino a Eva, probablemente porque fue creada como vaso más frágil (1 P. 3:7) y porque había estado menos tiempo y tenía menos experiencia en el mundo. Además, la abordó estando ella sola, no abiertamente ante su esposo. Recordemos que Eva era sin pecado, pero podía ser tentada y seducida, pues estaba en un estado en que podía caer de su condición.
Ante esta tentación descarada, Eva debía rechazar de plano a la serpiente e incluso haber clamado invocando a Dios de inmediato, porque se había cometido la terrible blasfemia de echar una sombra de duda sobre el carácter y la Palabra de Dios.
vv. 2-3 En lugar de esto, Eva dialogó con Satanás y lo corrigió, pero realizó su propia modificación a la Palabra de Dios, haciendo la prohibición más estricta de lo que realmente era. Ella le dice que no se les había permitido tocar el fruto, pero Dios sólo prohibió comerlo. Con esto, tenemos la primera forma de legalismo, que consiste en agregar reglas humanas a lo que Dios ha ordenado.
Una vez que Eva picó el anzuelo, satanás pisó el acelerador y fue más allá. Se presentó como “ángel de luz (2 Co. 11:14), ofreciendo conducirla a la verdadera interpretación de la realidad. Eva, en lugar de asustarse de que la serpiente hablara, la recibió como una mensajera fiel.
Satanás ahora contradijo abiertamente a Dios diciendo “No moriréis” (v. 4) donde Dios había dicho “ciertamente morirás” (Gn. 2:17), y convenció a Eva de que el pecado traería un beneficio para ellos: sus ojos supuestamente serían abiertos y ellos no iban a morir como Dios les dijo, es decir, miente sobre los supuestos beneficios del pecado y también sobre las nefastas consecuencias que éste trae. En otras palabras, inventa beneficios que no existen, y aminora o esconde el terrible daño que produce.
serán abiertos vuestros ojos” En un sentido sus ojos fueron abiertos; porque adquirieron una experiencia horrible del “bien y del mal”, ya que por un lado conocieron lo que era la felicidad de una condición santa, pero ahora conocerían la miseria de una condición pecaminosa. Satanás ocultó a Eva este resultado, quien se dejó llevar por esa codicia de conocer algo que le estaba velado, pensó sólo en subir su nivel y acercarse a esa serpiente que le enseñaba cosas escondidas.

El deseo del mal

Y es que hay una frase clave en esto, que es el dulce envenenado envuelto en toda esta tentación: “seréis como Dios”. Esa frase maldita y perversa encandiló a Eva, quien ahora creyó ver el camino abierto hacia el trono, donde pensó que podía sacar al Rey Soberano y sentarse ella en su lugar.
Notemos que antes de concretar su rebelión, a Eva le pareció codiciable ese árbol (v. 6). No había nada corrupto en el árbol en sí. Fue la prohibición de Dios la que transformó el comer del fruto en pecado. Allí comienza todo mal, cuando deseamos aquello que es contrario a la Palabra de Dios, nos parece atractivo aquello que Él ha prohibido en su perfecta voluntad.
Cada vez que pecamos, creemos la mentira de que Dios no tiene la autoridad que realmente tiene, que su Palabra no es Ley como realmente es, y es ahí cuando nos ponemos en el lugar del Legislador y determinamos lo que es bueno y lo que es malo. Esa es la base del pecado. cuando quitamos la Palabra de Dios de su sitial supremo como nuestra ley, y ponemos nuestra voluntad en ese lugar, cuando desconocemos la soberanía de Dios y pretendemos usurpar su Trono, creyendo que vamos a tener éxito haciendo esto.
Esto fue lo que creyeron Adán y Eva, y prefirieron confiar en la serpiente antes que en Dios, cuando ella les insinuó que Dios quería el mal para ellos, o que tenía temor de que ellos conocieran la realidad tal como es. Esto ocurre cuando pecamos: creemos una mentira sobre Dios, algo que satanás siempre intentará sembrar en nuestros corazones.
Además de esta mentira sobre Dios (i), Adán y Eva creyeron mentiras sobre: ii) su Ley, ya que pensaron que era engañosa o injusta; iii) sobre sí mismos, ya que creyeron que podían superar su estado y llegar a ser como Dios, iv) acerca del diablo, porque no lo vieron como engañador y homicida, sino como mensajero de la verdad; y v) sobre la creación, porque no consideraron que fue hecha para glorificar a Dios, sino que pensaron que existía para ellos.
A pesar de que Dios los había creado y los había llenado de bienes, dándoles sólo felicidad, Adán y Eva no estuvieron contentos en el Señor, no encontraron su plenitud en Él, sino que su deseo de las cosas creadas fue más grande que su deseo de Dios. No se alegraron con la posición exaltada que Dios les había dado sobre la creación, sino que la serpiente los convenció de no estar satisfechos, se hicieron parte de una revolución universal, declararon su independencia del Creador y desearon usurpar Su Trono.
“[El pecado] no solamente es una transgresión de la ley de Dios, sino un ataque al mismo gran Legislador, una rebelión en contra de Dios. Es un quebrantamiento de la justicia inviolable de Dios que sirve de fundamento a su trono… y un agravio a la inmaculada santidad de Dios…” (Louis Berkhof).
Una vez que el deseo activo de lo malo estuvo en el corazón de Eva, sus manos iban a concretar lo que ya era una realidad en su alma. Ella quería desobedecer, y si nada se lo impedía, iba a concretar su pecado.

La rebelión

Así es como Eva comió y le dio a su marido, quien también comió, y ocurrió el primer pecado. La tentada se convirtió ahora en tentadora, invitando a su marido a caer con ella.
¿Y qué ocurrió con Adán?dio también a su marido, el cual comió así como ella” (v. 6). El primer hombre, quien debía ser obediente en todo para guiarnos a la gloria y quien debía ser cabeza de su mujer para enseñarle el bien, en lugar de eso fue un cobarde, un débil de carácter que fue incapaz de oponer siquiera un ‘pero’ a la rebelión abierta de su mujer.
La forma en que está redactado el texto hace muy probable que Adán estuviera próximo a Eva, de manera que pudiera ver e incluso escuchar la tentación de la serpiente. Si fue así, su silencio fue tan nefasto como las palabras de la serpiente, pues él debía haber alzado la voz para proclamar la Ley que Dios había decretado, pero en lugar de eso simplemente calló y comió.

Este pecado de la primera pareja fué atroz y agravante; no fué simplemente acto de comer una manzana, sino amor de sí mismos, deshonra a Dios, ingratitud a un bienhechor, desobediencia al mejor de los maestros, preferencia de la criatura sobre el Creador.

Así, Adán y Eva pecaron, y lo hicieron con todo su corazón:
Con su intelecto, donde se entregaron a la incredulidad y el orgullo, entendiendo la realidad de una manera completamente distorsionada y torcida.
Con su voluntad, porque desearon ser como Dios y desobedecer su Ley, creando en lugar de eso su propia ley.
Con sus afectos, porque encontraron placer en rebelarse contra su Creador y comer del fruto prohibido.
De esta forma, el pecado es una oposición activa, abierta, libre y culpable ante la Ley de Dios.
En esta primera rebelión, encontramos una violación plena de la Ley de Dios:
Dios dice: “no tendrás dioses ajenos delante de mí”, pero ellos se hicieron dioses a sí mismos.
Dios dice: “no te harás imagen”, pero ellos hicieron del árbol y su fruto un ídolo y se rindieron ante él.
Dios dice: “no tomarás el nombre del Señor en vano”, pero tanto la serpiente como Eva hablaron sobre Dios ligeramente y sin la intención de obedecerle ni honrarlo.
Dios dice: “Acuérdate del día de reposo”, pero ellos rechazaron el reposo de Dios, que es el corazón de este mandamiento, y prefirieron encontrar su felicidad lejos de Su voluntad.
Dios dice: “honra a tu padre y a tu madre”, lo que implicaba el deber de Eva de someterse a su autoridad en la tierra, que era Adán, y también envuelve el deber de Adán de enseñar la obediencia a Dios a Eva, pero en lugar de eso, Eva se sometió a la serpiente y Adán siguió a Eva.
Dios dice: “no matarás”, lo que implica el deber tanto de preservar la vida del prójimo como la propia, pero la serpiente fue homicida al guiar a Adán y Eva a la muerte, y ellos no preservaron su vida siendo obedientes, sino que se lanzaron a la muerte por medio de la rebelión.
Dios dice: “no adulterarás”, pero Adán y Eva cometieron adulterio espiritual, deseando lo creado por sobre el Señor y creyendo a la serpiente en vez de al Creador.
Dios dice: “no robarás”, pero Adán y Eva tomaron de un fruto que estaba prohibido para ellos y que pertenecía a Dios.
Dios dice: “no dirás falso testimonio”, pero la serpiente dijo calumnias sobre Dios, que tanto Adán como Eva creyeron.
Dios dice: “no codiciarás”, pero Adán y Eva ambicionaron ser como Dios y no se contentaron con todas las bendiciones que Él les entregó.
El pecado es un desafío contra la justicia de Dios, una violación de su misericordia, una burla de su paciencia, un intento de rebajar su poder y el desprecio de su amor” (John Bunyan).

La historia de todas las tentaciones, y de todo pecado, es la misma: el objeto exterior de atracción, la conmoción interior de la mente, el aumento y triunfo del deseo apasionado; terminando en la degradación, esclavitud y ruina del alma (Santiago 1:15; 1 Juan 2:16).

Las consecuencias del pecado

Es imposible que una rebelión de tal magnitud quedara sin consecuencias. El Señor había advertido a Adán sobre lo que ocurriría si desobedecían: “ciertamente morirás” (Gn. 2:17). Sin embargo, Adán no dimensionó el profundo abismo en el que cayó al rebelarse contra el Todopoderoso y Santo.
En el pacto de obras que Dios hizo con Adán en el principio, estaba estipulado que él nos representaría como humanidad, de modo que seguiríamos su destino, dependiendo de si obedecía o no. Por eso dice: “el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12). La única forma de explicar esto es que el Señor puso a Adán como cabeza y representante de la humanidad, de modo que en él todos pecamos, y por esa desobediencia la corrupción del pecado nos contaminó desde la médula.
La santidad de Dios necesariamente reacciona en contra del pecado y esta reacción se manifiesta en el castigo del pecado” (Louis Berkhof).
Así, algunas de las consecuencias del pecado que notamos a partir de este texto son:

Separación de Dios

El principal de los castigos por el pecado es la separación de Dios bajo maldición, porque de esto se derivan todas las demás sanciones. En eso consiste realmente la muerte, que en su primera manifestación es física, y en su etapa final es eterna, lo que Apocalipsis denomina "la segunda muerte".
Incluso antes de que el Señor los llamara ante Su presencia, Adán y Eva se escondieron de Él, creyendo que podrían huir de su presencia y del conocimiento que Dios tiene de todas las cosas. Todavía hoy el pecado produce este efecto en nosotros: hace que nos apartemos de Dios, que rechacemos estar ante su presencia.
Cuando el Señor llamó a Adán y Eva para confrontarlos, lo hizo con la pregunta: “¿Dónde estás tú?” (v. 9). Dios hizo esta pregunta no porque no supiera la respuesta, sino porque quería hacer ver a Adán que ya se había roto la comunión directa e íntima que existía entre él y Dios, y eso se reflejaba en que Adán se estaba escondiendo.
Desde el presente, nos resulta imposible dimensionar lo que perdimos como humanidad con esta rebelión. Podemos hacernos una idea, pero nosotros no disfrutamos lo que Adán y Eva tuvieron en el momento en que fueron creados. En ese momento no había mediador entre Dios y el hombre, y “Jehová Dios... se paseaba en el huerto, al aire del día” (v. 8). Esa comunión íntima, directa y natural es justamente para lo que fuimos creados. Sin embargo, cuando Adán pecó, todos fuimos arrastrados por esa rebelión y encontrados culpables en él, de modo que perdimos esta gloriosa comunión y el conocimiento verdadero de Dios: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Ro. 3:23).

Separación del prójimo

Antes de la caída, dice: “estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban” (Gn. 2:25). Esto implica que entre ellos había una comunión íntima y estrecha, sin estorbo ni mancha.
Pero después del pecado, ya no habría armonía entre ellos, sino una lucha de poder. Eso es lo que está envuelto en la frase “tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (v. 16).
Este quiebre se evidencia de inmediato, ya que cuando el Señor los confrontó, ellos no respondieron como un matrimonio unido, sino como uno separado espiritualmente: i) “La mujer que me diste”, dice Adán (¡Muy distinto de Gn. 2:23!), desligando su culpa en Eva, y de forma sutil significa que inculpa a Dios (Calvino). Como Dios le había dado a la mujer como compañera y ayuda, él había comido del árbol por amor a ella; pero al ver que estaba arruinada, decidió dejar que se hundiera.
ii) “me engañó”, dice Eva, la engatuzó con mentiras lisonjeras, pero no reconoce su culpa.
La primera relación entre dos seres humanos fue el matrimonio entre Adán y Eva. De ahí surge toda otra relación humana. En consecuencia, todo conflicto personal entre dos seres humanos, es un eco de la corrupción de esta primera relación, pues esta ruptura entre Adán y Eva se traspasó a todas las relaciones humanas.
Un conflicto especial que se deriva de este primer pecado, es lo que anuncia el Señor que ocurrirá: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya” (Gn. 3:15). Esa enemistad entre la descendencia de la mujer y la de la serpiente, es el conflicto entre el pueblo de Dios y los incrédulos, que están bajo el maligno (1 Jn. 5:19), comenzando por Caín y Abel, pasando por Jacob y Esaú, Israel y sus enemigos, la Iglesia y sus perseguidores, hasta llegar al Armagedón.

Corrupción de nuestra naturaleza

El “ciertamente morirás” no se refería sólo a dejar de respirar, sino algo más profundo: la muerte, con toda su podredumbre y poder de corrupción, penetraría hasta lo más hondo de nuestro ser, infectando toda nuestra naturaleza.
La Confesión de Fe Bautista de Londres de 1689 provee una excelente explicación:
3. Siendo ellos [Adán y Eva] la raíz de la raza humana, y estando por designio de Dios en lugar de toda la humanidad, la culpa del pecado fue imputada y la naturaleza corrompida transmitida a toda la posteridad que descendió de ellos mediante generación ordinaria, siendo ahora concebidos en pecado, y por naturaleza hijos de ira, siervos del pecado, sujetos a la muerte y a todas las demás desgracias – espirituales, temporales y eternas–, a no ser que el Señor Jesús los libere.
4. De esta corrupción original, por la cual estamos completamente indispuestos, incapacitados y opuestos a todo bien y enteramente inclinados a todo mal, proceden en sí todas las transgresiones”.
CFBL 1689, cap. 6.
Eso es lo que quiere decir la Escritura cuando afirma que estamos muertos en delitos y pecados (Ef. 2:1).

Culpa y vergüenza

La actitud de Adán y Eva luego de pecar nos dice mucho, pues inmediatamente fueron traspasados por el aguijón de la vergüenza, en sus corazones hubo una mancha imposible de quitar, e intentaron cubrirla por sus medios, usando hojas de higuera (v. 7), lo que podría cubrir su desnudez física, pero nunca su culpa.

Vergüenza, remordimiento, temor, una sensación de culpa, sentimientos a los cuales ellos hasta ahora habían sido extraños, trastornaron sus mentes, y los llevaron a escaparse de Aquel cuya llegada antes recibían con gozo. ¡Qué torpeza pensar en escaparse de su presencia! (Salmo 139:1–12).

Este es el primer intento de religión humana. Desde ese momento, el hombre intentaría salvarse a sí mismo, por sus medios y a su manera. Todo culto creado por el hombre es un eco de estas hojas de higuera, que nada pueden hacer para librar de las consecuencias del pecado.
Esconderse es esencial en la manera cómo trabaja el pecado. El pecado prefiere la oscuridad y estar lejos de Dios en vez de estar cerca de él, de pie en la luz (Ef. 5:8; 1 Jn. 1:10):
El pecado quiere estar a solas con el hombre. Lo separa de la comunidad. Cuanto más solo está el hombre, tanto más destructor es el poder que el pecado ejerce sobre él; tanto más asfixiantes sus redes, tanto más desesperada la soledad. El pecado quiere pasar desapercibido; rehúye la luz. Se encuentra a gusto en la penumbra de las cosas secretas, donde envenena todo el ser… Quedarse a solas con el propio mal es quedarse completamente solo” (Dietrich Bonhoeffer).
Esto lleva a una situación de desamparo y desesperanza: “El alma pecadora del hombre está desesperada e indefensa” J. Gill.

Una vida bajo maldición

Además de lo ya mencionado, el Señor decretó maldiciones temporales, que tienen que ver con los roles que cada uno tenía, por ejemplo, la mujer fue maldita en su maternidad (v. 16) y Adán fue maldito en su en su trabajo, porque se le añadió despropósito, fatiga y dolor (vv. 17-19). Esto se relaciona con algo más profundo, que fue la maldición de la tierra. Desde ahí en adelante, la corrupción entraría a la creación, y habría enfermedad, dolor y muerte. De aquí en más, la creación esperaría la redención de los hijos de Dios, con dolores de parto, como dice Ro. 8:20-23.
La más intensa de estas maldiciones temporales es la muerte física. Cuando el Señor creó al hombre, formó su cuerpo y le dio aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente (Gn. 2:7). Sin embargo, la muerte es lo opuesto: el alma y el cuerpo, que fueron diseñados para estar eternamente en unidad, son separados de forma traumática. Cuando Cristo venga por segunda vez, aquellos que hayan muerto en sus pecados serán llamados del sepulcro, y su alma se unirá a su cuerpo para sufrir eternamente en el infierno. Esa es la muerte eterna.
Así, una vez que se disolvió la unión entre el alma de Adán y Dios, quedó expuesto a todas las miserias de esta vida, y a los sufrimientos perpetuos del infierno. Este terrible capítulo provee el único relato verdadero del origen de todos los males físicos y morales que hay en este mundo, reafirmando la santidad y justicia de Dios. Adán, quien fue creado justo, cayó ante una leve tentación; y se volvió culpable y miserable, arrastrando a toda su descendencia al mismo abismo. (Ro. 5:12)

Expulsión (retorno imposible)

El v. 22, lejos de ser una muestra de temor por parte de Dios, es otra muestra de su misericordia, ya que no dejó que el hombre viviera para siempre en este estado de miseria. Además, dado que el árbol era un medio visible por el que Dios comunicaba la inmortalidad como premio ante la obediencia, el hombre perdió todo derecho a comer de su fruto, pues desobedeció.
Por lo mismo, nada tenía que hacer el hombre allí: Adán y Eva fueron expulsados del huerto. Los querubines puestos como guardianes, indican que para el hombre será imposible volver a la comunión con Dios por sus propios medios. Se ha creado un abismo espiritual entre el hombre y Dios debido al pecado, que resulta irremontable para la humanidad. En otras palabras, no podemos salvarnos por nuestros propios medios de esta situación miserable.

La misericordia de Dios ante el pecado

Hasta ahora sólo hemos hablado de cómo se produjo el primer pecado, y de las terribles consecuencias que acarreó. Pareciera que no hay lugar para nada más, si consideramos al pecado en toda su horripilancia. Sin embargo, en medio de toda esta podredumbre y estas tinieblas, brilla la misericordia de Dios con una luz que encandila.
Sí, porque no sólo encontramos maldiciones y sanciones, sino muestras de gracia y promesas de redención, que son las que nos permiten levantar nuestra cabeza y fijar nuestros ojos en el Señor.

La paciencia al no consumirnos

La primera muestra de misericordia, que es realmente inmensa, es que el Señor no condenó inmediatamente a la humanidad a la muerte eterna, sino que separó la muerte física de la espiritual, dando así espacio para la salvación y la restauración.
Él podría simplemente habernos borrado del mapa inmediatamente como humanidad, pero en lugar de eso quiso formar un pueblo de entre los pecadores, y salvarnos por pura gracia, para que podamos estar con Él por la eternidad.
Podemos afirmar con el profeta: “Que las misericordias del SEÑOR jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades; son nuevas cada mañana; ¡grande es tu fidelidad!” (Lm 3:22–23 LBLA).

El juicio a nuestro enemigo

Además de esto, el Señor sentenció a la serpiente primeramente (v. 14), es decir, antes de maldecir a Adán y Eva, maldijo al enemigo de ellos, y se prometió a Adán que la cabeza de su adversario sería aplastada, lo que sabemos que hará Jesucristo.
Esto a primera vista no pareciera ser una muestra de misericordia hacia nosotros, pero lo es, porque implica el castigo a aquel que quería exterminar a la humanidad y arrastrarla hacia el mismo lago de fuego que le espera a él y a sus ángeles rebeldes.

La promesa del Salvador

Lo anterior prepara el camino para el gran despliegue de la gracia de Dios, al entregar la primera promesa de salvación, incluso antes de dar a conocer su sentencia de maldición. En el v. 15, el Señor les prometió el Salvador que vendría a restaurar todas las cosas, que aplastaría la cabeza de la serpiente y nacería justamente de la mujer que incurrió primero en pecado.
Así, la mujer pasó de ser la que invitó a comer el fruto para muerte, a la la que porta en su vientre el fruto para vida.
Esta primera promesa de gracia es fundamental, ya que toda la Biblia después de este punto, se trata de cómo el Señor se dedica a cumplirla, trayendo al Salvador anunciado. Por eso este versículo es llamado también "proto Evangelio", es decir, el primer Evangelio.
De aquí en adelante, se aclararía que el Hijo de la mujer prometido sería un hijo de Set, posteriormente se especifica que vendría a través de Noé en la línea de Sem, y para el cap. 12 se anuncia que será un hijo de Abraham, revelándose después que vendría en la línea de Isaac y Jacob. Para el final de Génesis, Jacob profetiza que vendrá por medio de Judá (cap. 49), y luego se aclara que sería Hijo de David (2 S. 7:12-16)
Esta promesa también es esencial porque desde ese momento, permite ser salvo por la fe aun antes de haber sido declarados malditos por el pecado, y esta unidad de la fe en el pueblo de Dios podemos verla claramente en He. 11:4, donde se menciona a Abel como un creyente verdadero que tuvo esta fe redentora en el Evangelio prometido.
También es de suma relevancia, porque divide la humanidad en dos: como señalamos, anuncia el conflicto que ocurriría desde ahí en adelante, entre el pueblo de Dios (los hijos de la mujer) y los hijos de la serpiente (los rebeldes al Señor). Desde ahí en lo sucesivo, los incrédulos perseguirían el pueblo de Dios, hasta que Cristo los derrote definitivamente con su segunda venida.

La cobertura de nuestra humillación

Por otra parte, el Señor cubrió la desnudez de ellos, y eso implica en el sentido más profundo que cubrió su vergüenza y su culpa, vistiéndolos con túnicas de pieles de animales, lo que significa que hubo un primer sacrificio por el pecado de ellos, que hubo una víctima que murió en su lugar. Esto tomaría relevancia para la historia de Caín y Abel, ya que explica por qué Dios se agradó del sacrificio de Abel, y además marcaría la pauta para más adelante, tanto para el sistema de sacrificios en la ley como para el sacrificio definitivo y perfecto de Cristo.
Por lo ya dicho, este sacrificio no fue un hecho puntual, sino que refleja una "orden divina, y la instrucción en el único modo de culto acepto para criaturas pecaminosas, por fe en un Redentor. (Hebreos 9:22)” [Jamieson, R., Fausset, A. R., & Brown, D. (2003). Comentario exegético y explicativo de la Biblia - tomo 1: El Antiguo Testamento (p. 24). El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones].

Conclusión

El cap. 3 de Génesis ha sido revelado para relatarnos el origen del pecado, pero también para que lo analicemos en profundidad y nos veamos en un espejo. Esta horrible caída nos sirve para identificar y diagnosticar nuestros propios pecados, y de esta forma podamos crecer en nuestra fe y temor de Dios, y seamos capaces de enfrentar la tentación piadosamente, sabiendo las terribles consecuencias que trae el pecado.
Si quieres ver cuánto aborrece Dios el pecado, puedes considerar el infierno y sus tormentos sin fin, pero también la cruz. ¿Ves la gravedad y la fealdad del pecado? ¿Vives como alguien que cree en estas cosas, o como quien las ignora? Necesitamos ver el pecado como Dios lo ve, aborrecerlo como él lo aborrece.
Pero también necesitamos valorar la gran misericordia que Dios nos ha mostrado en Cristo. Hablando de Él, dice la Escritura: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (He 4:15).
Cristo también fue tentado por satanás, pero donde Adán cayó, Cristo se mantuvo fiel y obediente hasta la muerte.
Adán guardó silencio ante la serpiente, pero Cristo le respondió a cada tentación: “escrito está”.
Adán intentó cubrir su vergüenza con hojas de higuera, pero Jesús fue despojado de sus ropas y desnudado en la cruz para llevar nuestra humillación.
Adán dijo “tuve miedo y me escondí”, pero Jesús dijo: “no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8:29).
Mientras que Adán expuso a su esposa y la inculpó, Jesús se entregó por ella para lavarla y santificarla (Ef. 5:25).
Mientras Adán arrastró a los muchos a la muerte por su desobediencia, Cristo lleva a muchos a la vida por su obediencia perfecta (Ro. 5:15).
Adán nos hizo malditos por su causa, pero Cristo fue hecho maldición por causa nuestra, para que nosotros pudiéramos heredar la bendición (Gá. 3:13).
Te invito a que veas tu pecado con toda su fealdad y asquerosidad, pero acto seguido, te llamo a mirar a Jesucristo, ese Salvador perfecto que fue prometido aquí, pero que ya vino a comprar nuestra salvación, cumpliendo así la promesa, pero que además volverá para llevarnos con Él a un lugar incluso mejor que el huerto de Edén, que es la ciudad celestial, la gloria eterna en la que podremos verle cara a cara nuevamente (Ap. 22:4).
Arrepiéntete de tus pecados, cree en Jesús y serás salvo, “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados" (1 Co. 15:22).
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