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El Aborto
El Aborto
ABORTO es la pérdida o expulsión desde la matriz de un feto vivo antes de que llegue a la etapa de viabilidad. Muchos abortos ocurren espontáneamente, mientras otros son inducidos deliberadamente. Estos últimos son el centro de debate teológico y ético en la actualidad.
Tradicionalmente, la opinión cristiana ha resistido fuertemente la terminación deliberada de cualquier embarazo. Tertuliano* es típico de las tempranas autoridades al denunciar el aborto como “una precipitación del asesinato”, porque “también es hombre el que está por serlo” (Apología 9). Agustín* adoptó una postura algo menos estricta al fijar un punto crítico cuando “recibe el alma” (entre sesenta y ochenta días después de la concepción), antes de lo cual el aborto era una ofensa criminal pero no capital, pero actualmente se ha desacreditado tal enfoque dualista.
La principal base teológica para una postura estricta en contra del aborto es la convicción de que todo ser humano está hecho a la imagen de Dios desde el momento de la concepción (cf. Gén. 1:27). Lo mismo que dar la vida, el quitarla es prerrogativa de Dios, y el hombre necesita un mandato especial para poder terminar la existencia física de cualquier ser humano. La Escritura da permiso para matar bajo circunstancias cuidadosamente definidas, como una respuesta a la injusticia (específicamente, en casos de asesinato y guerra, cf. Gén. 9:6, 1 Rey. 2:5, 6) pero ningún feto ha hecho algo para merecer la pena de muerte. Por lo tanto, el aborto es moralmente malo.
Frecuentemente se encuentra apoyo para esta conclusión en las alusiones que el AT hace a la vida antes del nacimiento (v.gr. Sal. 139:13–17; Jer. 1:5; Ecl. 11:5) y en el uso que el NT hace de la palabra griega brephos para describir tanto a un feto como a un niño (Luc. 1:41; 2:12). Estas referencias asumen la continuidad del ser antes y después del nacimiento.
Hay tres maneras en que la política de “no aborto” ha sido desafiada. Primera, la Iglesia Católica Romana (que de otra manera se opone implacablemente al aborto) permite la terminación del embarazo bajo la ley ética del “efecto doble”, cuando un procedimiento que tiene el propósito de salvar la vida de la futura madre (como por ejemplo una histerectomía por causa del cáncer) resulta en la muerte del feto.
Segunda, algunos teólogos protestantes sostienen que el feto es una persona en potencia, más bien que una persona real con potencial. Aunque el feto requiere cuidado y respeto en cada etapa de su existencia, su derecho a la vida está en proporción a su etapa de desarrollo. Por plausible que parezca esta teoría, no cuadra fácilmente con el énfasis de la Biblia sobre la continuidad de la persona y de ninguna manera es fácil aplicarla en la práctica.
Tercera, y más radicalmente, los situacionistas cristianos sostienen que únicamente el amor debe dictar la decisión de abortar o no en una situación dada. La compasión que se siente por la mujer (si está en peligro su vida o su salud) o por el niño aun no nacido (si hay probabilidad de que nazca deformado o defectuoso) puede indicar la terminación del embarazo. Además, sostiene que, dado que el amor siempre debe elegir el máximo beneficio para el mayor número de personas, el aborto puede necesitarse cuando el bebé no es deseado por la familia, la sociedad, o aun por un mundo superpoblado.
La ética de situación ha estado bajo fuego pesado de parte de los cristianos que aceptan la autoridad de la Biblia. La Biblia no enseña en ninguna parte que el amor remplaza el principio divino o anula la ley divina. Tampoco apoya la suposición utilitaria de que las mejores acciones se determinan contando cabezas.
No obstante, el énfasis del situacionista sobre la compasión es un recordatorio saludable y bíblico de que los que se oponen al aborto por principio tienen la obligación de encontrar alternativas prácticas y amorosas para las mujeres con embarazos no deseados (cf. Stg. 2:14–17).