En Memoria

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En memoria - Funerales

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Consuelo en medio del dolor y la muerte

1 Thessalonians 4:13–14 NVI
Hermanos, no queremos que ignoren lo que va a pasar con los que ya han muerto, para que no se entristezcan como esos otros que no tienen esperanza. ¿Acaso no creemos que Jesús murió y resucitó? Así también Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en unión con él.

ESTIMADA ES A LOS OJOS DE JEHOVÁ LA MUERTE DE SUS SANTOS

Existe una gran diferencia entre morir creyendo en Cristo y fallecer ignorando el sacrificio de Cristo en la cruz. Morir con la fe en el Salvador del mundo o dejar esta vida habiendo rechazado al autor de la vida eterna. El salmista escribió: Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos (Salmos 116:15). ¿Por qué es estimada a los ojos de Dios la muerte de sus santos? Parece ser una afirmación bíblica que sorprende y que puede extrañar, vista así nada más. Sin embargo, sigue otra pregunta
¿Y quiénes son sus santos?
La palabra de Dios señala que son llamados “santos” los creyentes en Cristo, sus seguidores. Los que reconocen sus pecados y aceptan que Jesús hizo un solo sacrificio en la cruz para perdonar sus pecados y limpiarlos de toda maldad. Hacen de Cristo el Señor de sus vidas.
No es lo mismo ante el Todopoderoso la muerte de un creyente a la muerte de un impío, el fallecimiento de un hombre que amó las Escrituras y caminó en la voluntad del Señor a un ser que hizo de su vida lo que quiso y finalmente termina sus días en la tierra, habiendo rechazado la palabra inspirada por Dios. Las razones del por qué es estimada a los ojos de Jehová la muerte de sus santos son:

1. Es estimada porque descansa en la presencia del Señor.

Al morir, un hijo de Dios pasa a una eternidad de paz y consuelo, no a un lugar de tormento y sufrimiento.
Luke 16:19–24 RVR60
Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez.Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas,y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas.Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.
Tan pronto como murió, Lázaro fue llevado al seno de Abraham. Cabe destacar que Dios hizo un acto de honor al trasladar el alma del mendigo escoltada por ángeles, mientras que el rico fue sepultado sin la presencia de seres angelicales. Lo más terrible es que el rico abrió sus ojos en el Hades, encontrándose con la miseria y el tormento sin remedio y sin fin.
La miseria del rico aumentó cuando contempló a Lázaro y la felicidad que disfrutaba en el cielo. Seguramente recordaba la forma tan cruel y bárbara de cómo había tratado a Lázaro cientos de veces en la entrada de su casa. El que vivió en el mundo con tanta ostentación, el que solía mandar con tanta autoridad, se encontraba ahora rogando una gota de agua para tratar de aliviar su tormento. En cambio, Lázaro disfrutaba de la seguridad y la felicidad en el cielo, del privilegio de ser servido por los ángeles y conocer al padre de la fe, al amigo de Dios, a Abraham, el patriarca del Antiguo Testamento y todos los héroes de la fe.

2. Es estimada porque se cumple la voluntad perfecta del Señor.

La muerte de sus santos es apreciada a los ojos de Jehová. Al morir el creyente se cumple el propósito del Creador, terminando con los días de existencia en la tierra, quedando así manifestada la soberanía del Todopoderoso.

3. Es estimada porque ya descansa de su aflicción.

La muerte de sus santos es valorada a los ojos de Jehová porque al morir un hijo de Dios, descansa de sus fatigas, cargas y debilidades. Se liberan del cuerpo hecho de barro, sujeto a limitaciones, enfermedades, dolores y sufrimientos. Se liberan de la presencia e influencia del pecado. Para el creyente el día de su muerte es el día de su victoria. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.
Philippians 1:21 NVI
Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia.

Y EL QUE HABÍA MUERTO SALIÓ

Lázaro fue azotado por una enfermedad y murió. Jesús aprovechó el fallecimiento de su amigo en Betania para manifestar su poder infinito y demostrar que poseía la autoridad suficiente para invadir el imperio de la muerte y vencerla. El poder vivificador de Cristo sólo podía manifestarse en el caso de un muerto. Si Lázaro sólo hubiera estado en un desmayo, o en un sueño, no se habría manifestado la gloria de Dios. En un sentido espiritual la experiencia de Lázaro muestra nuestra condición de pasar de muerte a vida.
La palabra de Dios nos enseña que la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro (Romanos 6:23). El pecado, cuando es consumado, produce muerte. El único que puede librarnos del pecado y resucitarnos para una vida nueva es Jesucristo. El apóstol Pablo lo escribe a los efesios:
Ephesians 2:1–2 NVI
En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia.

1. Jesús tiene autoridad sobre la muerte.

Jesucristo clamó a gran voz: ¡Lázaro, sal fuera! Y el que había muerto Salió (Juan 11:43–44). Éste fue un grito de autoridad de aquel que es la resurrección y la vida y segundos después Lázaro salió del sepulcro atado de las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús dijo: Desatadle y dejadle ir (v 44). El hombre que ha sido liberado de la muerte y del sepulcro no debe quedar atado por ningún tipo de ropajes funerarios. Aquellos a los que el hijo de Dios libera quedan verdaderamente libres. Al igual que Lázaro, el día en que Cristo libera al hombre del pecado, le da una nueva vida, libre de las ataduras que lo habían aprisionado. Cristo hace del ser humano una persona libre de sentimientos sucios, de acciones injustas, de toda maldad. El poder del pecado queda fracasado y la victoria que Jesús da al nuevo creyente es visible.

2. Jesús tiene autoridad para resucitar a los suyos.

¡Qué privilegio para Lázaro! Volvió a vivir y ver al autor de la resurrección. Así también un día los que fuimos muertos por el pecado y resucitados por Cristo le veremos en los cielos, contemplaremos su gloria y disfrutaremos para siempre la eternidad, rodeados de ángeles, junto con los veinticuatro ancianos y los héroes de la fe.
Finalmente, creo con toda la firmeza de mi fe que la resurrección de Lázaro fue una manifestación de aquel poder que un día despertará a los que murieron en el Señor y con su voz de trompeta volverá a avergonzar a la muerte, levantando de los sepulcros de todo al mundo a aquellos que depositaron su fe en el bendito hijo de Dios y resucitarán con un cuerpo glorificado, incorruptible.
John 5:24 NVI
»Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida.

LA NATURALEZA DEL CIELO

¿Existe el cielo realmente? ¿Quién puede asegurarnos que después de esta vida hay vida eterna en los cielos? La respuesta la encontramos en la Biblia. Jesucristo nos asegura la realidad del cielo y la vida eterna:
John 3:13–15 NVI
Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre. »Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
La palabra de Dios nos presenta ilustraciones diversas que describen la naturaleza del cielo. Nos habla del cielo como ciudad, como reino y como paraíso. Grande es Jehová, y digno de ser en gran manera alabado. En la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo (Salmo 48:1).

1. Dios presenta el cielo como una ciudad.

Fue el Creador quien edificó la ciudad celestial para que los redimidos por Cristo podamos disfrutar una vida ilimitada, sin condiciones, ni tiempo, o restringida por el ambiente. En esa ciudad celestial no existen lágrimas, ni el dolor, ni la muerte. Es un lugar donde no se necesita que brillen el sol o la luna, pues la gloria del Señor iluminará todo:
Revelation 21:22–23 NVI
No vi ningún templo en la ciudad, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. La ciudad no necesita ni sol ni luna que la alumbren, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.

2. Dios presenta el cielo como un reino.

Un reino donde no existe el mal, no hay diablo que engañe ni dolor que golpee. Un reino donde reinaremos con Cristo y recibiremos el galardón por haber retenido el testimonio de Jesucristo: Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo (Mateo 25:34).
1 Peter 5:4 NVI
Así, cuando aparezca el Pastor supremo, ustedes recibirán la inmarcesible corona de gloria.
Vale la pena soportar las dificultades de la vida, y retener nuestra fe en el camino de la verdad. La recompensa será gloriosa en los cielos. Si sufrimos por Cristo, si somos criticados por creer en la palabra de Dios, si se burlan de nosotros por no vivir como el mundo vive, todo nos será recompensado en el reino de Dios.
James 1:12 NVI
Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman.
Philippians 3:20 NVI
En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo.

3. Dios presenta el cielo como un paraíso.

El cielo no sólo es nuestra ciudad, nuestro reino, sino que también es un paraíso, un lugar hermoso, un Edén donde reina la pureza, el bienestar y la felicidad. Un lugar donde mora Dios y hay lugar para quienes reconocemos a Jesucristo como el único Salvador del mundo. Un lugar donde pueden llegar los pecadores que se arrepienten de sus pecados como lo hizo aquel miserable ladrón que junto a la cruz del Salvador creyó en él y recibió el perdón y la entrada al paraíso glorioso
Luke 23:43 NVI
—Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso—le contestó Jesús.
Hay lugar para ti en el cielo. No te pierdas eternamente. Recibe a Jesús en tu corazón y tendrás un hogar en los cielos.

¿NOS RECONOCEREMOS EN EL CIELO?

Que triste sería llegar al cielo y no conocer a nadie. No saber quienes son, ni tener la mínima idea de dónde están nuestros familiares y amigos. Bíblicamente entendemos que nos volveremos a reunir con aquellos que amamos en la tierra. No se trata de llorar en el panteón, desesperados sobre las tumbas de aquellos que nos han dejado y se anticiparon para partir a la eternidad. El apóstol Pablo nos invita a no permanecer tristes y a conservar la esperanza de volver a ver a nuestros seres queridos en los cielos:
1 Thessalonians 4:13–18 NVI
Hermanos, no queremos que ignoren lo que va a pasar con los que ya han muerto, para que no se entristezcan como esos otros que no tienen esperanza. ¿Acaso no creemos que Jesús murió y resucitó? Así también Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en unión con él. Conforme a lo dicho por el Señor, afirmamos que nosotros, los que estemos vivos y hayamos quedado hasta la venida del Señor, de ninguna manera nos adelantaremos a los que hayan muerto. El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Y así estaremos con el Señor para siempre. Por lo tanto, anímense unos a otros con estas palabras.
Uno de los grandes gozos del cielo será ver a Jesús cara a cara. Conocerle tal y como él es y reencontrarnos con los familiares y amigos. Volver a estar con aquellos que nos dejaron a causa de la muerte y que han llegado antes que nosotros al reino de Dios. De acuerdo a la Biblia, existen antecedentes para afirmar que en el cielo reconoceremos sin dudas a quienes caminaron con nosotros en la tierra. El evangelio de Mateo demuestra que Moisés y Elías fueron reconocidos en el monte de la transfiguración.
Matthew 17:1–4 NVI
Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, el hermano de Jacobo, y los llevó aparte, a una montaña alta. Allí se transfiguró en presencia de ellos; su rostro resplandeció como el sol, y su ropa se volvió blanca como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús. Pedro le dijo a Jesús: —Señor, ¡qué bueno sería que nos quedemos aquí! Si quieres, levantaré tres albergues: uno para ti, otro para Moisés y otro para Elías.

2. El rico reconoció a Lázaro y a Abraham cuando miró de lejos el cielo.

Seguramente recordó cuantas veces el mendigo que vivía echado a la puerta de su casa ansiaba saciarse de las migajas de pan que caían de su mesa y ahora lo veía en el paraíso gozando la paz infinita del cielo. Cabe destacar que ese mendigo es el único personaje en las Parábolas de Jesús al que le asignan un nombre, razón por la cual muchos han especulado que no se trataba de una historia imaginaria, sino de una situación que realmente ocurrió. Lázaro fue reconocido en el cielo por aquel rico ostentoso que nunca quiso compartirle de sus bienes en la tierra. Lo lamentable fue que el rico lo miró de lejos mientras él sufría en un lugar de tormento. A Lázaro se le permitió ocupar un lugar de honor en la patria celestial al estar junto a Abraham en el hogar eterno donde reina la paz (Lucas 16:19–31).
De nada le sirve al hombre tener muchas riquezas en la tierra si al final pierde su entrada al cielo. Resulta lamentable acumular riqueza y disfrutar placeres si después de encontrarse con la muerte le espera una eternidad de tormento y sufrimiento. Cuando el rico murió, abrió sus ojos en el Hades y vio de lejos a Lázaro y a Abraham; gritó para tratar de dar una orden:
Luke 16:24 NVI
Así que alzó la voz y lo llamó: “Padre Abraham, ten compasión de mí y manda a Lázaro que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua, porque estoy sufriendo mucho en este fuego.”
El rico se mantenía con una actitud de superioridad hacia Lázaro, incluso mientras sufría el tormento en el infierno, tratando de ver a Lázaro como un sirviente. Esto nos enseña que las llamas del infierno no hacen expiación por el pecado, ni purgan los pecados endurecidos de los hombres. En esta vida usted decide dónde pasará la eternidad; si en el cielo donde gozaremos eternamente o en el infierno donde se sufre para siempre y se tiene una conciencia que acusa todo el tiempo.
Acevedo, A. F. (2009). Palabras que alumbran. (S. A. Almaráz, Ed.) (Primera Edición, pp. 155–163). Saltillo, Coahuila: Ediciones Getsemaní.
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