God is Light
Tiempo atrás el apóstol registró la declaración de Jesús: “Dios es Espíritu” (Jn. 4:24); aquí en su primera epístola declaró: Dios es luz, y más adelante afirmaría: “Dios es amor” (4:8).
La descripción de Dios como luz capta la esencia de su naturaleza y es fundamental para el resto de la epístola.
Dios es luz (cp. Sal. 78:14; Is. 60:19–20; Jn. 1:9; 3:19; 8:12; 9:5; 12:46; Hch. 9:3; Ap. 21:23)
Cuando Moisés bajó del monte Sinaí después de reunirse con el Señor, su rostro resplandecía con un reflejo de la luz de Dios (Éx. 34:29–35; cp. 2 Co. 3:7–8).
Aunque los pasajes anteriores describen la importancia de la luz divina, no la definen. No obstante, el Salmo 36:9 sí lo hace: “Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz” (cp. 1 P. 2:9).
Jesús declaró: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12; cp. 12:45–46). Dios, la fuente de la luz verdadera, la da a los creyentes en la forma de vida eterna a través de su Hijo, quien fue la luz encarnada.
La Biblia revela dos principios fundamentales que fluyen de la verdad básica de que Dios es luz. Primero, la luz representa la verdad de Dios, encarnada en su Palabra. El salmista escribió estas conocidas palabras: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino… La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples” (Sal. 119:105, 130; cp. Pr. 6:23; 2 P. 1:19). La luz y la vida de Dios están intrínsecamente relacionadas con la verdad y caracterizada por ella.
Segundo, la Biblia también vincula a la luz con la virtud y la conducta moral. El apóstol Pablo instruyó a los efesios: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad)” (Ef. 5:8–9; cp. Is. 5:20; Ro. 13:12; 1 Ts. 5:5–6).
Esas dos propiedades esenciales de luz y vida divinas son cruciales para distinguir la fe verdadera de una pretensión falsa. Si alguien profesa tener la Luz y morar en ella (haber recibido vida eterna) mostrará evidencia de vida espiritual por su devoción tanto a la verdad como a la justicia, según Juan escribe más adelante en esta carta:
Por supuesto que los creyentes están muy lejos de esa perfección, pero manifiestan un deseo y un esfuerzo divino y continuo hacia la verdad y la justicia celestiales (cp. Fil. 3:7–16).
Jesucristo fue el único ser humano que siempre pudo afirmar que no tenía pecado (He. 4:15).