Filadelfia 3
Las Siete Cartas • Sermon • Submitted
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“A todos los que salgan vencedores, los haré columnas en el templo de mi Dios, y nunca tendrán que salir de allí. Yo escribiré sobre ellos el nombre de mi Dios, y ellos serán ciudadanos de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén que desciende del cielo y de mi Dios. Y también escribiré en ellos mi nuevo nombre.” (Apocalipsis 3:12, NTV)
La iglesia en Filadelfia no sólo prevalecerá a sus burladores, sino que serán hechos columnas. Una columna en un edificio es para siempre. Obtendrá la única cosa que David deseaba:
“Lo único que le pido al Señor —lo que más anhelo— es vivir en la casa del Señor todos los días de mi vida, deleitándome en la perfección del Señor y meditando dentro de su templo.” (Salmo 27:4, NTV)
Nada lo sacudirá, ni lo hará huir. Además Cristo escribirá sobre él, el nombre de su Dios, el nombre de la cuidad de su Dios, la nueva Jerusalén y su propio nuevo nombre. En pocas palabras, tendrá la seguridad de que pertenece a Dios, a la nueva Jerusalén y a Cristo y participará eternamente de todas las bendiciones y privilegios.
El simbolismo es hermoso, para quienes vivían en constante peligro de terremotos. En las ciudades antiguas honraban a los dirigentes erigiendo columnas con sus nombres inscritos en ellas. Las columnas de Dios no son hechas de piedra, porque no hay templo en la ciudad celestial.
“No vi ningún templo en la ciudad, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son el templo.” (Apocalipsis 21:22, NTV)
Sus columnas son los fieles que llevan Su Nombre para la gloria del Señor.
“De hecho, Santiago, Pedro y Juan —quienes eran considerados pilares de la iglesia—...” (Gálatas 2:9, NTV)
Pero en Apocalipsis, no indican prominencia o un papel especial, sino un lugar permanente en el Templo de iIos.
“...en el templo de mi Dios...el nombre de mi Dios, y...de la ciudad de mi Dios,... del cielo y de mi Dios...” (Apocalipsis 3:12, NTV)
Con esa referencia “mi Dios”, se pone al mismo nivel de un hermano, para quienes ÉL ganó la victoria.
La identificación más personal que tenemos es: el nombre.Y recibimos el nombre de DIos cuando nacemos de nuevo, por medio del bautismo.
[15]
Otro simbolismo es que a pesar del desprecio de los judíos que los expulsaban de las sinagogas, ahora se les garantiza un lugar en el templo de mi Dios.
COLUMNA indica firmeza y estabilidad en el reino de Dios. Las columnas pueden ser alusión al profeta Isaías.
“Les daré —dentro de las paredes de mi casa— un recordatorio y un nombre, mucho más grande del que hijos o hijas pudieran darles. Pues el nombre que les doy es eterno, ¡nunca desaparecerá!” (Isaías 56:5, NTV)
NUNCA TENDRÁN QUE SALIR. Será imposible separarlos de la comunión con Dios.
Triple bendición: Nombre de mi Dios, Nombre de la ciudad de mi Dios y mi nuevo Nombre
La NUEVA JERUSALEN no es una ciudad en Palestina, sino la promesa de una nueva era de justicia.
INTRO Cada carta a las iglesias, termina con un llamado a escuchar lo que el Espíritu ha hablado. Lo que el Espíritu habla a una iglesia, lo hace a todas las iglesias.
NUEVA JERUSALEN QUE DESCIENDE: en el dualismo de la epoca aparece en la literatura apocalíptica y en Juan.
MI NUEVO NOMBRE, lo más probable es que no sepamos a ciencia cierta, ¿qué quiere decir esto?
“...Tenía escrito un nombre que nadie entendía excepto él mismo.” (Apocalipsis 19:12, NTV)
[6]
ESCRIBIRE MI NOMBRE
Puede significar el hooer que le da Cristo a sus fieles servidores. Puede hacer referencia a la costumbre de marcar con hierro candente a los esclavos con las iniciales de su amo para mostrar a quién pertenecían. El sentido es que los fieles llevarán la señal inconfundible de pertenecer a Dios.
EL NOMBRE DE LA NUEVA JERUSALEN, Segun Ezequiel, el nombre de la ciudad recreada de Dios ha de ser:
“»... y desde ese día, el nombre de la ciudad será: “El Señor está allí”».” (Ezequiel 48:35, NTV)
Los fieles serán ciudadanos de la ciudad en la que habita la presencia de Dios.
CAMBIAR EL NOMBRE, puede parecer raro para nosotros, pero no lo era para ellos, cuando el año 17 d. C. el terremoto destruyó la ciudad y Tiberio eximió de impuestos, en gratitud, ellos adoptaron el nombre de Neocaesarea, La Nueva ciudad del César; después cuando Vespaciano los trato con bebevolencia, cambiaron su nombre por el de Flavia, que era de la familia de Vespaciano. Jesucristo marcará a sus fieles con SU nombre nuevo.
[7]
3:12b La cuarta promesa era de que Cristo “escribirá sobre él el nombre de (su) Dios”. Esto significa una relación íntima que nosotros tenemos con Él por siempre. Así mismo, Cristo promete escribir sobre los creyentes el nombre de la ciudad de su Dios, lo que significa nuestra nueva y eterna ciudadanía en la ciudad celestial, la Nueva Jerusalén, descrita en Ap. 21. Y finalmente, Él promete escribir también el nombre nuevo de Cristo, que significará un privilegio de llamar a Cristo por su nombre eterno, que aún no ha sido revelado. Hay tres nombres que declaran propiedad. Debido a que los creyentes se han identificado con Cristo sin avergonzarse, así Él Mismo se identificará con nosotros. Los 144.000 tendrán una experiencia similar en el 14:1.
Reflexión:[8]
12. columna en el templo—En un sentido no habrá templo en la ciudad celestial, porque no habrá diferencia entre cosas sagradas y seculares, porque todas las cosas y todas las personas serán santas al Señor. La ciudad será toda un gran templo, en el que los santos serán no meramente piedras, como en el templo espiritual actual en la tierra, sino que serán todos eminentes como columnas: inmoviblemente firmes (no como Filadelfia, ciudad muchas veces sacudida por el terremoto, Estrabón, 12. y 13.), como los colosales pilares del templo de Salomón, Booz (eso es, “en él hay fuerza”) y Jachín (“será establecido”): solamente que aquellos pilares estaban fuera y éstas estarán dentro del templo. mi Dios—(Nota, 2:7.) nunca más saldrá fuera—Como los ángeles elegidos están fuera de la posibilidad de caer, estando ahora (como dicen los escolásticos) bajo “la bendita necesidad de la bondad,” lo mismo estarán los santos. La puerta será cerrada una vez para siempre, tanto para encerrar en seguridad a los santos como para excluir a los perdidos (Mateo 25:10; Juan 8:35, con Isaías 22:23, el tipo, Eliaquín). Serán sacerdotes para siempre a Dios (1:6). “¿Quién no anhelaría aquella ciudad de donde ningún amigo se ausenta y adonde ningún enemigo entra?” [Agustín en Trench.] escribiré sobre él el nombre de mi Dios—como pertenencia de Dios en sentido especial (7:3; 9:4; 14:1, y en especial 22:4), y por tanto en seguridad. Como el nombre de Jehová (“Santidad al Señor”) estaba en la lámina de oro que llevaba sobre la frente el sumo sacerdote (Exodo 28:36–38), así los santos en su sacerdocio real celestial llevarán su nombre abiertamente, como consagrados a él. Comp. la caricatura de esto en la marca que llevan sobre el rostro los seguidores de la bestia (13:16, 17), y sobre la ramera (17:5; con el 20:4). nombre de la ciudad de mi Dios—como uno de los ciudadanos de ella (21:2, 3, 10, a la que se alude brevemente aquí por anticipación). La descripción completa de la ciudad, propiamente forma la terminación del libro. La ciudadanía de los santos ahora está escondida, pero entonces será manifestada: tendrán el derecho a entrar por las puertas en la ciudad (22:14). Esta es la ciudad que esperaba Abrahán. nueva—Griego, kainés. No la antigua Jerusalén, que una vez se llamaba “la ciudad santa,” y que perdió el nombre. El griego nea expresaría que recientemente tuvo existencia, pero keiné, que era nueva y diferente, reemplazando a la vieja Jerusalén deshecha así como a su política. “Juan en su Evangelio, aplica a la antigua ciudad el nombre griego de Hierosolyma Pero en el Apocalipsis, siempre, a la ciudad celestial el nombre hebreo de Hierousalem. El nombre hebreo es el original y el más santo: el griego es el reciente y más secular y político.” [Bengel.] mi nombre nuevo—actualmente incomunicable, y sólo conocido por Dios: para ser revelado más allá y hecho propio del creyente en unión con Dios en Cristo. El nombre de Cristo escrito sobre el creyente, denota que él es del todo de Cristo. Nuevo también se aplica a Cristo, quien asumirá un nuevo carácter (correspondiente a su “nuevo nombre”), entrando con sus santos en un reino—no aquel que tenía con el Padre antes de que los mundos fuesen, sino aquel que se ganó por su humillación como Hijo del hombre. Gibbon, el incrédulo (Declinación y Caída, cap. 64), da un testimonio, de mala gana, del cumplimiento de la profecía respecto de Filadelfia desde un punto de vista temporal. “Entre las colonias e iglesias griegas de Asia, Filadelfia está aún erguida—una columna en una escena de ruinas—un ejemplo agradable de que las sendas del honor y de la seguridad pueden a menudo ser las mismas.” 13[9]
Apocalipsis 3:13 El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
3:13 Cada una de las siete proclamaciones a las iglesias concluye con un llamado a escuchar lo que el Espíritu ha hablado a través de las palabras de Cristo. Esta fórmula muestra que lo que el Espíritu le habla a una iglesia, lo hace a todas las iglesias. Esta fórmula diferencia a aquellos que no escuchan las palabras de Cristo de aquellos cuyo oído pueden oírlo. Para los que oyen, el Espíritu insta tanto al oído que escucha como a la obediencia a lo que se ha dicho.[10]
4. exhortación (3:13)
3:13. La carta cierra con la recomendación ya familiar: el que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. La promesa dada a la iglesia de Filadelfia y el reto a que continuara siendo fiel, ciertamente es palabra de Dios y aplicable a toda su iglesia del día de hoy.[11]
3:13
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
3:13 Si los valores de este Libro son importantes para todos los creyentes, entonces escuchar estas exhortaciones al final de cada carta a las iglesias resultaría en un sentido de reafirmación a la fidelidad y denuedo tanto para los lectores antiguos como para nosotros hoy en día. Se vuelve obvio que Dios unge a las iglesias que son fieles a Él y a Su Palabra con Su poder, presencia y con puertas abiertas para el evangelismo ahora y bendiciones eternas, sobre todo de ser librados del horrible tiempo de las pruebas que vendrán a la escena global (comienza en Ap 4).[12]
Reflexión: Cuando tú oyes o entiendes una verdad, ¿Cuán fácil es cambiar y cómo cambia una persona?[13]
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Texto completo
El mensaje a Filadelfia
¡Qué alivio llegar a una carta del todo positiva! Juan puede alabar a esta congregación, no porque sea poderosa (aunque tienes poca fuerza) ni viva en paz con el mundo exterior (haré que los de la congregación de Satanás, los mentirosos que dicen ser judíos y no lo son, vayan a arrodillarse a tus pies), sino porque, colocada en un punto estratégico para la misión evangelizadora (mira, delante de ti he puesto una puerta abierta que nadie puede cerrar), la iglesia ha sabido cumplir el mandamiento de ser constante.
Al cristiano de hoy, acostumbrado a las exhortaciones oportunas y justas que tratan de evitar el antisemitismo, le preocupa el lenguaje con que Juan describe las sinagogas, no sólo las de Filadelfia sino también las de Esmirna. Como hemos comentado, la mención de Satanás se debe en parte al papel de delatores (Satanás = acusador) que probablemente algunos judíos tenían en estas ciudades ante las autoridades civiles. De esta manera los cristianos sufren las desventajas de practicar una religión ilícita. Además, Juan está tejiendo una serie de textos del Antiguo Testamento que hablan del futuro triunfo de los creyentes en Yahvé pero con la nueva perspectiva de referirlos a los creyentes en Jesús, y la confluencia de estas dos ideas da una particular vehemencia a sus palabras. Ya desde el exilio, los judíos, siguiendo las profecías de Ezequiel y la última mitad de Isaías, esperaban el día en que Dios invertiría totalmente los valores del mundo, el día en que Israel, entonces despreciado, sería reivindicado a los ojos de todos. A continuación citamos algunos de los pasajes principales:
Yo voy a mostrar ante las naciones la santidad de mi gran nombre …; cuando yo lo haga, ellas reconocerán que yo soy el Señor (Ez. 36:23) (VP).
Viviré entre ellos, y yo seré su Dios … Cuando mi santo templo esté para siempre en medio de ellos, las demás naciones reconocerán que yo he escogido a Israel como mi posesión sagrada (Ez. 37:27–28) (VP).
Los … de Egipto, … de Etíopia … de Sabá … se rendirán a ti y serán esclavos tuyos; irán encadenados detrás de ti, se arrodillarán delante de ti y te suplicarán: «Ciertamente que Dios está entre ustedes, y no hay más, no hay otro dios» (Is. 45:14) (VP).
Los hijos de los que te oprimieron vendrán a humillarse delante de ti, y todos los que te despreciaban se arrodillarán a tus pies y te llamarán … «Sión del Dios Santo de Israel» (Is. 60:14) (VP).
A la luz del contexto de estos versículos—al menos de los de Isaías—podemos afirmar que Juan tiene presente la eventual salvación de los suplicantes, y no simplemente una derrota humillante. Pero sabe que el pueblo de Dios, a partir de los eventos transformadores del año 30 d.C., es aquel que sigue a Jesús. Aun el antiguo pueblo escogido—los judíos—para seguir siéndolo, tiene que pasar por la experiencia de reconocer en Jesús a su Mesías. Pero Juan no es pesimista al respecto; las congregaciones cristianas pasan por una fase meramente temporal en que la sinagoga—o mejor dicho, algunas sinagogas—se oponen al evangelio, pero tarde o temprano reconocerán su error. No sólo se convertirán judíos; Juan usa en su retrato de la Jerusalén celestial estos mismos pasajes para describir la redención de las naciones gentiles que entregarán sus riquezas a la ciudad de Dios. Es importante subrayar esta insistencia de Juan en la posibilidad de que las personas se convirtieran; algunos estudiosos de Apocalipsis lo pintan como un fatalista, pero para él nuestro papel de sacerdotes6 incluye evidentemente la tarea de evangelizar y la esperanza de algún fruto al cumplirla. Se infiere claramente de las cartas que, dentro y fuera de los grupos de bautizados, las personas necesitamos arrepentirnos. La segunda parte del libro, aunque escrita por el mismo Juan, es de un género literario algo diferente. Veremos a los cristianos y los incrédulos pintados en blanco y negro respectivamente, y desaparecerán los matices y tonos de gris. Pero Juan presume en el lector la inteligencia de leer cada parte del libro a la luz de la otra; precisamente ésta viene primero para establecer la tonalidad. Los «santos» y «vírgenes» acerca de los que leemos luego marchan triunfantes por el escenario sólo por la gracia de Jesús; en la práctica, han tenido que pedir perdón repetidas veces por sus faltas. Si pudiéramos saber toda la verdad, veríamos seguramente que incluso algunos mártires han perdido la vida sin querer, o accidentalmente; no debemos coronarlos con epítetos de perfección sólo por ese acto de heroísmo. Efectivamente más heroicos son algunos creyentes que, bajo horrible sufrimiento, han elegido seguir con vida.
Volviendo a las sinagogas, Juan las describe con cierto tono irónico; los judíos, confiados en su privilegio, persiguen a la iglesia y por tanto sufrirán la humillación de descubrir que pelean contra el verdadero pueblo de Dios, porque Jesús lo ha amado, siendo él el santo y verdadero. Recordemos que Jesús y todos los apóstoles, Juan, todos los demás autores del Nuevo Testamento8 y gran parte de los primeros lectores de este libro eran judíos practicantes; no se ajusta a la realidad acusarlos de antisemitismo.
De las siete cartas ésta es la única que anuncia la hora de prueba que va a venir sobre el mundo entero para poner a prueba a todos los que viven en la tierra, si bien dicha prueba pesa sobre todo el libro. También anticipa la segunda parte introduciendo la frase apocalíptica los que viven en la tierra, que es un término técnico para los incrédulos. «Los terrícolas» sugiere—como el término paralelo «mundo» en el Evangelio de Juan—hombres y mujeres cuyos horizontes se limitan al cosmos visible y sus preocupaciones. Están bajo la tutela y el control del «príncipe de este mundo» y por lo tanto son paganos, básicamente anti-Dios. El lector tiene que recordar que en Apocalipsis los que viven en la tierra no son el 100% de la población del mundo; la Iglesia también está sobre la tierra y siente las catástrofes descritas, pero en la cosmovisión en blanco y negro que Juan adopta en la segunda parte, la Iglesia es tratada en otros términos. En esta carta no se dice cuál será el resultado de tal prueba, pero no tenemos que esperar mucho para averiguarlo: los terrícolas practican la idolatría, blasfeman contra Dios, se alegran por el martirio de los creyentes, y aplauden las hazañas de los monstruos como si fueran una gran bendición. Calificación del examen: cero.
Un detalle del mensaje alude al gran terremoto del año 17 d.C., en que tanto Filadelfia como Sardis fueron arrasadas. Por mucho tiempo después, los habitantes, al sentir los frecuentes temblores, huían de sus casas arruinadas a los campos, para vivir al aire libre, y luego regresaban al pueblo, hasta que la siguiente advertencia los hacía salir de nuevo. La promesa que Jesús hace a los vencedores y nunca más saldrán de allí (del templo de mi Dios) debe haberles hecho vibrar una cuerda familiar.[14]
La sexta carta: a Filadelfia (3:7–13)
3:7–13. De las siete iglesias de Asia Menor, las de Filadelfia y Esmirna son las únicas que no reciben críticas de Jesús. Son iglesias fieles. Filadelfia se encuentra al sureste de Sardis, a unos doscientos cuarenta kilómetros tierra adentro del mar Egeo (ver el mapa en la página viii). La ciudad existe en la actualidad y aún tiene una serie de congregaciones cristianas.
Jesús le ordena a Juan que escriba esta carta y luego se identifica a sí mismo. En las cinco primeras presentaciones, Jesús acudió a las descripciones que hizo de sí mismo en la introducción a la visión de las siete cartas (1:12–20); esta vez le agrega. Cuando dice que él es “el Santo, el Verdadero” (versículo 7), se dirige a la oposición que la congregación en Filadelfia sufría por parte de los judíos (versículo 9). Jesús es “Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel… tu Salvador” (Isaías 43:3). “Verdadero” significa genuino y auténtico. Pese a las dudas y a las acusaciones de los judíos, Jesús es el Mesías prometido.
El Santo y Verdadero Mesías tiene la “llave de David” (versículo 7). El significado de esta referencia del Antiguo Testamento es conocido para los judíos de Filadelfia. A Eliaquim le fue dada la llave de la casa de David, y recibió así autoridad para dar las bendiciones temporales del reino de Dios del Antiguo Testamento (ver Isaías 22:22). Eliaquim es un tipo de Cristo. Jesús victorioso tiene la llave de David, lo que en su caso representa el derecho para impartir las bendiciones de gracia del reino de Dios: el perdón de los pecados y la vida eterna.
Las llaves de “la muerte y del Hades” que se mencionaron anteriormente (versículo 1:18) y la “llave del reino de los cielos” (Mateo 16:19) son la misma “llave de David”, sólo vistas desde otros puntos. Todo se refiere al poder para definir los destinos eternos. Jesús, no Satanás, tiene el poder sobre la muerte, ganado mediante su muerte y resurrección. Cuando la gente cree el mensaje de gracia de Cristo, él les abre la puerta del cielo y nadie se la puede cerrar. Si se niegan a creer, se apartan de Jesús y están bajo la maldición del pecado y de la muerte eterna. Y ninguno de ellos puede abrir la puerta del cielo, porque Jesús la ha cerrado con llave para ellos.
Jesús tuvo compasión de la iglesia en Filadelfia. “Yo conozco tus obras”, les asegura (versículo 8). Aquí no vemos la detallada lista de obras cristianas que le fueron atribuidas a las congregaciones de Éfeso (2:2, 3), Esmirna (2:9), Pérgamo (2:13) y Tiatira (2:19). Filadelfia no tenía la misma reputación que Sardis de ser una iglesia próspera y creciente; sin embargo, ante los ojos del Salvador, Filadelfia tenía lo único necesario. Jesús observó: “Has guardado mi palabra” (versículo 8) y “Has guardado la palabra de mi paciencia” (versículo 10). La fe y la fidelidad caracterizan a esta iglesia, no las obras memorables.
De entre las siete cartas, el elogio que hace Jesús de Filadelfia es singular. En vez de hacer una lista de sus obras por Cristo, el Señor hace muchas promesas de lo que él hará por ellos. Les puso una puerta abierta (versículo 8); trabajará a través de ellos para que sus enemigos judíos conozcan el amor de Dios (versículo 9); y los guardará de “la hora de la prueba” que ha de venir (versículo 10).
La puerta abierta nos recuerda que Jesús tiene la llave de David. Él abre la puerta del cielo a los creyentes y les manda abrirla a los demás. La descripción del elemento de los falsos judíos en Filadelfia es casi idéntica a la de Esmirna (ver 2:9). El Señor le aseguró a esta última que la guardaría a lo largo de sus tribulaciones, pero a Filadelfia le promete más. A la promesa de una puerta abierta le agrega esta profecía: “Haré que vengan y se postren a tus pies, reconociendo que yo te he amado” (versículo 9). Jesús les permitirá a los creyentes de Filadelfia ver los frutos de su fiel testimonio del evangelio. La promesa se puede entender de dos formas: sus enemigos se darán por vencidos ante la palabra que mora entre los creyentes, o los enemigos darán por vencida su oposición al ver cómo Dios guarda firmes a los creyentes contra sus ataques.
La iglesia de Filadelfia demostró su amor por la palabra de Dios y el deseo por compartirla con los demás. Esas dos fuerzas gemelas caracterizan toda fiel congregación cristiana.
Al decir: “Has guardado la palabra de mi paciencia”, Jesús está hablando del poder de su palabra para hacerlos pacientes, y no de su obediencia al mandato de ser pacientes. El sentido de su mensaje es: “Tú te has aferrado a mi palabra creadora de paciencia”. Entender de esta forma sus palabras coincide con la declaración que hace Pablo acerca del poder de la palabra: “Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4).
Jesús guardará a los creyentes de Filadelfia de “la hora de la prueba que ha de venir” (versículo 10). La hora indica un período de tiempo relativamente breve; Dios en su gracia limita la duración del tiempo de las tentaciones que pueden afligir a su pueblo. Jesús declaró: “Y si aquellos días no fueran acortados, nadie sería salvo; pero por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mateo 24:22).
Esta hora de prueba vendrá “sobre el mundo entero” y probará a cada uno de sus moradores (versículo 10), pero eso no significa que serán quitados de este mundo antes del juicio final. Los que enseñan que Dios efectuará un “rapto” de los creyentes llevándoselos de este mundo antes de los últimos días citan este pasaje como evidencia de esa enseñanza. La palabra “guardaré” (versículo 10), literalmente significa “protegeré”. Jesús no los quitará del mundo, sino los protegerá de las tentaciones de los últimos días.
El Salvador agrega otra promesa: “Vengo pronto” (versículo 11). Estas palabras tienen un tono diferente de las que fueron dichas a Sardis: “Vendré sobre ti como ladrón” (3:3), que fueron más bien una amenaza. En cambio, para Filadelfia, el regreso de Jesús es la esperanza de su paciencia; pronto será recompensada. Jesús repite este ofrecimiento al final del libro para todos los creyentes del mundo: “Ciertamente vengo en breve” (22:20).
Dado que su venida será pronto, Jesús exhortó así a Tiatira (ver 2:25) y luego a Filadelfia (3:11): “Retén lo que tienes”. Sin embargo, a las fieles congregaciones de Filadelfia y Esmirna les prometió la “corona” (versículo 11) de la vida eterna (ver 2:10). La expresión “al vencedor” (versículo 12) es literalmente una sola palabra: “victorioso” o “ganador”. Los fieles serán las “columnas” del Templo en los cielos (ver versículo 12). Pedro, Santiago y Juan son llamados columnas de la iglesia en la tierra (Gálatas 2:9). Sin embargo, aquí, las columnas no indican prominencia o un papel especial, sino un lugar permanente en el Templo de Dios. Un vencedor en los cielos es como una columna en un Templo terrenal: “Nunca más saldrá de allí” (versículo 12).
En el versículo 12, Jesús se refiere tres veces a Dios como “mi Dios”. Con esas palabras se pone a mismo nivel de un hermano de aquellos para los cuales él ganó la victoria al tomar su naturaleza humana, y desde ese aspecto llama al Padre “mi Dios”. Anteriormente había hablado de sí mismo de la misma manera cuando declaró: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17). En una ocasión, Pablo escribió acerca de Jesús en forma parecida: “Dios es la cabeza de Cristo” (1 Corintios 11:3; vea también 15:27, 28).
La identificación más personal que tenemos es nuestro nombre. Recibimos el nombre de Dios cuando nacemos de nuevo como miembros de su familia, por medio del bautismo “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). El nombre de la ciudad santa es el nuevo hogar para los que llevan el nombre de Dios. Una vez que Jesús terminó sus sufrimientos “Dios también lo exaltó sobre todas las cosas y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:9). El nuevo nombre de Jesús es su nueva reputación, no como el sufriente, sino como el victorioso. Jesús le da este nuevo nombre y prestigio a todo aquel que sea vencedor con él.
El afilado consejo de que escuchen las palabras del Espíritu que Jesús les da a todos los creyentes de la iglesia de Filadelfia no tiene ninguna arista cortante, sino que es consuelo puro. Jesús los describe como los que “han guardado mi palabra” (versículo 8) y “guardado la palabra de mi paciencia” (versículo 10). La última palabra del Señor a los fieles de Filadelfia es parecida a la súplica que les hizo Pablo a los filipenses: “Y esto pido en oración: que vuestro amor abunde aún más y más en conocimiento y en toda comprensión, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprochables para el día de Cristo” (Filipenses 1:9, 10).[15]
Vv. 7—13. El mismo Señor Jesús tiene la llave del gobierno y autoridad en la Iglesia y sobre ella. Abre una puerta de oportunidad a sus iglesias; abre una puerta de predicación a sus ministros; abre una puerta de entrada, abre el corazón. Él cierra la puerta del cielo al necio que se duerme en el día de la gracia; y a los hacedores de iniquidad, por vanos y confiados que sean. —Elogia a la iglesia de Filadelfia, pero con un suave reproche. Aunque Cristo acepta un poco de fuerza los creyentes, no deben, sin embargo, quedar satisfechos con un poquito, sino esforzarse para crecer en gracia, para ser fuertes en la fe, dando gloria a Dios. Cristo puede descubrir este, su favor, a su pueblo, de modo que sus enemigos se vean forzados a reconocerlo. Por la gracia de Cristo esto ablandará a sus enemigos y les hará desear ser admitidos a la comunión con su pueblo. Cristo promete preservar la gracia en las épocas de mayor prueba, como premio por la fidelidad pasada: al que tiene le será dado. Los que sostienen el evangelio en una época de paz, serán sostenidos por Cristo en la hora de la tentación, y la misma gracia divina que los ha hecho fructificar en tiempos de paz, los hará fieles en los tiempos de persecución. Cristo promete una gloriosa recompensa al creyente victorioso. Él será un pilar monumental del templo de Dios; un monumento a la poderosa gracia gratuita de Dios; un monumento que nunca será borrado ni quitado. Sobre este pilar será escrito el nombre nuevo de Cristo; por esto se manifestará bajo quien dio el creyente la buena batalla, y salió victorioso.[16]
Filadelfia, la iglesia fiel (Apocalipsis 3:7–13)
Jesucristo se presenta a la iglesia de Filadelfia como “el Santo”. Eso equivale a declarar que es Dios, lo que, por supuesto, lo es. Jesucristo es santo en su carácter, sus palabras, sus acciones y sus propósitos. Como el Santo, está singularmente apartado de todo lo demás, y nada se puede comparar con él.
Pero también es el Verdadero; es decir, genuino. Él es el original, no una copia; el Dios auténtico y no uno fabricado. Había cientos de dioses y diosas falsos en esos días (1 Corintios 8:5–6), pero sólo Jesucristo puede legítimamente afirmar ser el Dios verdadero.
Vale la pena notar que cuando los mártires en el cielo se dirigían al Señor, le llamaron “santo y verdadero” (Apocalipsis 6:10). Su argumento era que, debido a que él es santo, tenía que juzgar el pecado, y porque era verdadero, tenía que vindicar a su pueblo que había sido perversamente asesinado.
No sólo que es Santo y Verdadero, sino que también tiene autoridad de abrir y cerrar puertas. El trasfondo de esta imagen es Isaías 22:15–25. Asiria había invadido a Judá (como Isaías había advertido), pero los dirigentes judíos confiaban en Egipto, y no en Dios, para que librara a la nación. Uno de los dirigentes traidores fue un hombre llamado Sebna, que había usado su cargo, no para el bien del pueblo, sino para su propia ganancia personal. Dios se cercioró de que Sebna fuera quitado del cargo y que un hombre fiel, Eliaquim, fuera puesto en su lugar y se le dieran las llaves de autoridad. Eliaquim fue un cuadro de Jesucristo, un administrador confiable de los asuntos del pueblo de Dios. Jesucristo también tiene las llaves del Hades y de la muerte (Apocalipsis 1:18).
En el Nuevo Testamento una “puerta abierta” habla de oportunidad para el ministerio (Hechos 14:27; 1 Corintios 16:9; 2 Corintios 2:12; Colosenses 4:3). Cristo es el Señor de la cosecha y Cabeza de la iglesia, y él es quien determina dónde y cuándo su pueblo debe servir (ve Hechos 16:6–10). Le dio a la iglesia de Filadelfia una gran oportunidad para el ministerio.
Pero, ¿podrían ellos aprovecharla? Había por lo menos dos obstáculos que superar, siendo el primero su propia falta de fuerza (Apocalipsis 3:8). Al parecer no era una iglesia grande ni fuerte; sin embargo, era fiel. Eran fieles a la Palabra de Dios y no tenían miedo de llevar su nombre. Apocalipsis 3:10 sugiere que habían soportado alguna prueba especial y habían demostrado ser fieles.
No es el tamaño o la fuerza de una iglesia lo que determina su ministerio, sino fe en el llamado y la orden del Señor. “Los mandamientos de Dios son las capacitaciones de Dios.” Si Jesucristo les dio una puerta abierta, ¡entonces él se encargaría de que pasaran por ella! Martín Lutero lo dice muy bien en uno de sus himnos:
Nuestro valor es nada aquí,
Con él todo es perdido;
Mas por nosotros pugnará
De Dios el escogido.
El segundo obstáculo era la oposición de los judíos de la ciudad (Apocalipsis 3:9). Esto era en realidad la oposición de Satanás, porque no batallamos contra carne y sangre (Efesios 6:12). Estos pueden haber sido judíos según la carne, pero no eran “el verdadero Israel” en el sentido del Nuevo Testamento (Romanos 2:17–29). Los judíos por cierto tienen una gran herencia, pero eso no es garantía de salvación (Mateo 3:7–12; Juan 8:33 en adelante).
¿Cómo se oponían estos judíos a la iglesia de Filadelfia? Por un lado, excluyendo de su sinagoga a los creyentes judíos. Otra arma era probablemente la acusación falsa, porque de esta manera los judíos no creyentes a menudo atacaron a Pablo. Satanás es el acusador y utiliza incluso a personas religiosas para ayudarle (Apocalipsis 12:10). No es fácil testificar de Cristo cuando los dirigentes de la comunidad están esparciendo mentiras en cuanto a uno. La iglesia de Esmirna enfrentaba la misma clase de oposición (Apocalipsis 2:9).
Los creyentes de Filadelfia estaban en una situación similar a la de Pablo cuando escribió 1 Corintios 16:9: ¡había a la vez oportunidades y obstáculos! La incredulidad ve los obstáculos, ¡pero la fe ve las oportunidades! Y puesto que el Señor tiene las llaves, ¡él tiene el control del resultado! Así que ¿qué tenemos que temer? Nadie puede cerrar las puertas en tanto y en cuanto él las mantenga abiertas. El temor, la incredulidad, y las demoras han hecho que la iglesia se pierda muchas oportunidades dadas por Dios.
El Salvador le dio tres promesas maravillosas y estimulantes a esta iglesia. Primero, él se encargaría de sus enemigos (Apocalipsis 3:9). ¡Un día estas personas tendrían que reconocer que los creyentes tenían razón! (Ve Isaías 60:14 y Filipenses 2:10–11.) Si nosotros atendemos la obra de Dios, él se encargará de nuestras batallas.
En segundo lugar, él los guardaría de la tribulación (Apocalipsis 3:10). Esto con certeza es una referencia al tiempo de la tribulación que Juan describe en Apocalipsis 6–19, “el tiempo de la angustia de Jacob”. No está hablando de alguna prueba local, porque incluye a “los que moran sobre la tierra”. (Ve Apocalipsis 6:10; 8:13; 11:10; 12:12; 13:8, 12, 14; 14:6; 17:2, 8.) La referencia inmediata sería a las persecuciones oficiales de parte de Roma que vendrían, pero la referencia última es a la tribulación que abarcará toda la tierra antes de que Jesucristo retorne para establecer su reino. Según lo entienden muchos de los estudiosos de la Biblia, Apocalipsis 3:10 es una promesa de que la iglesia no atravesará la tribulación, sino que será llevada al cielo antes de que empiece (ve 1 Tesalonicenses 4:13–5:11). La amonestación: “He aquí, yo vengo pronto”, fortalece este punto de vista.
La tercera promesa a los creyentes de Filadelfia es que Dios los honraría (Apocalipsis 3:12). El simbolismo en este versículo sería especialmente significativo para personas que vivían en constante peligro de terremotos: la estabilidad de la columna, no necesitan salir o huir, y una ciudad celestial que nada puede destruir. Las ciudades antiguas con frecuencia honraban a grandes dirigentes erigiendo columnas con sus nombres inscritos en ellas. Las columnas de Dios no son hechas de piedra, porque no hay templo en la ciudad celestial (Apocalipsis 21:22). Sus columnas son los fieles que llevan su nombre para gloria del Señor (Gálatas 2:9).
En un sentido muy real la iglesia cristiana actual se parece a la iglesia de Filadelfia, porque Dios ha puesto delante de nosotros muchas puertas abiertas de oportunidad. Si él abre las puertas, nosotros debemos trabajar; si él las cierra, debemos esperar. Sobre todo, debemos ser fieles al Señor y ver las oportunidades, no los obstáculos. Si perdemos las oportunidades, perderemos nuestras recompensas (coronas), y esto significa avergonzarnos ante él cuando él venga (1 Juan 2:28).[17]
[1] Utley, B. (2015). El Apocalipsis: Esperanza en tiempos difíciles—El telón final. (P. Cabral & G. Ramos, Eds., W. E. M. Downs, Trad.) (Ap 3:12). Marshall, TX: Lecciones Bíblicas Internacional.
[2] Robertson, A. T. (2003). Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento: Obra Completa (6 Tomos en 1) (pp. 730–731). Barcelona, España: Editorial Clie.
[3] Keener, C. S. (2014). Comentario del contexto cultural de la Biblia: Nuevo Testamento. (N. B. de Gaydou, A. Canclini, G. de la Rocha, R. Ericson, M. A. Mesías, E. Morales, … R. Zorzoli, Trads.) (Octava edición, p. 761). El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano.
[4] Walvoord, J. F., & Zuck, R. B. (2006). El conocimiento bíblico, un comentario expositivo: Nuevo Testamento, tomo 4: Hebreos-Apocalipsis (p. 212). Puebla, México: Ediciones Las Américas, A.C.
[5] Earle, R. (2010). El Libro de Apocalipsis. En Comentario Bíblico Beacon: Hebreos hasta Apocalipsis (Tomo 10) (p. 542). Lenexa, KS: Casa Nazarena de Publicaciones.
[6] Hernández, E. A., Lockman Foundation. (2003). Biblia de estudio: LBLA. (Ap 3:7–12). La Habra, CA: Editorial Funacion, Casa Editoral para La Fundacion Biblica Lockman.
[7] Barclay, W. (2006). Comentario Al Nuevo Testamento (p. 1131). Viladecavalls (Barcelona), España: Editorial CLIE.
[8] Fanning, D. (2012). Apocalipsis: El retorno de Cristo en poder y gloria (p. 71). Forest, VA: Branches Publications.
[9] Jamieson, R., Fausset, A. R., & Brown, D. (2002). Comentario exegético y explicativo de la Biblia - tomo 2: El Nuevo Testamento (pp. 776–777). El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones.
[10] Ryken, L. (2020). Comentario Contextual Lexham del Nuevo Testamento (Ap 3:7–13). Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico.
[11] Walvoord, J. F., & Zuck, R. B. (2006). El conocimiento bíblico, un comentario expositivo: Nuevo Testamento, tomo 4: Hebreos-Apocalipsis (p. 212). Puebla, México: Ediciones Las Américas, A.C.
[12] Fanning, D. (2012). Apocalipsis: El retorno de Cristo en poder y gloria (pp. 71–72). Forest, VA: Branches Publications.
[13] Fanning, D. (2012). Apocalipsis: El retorno de Cristo en poder y gloria (p. 72). Forest, VA: Branches Publications.
[14] Foulkes, R. (1989). El Apocalipsis de San Juan (pp. 46–49). Buenos Aires: Nueva Creación.
[15] Mueller, W. D. (2002). Apocalipsis. (J. A. Braun, A. J. Panning, & R. J. Koester, Eds.) (pp. 49–53). Milwaukee, WI: Editorial Northwestern.
[16] Henry, M. (2003). Comentario de la Biblia Matthew Henry en un tomo (p. 1044). Miami: Editorial Unilit.
[17] Wiersbe, W. W. (2013). Victoriosos en Cristo: Estudio Expositivo de Apocalipsis (pp. 37–42). Sebring, FL: Editorial Bautista Independiente.