Dios me pedirá cuentas

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La mayordomía: Lo que hago con lo que Dios me dio Capítulo 7: Dios me pedirá cuentas

Dios me pedirá cuentas

Muchos negocios realizan su inventario el último día del año fiscal. Ése es el momento de revisar las ventas, verificar sus existencias y sumar las ganancias. Es el momento para presentar el informe financiero a los dueños y a los accionistas. El último día del año, aquellos que administraron la compañía o empresa están, en un sentido, a prueba. Cuando los accionistas revisan las cifras, evalúan el desempeño de los que estuvieron a cargo.

El día del juicio final llegará también para nosotros. Ese día compareceremos ante el verdadero Dueño de toda propiedad. El Creador nos pedirá cuentas de nuestra mayordomía, le diremos cómo administramos su propiedad aquí en la tierra.

Hay, sin embargo, dos grandes diferencias entre la reunión anual de la empresa y el día del juicio final. (1) Todos saben la fecha de la reunión anual; nadie, excepto Dios, sabe la fecha del juicio final. (2) La reunión final es el momento para recompensas y castigos; en el día del juicio las recompensas y los castigos serán eternos.

Dios da recompensas inmerecidas

Antes de continuar, nuevamente debemos decir claramente que la vida eterna es un regalo. Dios Padre planeó nuestra salvación y envió a su Hijo al mundo. Jesucristo llevó una vida perfecta aquí en la tierra como nuestro sustituto y luego murió para pagar por nuestros pecados. El Espíritu Santo nos lleva a creer en Jesús como nuestro Salvador. Ganar la vida eterna no tiene nada que ver con la ley de Dios, nada que ver con nuestras obras, nada que ver con nuestra vida de mayordomía. La vida eterna es un regalo gratuito de un Dios de gracia para todos los que creen en Jesús. Punto.

Si Dios nos juzgara sobre la base de nuestro desempeño de administración, si Dios nos diera lo que merecemos, estaríamos perdidos para siempre. Ningún cristiano puede afirmar haber administrado perfectamente los dones de Dios. Aun nuestros mejores esfuerzos vienen de corazones cuyos motivos son todo menos puros.

Jesús enseña esa lección en su parábola de los obreros de la viña (Mateo 20:1–16). Temprano por la mañana el dueño de la viña contrató obreros que trabajaran para él. Estos hombres trabajaron duro por una jornada de trabajo de 12 horas. En la tarde, recibieron el pago que habían acordado más temprano—un denario.

Pero luego estos obreros comenzaron a quejarse. ¿Por qué? Porque el dueño había contratado obreros adicionales durante el día, y aquellos que trabajaron menos de la jornada de 12 horas también recibieron el salario de un día completo de trabajo—un denario. Los hombres que fueron contratados primero pensaron que habían sido engañados. Pensaron que sus 12 horas de trabajo duro habían sido una pérdida de tiempo y esfuerzo. Pidieron más al dueño.

De hecho, sin embargo, el dueño no había engañado a nadie. Los hombres que habían sido contratados antes no recibieron menos de lo que habían acordado. Más bien, el dueño era sorprendentemente generoso. Dio su dinero a hombres que obviamente no lo habían ganado.

El problema es que los obreros y el dueño siguieron dos principios distintos. Los hombres que habían sido contratados a las seis de la mañana hicieron cálculos en términos de salarios y horas. El dueño hizo cálculos en términos de misericordia y gracia. Estos dos principios se contradicen y se excluyen uno al otro. Los obreros demandaron pago por su trabajo. El dueño dio a los obreros un regalo, el cual cada uno sabía que no había ganado ni merecía.

Aquí hay una lección para que nosotros aprendamos. Porque hoy en día nosotros somos los obreros de la viña de Dios. Nuestros corazones pecaminosos pueden repetir fácilmente el mismo error que esos obreros insatisfechos. Por ejemplo:

• Nuestros corazones se hinchan de orgullo cuando un amigo incrédulo nos dice: “Tú has trabajado duro en el reino de Dios toda tu vida. ¡Con seguridad Dios te ha pagado algo!”

• Nos gusta compararnos con los otros obreros en la viña de Dios. Por esa comparación llegamos a la conclusión de que merecemos más de Dios porque hemos trabajado más duro y hemos luchado y enfrentado más que algunos de los otros.

• Nos comparamos a nosotros mismos con el ladrón penitente en la cruz y concluimos que es tonto pasar nuestra vida entera trabajando en el reino de Dios. Después de todo, aun aquellos que se arrepienten a última hora pueden todavía entrar en la vida eterna.

Pablo nos advierte de compararnos con otros: “Así que cada uno someta a prueba su propia obra y entonces tendrá, solo en sí mismo y no en otro, motivo de gloriarse” (Gálatas 6:4). Cuando nos comparamos con otros, nuestros corazones orgullosos están tentados a sacar algunas conclusiones equivocadas.

Los mayordomos que piden a Dios lo que han ganado están cometiendo un error que es aun más serio. Ese tipo de mayordomos incrédulos no entienden la palabra gracia. Si alguien pide a Dios su paga, la Biblia no da sino una respuesta: “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).

Nuestro empleador terrenal nos debe la paga que hemos ganado. Pero Dios no es un empleador. La vida eterna es un don de la gracia de Dios. Cualquier y toda recompensa de Dios es una recompensa inmerecida de gracia.

La fidelidad es un signo de fe

Algunas personas piensan que Jesús se contradijo. En Marcos 16:16 dijo: “El que crea y sea bautizado, será salvo, pero el que no crea, será condenado”. Pero en Juan 5:29 dijo: “Y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”.

¿Cuál afirmación de Jesús es correcta? ¿Son los creyentes los que entrarán en la vida eterna? ¿O son aquellos que han hecho el bien?

Ambas afirmaciones son correctas. Las dos corresponden perfectamente la una con la otra. De hecho, los que creen en Jesús siempre comienzan a servir a Dios con una vida de buenas obras. La fe y las obras son inseparables. De otra parte, aquellos que no creen en Jesús no pueden siquiera comenzar a hacer buenas obras. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6).

Un árbol se conoce por su fruto. Si miráramos sólo la corteza y las hojas, muchos de nosotros no podríamos distinguir entre un manzano y un naranjo. Pero cuando miramos el fruto, la diferencia es evidente. Podemos decir: “Este árbol produce naranjas; por lo tanto, es un naranjo. Este árbol produce manzanas; por lo tanto, es un manzano”.

Enfrentamos un problema similar cuando tratamos de distinguir entre los creyentes y los no creyentes. La fe vive en los corazones de los seres humanos. Ya que no podemos mirar en los corazones, no podemos saber con seguridad quién cree y quién no cree en Cristo.

Es diferente para nuestro Señor. Él mira dentro del corazón y sabe con seguridad cuáles personas son suyas. En el día del juicio separará a los creyentes de los incrédulos tan fácil y rápidamente como un pastor separa las ovejas de las cabras.

Entonces nuestro Señor presentará evidencia visible de que su juicio es correcto. Señalará el fruto que la gente de cada grupo produjo.

Jesús señalará a los de su derecha y dirá: “Estas personas creyeron en mí”. Para probar que su juicio es correcto, Jesús sacará a la luz las obras que estos individuos produjeron. Dirá: “porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme” (Mateo 25:35, 36). Así como ver las manzanas prueba que estamos viendo un manzano, igualmente ver las buenas obras probará que la gente que estará a la diestra de nuestro Señor es creyente. Estas personas entrarán en la vida eterna.

Luego Jesús señalará a aquellos que están a su izquierda y dirá: “Estas personas no creen”. Para demostrar que su juicio es correcto, señalará la falta de buenas obras en sus vidas. Dirá: “Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de bebe; fui forastero y no me recogisteis, estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis” (Mateo 25:42, 43). El árbol que no produce manzanas no es un manzano. La falta total de buenas obras probará que estos individuos no creen. Jesús los sentenciará a la muerte eterna.

Las palabras de nuestro Señor contienen una advertencia solemne. No ganamos nada con nuestra vida de mayordomía; pero ésta es necesaria. Es evidencia de que nuestra fe está viva. Ningún cristiano verdadero hará caso omiso de las enseñanzas que se presentan aquí.

La mayordomía: Lo que hago con lo que Dios me dio Los mayordomos deben ser hallados fieles

Los mayordomos deben ser hallados fieles

Los negocios buscan ventas y ganancias. Dios busca fidelidad. Pablo escribe: “Ahora bien, lo que se requiere de los adminsitradores es que cada uno sea hallado fiel” (1 Corintios 4:2).

La parábola de los talentos y la parábola de las minas son ilustraciones de las palabras de Pablo. Con estas parábolas Jesús muestra que Dios juzgará la fidelidad y la infidelidad en el día del juicio final.

La parábola de los talentos

En el capítulo 3 de este libro consideramos la parábola de los talentos (Mateo 25:14–30). Antes de salir de viaje, el señor le dio cinco talentos de dinero a un siervo. Los talentos representan las diferentes clases y cantidades de dones y talentos terrenales que el Señor Jesús le ha dado a cada ser humano.

Los dos primeros siervos fueron fieles. Inmediatamente invirtieron su dinero. Cuando el Señor volvió y pidió cuentas a cada hombre, los dos hombres gozosamente informaron lo que habían hecho. Un siervo informó: “Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos” (versículo 20). El segundo siervo dio un informe similar: “Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos” (versículo 22).

El señor otorgó una recompensa a los mayordomos fieles. “Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor” (versículos 21, 23).

El tercer siervo no fue fiel. Enterró su talento. Cuando rindió cuentas, criticó al señor y trató de justificar su infidelidad. “Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo” (versículos 24, 25).

Debido a su infidelidad, este “siervo inútil” recibió el juicio del señor. “Y al siervo inútil echadlo en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (versículo 30).

El salmista escribe: “¡Todo lo que respira alabe a Jah!” (Salmo 150:6). Ése es el propósito de nuestra vida aquí en la tierra. Los cristianos sabemos que Dios nos ha dado nuestros “talentos”— nos ha dado nuestros cuerpos y nuestras vidas, tiempo y tesoros, talentos y habilidades. Ya sea que nuestros talentos sean pocos o muchos, deseamos servir a Dios durante nuestros días aquí en la tierra. Ese servicio es la evidencia de que creemos en Jesús.

Los incrédulos rechazan las palabras del Salmo 150, de igual manera que rechazan el resto de la Escritura. No quieren creer en el Dios de la Biblia; por lo tanto, no quieren servirle. Demuestran su incredulidad en sus obras.

La parábola de las minas

La parábola de las minas (Lucas 19:11–27), la cual consideramos en el capítulo 4 de este libro, enseña lecciones similares.

Antes de irse de viaje, el hombre noble dio a diez siervos la misma cantidad de dinero—una mina. Les dio instrucciones específicas: “Negociad en tanto que regreso” (versículo 13). La mina representa el evangelio, el cual Dios ha dado en la misma cantidad a cada uno de nosotros.

Al menos dos de los diez siervos siguieron las instrucciones de su señor. Cuando el hombre noble volvió y pidió cuentas a cada siervo, estos dos anunciaron con gozo: “Señor, tu mina ha ganado diez minas.… Señor, tu mina ha producido cinco minas” (versículos 16, 18).

Su trabajo fiel agradó al hombre noble y les dio una recompensa. Dijo al primero: “Está bien, buen seiervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades” (versículo 17). Dijo al segundo: “Tú también sé sobre cinco ciudades” (versículo 19).

Otro siervo hizo su informe con una actitud diferente. “Señor”, dijo, “aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo, porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo que tomas lo que no pusiste y siegas lo que no sembraste”. Estaba criticando a su señor y había rehusado servir. Mientras el hombre noble había estado fuera, este siervo aparentemente se había servido únicamente a sí mismo. El señor, enojado, le anunció: “Mal siervo, por tu propia boca te juzgo”.

Jesús es el señor que ha entregado la mina, el evangelio, al cuidado de cada uno de nosotros. Sus instrucciones para nosotros son claras: “Predicad el evangelio”, “Declaren las alabanzas de aquel que los sacó de las tinieblas!” Aquellos que desprecian el mensaje del evangelio y que se niegan a confesar a Cristo con su boca muestran con sus acciones que no son creyentes. Cuando Jesús nuestro Señor vuelva en el día del juicio, estos individuos caerán bajo su juicio. Por otra parte, el pueblo de Dios usa la mina que Jesús le ha entregado. Atesoran el mensaje del evangelio y para ellos “grato es contar la historia” (CC 264).

Cuando compartimos el evangelio y declaramos las alabanzas de Dios, nos encontramos con cantidades variables de éxito. Dios se complace con nuestros esfuerzos fieles y nos recompensará con premios de gracia en el día del juicio. Aquellos que llevaron a muchos a la rectitud brillarán “como las estrellas, a perpetua eternidad” (Daniel 12:3). ¡Qué grande será ese día para nosotros!

La mayordomía: Lo que hago con lo que Dios me dio Los mayordomos tienen una etica de trabajo

Los mayordomos tienen una etica de trabajo

Nuestro viejo Adán nunca se convierte, y está contento viviendo en el pecado. Nuestro nuevo hombre sirve al Señor Jesús y tiene una ética de trabajo. Nunca pregunta ¿cuánto debo hacer? Para él la pregunta es siempre ¿cuánto puedo hacer?

Debido a que tanto el viejo Adán como el nuevo hombre viven en el mismo corazón, los cristianos tenemos un problema. A veces nuestro viejo Adán sugiere que nos demos por vencidos, que nuestra vida de mayordomía no vale la pena.

Por lo tanto, Jesús nos anima con su parábola del mayordomo fiel (Lucas 12:42–46). Antes de salir de viaje, este señor dio responsabilidades a su mayordomo. Mientras el señor estaba de viaje, el mayordomo podía hacer una de dos cosas. Podía continuar sirviendo fielmente, o podía “comer y beber y embriagarse” (versículo 45).

En esta parábola el señor representa a Jesús. Cuando Jesús vuelva, habrá un juicio. El mayordomo fiel recibirá una recompensa. El señor pondrá a este mayordomo “sobre todos sus bienes” (versículo 44). El mayordomo infiel recibirá un juicio horrible. El señor lo “castigará duramente y lo pondrá con los infieles” (versículo 46).

Pablo escribe lo mismo: “No nos cansemos, pues, de hacer bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9). Sólo aquellos que continúan creyendo en la palabra de Dios recibirán la vida eterna en el juicio final. Una fe viva continúa produciendo fruto mientras viva.

Hay una historia acerca de un administrador que cuidaba una propiedad mientras el dueño estaba de viaje. El administrador era un trabajador fiel. La casa y las tierras estaban inmaculadas. Un amigo le comentó: “¡Luce como si esperaras que el dueño volviera mañana!” El administrador replicó: “No, señor. Hoy.”

Cuando Jesús regrese y pida cuentas a sus mayordomos, se encontrarán trabajando con los talentos y la mina que Dios les ha confiado.

Recompensas terrenales y eternas

Cuando una sequía y una hambruna azotaron la tierra de Israel, Dios envió al profeta Elías a la ciudad de Sarepta y prometió que una viuda proveería para él allí. Elías confío en la palabra de Dios y siguió sus instrucciones. Cuando llegó a Sarepta, encontró a la viuda recogiendo palos para una fogata. Ella estaba preparándose para comer su última comida, después de la cual esperaría la muerte por inanición.

Pero Elías le dijo: “No tengas temor.… pero hazme con ello primero una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela. Después la harás para ti y para tu hijo” (1 Reyes 17:13). Con esas palabras Elías “retó” a la mujer a poner a Dios, y al profeta de Dios, primero. Luego Elías añadió una promesa: “Porque Jehová, Dios de Israel, ha dicho así: ‘La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra’ ” (versículo 14).

La mujer confió en la promesa de Dios. Inmediatamente preparó comida para el profeta de Dios y por sus acciones ella demostró que era una administradora fiel. Dios mantuvo su promesa y la recompensó con bendiciones terrenales.

Estos mandamientos y promesas combinados ocurren muchas veces a lo largo de la Escritura.

• Dios dice a través de Malaquías: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi Casa.… Probadme ahora… a ver si no os abro las ventanas de los cielos y derramo sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10).

• Jesús repite ese principio cuando dice: “Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo, porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lucas 6:38).

• Pablo, hablando acerca de la ofrenda, añade: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará” (2 Corintios 9:6).

Los cristianos no dan porque esperan ganar una recompensa. Pero cuando un Dios de gracia derrama recompensas sobre sus fieles mayordomos cristianos aquí en la tierra, no debemos sorprendernos.

La recompensa más grande, sin embargo, será nuestra en el día del juicio. Ese día nosotros, que deseábamos sólo servir a Dios con los talentos y con la mina que nos entregó, seremos servidos por nuestro Señor. Estaremos a la derecha del Salvador. Luego el Salvador anunciará públicamente nuestra fidelidad y nos dirá: “Entren a mi reino celestial”. Nosotros nos sentaremos en la mesa del banquete celestial. ¡Qué emoción será eso!

Tal vez sepa o pueda imaginarse el aniversario número 50 de la graduación de la escuela secundaria. Los amigos que se graduaron de la escuela secundaria a la edad de 18 años ahora se vuelven a encontrar a la edad de 68. En la reunión, los amigos y conocidos se preguntan unos a otros repetidamente: “¿Qué has hecho desde la última vez que nos vimos?”.

Cada uno de nosotros escuchará una pegunta similar en el día del juicio. Dios nos preguntará: “Mayordomo, ¿qué has hecho con tu vida? ¿Qué has hecho con todo lo que te di?”

Nosotros creemos en Jesús nuestro Salvador. ¡Éste es el tiempo para que le sirvamos con fidelidad!

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