La fuerza incontenible del bien

El Último Congreso, Mensaje 7  •  Sermon  •  Submitted
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Juan 15:8 NVI
8 Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos.

Una poderosa alegoría

Jesús es un maestro en el arte de la enseñanza, sabía muy bien cómo atraer la atención de sus oyentes y cómo dejar en sus memorias los principios más importantes para el cumplimiento de su misión.
Nuestra comprensión de su alegoría no es desconocida pero al no ser un país productor de vino, nos quedamos aveces cortos en entender a plenitud sus palabras.
Sin embargo para sus discípulos la ilustración era más que clara, era de su común entendimiento. Eso hizo que la aplicación fuera tan poderosa. Y debía serlo pues lo que Jesús les estaba enseñando era vital para lograr la transformación del mundo.
¿Cómo podríamos transformar al mundo si no somos visibles al mundo? La misión de los discípulos, que también es la nuestra, había estado siendo enseñada durante EL Último Congreso. Jesús les ha enseñado cómo deben llevar la misión a cabo y en este punto agrega esta verdad: sin frutos no hay misión.
Jesús usa la planta de la vid como una ilustración para enseñarles que ellos deben dar fruto. Los frutos glorifican al Padre porque cada acción que realizamos producto de nuestra relación con Jesús llevará la gracia del Padre al mundo.
Nuestra relación con Jesús debe hacernos fructificar. De hecho, es inevitable dar frutos cuando estamos en la vid que es Jesús y es el Padre quien nos labra.
Nuestra vida cristiana muchas veces se vuelve irrelevante al mundo, cuando eso pasa es porque no estamos dando frutos. Nos sentimos cómodos y bien alimentados en la vid pero no estamos dando frutos, solo somos consumidores del sustento de la vid, producimos hojas pero no damos frutos.
El propósito de la vid no es dar hojas sino uvas, las hojas más bien pueden llegar a impedir que el sol actúe en el sabor de la uva hasta el punto de dañar una cosecha. Muchos prefieren vivir un cristianismo que da hojas pero que no da frutos.
Dar fruto es todo aquello que hacemos naturalmente por el amor de Dios que está en nosotros. Es tener el mismo Espíritu de Cristo, su mismo sentir, su misma misión, su misma pasión por los demás.
No importa la edad que tengas, debes dar frutos; debes mostrar a Jesús, debes actuar en favor de los que menos tienen, de los que sufren, de los que están solos o son desechados por la sociedad por su color, nacionalidad, creencias, etc.

¿Cómo damos mucho fruto?

Permitir que Dios nos limpie

Juan 15:2 NVI
2 Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía.
Primero tenemos que notar que la acción de Dios en nosotros no solo nos hace dar fruto sino que nos hace dar mucho fruto. Esa es una diferencia que debemos considerar porque se refiere a un efecto multiplicador.
Los cristianos no podemos conformarnos con los mínimos, debemos apuntar siempre a los máximos, a la abundancia, a la excelencia, a hacerlo mejor cada vez.
El dar fruto debe ser para nosotros algo natural y será así siempre y cuando permitamos que Dios trabaje en nuestra vida.
Note que en ambos casos, de los que menciona Jesús, hay un corte, una separación. Diríamos que en ambos casos hay un proceso de dolor, la diferencia está en que aquellos que no dan frutos son cortados y sufren sin beneficio, lo que son podados sienten el desprendimiento de partes de sí mismos pero con el resultado de que dan más fruto.
Note también que aquellos a quienes el Padre poda ya están dando frutos. La acción del labrador hace que lleven más fruto.
Aunque parece que la acción de dar fruto es un mérito del cristiano, realmente esto ocurre porque está pegado a Jesús, la vid.
Nos cuesta, muchas veces, el trato de Dios, porque a menudo tenemos mejores ideas que las suyas y manejamos el tiempo de manera distinta, pero si permitimos que él trabaje su perfecta voluntad veremos los resultados.

Permanecer en Jesús

Juan 15:4 NVI
4 Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí.
Aquí Jesús les aclara que la única manera de dar mucho fruto es ser podados por el Padre quien lo hará si damos frutos y que solo podemos dar fruto si nos mantenemos pegados a él.
Ya Jesús había anunciado que se iría pero también había anunciado la acción del Espíritu Santo; la única manera que se mantuvieran pegados a Jesús aunque no estuviera en cuerpo presente era manteniendo la relación con el Espíritu Santo.
Un cristiano que se mantiene pegado a Jesús inevitablemente dará frutos. Eso es lo natural. Un cristiano naturalmente da fruto. Lo que no es natural y demuestra enfermedad es no dar fruto.
Cuando has tenido un encuentro con Jesús él empieza a influir en todo lo que haces. Jesús es una de esas personas que cuando te relacionas con él te cambia la vida.
El verbo que se usa aquí es “permanecer” el cual supone la idea de “vivir”. Para dar fruto tenemos que vivir, no visitar. No ser simpatizantes, colaboradores. No podemos ser de los que se acuerdan de Dios sino de los que habitan con él, quienes tienen una relación íntima y estrecha.

Las palabras de Jesús permanecen en nosotros

Juan 15:7 NVI
7 Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá.
Una cosa es que permanezcamos en Jesús y otra es que sus palabras permanezcan en nosotros.
En el primer caso nosotros nos metemos en Jesús, en el segundo caso él se mente en nosotros.
Este juego de palabras habla de estar rodeados de Jesús y llenos de él. Podríamos estar en Jesús, ser tocados por él y bendecidos por él sin permitir que sus palabras estén en nosotros.
Esto nos pone en una perspectiva de cambio total; un cambio no solo de lo que está afuera de nosotros sino adentro. No solo de las apariencias sino también del corazón.
Esta relación estrecha, completa e íntima nos permite pedir cualquier cosa porque no lo haríamos con el deseo humano egoísta sino con el corazón de Dios en nosotros.
Nos gusta la parte de “pedir lo que queramos y nos lo concederá” pero nos olvidamos de la primera parte del versículo.
Cuando las palabras de Jesús permanecen en nosotros y somos llenos de su visión y su pasión no pediremos según nuestros intereses sino según los suyos.

El amor y los mandamientos

Juan 15:10 NVI
10 Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Jesús dice que para dar fruto debemos permanecer en su amor y aclara que la forma de permanecer en su amor es obedecer sus mandamientos.
Hay una clara relación entre el amor y los mandamientos. Porque los mandamientos no son una muestra de cómo Dios nos castiga sino de cómo Dios nos ama.
Cuando Dios establece sus mandamientos para sus hijos no los hace en el contexto de la venganza sino del amor. Sus mandamientos nos protegen y nos previenen.
Jesús se pone a sí mismo como un modelo de obediencia al Padre, una que es muestra del amor que los une. Este ejemplo es para nosotros también, si amamos a Jesús debemos permanecer en su amor, esto es, obedecerle.
Recuerde que estamos hablando de dar fruto porque los transformadores del mundo dan muestra de la relación que tienen con Jesús que no pueden contenerse de hacer el bien; pero ese fruto solo se produce cuando obedecemos a Jesús.

La fuerza incontenible del bien

Juan 15:8 NVI
8 Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos.
Somos la fuerza incontenible del bien. No nos cansamos de hacer lo bueno porque esa es nuestra naturaleza.
Hacer lo bueno corre por nuestras venas, no depende del merecimiento, de la respuesta o del beneficio propio, hacemos el bien porque Jesús está en nosotros y nosotros en él. Sencillamente no podemos hacer otra cosa.
Somos discípulos de Jesús. No solo aquellos que estaban con él en El Último Congreso sino nosotros, y también tenemos que dar fruto. Nuestra vida debe reflejar que Jesús vive en nosotros.
No podemos ser una Iglesia que se encierra y se aísla a esperar la intervención de Dios, porque la intervención de Dios somos nosotros.
Dios quiere tocar al mundo con su gracia y somos nosotros quienes, a través de nuestros frutos, mostramos esa gracia.
Deja que el amor de Dios fluya en ti y verás cómo no podrás detenerte de servirle. Si no estás dando fruto estarás quejándote porque no tienes oportunidades o puestos para ocupar, cuando estás dando fruto dirás como en algún momento dijera Juan Wesley: “el mundo es mi parroquia”.
Tu servicio a Dios no es un templo, un nombre, una posición; es una vida de servicio que no se cansa de dar y que mira a su alrededor para llevar la gracia de Dios en todas sus formas.
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