Mateo 7

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El juzgar a los demas

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El juzgar a los demas

Jesus condena el juicio hipocrita que senala las faltas ajenas, pero pasa por alto los propios pecados.Jesus no prohibe toda clase de juicio, en otras partes ordeno a los creyentes que discernieran las acciones de los demas (v. 15; 18:15-20)
v2: Dios nos juzgara severamente si asi lo hacemos a los demas.
Estrecha es la Puerta, Mateo 7:1–27 NUESTRA NECESIDAD DE DISCERNIMIENTO

Deben negarse a enjuiciar en el sentido de ejercer un espíritu crítico, calumniador y condenatorio con respecto a sus hermanos; pero deben enjuiciar en el sentido de adquirir sabiduría espiritual y discernimiento moral; porque, si no, caerán como víctimas de los enredos de la vida y no llegarán a buen destino

La persona moral y religiosa se esfuerza por eludir la práctica de ciertos pecados, y en consecuencia cae fácilmente en otros sin darse cuenta: la arrogancia de confiar en su propia justicia o la descalificación de otras personas.

Entonces, ¿qué quiso decir Jesús al prohibir «juzgar»? Parece obvio que su intención era condenar el espíritu de censura, el juicio áspero, el justificarse a uno mismo juzgando a los demás, el juicio sin misericordia y sin amor; aquella disposición de mirar desfavorablemente el carácter y las acciones de otras personas, lo que nos lleva invariablemente a pronunciar contra ellas juicios temerarios, injustos y desagradables14. No se trata de toda clase de juicio, sino de aquella que se nutre de una intención maliciosa o condenatoria, falta de todo rastro de compasión y perdón. El Señor reprueba aquel espíritu crítico o aquella actitud descalificadora que sirve para lesionar la relación fraternal y para crear conflictos entre los discípulos. Se trata de aquel enjuiciamiento que es primo hermano del desprecio y de la contención. La relación entre hermanos ha de ser siempre restauradora, no destructiva. El texto paralelo de Lucas 6:37 nos ayuda a comprender la intención de Jesús, porque reprueba explícitamente la actitud condenatoria y pone en su lugar la necesidad de perdonar:

No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.

Así pues, hay ciertas circunstancias específicas en las que el juicio es necesario. Pero muchas de nuestras palabras enjuiciadoras, muchos de nuestros comentarios negativos y muchas de nuestras críticas no se pueden justificar por esas circunstancias, sino que son superfluos, desleales y a veces injustos, originados por el morbo de difamar a los demás. Con tales calumnias intentamos aprovechar la rentabilidad del escándalo, degradar al otro, crecer nosotros mismos en importancia, potenciar nuestra propia reputación y colocarnos medallas de virtud, pues la gente es suficientemente necia como para pensar que quien juzga las flaquezas de los demás está exento de ellas él mismo. En contraste con tales aberraciones, el Señor nos exige un espíritu conciliador de compasión y perdón.

Estrecha es la Puerta, Mateo 7:1–27 SEREMOS JUZGADOS (vs. 1b–2)

Cuando vemos a una persona hundida en el pecado, nuestra gran preocupación no debe ser su condenación, sino su salvación.

Estrecha es la Puerta, Mateo 7:1–27 SEREMOS JUZGADOS (vs. 1b–2)

Si los hemos tratado con misericordia, Dios será misericordioso con nosotros (5:7; 6:14). Si hemos actuado con compasión, seremos juzgados de la misma manera. Pero si, en nuestra miseria moral, hemos enjuiciado a los demás con espíritu condenatorio, ¿cómo podemos esperar que Dios no sea severo con nosotros?

Estrecha es la Puerta, Mateo 7:1–27 SEREMOS JUZGADOS (vs. 1b–2)

. En todo caso, Jesús afirma que quien mide con compasión y con generosidad de espíritu recibirá luego en su regazo medida buena, apretada, remecida y rebosante (Lucas 6:38).

Esta enseñanza es muy seria y debe hacernos reflexionar, si no temblar. Un día todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios para dar cuentas de nuestras vidas (Romanos 14:10–12). Entonces —dice Cristo— se nos aplicarán a nosotros aquellas mismas medidas que hayamos utilizado en nuestro enjuiciamiento de otros. Segaremos lo que hemos sembrado.

Estrecha es la Puerta, Mateo 7:1–27 SEREMOS JUZGADOS (vs. 1b–2)

Puesto que somos el objeto del amor, el perdón y la paciencia de Dios, debemos mirar a nuestros hermanos con los mismos ojos. Puesto que queremos recibir misericordia en el juicio final, debemos ejercerla en nuestra relación con los hermanos

Estrecha es la Puerta, Mateo 7:1–27 SEREMOS JUZGADOS (vs. 1b–2)

Saber que de aquí a poco estaremos ante Dios dándole cuentas de nuestra vida tendría que frenar nuestro deseo de criticar y condenar a los demás.

Estrecha es la Puerta, Mateo 7:1–27 LA INCONSECUENCIA EN EL JUICIO (vs. 3–4)

El temor al juicio venidero no es la única razón por la que no debemos enjuiciar a nuestros hermanos. Otra es que nosotros, zarandeados por muchas tentaciones, afligidos por muchas debilidades morales y lesionados por las taras y heridas de nuestra condición humana, no somos quiénes para condenar los defectos ajenos. Mientras haya pecado en nuestras vidas, es improcedente que tiremos piedras a otros (Juan 8:7). Acusar a otros, cuando ellos podrían con justicia acusarnos a nosotros, es hacer el ridículo. Nadie es lo suficientemente bueno como para juzgar a los demás. Todos tenemos suficiente responsabilidad sólo con tener que corregir nuestra propia vida, como para dedicarnos a rectificar la de los demás.

Esto no quiere decir que tengamos que volvernos tolerantes y transigentes con el pecado; pero sí debemos ser pacientes y compasivos con el pecador, en vez de enjuiciarle. Todo espíritu vengativo, justiciero, condenatorio, crítico o chismoso es improcedente en personas que sólo podemos estar de pie ante Dios en virtud de la justicia de Cristo, pero nunca a causa de nuestra propia justicia.

Estrecha es la Puerta, Mateo 7:1–27 LA INCONSECUENCIA EN EL JUICIO (vs. 3–4)

Ningún hombre prepotente, arrogante, autosuficiente, confiado en su propia rectitud, o intolerante e impaciente con las debilidades de los demás, es apto para el ministerio pastoral. Ningún hombre en tales condiciones tiene autoridad moral para analizar y corregir los males ajenos.

Muchos sufrimos la tendencia de escandalizarnos ante los deslices de otros, cuando en realidad nuestros propios pecados son al menos tan grandes como los suyos; o de justificar o minimizar la importancia de nuestros pecados y, a la vez, ser severos con los pecados ajenos. Muchos de nosotros confiamos en nosotros mismos como justos, y despreciamos a los demás (Lucas 18:9). Sufrimos una extraña ceguera indulgente con respecto a nuestras propias faltas, mientras que gozamos de una exquisita clarividencia justiciera con respecto a los pecados de otros. Algunos de nosotros, gracias a la formación que hemos recibido de nuestros padres y a la cómoda situación económica en la que hemos vivido, quizás nunca caigamos en los «pecados graves» que otros cometen; pero, si se tienen en cuenta las muchas ventajas sociales que hemos disfrutado y las terribles presiones morales de las cuales nos hemos librado, ¿podemos atrevernos a decir que somos mejores que aquéllos? Además, ¿quién ha dicho que los robos, los actos violentos o la promiscuidad sexual que ellos practican son peores que la soberbia, la envidia, la antipatía, la malicia, el egocentrismo y la falta de amor que subyacen en muchas de nuestras actitudes, acciones y palabras? Y, para colmo, existe la perversa propensión en nosotros a pensar que el solo hecho de dar nuestra aprobación teórica a cierto estilo de vida honrado nos exime de la necesidad de llevarlo a la práctica. No por enseñar buenos modales son los maestros de ética necesariamente dechados de rectitud y bondad ellos mismos.

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