Venid los fatigados y cansados

EL MINISTERIO DE CURACIÓN  •  Sermon  •  Submitted
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La vida de Cristo nos da un ejemplo de la necesida de descansar y que tipo de descanso tenemos.

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Introducción

En nuestro mundo nos enfrentamos todos los días a situaciones difíciles que nos desgastan física y emocionalmente. Debemos lidiar con personas que buscan hacernos daño, aprovecharse de nosotros. En otras ocasiones es la enfermedad o la pérdida de un ser amado, lo que nos genera afectaciones físicas y emocionales.
La enfermedad del siglo XXI vino a ser el estres y con ello una lista de enfermedades psicosomáticas. es decir que tienen su origen en la mente. El sector salud hace mas y mas enfasis en cuidar la salud emocional para evitar afectaciones en la salud física.
Y tu que situaciones te desgastan? te dejan cansado?
Finanzas
Salud
Relaciones con personas difíciles
etc...
Nuestro Señor Jesucristo dice: Mateo 11:28 “Venid a mi todos los .....”
Es el mismo Dios el que prometió en Isaías 40:29 -31, que nos daría fuerzas....
Será que se refería a que nos convertiría en máquinas inagotables???
a que se refieren esas promesas? porque estamos cansados, fatigados, desgastados.....

Ejemplo nos ha dado

Juan 13:15 Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.(A)
LA VIDA TERRENAL del Salvador fue una vida de comunión con la naturaleza y con Dios. En esta comunión nos reveló el secreto de una vida llena de poder Mar. 1:35).
Jesús fue un trabajador ferviente y constante. Nunca vivió en el mundo nadie tan abrumado de responsabilidades. Jamás alguien llevó la pesada carga de las tristezas y los pecados del mundo. Nadie trabajó con celo tan agobiador por el bien de los hombres. No obstante, la suya fue una vida plena de salud. Tanto en lo físico como en lo espiritual estuvo simbolizado por el cordero, víctima expiatoria, “sin mancha y sin contaminación” (1 Ped. 1:19). Tanto en su cuerpo como en su alma fue un ejemplo de lo que Dios quiso que llegase a ser la humanidad mediante la obediencia a sus leyes.
Cuando la gente miraba a Jesús veía un rostro en el cual la compasión divina se combinaba con el poder consciente. Parecía rodeado por una atmósfera de vida espiritual. Aunque de modales suaves y modestos, impactaba a los hombres con una sensación de poder que, si bien permanecía latente, no podía ocultarse por completo.
Durante su ministerio siempre lo persiguieron hombres astutos e hipócritas que procuraban su muerte. Lo seguían espías que acechaban sus palabras para encontrar algo contra él. Los intelectos más sutiles e ilustrados de la nación procuraban derrotarlo en controversias. Pero nunca pudieron aventajarlo. Tuvieron que dejar la lid, confundidos y avergonzados por el humilde Maestro de Galilea. La enseñanza de Cristo tenía una lozanía y un poder como nunca hasta entonces conocieron los hombres. Hasta sus mismos enemigos hubieron de confesar: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46).
La niñez de Jesús, pasada en la pobreza, no había quedado contaminada por los hábitos artificiosos de una era corrompida. Mientras trabajaba en el banco del carpintero y llevaba las cargas de la vida doméstica, mientras aprendía las lecciones de la obediencia y del sufrimiento, hallaba solaz en las escenas de la naturaleza, de cuyos misterios adquiría conocimiento al procurar comprenderlos. Estudiaba la Palabra de Dios, y sus horas más felices eran las que, terminado el trabajo, podía pasar en el campo, meditando en tranquilos valles y en comunión con Dios, ya sea en la falda del monte o entre los árboles del bosque. El alba lo encontraba a menudo en algún retiro, sumido en la meditación, escudriñando las Escrituras o en oración. Con su canto daba la bienvenida a la luz del día. Con himnos de acción de gracias amenizaba las horas de labor, y llevaba la alegría del cielo a los rendidos por el trabajo y a los descorazonados.
En el curso de su ministerio Jesús vivió la mayor parte del tiempo al aire libre. Allí dio buena parte de sus enseñanzas mientras viajaba a pie de poblado en poblado. Para instruir a sus discípulos, frecuentemente huía del tumulto de la ciudad a la tranquilidad del campo, que estaba más en armonía con las lecciones de sencillez, fe y abnegación que deseaba enseñarles. Bajo los árboles de la falda del monte, a poca distancia del Mar de Galilea, llamó a los Doce al apostolado y pronunció el Sermón del Monte.
Cristo amaba reunir a la gente a su alrededor bajo el cielo azul, en algún verde collado o a orillas del lago. Allí, rodeado de las obras de su propia creación, podía desviar los pensamientos de la gente de lo artificioso a lo natural. En el crecimiento y desarrollo de la naturaleza se revelaban los principios de su reino. Al alzar la vista hacia los montes de Dios y al contemplar las maravillosas obras de su mano, la gente podía aprender valiosas lecciones de verdad divina. En días venideros las lecciones del divino Maestro les serían repetidas por las cosas de la naturaleza. La mente se elevaría y el corazón hallaría descanso.
A los discípulos asociados con él en su obra les permitía a menudo que visitaran sus casas y descansaran; pero en vano se empeñaban ellos en distraerlo a él de sus trabajos. Sin cesar atendía a las muchedumbres que a él acudían durante el día, y por la tarde, o muy de madrugada, se encaminaba hacia el santuario de las montañas en busca de comunión con su Padre.
Muchas veces sus trabajos incesantes y el conflicto con la hostilidad y las falsas enseñanzas de los rabinos lo dejaban tan exhausto que su madre y sus hermanos, y aun sus discípulos, temían por su vida. Pero siempre que volvía de las horas de oración que ponían término al día de trabajo, notaban en su semblante la expresión de paz, la frescura, la vida y el poder de que parecía haber compenetrado todo su ser. De las horas pasadas a solas con Dios salía cada mañana para llevar a los hombres la luz del cielo.
Un tiempo para descansar
Al regresar los discípulos de su primera gira misionera, Jesús les hizo la invitación: “Vengan aparte y reposen un poco”. Los discípulos habían vuelto llenos de gozo por su éxito como heraldos del evangelio, cuando tuvieron noticia de la muerte de Juan el Bautista a manos de Herodes. Esto les causó amarga tristeza y desengaño. Jesús sabía que al dejar que el Bautista muriera en la cárcel había sometido a una dura prueba la fe de los discípulos. Con compasiva ternura contemplaba sus rostros entristecidos y surcados de lágrimas. Con lágrimas en los ojos y emoción en la voz les dijo: “Venid vosotros aparte, a un lugar desierto, y descansad un poco” (Mar. 6:31).
Cerca de Betsaida, al extremo norte del Mar de Galilea, se extendía una región aislada que, hermoseada por el fresco verdor de la primavera, ofrecía un agradable retiro a Jesús y sus discípulos. Allá se dirigieron, cruzando el lago en su barco. Allí podían descansar, lejos del bullicio de las multitudes. Allí podían oír los discípulos las palabras de Cristo sin que los molestaran las argucias y acusaciones de los fariseos. Allí esperaban gozar una corta temporada de intimidad con su Señor.
Corto fue efectivamente el tiempo que Jesús pasó con sus queridos discípulos; pero ¡cuán valioso fue para ellos esos pocos momentos! Juntos hablaron de la obra del evangelio y de la posibilidad de hacer más eficaz su labor al acercarse a la gente. Al abrirles Jesús los tesoros de la verdad, se sentían vivificados por el poder divino y llenos de esperanza y valor.
Pero pronto volvieron las muchedumbres en busca de Jesús. Suponiendo que se habría dirigido a su retiro predilecto, allá se encaminó la gente. Frustrada quedó la esperanza de Jesús de gozar siquiera de una hora de descanso. Pero en lo profundo de su corazón puro y compasivo, el buen Pastor de las ovejas sólo sentía amor y piedad por esas almas inquietas y sedientas. Durante todo el día atendió sus necesidades, y al anochecer despidió a la gente para que volvieran a sus casas a descansar.
En una vida dedicada por completo a hacer bien a los demás, el Salvador creía necesario dejar a veces su incesante actividad y el contacto con las necesidades humanas para buscar retiro y comunión no interrumpida con su Padre. Al marcharse la muchedumbre que lo había seguido, se fue él al monte y allí, a solas con Dios, derramó su alma en oración por esos dolientes, pecaminosos y necesitados.
Al decir Jesús a sus discípulos que la mies era mucha y pocos los obreros, no insistió en que trabajaran sin descanso sino que les mandó: “Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mat. 9:38). Y hoy también el Señor dice a sus obreros fatigados lo que dijera a sus primeros discípulos: “Venid vosotros aparte… y descansad un poco”.
Todos los que están en la escuela de Dios necesitan de una hora tranquila para la meditación a solas consigo mismos, con la naturaleza y con Dios. En ellos tiene que manifestarse una vida que en nada armonice con el mundo, sus costumbres o prácticas; necesitan tener una experiencia personal en la adquisición de un conocimiento de la voluntad de Dios. Cada uno de nosotros debe oír la voz de Dios hablar a su corazón. Cuando toda otra voz calla, y tranquilos esperamos en su presencia, el silencio del alma hace más perceptible la voz de Dios. Él nos pide: “Estad quietos y conoced que yo soy Dios” (Sal. 46:10). Esta es la preparación eficaz para toda labor para Dios. En medio de la presurosa muchedumbre y de la tensión de las intensas actividades de la vida, el que así se refrigera será rodeado de una atmósfera de luz y paz. Recibirá nuevo caudal de fuerza física y mental. Su vida exhalará una fragancia y revelará un poder divino que alcanzará los corazones de los hombres.[1]
[1] De White, E. G. (2011). El ministerio de curación. (A. D. Orrego, Ed.) (Tercera edición, pp. 33–37). Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana.
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