¿QUÉ HAY DE LA MUERTE?

Sermon  •  Submitted
0 ratings
· 115 views
Notes
Transcript
INTRODUCCIÓN:
El problema de la muerte ya sea trágico, no porque siendo polvo hayamos de volver al polvo, sino, como escribe Paul Tillich, porque somos culpables y morimos como tales. Lo mismo expresó, de modo equivalente R. S. Candlish: “El hombre muere, no como criatura, sino como criminal”. Y Emilio Brunner remacha: “No es el hecho de que el hombre muera lo que constituye “el salario del pecado”, sino que muera como muere, en temor y agonía, con la ansiosa incertidumbre de lo que le espera más allá de la muerte, con una mala conciencia o el temor de un posible castigo; en resumen: muerte humana”.

I.- EL SALARIO DEL PECADO.

Al llegar a este punto nos movemos dentro de la atmósfera de la Revelación Bíblica, para la cual -reconoce Bultman- la muerte estan poco natural como la resurrección.
En la perspectiva bíblica, el hecho de la muerte va unido indisolublemente al hecho del pecado. La consecuencia del pecado es la muerte; es su pago, su salario, su justa retribución. (Ro. 6: 23) De ahí su horror, su carácter antinatural.

II.- LA MUERTE COMO FRUSTRACIÓN SUPREMA.

Pero la relación “pecado-muerte” se entrelaza con el ansia de inmortalidad que Dios mismo ha puesto en el corazón del hombre. Todo ser humano siente este afán por perpetuarse, quizá por el secreto motivo de seguir investigando en los misterios de la vida con una curiosidad irrefrenable, con lo que se unirían los dos sentidos que el vocablo hebreo “Olam” adquiere de Eclesiastés 3: 11: “Todo lo hizo hermoso Dios en su tiempo; y ah puesto ETERNIDAD en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios, desde el principio hasta el fin”. De ahí la tensión irreconciliable que produce la coexistencia en un mismo ser, del pecado que le arrastra a la muerte al no ser y del anhelo de perpetuidad que, paradójicamente, pugna por manifestarse; a veces, con la pujanza que alcanzó en Unamuno. Por consiguiente, acusa una gran superficialidad todo el que ve en el temor a la muerte una obsesión enfermiza, o un miedo al más allá, o el resultado de la ignorancia y hasta la falta de educación. Todo confluye ante el misterio de la muerte, para plantearnos la totalidad del sentido de la existencia, cara a cara con los enigmas fundamentales de la vida, de los cuales no es el menor el “salto a las tinieblas”, como alguien lo ha definido. Se trata de cuestiones ineludibles, por lo menos en ciertos momentos de la vida; y, para ciertas personas, insoslayables a lo largo de todo su devenir.
Si se prescinde de la Divinidad y , consiguientemente, de su Palabra reveladora, no hay esperanza ya de poder llegar a saber algo del misterio de la muerte. Los problemas más agudos de la existencia del hombre, tales como el significado de su vida y de su muerte, y la presencia del sufrimiento en el mundo, quedarán para siempre sin resolver. El hombre que suprime a Dios ha de optar, o por la DESESPERACIÓN, al hallarse falto de respuestas satisfactorias, o por la INCONSCIENCIA abrumadora que, como al avestruz, le incita a esconder la cabeza para hacerse la ilusión de que no existe el peligro de muerte, por el hecho de que ésta es algo que no pertenece a la vida.

III.- LA MUERTE, VENCIDA POR CRISTO.

La respuesta última de la Palabra de Dios (la única respuesta válida) nos es garantizada por habérsenos revelado la Divinidad a sí misma en un proceso histórico que la Biblia registra. Dios ha hablado; por consiguiente, se trata de un mensaje que nos viene dado desde fuera, como algo objetivo e independiente de nuestras reflexiones filosóficas y teológicas. Y Dios ha pronunciado su última Palabra en Cristo (He. 1: 1) muy especialmente en la Cruz, donde “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no poniendo a la cuenta de los hombres sus pecados”. 2 Co. 5: 19. Y, sobre esta base, el cristiano puede exclamar con el apóstol: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado… Gracias sean dadas a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”. 1 Co. 15: 55-57., Is. 25: 8; Oseas 13: 14.
Esto significa que la situación trágica del hombre pecador (todo hombre Ro. 3: 11) puede, a pesar de todo, no ser desesperada como lo sería si se encontrase preso en la filosofía confusa de las leyes cósmicas, que son insensibles e impersonales, o como si estuviese a merced de un lado inexorable. Cierto, la muerte es el castigo de Dios por el pecado; pero, al mismo tiempo, la vida es el obsequio de su gracia (Ro. 6: 23).

IV.- LA MUERTE, SEÑAL Y CONSECUENCIA DEL PECADO.

Lo inevitable de la muerte física es símbolo de una verdad espiritual más profunda: el hombre, porque es hombre y hombre pecador, vive solamente dentro de la esfera de la muerte y debe considerarse como condenado a muerte. Porque fuera de Cristo, que es la Verdad y la Vida, sólo hay muerte. La muerte física es el signo y el fruto del pecado. Es el símbolo del orden natural que rige el mundo; natural para nosotros -pecadores-, pero no para Dios, que es la plenitud de vida; constituye además la gran contradicción de este encuentro que se produce entre Dios, vivo y vivificante, autor y dador de la vida, y el hombre sumido en el pecado que rechaza y rehuye la intensa vitalidad a la que es llamado.
La muerte física es, pues, símbolo y pena, a la vez, de la entrada del pecado a la existencia humana. Génesis 2: 17; 3: 24; Ro. 5: 12, Ef. 2: 5.
La muerte nunca la quiso Dios. Entró en el mundo por el pecado. Santiago 1: 14, 15 ofrece un gráfico ejemplo de la relación entre el pecado y la muerte: “Cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces, la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado: y EL PECADO, siendo consumado, DA A LUZ LA MUERTE”. Tenemos, pues, afirmada aquí la gran verdad bíblica de que la muerte es el engendro (hijo) del pecado.
V.- LA NATURALEZA DE LA MUERTE.
La naturaleza de la muerte es la Soledad, la soledad radical. Como dijo G. A. Becquer en una de sus famosas Rimas:
“¡Dios mío, qué solos
Se quedan los muertos!
La muerte separa, aísla, produce vacilación. Como el pecado, su progenitor, que produce la separación entre el hombre y Dios (Isaías 59: 2) mediante la constante, al menos latente, rebeldía del hombre (Isaías 53: 6), y produce también la separación de los hombres entres sí (Ro. 3: 13-18), ilustrado, sin quererlo, por Sartre cuando sostiene que “el infierno, son los demás”, mediante el egoísmo, la envidia, la vanidad y la explotación del hombre por el hombre.
Con razón se ha dicho que “el pecado y la muerte se pertenecen inseparablemente. Juntos permanecen, o caen juntos”. Esta soledad absoluta -tanto en relación a Dios como a los hombres y, a la larga, con respecto a sí mismo, lo cual suele incitar el suicidio- torna al hombre en un ser impotente. De ahí que, si bien puede acotar su destino -ya que tiene libertad para proponérselo y energía para realizarlo-, no puede, sin embargo confiar su destino ni a su liberta ni a su energía. Y es que, cuando morimos, no escapamos a las consecuencias de nuestros actos, sino que vamos al encuentro de las mismas. Como veremos más adelante, esto hace la inmortalidad -cuando es entendida a la manera platónica- algo totalmente inútil e inservible. Fuera de Dios todo es muerte, náusea y desesperación; tanto en esta existencia terrena como después de la destrucción o descomposición final del cuerpo físico. Esta estrecha conexión entre el pecado y muerte hizo necesario que Cristo viniese “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda su vida sujetos a servidumbre. He. 2: 14- 15.
Como alguien ha escrito: “La muerte comprometía radicalmente el proyecto de vida que Dios hacía en favor de los hombres. Era, pues, menester que Cristo combatiera en el mismo terreno del enemigo. Fue necesario que muriera para franquear con su muerte el rechazo de la humanidad a los proyectos de Dios. Cristo tiene conciencia, además, de que solamente él tiene el poder de combatir. Ha salido de la misma “ingrediente humano”, en plena solidaridad con ella. Carga sobre sí los pecados del mundo (Gálatas 3: 13) y se hace obediente hasta la muerte (Fil. 2: 7, 8; He. 5: 9)… Jesucristo sabe simplemente que tiene entre sus manos el futuro de la humanidad, una humanidad que ya no puede reconciliarse con Dios, porque lo ha rechazado”.
En éste Hecho radica nuestra esperanza. La confianza cristiana se funda en la victoria de Cristo. Porque Jesucristo es, no sólo Señor de la vida, sino también de la muerte, al tener poder para destruirla y al haberle arrebatado su aguijón en la Cruz.
IV- CONCLUSIÓN: LA MUERTE COMO DOBLE RESPUESTA DE DIOS.
De manera que la muerte no sólo es la respuesta de Dios al pecado, sino que, para la solución del mismo, Cristo tiene que morir; su muerte es vicaria y expiatoria, en representación de los hombres, en lugar de los hombres y a favor de los hombres. No para satisfacer un supuesto carácter vengativo de Dios, sino las exigencias universales y eternas de su santa justicia: “Al que no conoció pecado -dice Pablo-, por nosotros lo hizo Dios pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. 2 Co. 5: 21.
La muerte de Cristo tiene que ser mi muerte, si deseo que su resurrección sea mía también (Ro. 6: 4; Ef. 2: 4-6; Fil. 3: 9-11). Esto es posible por la fe, que nos une a Cristo (Juan 1: 12; 15: 1).
Pero este hombre que muere por causa del pecado, y que también puede ser salvado por causa de la obra realizada a su favor por Dios en Cristo, ¿Quién es?; ¿Qué es el hombre? ¿Qué es lo que constituye su personalidad?; ¿Qué es este algo que perdura?; ¿cuál es, en definitiva, su esperanza, la inmortalidad o la resurrección?.
Related Media
See more
Related Sermons
See more