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Jesús vuelve en el invierno
El estudio estará basado en los siguientes textos: Mateo 27 y 28 describen la muerte y resurrección de Cristo (Marcos 16.1-8; Lucas 24.1-12; Juan 20.1-10
El sermón tiene tres partes:
I. Jesús viene de noche.
II. Jesús viene en las noches de invierno para darte una manta.
III. Jesús viene en las noches de invierno para decirte: Pronto amanece.
INTRODUCCIÓN
Antes de ir al tema que nos ocupará, repasemos lo que hemos visto esta semana.
Primeramente, vimos a Jesús en la oración del río Jordán, cuando, en oración convirtió la incertidumbre en confianza. Porque de eso se trata la fe, en confiar. La incertidumbre precede a la confianza. El don de la incertidumbre es la confianza. Yo te abro las puertas de mi casa y te doy confianza, y tu respondes a mi confianza con fidelidad. En la oración del río Jordán Jesús buscó la confianza de su Padre.
Luego del río Jordán, vimos a Jesús en el desierto, en humildad infinita. Hay algo en la humildad que exalta extrañamente el corazón propio y ajeno. Para hacerse grande, hay que comenzar por hacerse pequeño. Y Jesús se hizo muy vulnerable y pequeño en el desierto de la tentación.
Luego subimos al Monte Tabor, también conocido como el Monte de la Transfiguración. Y vimos cómo brilló la gloria de Cristo como respuesta a la oración hecha a su Padre para alentar y darle fuerza a sus discípulos. Tuvo compasión por ellos. La compasión (traducción del vocablo griego συμπάθεια (sympátheia), palabra compuesta de συν + πάσχω = συμπάσχω, literalmente «sufrir juntos». La compasión no es una relación entre el sanador y el herido. Es una relación entre iguales. Solo cuando conocemos bien nuestra propia oscuridad podemos estar presentes con la oscuridad de los demás. La compasión se vuelve real cuando reconocemos nuestra humanidad compartida.
Luego descendimos a la aldea de Betania, y lo vimos llorando por su amigo Lázaro. Y su oración al Padre nos llenó de esperanza. La esperanza es el sueño de los que están despiertos, los que están vivos. Los muertos en vida no tienen esperanza. Comer pan sin esperanza es igual que morirse poco a poco de hambre.
Luego fuimos al aposento alto en el último jueves de Jesús en la Tierra. Y vimos todo su amor en la oración intercesora de Juan 17. El amor no tiene explicación, pero es la única explicación para todos los males.
Luego fuimos al Getsemaní, para ver a Jesús con una infinita tristeza. Las lágrimas nacen del corazón de Cristo, no de su cerebro. Porque tenía un corazón humano, se entristeció hasta derramar gotas de sangre. Jesús aceptó su tristeza en el Getsemaní, porque aceptó que, sin perder, no se puede ganar. Él estaba entregando su vida para darnos vida.
Finalmente, en la cruz, Jesús alcanzó la gloria, y con ella la paz. Porque cuando el poder del amor sobrepase el amor al poder, se alcanza la Paz. Y él alcanzó la paz, para darnos paz.
Pero volvamos a la pregunta: ¿por qué oró Jesús? Hoy le pregunté eso a un pastor amigo. Esta pregunta está relacionada con la primera pregunta que hicimos el sábado pasado cuando iniciamos el estudio de las oraciones de Jesús. A decir: “¿Qué dicen los hombres de mí ¿Quién soy?” Mi amigo pastor me dijo: Jesús oró del modo en que lo hizo porque quería enseñarnos a orar. Le respondí a mi amigo que esa era una consecuencia de sus oraciones al Padre. Pero no la causa. Jesús no es simplemente un docente que enseña. Ni tampoco un modelo moral. ¿Quién aprende por experiencia ajena? Jesús es primeramente nuestro Salvador. Por lo tanto, Jesús oró porque era humano como tú y cómo yo. Y solo así podía salvarnos. Solo así podía ser tentado en todo. Y él fue tentado en todo, pero sin pecar (Hebreos 4:15). Cristo ganó donde Adán perdió.
¿Entonces por qué oró Jesús? Porque sin oración no hay relación con Dios. Porque la oración es el puente que une las dos orillas: la de los mortales con la del Eterno. Orar es una fotografía en sepia, un regreso a la casa de los abuelos y al tiempo sin tiempo de tu infancia. Orar es un ejercicio de la memoria que nos lleva al origen de todos los orígenes, porque nos lleva a Dios. Orar es un destello de la eternidad en nuestro tiempo cotidiano.
Ahora vayamos a Galilea. Los textos de Mateo 27 y 28 describen la muerte y resurrección de Cristo (Marcos 16.1-8; Lucas 24.1-12; Juan 20.1-10). Los once discípulos se fueron a Galilea, donde Jesús los encuentra y proclama La Gran Comisión: “Id y haced discípulos” (Mateo 28:16 al 20; Hechos 1).
Pero Lucas es siempre el que nos da los detalles más sabrosos: Primeramente, nos habla en el capítulo 24 del encuentro de Jesús en el camino a Emaús. Nos habla del diálogo de aquel forastero con los discípulos, de la invitación a que pernocte con ellos. Y en medio de la noche, la revelación “Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista” (Lucas 24:30, 31).
Todos estos textos nos dicen tres cosas: La mención de Galilea de los gentiles como el lugar donde fueron congregados los discípulos antes de que Cristo partiera, no es casual. Pero en ese desconocido monte galileo estaban ahora todos los cristianos. El nombre Galilea, viene de “Galilea de los gentiles”, gelil ha goim (Isaías 9: 1), o “Galilea de las naciones”. Es una profecía de Isaías: “Sin embargo, ese tiempo de oscuridad y de desesperación no durará para siempre. La tierra de Zabulón y de Neftalí será humillada, pero habrá un tiempo en el futuro cuando Galilea de los gentiles, que se encuentra junto al camino que va del Jordán al mar, será llena de gloria”. Galilea era el “círculo de los gentiles”, la frontera norte de Israel, donde se reúne lo peor de la sociedad. Como en todas las naciones de todos los tiempos: gente sin educación, comerciantes y traficantes, que a causa de sus negocios se relacionaban con otros pueblos, etnias y naciones, quienes diferían de los judíos en raza, religión e idiomas.
Nosotros hemos sido rescatados de la frontera de la vida. Estábamos caídos de los límites de Israel, pero Dios nos eligió desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1:3-5). Éramos gente de poca importancia para el mundo, pero Dios nos dignificó al elegirnos como hijos de Dios.
La segunda cuestión que remarca el texto de Lucas 24: 30 y 31 es que Cristo es reconocido cuando eleva una oración para pedir la bendición sobre el pan. Dice Lucas: “Tomando el pan, bendijo, y partió, y dióles” (v. 30). Éstas son casi las mismas palabras que este evangelista usó para describir las acciones de Jesús durante la Última Cena (22:19). Notemos especialmente los cuatro verbos: tomó, bendijo, partió, y dio. Jesús cumplió estas mismas acciones al alimentar a los cinco mil (9:12-17). Esos cuatro verbos son en sí mismos una oración de ofrenda, de entrega a Dios y a los hombres. Es la entrega del Pan. Jesús es el Pan de vida: Vivió y murió para que nos alimentáramos de él. Entonces, los discípulos lo reconocieron. Reconocieron su voz, su mensaje, su bendición. Cuando entramos en comunión mediante la oración con él, lo reconocemos inmediatamente.
El tercer punto es la noche. “El día había declinado” (Lucas 24: 29). Me quedo con esta expresión, para dar lugar a la siguiente idea.
Ahora vayamos a la primera parte de nuestro estudio.
Jesús viene de noche.
Parece que Dios siempre nos visita a la noche.
En una noche visitó y peleó con Jacob (Génesis 32: 22 al 32). En una noche, Jesús tocó el corazón de Nicodemo. Y en una noche de tormenta, Jesús calmó la tempestad (Marcos 4:35). Y en una noche, los discípulos camino a Emaús no lo lo reconocieron. Respecto de estos discípulos con los que se encontró Jesús en el camino a Emaús, Lucas en el capítulo 24: 16, dice: “Mas los ojos de ellos estaban embargados (ekratounto – se mantenidos), para que no le conociesen” (v. 16). Notemos: Los dos discípulos no lo reconocieron, porque “estaban embargados sus ojos”. Como si Dios hubiera impedido que fuera reconocido. De hecho, otras versión lo hacen explícito: Dios lo impidió. Dios impidió que lo reconocieran de día, pero no de noche. Parece que las noches tienen un mensaje para nosotros. La Fe de la noche nos permite ver lo que no nos permite ver la Fe del día.
¿Qué es la fe del día?
Cómo se vive la fe del día.
Vivir bajo la fe del día es vivir por vista, no por fe. Aquí no hay duda. Resplandece pleno el solo de la inteligencia. Nos adherimos a una doctrina y la abrazamos somo si fuera un salvavidas, y aun estamos dispuestos a morir por esa doctrina. Vivimos en el modo mantenimiento, cómodos y sin mayores crisis. Cuando nos guía la fe del día, no pensamos mucho que alguna vez nos pueda tocar una noche fría de invierno. Y como no sentimos el frío de la noche invernal, nos sentimos cómodos disfrutando los cálidos rayos del sol del verano. Sentimos que nos va bien en la vida. Y por eso vamos perdiendo la sensibilidad respecto a los que les va mal. Vivimos una especie de ateísmo, porque decimos creer en Dios, pero lo tenemos arrumbado en un rincón de la casa. Decimos creer, pero en realidad no practicamos lo que creemos. Ni nos damos cuenta que no podemos alcanzar el ideal divino. Por eso vivimos despreocupados. En realidad, vivimos como si fuéramos ateos. El peor ateísmo no es el de los hombres y mujeres que declaran que Dios no existe, sino el de los que dicen que Dios existe y saben dónde atiende y hasta conocen los horarios de atención.
Bajo la luz de la inteligencia y la fe del día, tenemos todas las respuestas de la vida. Sabemos qué quiere Dios y qué desea, tanto para nosotros como para los otros. Por eso estamos llenos de reglamentos y leyes. Y somos muy misioneros. No entendemos muy bien ese texto que dice: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque recorréis el mar y la tierra para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacéis hijo del infierno dos veces más que vosotros” (Mateo 23:15). Lo sabemos todo. Como sabemos lo que Dios quiere para los otros, prescribimos todo tipo de normas. No somos muy felices, pero creemos que lo somos. Tanto sabemos lo que Dios quiere, que si nos pregunta que le agrada realmente, le decimos: ¡Cállate la boca! Escrito está. Nos dejaste tu revelación, y eso es suficiente.
¿Será por esto que Dios impide que reconozcamos a Jesús, como les impidió a los discípulos que iban camino a Emaús?
Cuando vivimos bajo la fe del día, juzgamos a los depresivos, y pensamos, sin declararlo, que son perdedores de la vida, porque prefieren confiar en las pastillas y no en Dios. Cuando vivimos bajo la fe del día, juzgamos a los pobres y pensamos, sin declararlo, que son haraganes para trabajar, que merecen lo que tienen. No como nosotros, que sí merecemos lo que tenemos. Cuando vemos que entró desgracia, pensamos, sin declararlo: “algo habrá hecho para que le vaya mal”. Cuando vemos que alguien cayó en un pecado sexual, pensamos, sin declararlo, no merece misericordia. Vivir bajo la luz de la inteligencia, en la fe del día, son hace, a nuestro juicio, justos y correctos, casi perfectos, porque obedecemos todos los mandamientos, sin faltar ninguno. Como el joven rico de Mateo 10.
Así piensan quienes viven por vista, viven la fe, que no es fe, del día. Dios es hecho a imagen y semejanza de ellos. Y miden con su reglita la vida de los demás. Son creyentes ateos. Los que piensan que Dios los bendice cuando les va bien en todas las esferas de la vida, especialmente cuando marchan bien sus finanzas. Estos siempre han tenido en sus representantes en las más altas esferas el gobierno. Creyentes no se inmutan en predicar que Dios es como ellos. Cuidémonos de los que saben todo: saben hasta la fecha de la venida de Cristo.
No aprenden, porque no tienen dudas. La incertidumbre nos hace aprender. Las dudas nos hacen crecer. La incertidumbre es un aguijón que necesito para examinar la evidencia y el corazón. Algunos reprimimos la duda, porque pensamos que dudar es malo. Entonces, al reprimirnos y no dudar, como dudaba Job y David, cuyos textos están llenos de auténtico reclamo, nos enfriamos y nos volvemos como aquellos que no tienen duda: insensibles y egoístas.
No saber lo que ha de ocurrir mañana, exige confianza. Cuando estamos seguros de algo, no necesitamos fe. Esto no quiere decir que estamos condenados a la ansiedad. Pero si lo que buscas es certeza indubitable, elegiste ser parte de la especie equivocada. Aquí en la tierra, nadie puede saber qué le pasará al segundo después de escuchar este sermón. Tenemos que caminar por fe, no por vista. En todos los aspectos de la vida. La ansiedad no surge porque no podemos conocer el futuro, sino porque no podemos controlarlo. El control es todo lo contrario a la fe. Porque el control le roba la libertad al otro y así le roba su dignidad. Una doctrina mandatoria que no está precedida por el amor a Cristo es una cadena.
La incertidumbre pone la mesa para que se sienten la confianza y la fidelidad y cenen juntas. Cuando Jesús entró a la casa de los discípulos de Emaús y se sentó a la mesa, ya se había despertado la confianza de los anfitriones. En la cultura antigua del Medio Oriente, invitar a un forastero a sentarse a la mesa es una expresión de confianza. Y a esa confianza concedida, Jesús respondió con fidelidad: Compartió el pan, que era él mismo. Así, cuando le abrimos la puerta a Jesús (Apocalipsis 3:20), él viene y cena con nosotros. Él es fiel.
No saber lo que ha de ocurrir mañana, exige confianza. Esto no quiere decir que estamos condenados a la ansiedad. Pero si lo que buscas es certeza indubitable, elegiste ser parte de la especie equivocada. Aquí en la tierra, nadie puede saber qué le pasará al segundo después de escuchar este sermón. Aquí hay que andar por fe, no por vista. La ansiedad no surge porque no podemos conocer el futuro, sino porque no podemos controlarlo. El control es todo lo contrario a la fe.
ILUSTRACIÓN
El otro día recibí en mi oficina a un joven pastor que estaba cursando los primeros años de su ministerio, y me dijo que no soportaba más a su presidente, porque era un controlador. Bueno, hay grado de control, pero le dije: “Bienvenido al gremio de los controladores. Así somos los dirigentes religiosos. Porque creemos que tenemos toda la verdad. Muchas veces, Dios nos pone a caminar con zapatos que nos aprietan donde más nos duele. Tú sabrás cuánto podrás aguantar, pero te digo que, si tratas de evitar todas las frustraciones, no tendrás un carácter muy fuerte. Cada uno sabe hasta dónde aguanta, pero quiero decirte que le des un tiempo al Señor para que ponga todo en su lugar, y que nunca te vayas de una relación difícil sencillamente porque no la pudiste soportar apenas comenzó. Y a tu presidente, déjalo en las manos del Señor. Él se ocupará. Ahora ocúpate de ti, de saber qué aprenderás de esta situación”.
El líder confía no controla. Controlar es minar la dignidad ajena. Destruir su libertad. La confianza mantiene viva el mundo de las relaciones personales. Yo te doy el regalo de mi confianza y tú me das el regalo de la fidelidad. Este es el don de la incertidumbre. La confianza nos vuelve vulnerables. El controlador es una persona insegura. Mientras exista la duda, necesitas la fe. El amor es una relación de vulnerabilidad y confianza. De fidelidad y fe. Sin fe es imposible agradar a Dios ni a nadie. No se puede tener amigos sin fe. ¡Cómo criar a un hijo sin confiar! ¿Cómo mantener un vínculo matrimonial sin confiar? La confianza es la respuesta a la incertidumbre.
Por eso, desconfío, generalmente, de aquellos que dicen a la ligera: “Dios me lo dijo. A mí, Dios me responde todo”. Generalmente son los que dicen que Dios los bendice porque cumplen sus propios deseos egoístas. No conocí a muchos pastores que me dijeran que estaban convencidos de que Dios lo estaba dirigiendo porque los sacó de una posición elevada, de confort y de muchas posibilidades económicas, porque hasta la esposa le pagaban porque trabajaba con él y ahora lo mandaban a una iglesia pequeña en la que aparentemente su ministerio no iba a tener mucha trascendencia. Generalmente, hacemos coincidir la voluntad de Dios con lo que nos gusta, deseamos, aspiramos.
Cómo se vive la fe de la noche.
La clave para entender que estamos en el invierno es sentir frío. Mucho frío. Y el creyente que siente frío, sabe que necesita un abrigo. Dios te visita en la noche más fría del invierno. Dios visitó el mundo en el invierno. Cuando Jesús vino a esta tierra, el mundo estaba en la más abyecta oscuridad de su historia, dice EGW Enel DTG.
Descendió a esta Tierra para sentir el frío helado de tu alma y así, al compadecerse de ti, darte un abrigo. Jesús es el abrigo en tus noches frías. Dios es el Dios de los que sienten frío. De los que viven la frontera de la vida. De los que viven en la noche. De los que saben humildemente que necesitan una manta que los cobije. De ese Dios hemos hablado en estos días. Ese Dios que busco refugio en la oración. La oración es el más cálido abrigo del alma. ¿Por qué habría de orar Dios, si todo lo sabía? Oró porque no lo sabía todo. Oró porque padeció la incertidumbre. Oró porque tuvo temor de no cumplir con la voluntad por apartarse del plan de Dios. Oró porque se sintió solo. Oró por esperanza para él y sus amados. Oró porque amó. Y porque amo, sufrió. Amó porque fue tan humano que entendió desde niño que en la vida no hay nada cierto. Porque, como dijimos, la duda y la incertidumbre son esenciales a la confianza. Uno tiene confianza porque hay un grado de incerteza que amerita la confianza. Dios se agrada en los que confían en él. Porque “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Jesús oró para fortalecer su fe, que fue fortalecida a base de confianza: Jesús oró oró y oró por él y por ti. Eso lo vimos cuando estudiamos el capítulo 17 de Juan. Oró porque puso su confianza en Dios, puso su esperanza en él. Porque entendió que solo Dios podía convertir el inverno en una primavera.
Jesús viene en las noches de invierno para darte una manta
Dios nos visita en la noche y en los inviernos. Porque en los días luminosos del verano, cuando pensamos que somos bendecidos porque lo merecemos, Dios se hace a un lado. Jamás nos abandona. Pero nos mira de lejos. Y hasta con curiosidad, porque, extrañamente, en los días soleados, no lo reconocemos. Nadie ha escrito un libro que se llame: Dónde está Dios cuando todo va bien. En los días luminosos, a Dios lo damos por sentado. Pero cuando vienen la noche de invierno, Dios no nos espera. Viene corriendo a nosotros. Irrumpe como nunca. Y lo vemos como nunca.
¿Cómo es tu noche? ¿Te abandonó tu esposo, y te dejó sola con tus hijos? ¿Estás en un hospital lleno de cables, padeciendo una enfermedad terminal? ¿Te levantaste deprimida, o deprimido, hoy como en los últimos días, meses y hasta años de tu vida? ¿Saliste de la cama sencillamente porque te tocó levantarte, no porque tuviera ganas de vivir? ¿Sientes en tu pecho una depresión en tu pecho que te hunde, que te ahoga, que te hace perder la vida, como si alguien te aplastara el pecho parado encima de ti? ¿Sientes que el virus tristeza te mata más que el Covi? ¿Hoy no quieres vivir porque te da vergüenza salir a la calle, encontrarte con tus amigos, porque perdiste el trabajo? ¿Tu esposa además te avergüenza públicamente porque te hace sentir que solo eres bueno para hacer nada? ¿Te han traicionado? ¿Has perdido a un hijo? ¿Has perdido a tu padre o a tu madre? ¿Has perdido la familia, y con ella has perdido todo por lo que trabajaste en tu vida? ¿Te sientes sola o solo? ¿Piensas que tus nietos no te quieren porque tus hijos les hablan mal a sus propios hijos de ti? ¿Tienes frío, mucho frío? Si tienes frío, el invierno te alcanzó. Necesitas un abrigo. Jesús te extiende su manto. Tómalo. Él está ahora a tu lado.
No te extrañes por todo lo que estas pasando. También Job lo pasó. Y luego de la prueba salió fortalecido.
ILUSTRACIÓN
Tengo un amigo creyente con quien hablo a menudo porque tiene períodos de mucha depresión. Su padre, su madre y su hermana se suicidaron. Y él espera ser el cuarto de esa lista. Y me dice que se avergüenza de su depresión porque en su iglesia algunos le hacen sentir que si tuviera fe no necesitaría pastillas psiquiátricas. A veces, nuestros peores enemigos son los de la propia casa. Yo le digo: nunca dejes de tomar esas pastillas, y agradece a Dios por los científicos que la hicieron. Así como debemos agradecer a Dios por las vacunas contra el Covi. Que tu ignorancia, ceguera y obstinación no te quiten la vida. Tu debilidad no es la debilidad. Tu debilidad puede ser tener el orgullo de no querer ser diagnosticado y no tomar ninguna pastilla porque te sientes Superman. Dios sabe quién eres. Y él no puede ayudar a los Superman.
Dios ve tu aflicción:
“Y el Señor dijo: Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he escuchado su clamor a causa de sus capataces, pues estoy consciente de sus sufrimientos (Exodo 3: 7). Dios te susurra al oído. Te vi y escuché lo que te está pasando. Me importas. Te vi cómo sufriste cuando perdiste tu trabajo, te vi cuando tu esposa te engañó. Te vi cuando tu esposo te abandonó y no te ayuda para criar a tus hijos. Dios te ve cuando sufres injusticia. Dios ve al que tiene frío en la noche invernal.
Dios vio a Agar, cuando la usaron como vientre sustituto. Mira esa familia: No hay nadie inocente en la historia. Abrahán es un tibio, su esposa Sara es una manipuladora y Agar una infatuada. Todos son malos en esta historia de esa familia disfuncional. Era una familia disfuncional porque “quisieron ayudar a Dios”. Cuando buscas tus propios caminos y haces tus planes con la presunción de que Dios te está guiando, caes en la disfuncionalidad espiritual. Pero Agar recibe al ángel cuando huía y le dijo: Tendrás un hijo que se llamará Ismael, que significa “el Dios que escucha”. Y Agar lo llamó a Dios, “el Dios que me ve”. “A partir de entonces, Agar utilizó otro nombre para referirse al Señor, quien le había hablado. Ella dijo: «Tú eres el Dios que me ve». También dijo: «¿De verdad he visto a Aquel que me ve?» (Génesis 16:13).
Veamos a Job: Su libro está lleno de dudas. Él gritó a voz en cuello: “Sepan que es Dios quien me ha hecho daño y él me ha atrapado en su red”. Acusó a Dios. Y lo acusó porque lo estaba buscando. Los amigos de Job estaban seguros de los caminos de Dios. Hay más fe en la duda y confusión de Job que en la certeza santurrona de los amigos. Porque los religiosos carecemos de humildad. Y el exitismo nos mata: Todo tiene que andar bien. Y si hay pobreza, que no se note. Pero Cristo no vino para decirnos que nos va a ir bien en todo. Si no pregúntale a Esteban, que pudo ver a Dios en el martirio.
No hay lugar para escaparnos de la noche fría, del invierno espiritual. Pero aclaremos algo: Dios no manda el invierno. Viene solo. Es como la nieve.
ILUSTRACIÓN:
Cuando llegué a Boise, esperé ver caer la nieve por primera vez en la vida. Y esperé semanas enteras entrado septiembre y octubre. Fueron siglos. Y un compañero de trabajo me dijo: “La nieve llega sin que la esperes y sin que des cuenta”. Entonces dejé de pensar en la nieve, y ese año finalmente llegó, tarde para mi gusto, pero llegó. Yo estaba feliz. Y mi alegría contrastaba con el ánimo de mis compañeros de trabajo, que decían: “Otra vez nieve. Otra vez los días interminablemente grises”. Así llega el invierno espiritual a nuestra vida. Sin esperarlo. Sin darnos cuenta. Y lo más duro del invierno es la sensación de que Dios se durmió, o se fue de tu vida.
Finalmente, volviendo a la historia de Job, Dios le hace ver cuánto amor expresa en su creación. Entonces, Job entiende que cuando Dios quita, en realidad Dios da. Dios le dice: “Mira, yo hago caer la lluvia sobre el desierto. Porque quiero. Aunque te parezca inútil. Yo creo al Leviatán, ese ser marino que el hombre no puede pescar, sencillamente porque se me ocurrió crearlo. Aunque no te sea útil. Como también hice al caballo que no sirve para arar y el avestruz que se olvida de sus huevos en la tierra, a riesgo de que se lo coman los animales depredadores o una bestia salvaje los pisotee (Job 39:14) . Los creó porque ama la vida, ama la belleza. Aunque tú no los veas útiles. Más aún, tanto es mi amor por la creación, que hago salir el sol y hago llover sobre justos e injustos (Mateo 5:45). Aunque no lo veas moral ni ético. Yo hago todo por gracia y por amor”.
Entonces, después de escuchar a Dios, Job dijo: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5). Y luego Job hizo algo EXTRAODINARIO. Fuera de lo común: Le puso nombre a sus hijas. A la primera Jemina ( que significa paloma), a la segunda Cesia (es una especie aromática) y a la tercera Keren-hapuc (cuerno de la belleza) (Job 42: 14).
Nombró a sus hijas en una cultura donde la mujer no tenía nombre.
ILUSTRACIÓN
Hace unos años, mi esposa me pidió ideas para escribir unos matinales que le habían pedido para hacer un devocional de damas. Ella había sido elegida entre decenas de autoras. Me preguntó de qué escribo. Le dije: Busca los nombres de las mujeres en la Biblia y escribe de las mujeres que no eligieron las otras autoras. Yo pensaba que había suficiente cantidad de mujeres con nombre. ¡Pero no! ¡Había una pocas! ¡Y todas ya estaban ocupadas por las otras autoras! Frustrada me dijo: ¿qué puedo hacer? Entonces le dije: Escribe de las mujeres que no tienen nombre. Resucita y honra la vida de esas mujeres muertas olvidadas anónimas. A los días, mi esposa vino y me dijo: “Tengo un montón de mujeres, todas sin nombres, pero yo les puse nombre”.
Lo fascinante de este relato es que toda la Escritura da la impresión de concentrarse en las hijas de Job en lugar de en los hijos. En el capítulo 1, eran los hijos los que estaban en primera fila. Tenían una fiesta de cumpleaños cada año e invitaban a sus hermanas a que fuesen y la compartiesen con ellos, pero aquí, al final del libro, eran las hijas de Job. Él estaba orgulloso de sus hijas y de hecho les concedió una herencia entre sus hermanos, lo cual era algo totalmente inusitado en la cultura de aquellos tiempos.
Jemima significa “paloma”, símbolo de la paz. Cesia es otra manera de escribir el nombre Casia, incienso o fragancia. Keren-hapuc significa literalmente “el cuerno de adorno” y es una referencia, por lo tanto, a la belleza exterior que es el resultado del carácter interior.
Las hijas, que representan paz, fragancia y belleza, son fruto de las pruebas por las que pasó Job.
Es que cuando cambia nuestra teología, cambia nuestra forma de ver a la mujer.
Puede ser que tu invierno te haga ver diferente a Dios y a tu prójimo.
Jesús te visita en la hora más oscura de tu vida para decirte: Pronto amanece.
¿Cuándo vendrá por ti, que estás sufriendo?
El mundo entró en esta pandemia en un invierno polar. Pronto acabará la pandemia. Pero también pronto acabará el invierno en este mundo. Jesús murió y resucitó porque él es la Rosa de Saron que florece en primavera: el viene pronto para restaurar todas las cosas. Para unir las familias destruidas. Para devolver a sus madres los hijos arrebatados por la muerte. Para hacer que el Lobo se lleve bien con el cordero. Para que no haya más frío. Ni niños que vayan a la cama con la barriga vacía. Pronto el Señor viene. Y eso nos da esperanza. No para poner nuestra vida en modo comodidad. Sino para anticipar el reino. Para que lo anticipemos en nuestra vida y en la vida de los que nos rodean y aún más allá de los que nos rodean. Pronto el Señor viene. Esta es la gran noticia que tiene sentido si despertamos del sueño de la muerte. Si despertamos por la acción del Espíritu Santo que es nuestro gran despertador. Que los que no conocen a Jesús y escuchan de ti de que el viene pronto, que se convenzan de que efectivamente viene porque ya está aquí en el mundo porque te vieron a ti. Porque lo sintieron en tu presencia. Amén.
Conclusión
CONCLUSIÓN
La cruz
El segundo advenimiento está íntimamente ligado con la primera venida de Cristo. Si Cristo no hubiera venido la primera vez y no hubiese logrado una victoria decisiva sobre el pecado (Colosenses 2:15), entonces no tendríamos razón para creer que volverá a fin de terminar su obra redentora. Pero por cuanto tenemos la evidencia de que “se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado”, tenemos razón para creer que “aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (Hebreos 9:26, 28).
Las oraciones y la cruz son las que le dan sentido a la esperanza de la segunda venida de Cristo. Cuando el Señor pendía del madero, la promesa que le hizo al ladrón que estaba a su lado, consuela a toda la humanidad (S. Lucas 23: 42,43). Y hoy te consuela a ti, que estás en el invierno de la vida.
La bendita esperanza
El regreso de Cristo dominaba la inteligencia, sostenía la esperanza e inspiraba la conducta de los apóstoles. Ellos consideraban que el regreso de Jesús era “la bendita esperanza” (Tito 2:13; compárese con Hebreos 9:28). Creían que todas las profecías y las promesas de las Escrituras se cumplirían para su segunda venida (véase 2 Pedro 3:13; compárese con Isaías 65:17), pues ésta constituye el puerto del peregrinaje cristiano. Todos los que aman a Jesús esperan con ansiedad el día cuando podrán verlo cara a cara.
La certidumbre de la segunda venida está arraigada en la confiabilidad de la Biblia. Poco antes de su muerte, Jesús les dijo a sus discípulos que volvería a su Padre con el fin de preparar un lugar para ellos. Pero, prometió: “Vendré otra vez” (S. Juan 14:3). Tal como fue anunciada la primera venida de Cristo a este mundo en el Antiguo Testamento, así también se predice su segunda venida en toda la Escritura. Aun antes del Diluvio, Dios le reveló a Enoc que la segunda venida de Cristo terminaría con el pecado, el dolor y la muerte. El patriarca profetizó: “He aquí vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Judas 14, 15).
Mil años antes de Cristo, el salmista se refirió a la segunda venida del Señor para reunir a su pueblo: “Vendrá nuestro Dios, y no callará; fuego consumirá delante de él, y tempestad poderosa le rodeará. Convocará a los cielos de arriba, y a la tierra, para juzgar a su pueblo. Juntadme mis santos, los que hicieron conmigo pacto con sacrificio” (Salmos 50:3-5).
Los discípulos de Cristo se regocijaban en la promesa de su retorno. En medio de todas las dificultades que experimentaron, la seguridad que producía esta promesa nunca dejó de renovar su valor y fortaleza. ¡Su maestro volvería para llevarlos a la casa de su Padre! (S. Juan 14: 1-3).
LLAMADO
Hoy, si sientes el frío del invierno, acepta el manto de Jesús. Y haz esta oración conmigo:
Señor, siento frío. Me llegó el invierno. La pandemia lo anunció. Lo trajo. Y no se va. Por eso, extiéndeme tu manto. Dame tu calor. Dame tu vida. Ahora que me doy cuenta que mi vida es una bruma, solo tú, Jesús, estás a mi lado. Por eso, tómame ahora de la mano, antes de que la luz se apague y la oscuridad se deslice sigilosamente y domine mi sendero. Mantenme la mano sujetada cuando me vaya de este mundo, y llévame donde el tiempo no existe. Hasta que vuelvas por segunda vez y suene la trompeta victoriosa que anuncie el fin del invierno. Te quiero a mi lado siempre, amado Hermano mío, para que, cuando mi cuerpo descanse en el polvo, y me llames, mis ojos te vean y mis labios declaren: “Este es mi Dios, en quien he esperado”. AMÉN.
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