La ofrenda del cuerpo de Jesucristo una vez para siempre. Amen
Hebreos 10.1-18
Un sacrificio ofrecido una sola vez y para siempre (10:1–18)
Para los hebreos el sistema de rituales y sacrificios que se efectuaban en el templo eran esenciales no solo por causa del simbolismo religioso, sino también porque era una forma de mantener su identidad distintiva dentro de un sistema político opresor. En este contexto, el autor de Hebreos reitera de nuevo la importancia y singularidad del sacrificio de Jesús para dejarle bien claro a sus lectores que ser fiel a Jesús es exactamente pertenecer al pueblo de Dios en esta nueva era que el Mesías inauguró. Ellos son “más pueblo”, se distinguen “más” en Cristo que en el judaísmo antiguo.
La sangre de Jesús volvió superfluo cualquier otro tipo de sacrificio. El sacrificio de Jesús es superior porque no se requiere que sea repetido anualmente (10:2–3); él es superior porque limpia todos los pecados (10:4–7); y es superior porque es eterno y elimina los pecados para siempre (10:11–12). El autor cita el Salmo 40 para explicar que en realidad Dios no se agradaba de los sacrificios de Israel, lo que en verdad él quiere es la obediencia y el sacrificio voluntario del Hijo. Como en otros textos, Hebreos aclara que, desde el comienzo, las mismas escrituras de Israel apuntaban en dirección a aquel que vendría a inaugurar el nuevo pacto. El texto del Salmo 40 hace lo mismo, tal como el del Salmo 95 y Jeremías 31 también nos encaminan hacia el futuro de Dios.