Él conoce tus detalles
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· 374 viewsDios sabe lo que estamos viviendo, y no hay coincidencias. Dios tiene el control
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7 Llegó el día de los panes sin levadura, en el cual era necesario sacrificar el cordero de la pascua. 8 Y Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id, preparadnos la pascua para que la comamos. 9 Ellos le dijeron: ¿Dónde quieres que la preparemos? 10 Él les dijo: He aquí, al entrar en la ciudad os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle hasta la casa donde entrare, 11 y decid al padre de familia de esa casa: El Maestro te dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos? 12 Entonces él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad allí. 13 Fueron, pues, y hallaron como les había dicho; y prepararon la pascua.
7 Cuando llegó el día de la fiesta de los Panes sin levadura, en que debía sacrificarse el cordero de la Pascua, 8 Jesús envió a Pedro y a Juan, diciéndoles:
—Vayan a hacer los preparativos para que comamos la Pascua.
9 —¿Dónde quieres que la preparemos?—le preguntaron.
10 —Miren—contestó él—: al entrar ustedes en la ciudad les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo hasta la casa en que entre, 11 y díganle al dueño de la casa: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la sala en la que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” 12 Él les mostrará en la planta alta una sala amplia y amueblada. Preparen allí la cena.
13 Ellos se fueron y encontraron todo tal como les había dicho Jesús. Así que prepararon la Pascua.
7 Llegó el Festival de los Panes sin Levadura, cuando se sacrifica el cordero de la Pascua. 8 Jesús mandó que Pedro y Juan se adelantaran y les dijo:
—Vayan y preparen la cena de Pascua, para que podamos comerla juntos.
9 —¿Dónde quieres que la preparemos? —le preguntaron.
10 Él contestó:
—En cuanto entren en Jerusalén, les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo. En la casa donde él entre, 11 díganle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está el cuarto de huéspedes en el que puedo comer la cena de Pascua con mis discípulos?”. 12 Él los llevará a un cuarto grande en el piso de arriba, que ya está listo. Allí deben preparar nuestra cena.
13 Ellos fueron a la ciudad y encontraron todo como Jesús les había dicho y allí prepararon la cena de Pascua.
¿Estará Dios obrando en mi vida, a mi alrededor? ¿Está Dios participando de alguna manera en las circunstancias que me toca enfrentar? Los eventos que se producen cada día en mi vida son sorpresivos y aleatorios para mí, pero no para Dios. Dios tiene el control de cada situación, y definitivamente, a Él no lo toman por sorpresa.
La mayoría de nosotros hemos participado alguna vez en la organización de un evento, ya sea un encuentro de amigos, una celebración familiar o algún evento parecido. Cuando lo hacemos nos preguntamos cosas como:
¿Dónde nos vamos a reunir?
¿Qué vamos a comer?
¿Vamos a necesitar espacio para niños?
Y más.
Lo cierto es que no podemos simplemente decidir hacer algo y llegar todos al lugar a la hora señalada y disfrutar el momento. Alguien tiene que hacer compras, planificar, preparar todo.
Es allí dónde Dios interviene en nuestras vidas preparando eventos, encuentros, relaciones, actividades y más, aún cuando nosotros no lo notemos.
Considera esta situación, en medio de aquella semana final del ministerio del Señor antes de ir a la cruz. Había que preparar la última cena (anque los discípulos no sabían que lo sería), enmarcada en la celebración de la Pascua.
Jesús le encomienda a Pedro y a Juan la preparación del evento. “Vayan y preparen todo para que comamos juntos la Pascua” (v. 8), les diría el Señor.
Podríamos decir que Pedro y Juan, de alguna manera, nos representan a todos nosotros. Hay ocasiones en las que el Señor quiere que hagamos algo, que le sirvamos de alguna forma, y la convicción de cuál es su plan llena nuestro corazón. Pero presta atención a lo siguiente: Dios no deja los detalles librados al azar o dependientes de tu decisión. Él sabe perfectamente lo que quiere hacer.
Pedro y Juan no se iban a tomar la atribución de decidir ellos los detalles de la celebración de la Pascua. Por eso le preguntaron a Jesús: “¿Dónde quieres que la preparemos?”.
¿Podemos nosotros también hacerle al Maestro este tipo de preguntas? ¡Por supuesto que sí! Pero, ¡prepárate para sus repuestas!
¿Qué les respondió Jesús a Pedro y a Juan? Considera los detalles de la respuesta del Maestro (vs. 10-12).
10 Él les dijo: He aquí, al entrar en la ciudad os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle hasta la casa donde entrare, 11 y decid al padre de familia de esa casa: El Maestro te dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos? 12 Entonces él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad allí.
10 —Miren—contestó él—: al entrar ustedes en la ciudad les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo hasta la casa en que entre, 11 y díganle al dueño de la casa: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la sala en la que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” 12 Él les mostrará en la planta alta una sala amplia y amueblada. Preparen allí la cena.
10 Él contestó:
—En cuanto entren en Jerusalén, les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo. En la casa donde él entre, 11 díganle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está el cuarto de huéspedes en el que puedo comer la cena de Pascua con mis discípulos?”. 12 Él los llevará a un cuarto grande en el piso de arriba, que ya está listo. Allí deben preparar nuestra cena.
¿Qué tipo de preguntas te provoca su respuesta?
He aquí algunas de las mías:
Algo especial suecedería en el momento en que los discípulos entrarían en la ciudad. Imagínate que eres Pedro, o Juan. Al escuchar la respuesta del Jesús se deben haber mirado significativamente el uno al otro con esa expresión que transmite “Esto es raro”. Jesús no les estaba dando una respuesta “normal” como: “Vayan al este de la ciudad y pregunten por la casa de… Yo ya hablé con él para que nos tenga listo el lugar”. No. La referencia que les da es un hombre con un cántaro de agua. Lo más frecuente era que las mujeres acarrearan los cántaros, así que eso iba a ser bastante particular. Imagino a Juan dándole un fuerte codazo a Pedro en las costillas al ver efectivamente al hombre llevando el cántaro. ¡Yo hubiera estado completamente sorprendido! ¿Cómo supo Jesús que Pedro, Juan y aquel hombre coincidirían en aquel momento y lugar? Así sabe Dios también los quién y cuándo de tu vida.
No iban a tener que entrevistar al hombre del cántaro. Solo necesitaban seguirlo. ¿Te das cuenta los cientos de cosas diferentes que podrían haber ocurrido en aquel momento? El hombre podría haberse encontrado con un amigo que lo invitara a conversar un momento, que tal vez lo invitara a su casa para mostrarle algo. O podría haber recordado algo y desviado su camino. Pero no; Jesús sabía exactamente adónde iría ese hombre. Para Jesús no existían los imprevistos. Su conocimiento divino lo llenaba todo.
Dado que el Maestro no les indica a sus discípulos que vayan “a la casa de” alguien conocido, lo más probable es que ellos no conocieran al dueño de casa (que ni siquiera sería el hombre del cántaro). Entonces, imagínate la situación: entra el hombre con el cántaro, y detrás de él llegan este par de desconocidos con este extraño mensaje: “¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discìpulos?”. Si tù fueras el dueño de casa, ¿cómo reaccionarías? Sí, más y más preguntas, más y más cuestionamientos. Tú no le abres la puerta de tu casa a cualquier persona, simplemente porque te lo diga. Pero, ¡vaya sorpresa!, este hombre no se sentiría intimidado ni invadido al escuchar aquella loca idea. De la misma manera, Dios sabe lo que está haciendo en tu vida. Hay personas que hasta ahora no conoces, a quienes Dios pondrá en tu camino, y a quienes Él ya ha estado preparando hace tiempo para ese encuentro. Jesús tenía --y tiene-- todo preparado.
¿Cómo reaccionaría (recuerda que hasta aquí Jesús les está diciendo lo que sucederìa) aquel hombre ante la inesperada pregunta de los discípulos? Diciendo algo así como: “¡Claro! ¡Adelante! ¡Pasen! Este es el lugar que preparé para el Señor y sus discípulos. Preparen la celebración aquí y si necesitan algo me lo hacen saber”. ¡Caramba! ¿Sería que ese señor no tenía esposa? Hasta el día de hoy hablamos del aposento alto. Fue el lugar utilizado para la celebración de la cena, y los discípulos permanecieron allí, utilizándolo, aún cincuenta días después, cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre ellos en el día de Pentecostés, y quién sabe cuánto tiempo más. Me imagino a Pedro y Juan intercambiando miradas asombradas a medida que todo lo que les había dicho el Señor se cumplia.
“...hallaron como les había dicho; y prepararon la pascua”.
Dios sigue teniendo este control sobre todo, y lo manifiesta en tu vida también.
Tal vez sea bueno que recuerdes que esta no es la primera vez que sucedía algo así. Lucas 19:28-35 nos relata cómo fue que llegaron a tener el burrito en el que Jesús entró a Jerusalén. En esa ocasión, una semana antes de este evento de la cena, Jesús también les indica que vayan, diciéndoles lo que encontrarían y lo que tendrían qué hacer, y hasta cómo tendrían que responder cuando alguien les hiciera preguntas.
El mismo Jesús está obrando en tu vida ahora. Puede ser que a ti todo te sorprenda, pero no le sucede lo mismo a Él. Ya sabe lo que va a suceder mañana, con qué personas te encontrarás, quién te hará una llamada o te enviará un texto, y te puede indicar hasta cómo debes responder.
Esta historia también nos deja en evidencia que todo es del Señor. El burrito y el aposento alto tendrían dueño, pero eran del Señor, y Él dispone de lo suyo cuando quiere y como quiere. Esto no es una excusa para apropiarnos de lo ajeno, pero es un testimonio de la grandeza, la autoridad y el poder del que nos ama y nos salvó.
Deja que Jesús te dirija. Escúchale y obedécele aunque no le encuentres sentido a lo que te dice. Él sabe de qué está hablando. Deja que tu fe crezca al caminar con Él.
23 Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; 24 y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. 25 Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. 26 Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.
27 De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.28 Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.29 Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.30 Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.31 Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados;32 mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.
33 Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros. 34 Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio. Las demás cosas las pondré en orden cuando yo fuere.
23 Yo recibí del Señor lo mismo que les transmití a ustedes: Que el Señor Jesús, la noche en que fue traicionado, tomó pan, 24 y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este pan es mi cuerpo, que por ustedes entrego; hagan esto en memoria de mí.» 25 De la misma manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; hagan esto, cada vez que beban de ella, en memoria de mí.» 26 Porque cada vez que comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que él venga.
27 Por lo tanto, cualquiera que coma el pan o beba de la copa del Señor de manera indigna, será culpable de pecar contra el cuerpo y la sangre del Señor. 28 Así que cada uno debe examinarse a sí mismo antes de comer el pan y beber de la copa. 29 Porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condena. 30 Por eso hay entre ustedes muchos débiles y enfermos, e incluso varios han muerto. 31 Si nos examináramos a nosotros mismos, no se nos juzgaría; 32 pero si nos juzga el Señor, nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo.
33 Así que, hermanos míos, cuando se reúnan para comer, espérense unos a otros. 34 Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, para que las reuniones de ustedes no resulten dignas de condenación.
Los demás asuntos los arreglaré cuando los visite.
23 Pues yo les transmito lo que recibí del Señor mismo. La noche en que fue traicionado, el Señor Jesús tomó pan 24 y dio gracias a Dios por ese pan. Luego lo partió en trozos y dijo: «Esto es mi cuerpo, el cual es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria de mí». 25 De la misma manera, tomó en sus manos la copa de vino después de la cena, y dijo: «Esta copa es el nuevo pacto entre Dios y su pueblo, un acuerdo confirmado con mi sangre. Hagan esto en memoria de mí todas las veces que la beban». 26 Pues, cada vez que coman este pan y beban de esta copa, anuncian la muerte del Señor hasta que él vuelva.
27 Por lo tanto, cualquiera que coma este pan o beba de esta copa del Señor en forma indigna es culpable de pecar contra el cuerpo y la sangre del Señor. 28 Por esta razón, cada uno debería examinarse a sí mismo antes de comer el pan y beber de la copa. 29 Pues, si alguno come el pan y bebe de la copa sin honrar el cuerpo de Cristo, come y bebe el juicio de Dios sobre sí mismo. 30 Esa es la razón por la que muchos de ustedes son débiles y están enfermos y algunos incluso han muerto.
31 Si nos examináramos a nosotros mismos, Dios no nos juzgaría de esa manera. 32 Sin embargo, cuando el Señor nos juzga, nos está disciplinado para que no seamos condenados junto con el mundo.
33 Así que, mis amados hermanos, cuando se reúnan para la Cena del Señor, espérense unos a otros. 34 Si de veras tienen hambre, que cada uno coma en su casa, a fin de no traer juicio sobre ustedes mismos cuando se reúnan. Les daré instrucciones sobre los demás asuntos después de mi llegada.
¡Cuánto le hemos agradecido a Dios a lo largo de los años por esta enseñanza del apóstol Pablo acerca de la cena del Señor! Y sin embargo, tenemos que reconocer, se produce como consecuencia de un severo error de los cristianos en la iglesia de Corinto.
¿Qué era lo que sucedía? Se reunían y comían, anunciando aquello como la celebración de la Cena del Señor. Pero lo hacían livianamente, sin distinguir aquella comida de cualquier otra, como si fuera un banquete social, uno más. ¿Es así que se debe celebrar la Cena del Señor? ¡De ninguna manera! Por esa razón, Pablo reprende a los corintios. El propósito de la Cena del Señor no es comer y llenarse el estómago o disfrutar del sabor de la comida.
En los versículos 23 al 26, los que los pastores normalmente citamos a la hora de participar de los elementos de la Cena, Pablo presenta una versión resumida del relato que encontramos en los evangelios sinópticos de lo sucedido en ocasión de la última cena, concentrándose en las palabras de Jesús luego de haber cenado. Esas palabras contienen el centro del significado de la práctica de esta ordenanza que hasta el día de hoy hacemos bien en celebrar. El apóstol menciona que aquello sucedió la noche en que fue traicionado, lo que trae a nuestra memoria el pesado sentimiento de tristeza que pesaba sobre Jesús y sus discípulos aquella noche. Pero, como dijimos, el énfasis está en sus palabras. Primero tomó pan, dio gracias, lo partió, y luego dijo estas conocidas palabras:
Este pan es mi cuerpo, que por ustedes entrego.
¿Dónde está en énfasis de lo que dijo el Maestro? Está haciendo una comparación con la que quiere que se recuerde aquel momento y lo que sucedería al día siguiente. El pan había sido roto, como su cuerpo sería roto, cortado, lacerado.
De alguna manera, el peso de estas palabras cae sobre el pronombre posesivo “mi” (“mi cuerpo”) y la declaración de la entrega (“que por ustedes entrego”). Imagínate aquel momento: Jesús conocía lo que iba a suceder más tarde aquella noche y al día siguiente. Rodeado de sus discípulos, tomó aquel pan, y mientras lo partía consideraba lo que sucedería a continuación: la corona de espinas, los golpes, los azotes, los insultos, las bofetadas, los empujones, las burlas, el desprecio, los gritos, los clavos, la lanza… El cuerpo roto. Y dolía, mucho. Quiso compartir la importancia de lo que estaba por hacer con sus discípulos. Era su cuerpo, todo suyo, así como cada uno considera suyo su cuerpo. Pero, ¿qué iba a hacer? Lo iba a entregar.
A Jesús nadie le quitó la vida. Él la entregó, ofrenda voluntaria; “por ustedes”, dijo. No se trató de que el diablo ganara la batalla; al contrario, fue el Hijo de Dios quien salió vencedor. Pero, ¿por medio de tantas heridas y tanto dolor? ¿Así se sale vencedor? Sí, nos suena contradictorio. Solemos levantar en alto las manos de los que golpean más, hasta dejar al contrario en la lona. Esos, a nuestro criterio, son los vencedores. Pero aquí está Jesús, exponiéndose voluntariamente a los golpes, a la violencia, a la injusticia, el poderoso ante los débiles. ¿Por qué? “Por ustedes”, dijo.
Ese ustedes me incluye, y a ti, y a todos los que creen en Él.
¡Gracias, Jesús! Los golpes y heridas que recibiría, fueron los de la justicia de Dios, la que correspondía que cayera sobre ti, y sobre mí. Él los recibió.