¿Dónde quedó la Semilla de la Palabra?
La mente de un Pastor siempre debe recordar las distintas clases de oídores a los que les predicamos y conocerlos debe ser nuestra tarea para ayudarles en ocasionar un bien a sus almas; y a su vez esto nos ayudará en nuestras fatigas y desánimos a pensar correctamente de nuestros oídores. Como miembros de la Iglesia de Cristo, debe ser una solemne advertencia al vernos reflejados en ésta parábola y luchar por nuestras almas a ser genuinos creyentes y no solo en nosotros debemos buscar el bien, el gozo y la esperanza sino ayudar a nuestro prójimo a que también conozca al Señor sin que su corazón le engañe a través del Evangelio y la Palabra del Salvador.
18Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador: 19Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino. 20Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; 21pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza. 22El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa. 23Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno.
36Entonces, despedida la gente, entró Jesús en la casa; y acercándose a él sus discípulos, le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. 37Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. 38El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. 39El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles. 40De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. 41Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, 42y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. 43Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga.
INTRODUCCIÓN:
1. Jesús explica la razón así: Porque a vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les ha sido dado (v. 11). Esto es, los discípulos tenían conocimiento; pero la gente común, no, sino que debe ser enseñada, como los niños pequeños, por medio de tales comparaciones tan sencillas, pues una parábola es como una cáscara que guarda buena fruta para los diligentes pero la guarda de los perezosos. Los misterios de Dios; es decir, lo que Dios se había dignado revelar para nuestro conocimiento, requería un conocimiento que, como primer don de Dios, se daba a los que eran seguidores constantes de Jesús. Cuanto más de cerca se sigue al Señor, y más se conversa con Él, mejor se entienden los misterios que Dios nos ha revelado por medio del Espíritu (1 Co. 2:6–10). Esto se concede a todos los verdaderos creyentes que tienen un conocimiento experimental del Evangelio, pues esta es, sin duda, la mejor clase de conocimiento. Los que no están dispuestos para el alimento sólido, sólo pueden alimentarse de la leche espiritual.
2. Jesús ilustra más extensamente esta razón, y añade que la norma que Dios observa al impartir sus dones es aumentarlos en quienes se aprovechan de ellos, y retirarlos a los que no los usan, sino que los entierran (v. 12).
(A) Hay aquí una promesa para el que tiene algo y usa lo que tiene; tendrá más abundancia. Los favores de Dios son como arras de posteriores favores, donde pone un fundamento, allí va Él a edificar (v. Fil. 1:6).
(B) Hay también una amenaza para el que no tiene; esto es, para el que no tiene cuanto debía tener, porque usa mal, o no usa, lo que tiene: Se le quitará lo que tiene o parece tener. Dios retirará sus talentos de las manos de aquellos que dan muestras de ir rápidamente a la bancarrota.
3. Jesús explica esta razón en particular, con referencia a las dos clases de gente con las que Cristo tenía que ver en la presente ocasión.
(A) Algunos eran ignorantes voluntarios, y se limitaban a entretenerse con las parábolas: Porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden (v. 13). Éstos habían cerrado sus ojos contra la clara luz de la sencilla predicación de Cristo y, por eso, ahora eran dejados en la oscuridad. Justo es que Dios retire Su luz a quienes cierran los ojos contra ella.
Con esto, se cumplía la Escritura (vv. 14–15). Es una cita tomada de Isaías 6:9–10, la cual se repite nada menos que seis veces en el Nuevo Testamento. Lo que se dijo de los pecadores endurecidos en tiempo de Isaías, se cumplió también en tiempo de Jesucristo y todavía se está cumpliendo diariamente. Aquí tenemos:
Primero: Una descripción de la ceguera voluntaria, que es el pecado específico de ellos: El corazón de este pueblo se ha engrosado (v. 15), lo cual denota torpeza e insensibilidad, pues el corazón cubierto de grasa se vuelve insensible a las impresiones y pierde actividad en su movimiento. Y cuando el corazón se engruesa de esta manera, no es extraño que los oídos se endurezcan. Y como también han cerrado los ojos a la luz, decididos a no ver la luz que vino a este mundo, que es el Sol de Justicia, se quedan así desprovistos de los dos sentidos por los que se aprende todo o casi todo.
En segundo lugar, una descripción de su ceguera judicial, que es el justo castigo de su pecado: Para no ver nada con sus ojos y no oír con sus oídos; como si dijese: «Los medios de gracia de que disponéis, no os serán de ningún provecho; aunque por misericordia hacia otros, continuarán dándose». La condición más triste en que una persona puede hallarse es asistir a los cultos con un corazón engrosado y unos oídos insensibles.
En tercer lugar, la terrible consecuencia de todo esto: Y no entender con el corazón, y convertirse, y que yo los sane. Nótese que el ver, oír y entender son necesarios para la conversión; porque, Dios, al impartir Su gracia, se comporta con los hombres como lo que son: agentes racionales, los atrae con cuerdas humanas, cambia el corazón al abrirles los ojos, y los saca del poder de Satanás al hacer que se conviertan de las tinieblas a la luz (Hch. 26:18). Todos cuantos se vuelven de veras a Dios, serán sanados por Él con toda certeza.
(B) Otros fueron eficazmente llamados a ser discípulos de Cristo y estaban realmente deseosos de ser enseñados por él. Por medio de estas parábolas, las cosas de Dios se les hacían más sencillas y fáciles, más inteligibles y familiares, y más aptas para ser recordadas (vv. 16–17). Cristo habla de esto:
(a) Como de una bendición: Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Como si dijera: «Es una dicha para vosotros, una felicidad por la que estáis en deuda con el especial favor y la bendición de Dios». El que el oído oiga, y el ojo vea, es obra de Dios. Es una obra de gran bendición, que se verá cumplidamente perfeccionada cuando los que ahora ven mediante espejo borrosamente, vean entonces cara a cara (1 Co. 13:12). Los Apóstoles estaban destinados a enseñar a otros y, por eso, fueron bendecidos con manifestaciones especialmente claras de la verdad divina.
(b) Como de una bendición trascendente, deseada por, pero no concedida a, muchos profetas y justos (v. 17). Los profetas y santos del Antiguo Testamento tuvieron vislumbres de la luz del Evangelio, pero deseaban ardientemente conocer más (1 P. 1:10–12). Quienes ya conocen algo de Cristo, no pueden menos de ambicionar el conocer más y más. Había, y hay todavía, una gloria que ha de ser revelada; había algo en reserva, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros (He. 11:40). Está bien que consideremos de qué medios disfrutamos, y qué descubrimientos se han hecho para nosotros, en esta era del Evangelio muy superiores a los que tenían y disfrutaban los que vivieron bajo la dispensación antigua.
III. Una de las parábolas que el Salvador expuso, la primera de esta serie, es la parábola del sembrador y de la semilla. Las parábolas de Cristo están tomadas de las cosas comunes y ordinarias, de las más obvias, que pueden observarse en la vida diaria y están al alcance de las capacidades del vulgo. Cristo escogió este método, para que las cosas espirituales pudiesen entrar con más facilidad en nuestro entendimiento y, al mismo tiempo, para enseñarnos a meditar con gusto en las cosas de Dios mediante la contemplación de las cosas que con tanta frecuencia caen bajo nuestra observación; y, de este modo, mientras nuestras manos están ocupadas en los negocios seculares, nuestro corazón, no sólo no sea impedido para elevarse a las cosas celestiales, sino que incluso sea ayudado a ello por todo lo que nos rodea en el medio en que nos movemos. De esta forma, la Palabra de Dios puede estar siempre hablándonos con toda familiaridad.
La parábola del sembrador es suficientemente clara y sencilla (vv. 3–9), pero Cristo mismo se encargó de explicarla, ya que era Él quien mejor conocía su significado: Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador (v. 18). Como si dijese: «Ya habéis escuchado la parábola, pero vamos a repasarla de nuevo». Sólo cuando oímos correctamente la Palabra de Dios, y con buena intención, entendemos de veras lo que estamos escuchando. De nada sirve el oír, cuando falta el entender. Es cierto que la gracia de Dios nos da el entender, pero nuestro deber es tener la mente en actitud receptiva. Por consiguiente, comparemos ahora la parábola con la exposición de la misma.
(A) La semilla sembrada es la Palabra de Dios, que aquí se llama el mensaje del reino (v. 19); es decir, del reino de los cielos. Esta semilla de la Palabra de Dios parece, a veces, como el grano de trigo, una semilla seca y muerta, pero todo el producto posterior está virtualmente en ella; es una semilla incorruptible (1 P. 1:23). El sembrador es todo el que predica la Palabra de Dios; de una manera especial, y en aquellas circunstancias, Jesús mismo (v. 37). Cuando se predica a una multitud, se está sembrando la Palabra; no sabemos dónde cae el grano (cómo es recibido), pero nuestro deber es sembrar buena semilla, sana, limpia y abundante. El motivo principal de que sean pocas las conversiones de gentes que escuchan el Evangelio y de que crezcan poco los creyentes de las congregaciones, es la falta de semilla buena, sana y abundante, como lo reconocía el jesuita portugués Vieyra respecto de su propia Iglesia de Roma.
(B) El terreno donde cae la semilla es el corazón de los oyentes, los cuales están dispuestos de muy diversa manera. El corazón humano es como un terreno capaz de mejora para llevar buen fruto; es una pena que esté descuidado y en barbecho. Pero como pasa con el terreno material, hay algunas clases de ese terreno espiritual que, a pesar del trabajo que se toma el agricultor en trabajarlo y sembrar en él buena semilla, no da el fruto deseado, o lo da poco y malo, mientras que el suelo bueno devuelve con creces el fruto de lo que se ha sembrado. Las diferentes clases de caracteres humanos, y la correspondiente disposición del corazón, están aquí representadas en cuatro clases de terreno, de las cuales, tres son malas, y una buena. El número de los que oyen sin provecho la Palabra de Dios es muy grande, incluso entre los que la oyeron de labios de Cristo mismo.
La clara enseñanza de nuestra presente parábola debería disipar inmediatamente los sueños optimistas pero vanos de los post-milenaristas. Esta responde con claridad y de manera concluyente las siguientes preguntas: ¿Cuál debe ser el resultado del esparcimiento de la semilla? ¿La recibirá todo el mundo y producirá fruto cada parte del campo? ¿La semilla brotará y producirá una cosecha universal, de modo que no se pierda un solo grano de la misma? Nuestro Salvador nos dice explícitamente que la mayor parte de la semilla no produce ningún fruto, por lo que ninguna conquista mundial por medio del evangelio, en la cristianización de la raza, ha de ser buscada. Tampoco había ningún indicio de que, mientras la era avanzaba, habría algún cambio, y que los sembradores posteriores se encontrarían con un mayor éxito, por lo que los oyentes de junto al camino, de los pedregales y de la tierra espinosa dejarían de existir o rara vez serían encontrados. En lugar de eso, el Señor mismo claramente nos advirtió que en lugar de que los frutos del evangelio mostraran un aumento, habría una disminución notable; cuando habló del fruto producido dijo: “y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (v. 23). Estas palabras son demasiado claras para ser mal entendidas. Creemos que el “ciento” se refería a la cosecha producida en los días de los apóstoles; el “sesenta” al tiempo de la Reforma; y el “treinta” a los días en los que estamos viviendo ahora. La historia de los últimos diecinueve siglos ha atestiguado el cumplimiento de la profecía de Cristo; ¡sólo un porcentaje en cualquier país, ciudad o pueblo ha respondido al evangelio!
La mayor parte de los detalles de esta parábola se refieren no al Sembrador o a la semilla, sino a los distintos tipos de suelo en los que la semilla cayó. En su interpretación, el Señor Jesús explicó los diferentes tipos de suelo como la representación de las diversas clases de aquellos que escuchan la Palabra. Son cuatro en número, y pueden ser clasificados como de corazón duro, de corazón poco profundo, de corazón a medias y de todo corazón. Es importante ver que en la parábola, Cristo no está hablando desde el punto de vista de los consejos divinos, porque no puede haber ningún fallo ahí, sino desde el punto de vista de la responsabilidad humana. Lo que tenemos aquí es la Palabra del reino dirigida a la responsabilidad del hombre, el efecto que tiene sobre él, y su respuesta. Veamos ahora brevemente cada clase por separado:
I.- LOS OYENTES DE JUNTO AL CAMINO:
“Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron… cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino” (vv. 4, 19). Aquí, el corazón que recibe la semilla no es receptivo y tampoco responde. Es como la vía pública, endurecido por el tráfico constante del mundo. Aunque se dice que la Palabra es “sembrada en su corazón”, esta no encuentra un alojamiento real en él, y esto es lo que la hace tan solemne. La “palabra implantada” es aquella que es recibida “con mansedumbre”, y para ello debe hacerse a un lado “toda inmundicia y abundancia de malicia” (Sgo 1:21). Es en este punto que entra la responsabilidad del individuo, la responsabilidad de aquel que escucha la Palabra.
Primeramente, qué clase de oyentes son comparados al terreno de junto al camino: Los que oyen el mensaje del reino, y no lo entienden (v. 19). No le prestan atención, y así no lo reciben, sino que la semilla resbala sobre la mente de ellos, como dice el refrán, «por un oído les entra, y les sale por el otro»; han venido por curiosidad, por rutina o por acompañar a otros, no con el propósito de sacar provecho; así que, al no atender, no les hace ninguna impresión la Palabra sembrada.
Debe tenerse en cuenta que es “cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, cuando viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón”. Aquellos que oyen la Palabra son responsables de “entenderla”. Es cierto que el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, pero debería; y que para él son “locura”, pero no debe ser así. Como se nos dice en 1 Corintios 8:2, “si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo”. La comprensión de la Palabra sólo se obtiene de parte de Dios, y es responsabilidad de todos los que guardan y leen su Palabra clamar a él: “Enséñame tú lo que yo no veo” (Job 34:32). Su promesa es que “enseñará a los mansos su carrera” (Sal 25:9). Pero si no hay humildad del corazón delante de Dios, ni búsqueda de la sabiduría de lo alto, entonces no habrá ninguna “comprensión” de la Palabra y el diablo “arrebatará” lo que hemos oído o leído, ¡pero sólo nosotros tendremos la culpa!
En segundo lugar, por qué no sacan ningún provecho de la predicación: Viene el Maligno, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Tales oyentes, distraídos, poco interesados en lo que oyen, son fácil presa de Satanás, el cual, así como es el gran homicida de las almas, es también el gran ladrón de los sermones. Si no quebrantamos ni siquiera la superficie del terreno en barbecho, y preparamos nuestro corazón para la Palabra, y no la cubrimos luego con la meditación y la oración; si no atendemos con interés a lo que se siembra, somos como el terreno de junto al camino.
II.- LOS OYENTES DE LA TIERRA PEDREGOSA:
2. Los oyentes de la tierra pedregosa. “Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó… Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (vv. 5, 6, 20, 21). El tipo de suelo al que se hace referencia aquí, es aquel en donde la base es de roca, con sólo una fina capa de tierra encima. En este suelo poco profundo la semilla es recibida, pero el crecimiento es superficial. La interpretación de nuestro Señor de inmediato identifica la clase específica de oyentes que están a la vista aquí. Al principio prometen mucho, pero más tarde resultan muy decepcionantes. Lo que tenemos aquí es la falta de profundidad. Las emociones han sido movidas, pero la conciencia no ha sido examinada; hay un “gozo” natural, pero sin convicción profunda o verdadero arrepentimiento. Cuando se realiza una obra divina de gracia en un alma, los primeros efectos de la Palabra sobre ella no son producir paz y gozo, sino contrición, humildad y tristeza.
Lo triste es que hoy en día casi todo lo relacionado con el esfuerzo evangelístico moderno (?) se calcula sólo para producir esta clase de oyente. El canto alegre, el sentimentalismo de los himnos (?), las apelaciones a las emociones del predicador, la demanda de “resultados” visibles y rápidos de las iglesias, no producen más que retornos superficiales. Se insta a los pecadores a tomar una “decisión” rápida, son apresurados a adoptar la “postura del penitente”, y luego se les da la seguridad de que todo está bien con ellos; la pobre alma engañada se va con un “gozo” falso y efímero. Lo más lamentable es que muchos en el pueblo del Señor apoyan y favorecen esta parodia del verdadero ministerio del evangelio, la cual deshonra a Cristo y engaña a las almas.
Primero: Hasta dónde llegaron: (i) Oyeron la Palabra; no le volvieron la espalda, ni le cerraron los oídos. Pero el mero oír de la Palabra no nos va a llevar al Cielo. (ii) La recibieron al momento (v. 20), la semilla brotó pronto (v. 4); surgió a la superficie antes que la que fue sembrada en buen terreno. Los hipócritas, así como los propensos a las emociones súbitas, son los que, con mucha frecuencia, toman la delantera a los buenos cristianos en las externas demostraciones de profesión cristiana, y parecen tan fervorosos que cuesta trabajo contenerlos. Han recibido la semilla pronto, pero sin profundizar en su significado para una vida cristiana consecuente. Cuando se come sin masticar no se puede esperar una buena digestión. (iii) La reciben con gozo. Hay muchos que quedan encantados de un buen mensaje, y hasta se deshacen en alabanzas del predicador, pero no sacan ningún provecho de la Palabra. Muchos degustaron (cataron con gusto, como un buen vino) la buena Palabra de Dios (He. 6:5), pero, enrollado bajo la lengua, había algún vicio al que le habían cobrado demasiado gusto, y eso les hizo escupir lo que habían recibido de la Palabra de Dios. (iiii) La retienen por algún tiempo (v. Lc. 8:13). Hay muchos que se sostienen por algún tiempo, Pero no llegan al final; corrían bien, pero algo les paro los pies (v. Gá. 5:7).
Segundo: Cómo fracasaron, para no dar fruto perfecto: No tenían raíz en sí mismos; no había firmes convicciones en sus mentes, ni decididas resoluciones en sus corazones. Puede darse el tallo de una profesión donde no hay raíz de convicción. Donde no hay firmeza, no se puede esperar perseverancia, por mucha profesión que se ostente. El elemento vital es la raíz, porque no sólo sirve de alimento, sino también de soporte; por eso, cuesta más arrancar un árbol que derribar una estatua de granito, pues para esto último basta con un agujero en la base y un sencillo movimiento de palanca, mientras que el árbol está firmemente entrañado en la tierra por medio de sus raíces.
Viene el tiempo de la prueba, y todo se queda en nada: Al venir la aflicción o la persecución por causa de la Palabra, luego tropieza. Después de ocasiones de bonanza suele venir la tormenta de la persecución, para poner a prueba a los profesantes y mostrar quiénes habían recibido la Palabra con sinceridad, y quiénes no. Todo creyente debe estar preparado para el mal tiempo. Cuando llega el tiempo de la prueba, los que no tenían raíz, se ofenden y tropiezan (gr. se escandalizan); primero, discuten su propia profesión («esto no es lo que yo esperaba», etc.), y luego la dejan del todo. La aflicción o persecución está aquí representada en el sol (v. 6) con su calor intenso, que socarra y agosta (comp. Ap. 7:16); el mismo sol que ablanda la cera endurece el barro; el mismo calor solar que acaricia y sustenta lo que está bien enraizado, marchita y abrasa lo que tiene poca raíz. La prueba sacude a unos, y refuerza a otros (v. Fil. 1:12). Obsérvese cuán deprisa se echaron a perder los representados en este segundo terreno. Una profesión (o «falsa decisión») hecha con poca reflexión, suele ser de corta duración: Se va tan deprisa como vino.
“Es de corta duración”. “Esta es la carne en su tono más claro, capaz de llegar tan cerca del reino de Dios, y más aún, manifestar su naturaleza sin esperanza. Hay una roca inquebrantable detrás que nunca cede a la Palabra ni le da alojamiento; la clase de oyentes representados aquí son nacidos sólo de la carne. Dejan que las cosas sean exteriormente favorables a la profesión, es evidente que el número de éstos puede multiplicarse en gran medida, y pueden pegarse como hojas muertas a un árbol que no ha tenido ninguna sacudida brusca para quitárselas de encima. Pero la vida no es mejor en ellos”
III.- LOS OYENTES DE LA TIERRA ESPINOSA:
3. Los oyentes de la tierra espinosa. “Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron… el que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (vv. 7, 22). En Marcos 4:19 se nombran las “codicias de otras cosas” y en Lucas 8:14 los “placeres de la vida” como obstáculos adicionales representados por “espinas”. Aquí no son tanto las causas internas sino las trampas externas las que hacen que esta tercera clase de oyentes sea infructuosa.
Así, el Señor ha dado a conocer aquí qué es lo que, desde el punto de vista humano, hace que gran parte de la semilla sembrada sea improductiva. Las razones por las que la predicación de la Palabra no produce una cosecha espiritual en todos los que la escuchan son: primero, la dureza natural del corazón del hombre y la oposición resultante de Satanás; segundo, la superficialidad de la carne; tercero, las atracciones y distracciones del mundo. Estas son las cosas que producen esterilidad y están escritas como advertencia y para el aprendizaje del cristiano. Los siervos de Cristo son también instruidos para saber qué esperar y estar informados de lo que se opondrá a su labor —el diablo, la carne y el mundo.