Sermón sin título
En realidad, los cristianos han de procurar ser los mejores ciudadanos del Estado, del que son súbditos, con los beneficios y obligaciones que ello comporta.
toda autoridad deriva de Dios su fundamento y su ejercicio: su razón de ser y su poder coercitivo.
Los cristianos deben exhortar a los gobiernos para que cumplan con su papel en la forma debida. Deben orar por ellos, obedecerlos, y sin embargo, velar sobre ellos (1 Timoteo 2:1–4; 1 Pedro 2:13–14), recordándoles que Dios los ha puesto para gobernar, proteger y mantener el orden, y no para tiranizar.
Primero, que el gobierno civil es una ordenanza divina. No es meramente una institución humana optativa, algo que los hombres puedan tener o no tener, según consideren conveniente. No está basado en ningún contrato social; es algo que Dios ordena. […]
Otro principio incluido en la doctrina del Apóstol es que se debe obediencia a todo gobierno de facto, sea cual sea su origen o carácter. Sus instrucciones fueron escritas durante el reinado de Nerón, y ordenaban que se le obedeciera. A los cristianos primitivos no se les pidió que examinaran las credenciales de sus gobernantes coetáneos cada vez que la guardia pretoriana decidiera deponer un emperador y proclamar a otro. […]
la autoridad civil es el instrumento escogido por Dios para gobernar el mundo de los hombres.
La razón por la cual debemos sujetarnos a los magistrados obedece a que ellos son establecidos por ordenanza divina. Si la voluntad del Señor es gobernar el mundo así, cualquiera que menosprecie y rechace la potestad, se esfuerza por trastornar el orden de Dios, resistiendo al mismo Dios, menospreciando la Providencia de quien es el autor del poder político, y emprende, por tanto, la lucha contra El.
Pues si no se persiguiese la maldad de los perversos y si los inocentes no fuesen defendidos y amparados contra la insolencia de aquellos, todo se convertiría en desorden. Así pues, sí ése es el único remedio para preservar a la sociedad de una ruina total, nuestro deber es sostenerlo cuidadosamente, a no ser que deseemos declararnos enemigos públicos del género humano.