Envíame a mí...!
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· 42 viewsEn este tiempo, más que nunca, con un mundo convulsionado necesitamos enfocarnos en lo que Dios quiere hacer.
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El año de la muerte del rey Uzías, vi al Señor excelso y sublime, sentado en un trono; las orlas de su manto llenaban el templo.
Por encima de él había serafines, cada uno de los cuales tenía seis alas: con dos de ellas se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies, y con dos volaban.
Y se decían el uno al otro: «Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria.»
Al sonido de sus voces, se estremecieron los umbrales de las puertas y el templo se llenó de humo.
Entonces grité: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!»
En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar.
Con ella me tocó los labios y me dijo: «Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado.»
Entonces oí la voz del Señor que decía: —¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: —Aquí estoy. ¡Envíame a mí!
INTRODUCCIÓN:
INTRODUCCIÓN:
Tres cosas:
Ver al Señor
Ver al Señor
El año de la muerte del rey Uzías, vi al Señor excelso y sublime, sentado en un trono; las orlas de su manto llenaban el templo.
Y se decían el uno al otro: «Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria.»
Cada uno de ellos tenía seis alas y estaba cubierto de ojos, por encima y por debajo de las alas. Y día y noche repetían sin cesar: «Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era y que es y que ha de venir.»
Ver nuestra condición
Ver nuestra condición
Entonces grité: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!»
Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: —¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador!
En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar.
Con ella me tocó los labios y me dijo: «Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado.»
Cristo es la brasa encendida que quita el pecado.
Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien.
Si esto es así, ¡cuánto más la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente!
Ver la misión
Ver la misión
Entonces oí la voz del Señor que decía: —¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: —Aquí estoy. ¡Envíame a mí!
Cuando uno se encuentra con el Señor, sale de ese encuentro para hacer la voluntad del Señor.
Será por eso que muchos no quieren encontrarse con él, porque ya tienen sus propios planes.
Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.
Esta es nuestra misión como iglesia, personalmente tenes que encontrar como desarrollarla día a día.
CONCLUSIÓN:
CONCLUSIÓN: