El templo que Dios llenó con su gloria
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Una de las cualidades de Dios es ser omnipresente, Dios es tan inmenso que nada lo puede contener; tal vez por esa cualidad, Dios puede estar en todo lugar. Toda la creación cabe en Él, por eso el salmista dijo: “¡Jamás podría escaparme de tu Espíritu! ¡Jamás podría huir de tu presencia! Si subo al cielo, allí estás tú; si desciendo a la tumba, allí estás tú. Si cabalgo sobre las alas de la mañana, si habito junto a los océanos más lejanos, aun allí me guiará tu mano y me sostendrá tu fuerza. Podría pedirle a la oscuridad que me ocultara, y a la luz que me rodea, que se convierta en noche; pero ni siquiera en la oscuridad puedo esconderme de ti. Para ti, la noche es tan brillante como el día. La oscuridad y la luz son lo mismo para ti”. (Salmos 139:7-12) NTV ¡Bella declaración de la omnipresencia de Dios!
Estas palabras nos aseguran y nos afirman que Dios está en todo lugar, que nada podemos hacer para contenerlo; sin embargo, para demostrar al ser humano, físico, finito y limitado cuánto lo ama su Creador, decidió un día venir a morar en un lugar específico, sin dejar de cubrir toda su creación. Lo hizo para que sus hijos amados pudieran darse cuenta cuánto los ama y para que se sintieran seguros. Además, demostrar otra de sus cualidades: la humildad.
Después de sacar a su pueblo de un estado de esclavitud vivida por 400 años en Egipto, en la travesía de cuarenta años por el desierto, dio instrucciones a Moisés para que hiciera una tienda de campaña, así como vivían sus hijos; Dios demostró humildad al venir a ponerse en las mismas condiciones que su pueblo, en esa tienda de campaña especial, había una habitación llamada “el lugar santísimo”, donde nadie podía entrar, solo en condiciones especiales; cuando quedó terminada ese lugar se llenó de la gloria de Dios: “Entonces la nube cubrió el tabernáculo, y la gloria del Señor llenó el tabernáculo. Moisés no podía entrar en el tabernáculo, porque la nube se había posado allí, y la gloria del Señor llenaba el tabernáculo”. (Éxodo 40:34-35) NTV
Cuando el pueblo se estableció en la tierra prometida, el Tabernáculo se seguía conservando; hasta que el rey David razonó que cómo era posible que ellos vivieran en buenas casas y Dios siguiera viviendo en ese Tabernáculo; así que Dios puso en su corazón la suficiente sensibilidad para desear construir una casa para Dios: “Una vez que David se instaló en el palacio, y el Señor le dio descanso de los enemigos que lo rodeaban, el rey mandó llamar al profeta Natán. —Mira —le dijo David—, yo vivo en un hermoso palacio de cedro, ¡mientras que el arca de Dios está allá afuera en una carpa!” (2 Samuel 7:1-2) NTV. Sin embargo, Dios le manifiesta a David su soberanía y le dice que es Él quien construirá una casa para David. Más tarde le dice que acepta un templo, pero lo construiría su hijo Salomón.
Cuando el templo quedó terminado, Salomón, inspirado por el Espíritu Santo, eleva esta oración:“»¿Pero es realmente posible que Dios habite en la tierra, entre seres humanos? Ni siquiera los cielos más altos pueden contenerte, ¡mucho menos este templo que he construido! Sin embargo, escucha mi oración y mi súplica, oh Señor mi Dios. Oye el clamor y la oración que tu siervo te eleva. Que día y noche tus ojos estén sobre este templo, este lugar del cual tú has dicho que allí pondrías tu nombre. Que siempre oigas las oraciones que elevo hacia este lugar. Que atiendas las peticiones humildes y fervientes de mi parte y de tu pueblo Israel cuando oremos hacia este lugar. Sí, óyenos desde el cielo donde tú vives y, cuando nos escuches, perdona”. (2 Crónicas 6:18-21) NTV
“Cuando Salomón terminó de orar, cayó fuego del cielo que consumió los sacrificios y las ofrendas quemadas, y la gloriosa presencia del Señor llenó el templo. Los sacerdotes no podían entrar en el templo del Señor porque la gloriosa presencia del Señor lo llenaba. Cuando todos los israelitas vieron que el fuego descendía y que la gloriosa presencia del Señor llenaba el templo, cayeron postrados rostro en tierra y adoraron y alabaron al Señor diciendo: «¡Él es bueno! ¡Su fiel amor perdura para siempre!». (2 Crónicas 7:1-3) NTV
Sin embargo, Dios tenía otros planes para vivir con sus hijos. Aunque cerca de ellos en el templo, nadie podía estar en su presencia, sólo un Sumo Sacerdote, una vez al año, después de un ritual de purificación. Hasta que vino a morar de tal manera que se podía tocar, en la persona de Jesucristo. Jesucristo era un hombre lleno de la gloria de Dios, así como en un tiempo estuvo el lugar santísimo del tabernáculo y del templo. En Cristo, el hombre estuvo lleno de la gloria de Dios, proclamando que de esa manera seríamos nosotros, como Él, por eso “no se avergüenza de llamarnos hermanos”.
Cuando Jesús murió, el velo que cubría la entrada del lugar santísimo del templo, se rasgó de arriba abajo, dejando ver lo que había dentro; de esta manera nos mostró que ya no era necesario que la gloria de Dios llenara la habitación de un edificio especial, sin que nadie pudiera tener acceso a ella. Ahora la gloria de Dios estaba disponible para todos.
Después de cincuenta días de haber resucitado y ascendido al cielo, Jesús, el nuevo hombre, mandó al Espíritu Santo a morar en cada creyente: “El día de Pentecostés, todos los creyentes estaban reunidos en un mismo lugar. De repente, se oyó un ruido desde el cielo parecido al estruendo de un viento fuerte e impetuoso que llenó la casa donde estaban sentados. Luego, algo parecido a unas llamas o lenguas de fuego aparecieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Y todos los presentes fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otros idiomas, conforme el Espíritu Santo les daba esa capacidad”. (Hechos 2:1-4). NTV
¿Se ha preguntado usted por qué Lucas dice que el Espíritu Santo llenó a estas personas?
El Espíritu Santo es Dios y no puede estar separado del Padre y del Hijo; sin embargo la Biblia nos dice que “todos los presentes fueron llenos del Espíritu Santo”
Reflexionando: Dios llenó con su gloria el Lugar Santísimo del Tabernáculo y del Templo, mientras tuvieron vigencia. Y sin importar su divinidad, se humilló y vino a morar en una habitación hecha de materia, física; temporal y corrupta.
Posteriormente encarnó en un hombre mortal y finito, que un día tendría que morir, por eso Jesús, cuando alguien le dijo que lo seguiría, Él declaró: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza”. (Mateo 8:20) RV60; dando a entender que, como Dios, no estaba anclado a este mundo y a este tiempo; pero “se hizo hombre y vino a vivir entre nosotros. Estaba lleno de fidelidad y amor inagotable. Y hemos visto su gloria, la gloria del único Hijo del Padre”. (Juan 1:14) NTV. “El Hijo irradia la gloria de Dios y expresa el carácter mismo de Dios, y sostiene todo con el gran poder de su palabra”. (Hebreos 1:3) NTV.
Este es el carácter del Dios amoroso que es mi Padre, mi hermano y mi fortaleza; y estuvo dispuesto a venir a vivir la misma vida humana, creada por Él mismo y para sí mismo.
La obra transformadora de Jesús tiene su culminación al emerger de la tumba VIVO, completamente VIVO, Cuerpo, Alma y Espíritu, teniendo la preeminencia en todo para que todos nosotros podamos gozar de esa misma naturaleza humana eterna.
Así como Jesús –el hombre– estuvo lleno de Dios desde su concepción, al resucitar con una nueva humanidad santa, divina y eterna, decretó que todos nosotros, los que creemos en Él tengamos la esperanza de emerger de la tumba de la misma manera que Él lo hizo. Un nuevo hombre con un cuerpo glorioso y eterno. Al final de los tiempos todos nosotros, los que hemos creído en Jesús, estaremos vivos, de pie, con un cuerpo glorioso y eterno, como el de Cristo
Todo ser humano que “cree que Jesucristo ES el Señor” ha sido transformado en esa nueva humanidad, esperando la redención de este cuerpo que todavía se encuentra anclado al tiempo y al espacio. Ahora, como aquel primer domingo de Pentecostés del Nuevo Testamento somos llenos del Espíritu Santo, “ahora Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. (Gálatas 2:20) NTV.
Así como la gloria de Dios llenó el Lugar Santísimo del Tabernáculo y del Templo, ahora llena un Lugar Santísimo dentro de cada creyente, por eso el apóstol nos Pablo dice: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19) RV60
Este cuerpo que todavía nos sostiene ha sido santificado con la presencia de Dios mismo; ahora ya no tenemos que ir a algún templo físico; ahora ¡somos el templo mismo de Dios! Estamos en la misma presencia de Dios, santos y sin mancha, como en el principio. Dios está más cerca de nosotros de lo que imaginamos: Él vive en mí y yo en Él, por eso puedo hablar con Él a la hora que sea necesario, sin los protocolos de la sociedad; Él es mi Padre, mi Hermano, mi Amigo, mi Todo.
Dios ha vuelto a encarnar pero ahora en todo ser humano que crea en el Hijo Amado de Dios.
Nuestro cuerpo santificado ahora forma parte del mismo cuerpo eterno de Cristo, con un propósito eterno: santificar toda la creación. Y la iglesia, usted, yo y todos quienes creemos, tenemos el propósito eterno de santificar toda la creación: lo visible y lo invisible.
Cuando Jesús exclamó al morir: ¡Consumado es!, terminó su obra transformadora; pero Dios nos ha enseñado que la vida en el cosmos sucede en ciclos, Jesús terminó este y dio comienzo otro por demás importante en las diferentes etapas del Plan de Dios.
Es importante subrayar que Jesús, el Hijo del Hombre, ahora vive para siempre, como el ser humano que fue, aunque con un cuerpo glorificado y eterno, como el que nosotros tendremos cuando Él regrese.
Cuando Jesús resucitó y ascendió a los cielos, comenzó otra misión en el Plan del Padre; Él es ahora un Sumo Sacerdote, digno de entrar hasta el Lugar Santísimo del mismo Cielo, purificado total y eternamente. En el Libro de Hebreos Dios nos dice: “Por lo tanto, era necesario que en todo sentido él se hiciera semejante a nosotros, sus hermanos, para que fuera nuestro Sumo Sacerdote fiel y misericordioso, delante de Dios. Entonces podría ofrecer un sacrificio que quitaría los pecados del pueblo. Así que, amados hermanos, ustedes que pertenecen a Dios y tienen parte con los que han sido llamados al cielo, consideren detenidamente a este Jesús a quien declaramos mensajero de Dios y Sumo Sacerdote”. (Hebreos 2:17, 3:1) NTV
“Así que, amados hermanos, podemos entrar con valentía en el Lugar Santísimo del cielo por causa de la sangre de Jesús. Por su muerte, Jesús abrió un nuevo camino —un camino que da vida— a través de la cortina al Lugar Santísimo. Ya que tenemos un gran Sumo Sacerdote que gobierna la casa de Dios, entremos directamente a la presencia de Dios con corazón sincero y con plena confianza en él. Pues nuestra conciencia culpable ha sido rociada con la sangre de Cristo a fin de purificarnos, y nuestro cuerpo ha sido lavado con agua pura”. (Hebreos 10:19-22) NTV
El cielo se ha convertido en un gran templo lleno de la Gloria de Dios y nosotros formamos parte de Él como piedras vivas. Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, que ministra a todos sus hermanos, mientras esperamos la transformación total de nuestro cuerpo para poder gozar de la comunión plena y total con Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Esta es la esperanza de la que debemos dar razón como creyentes fieles a nuestro Señor (1 Pedro 3:15). Una esperanza que sabemos se hará realidad cuando se manifieste plenamente la Gloria de Dios en Cristo:
“… mientras anhelamos con esperanza ese día maravilloso en que se revele la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”. (Tito 2:13) NTV “Cuando Cristo —quien es la vida de ustedes— sea revelado a todo el mundo, ustedes participarán de toda su gloria”. (Colosenses 3:4) NTV “Queridos amigos, ya somos hijos de Dios, pero él todavía no nos ha mostrado lo que seremos cuando Cristo venga; pero sí sabemos que seremos como él, porque lo veremos tal como él es”. (1 Juan 3:2) NTV “Pero permítanme revelarles un secreto maravilloso. ¡No todos moriremos, pero todos seremos transformados! Sucederá en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando se toque la trompeta final. Pues, cuando suene la trompeta, los que hayan muerto resucitarán para vivir por siempre. Y nosotros, los que estemos vivos también seremos transformados. Pues nuestros cuerpos mortales tienen que ser transformados en cuerpos que nunca morirán; nuestros cuerpos mortales deben ser transformados en cuerpos inmortales. Entonces, cuando nuestros cuerpos mortales hayan sido transformados en cuerpos que nunca morirán, se cumplirá la siguiente Escritura: «La muerte es devorada en victoria”. (1 Corintios 15:51-54) NTV
Esta es la misión que el Padre encomendó a Jesús resucitado, el Hijo Amado de Dios, para llevar a cabo en estos tiempos… ¡Y nosotros participamos en ella, lo cual es un gran privilegio!