Nuestro triunfo es la fe
Nuestro fundamento no se tranza
Una confesión tal como la que Juan demandaba de parte de los cristianos se hacía necesaria por los errores gnósticos con los cuales estaban luchando entonces. La iglesia se veía obligada a tomar posición sobre cuestiones primordiales, y era importante que sus creencias se expresaran en términos comprensibles
Creer que Jesús es el Cristo (1), en el lenguaje de Juan, es haber nacido de Dios. Es amar a Dios y por lo tanto amar a otros. Amar a Dios es guardar sus mandamientos (2:4–8), y esto es evidencia de que amamos a los hijos de Dios (3:23)
Todo aquel que cree esto, es nacido de Dios. El que no lo cree, pero dice que es nacido de Dios, se engaña a sí mismo. No basta creer que Jesús fue sólo un buen hombre, un buen maestro o un buen ejemplo. La fe en estos conceptos no produce regeneración. Para nacer de nuevo, es necesario creer que Jesús es el Cristo
Nuestro amor a Dios y a sus hijos
En el 5:2, es otro el énfasis. Es imposible amar a los hijos del Altísimo sin amarlo a él y guardar sus mandamientos. Si alguien dice con liviandad que ama a los hijos de Dios y a él, pero no guarda sus mandamientos, la verdad no está en él. Ni ama a los hijos de Dios ni a su Padre.
Nuestro amor por Dios sólo puede reconocerse cuando lo manifestamos en amor a los hermanos (3:16). Resumiendo: Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos (3). Esto no significa que las leyes de Dios tengan poco peso moral
El que está unido a Cristo por la fe halla que su yugo es fácil y ligera su carga.
El Señor Jesucristo dijo algo parecido en Mateo 11:28–30: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”
También se puede agregar que sus decretos no son pesados porque él nos ha regenerado por su Espíritu, quien mora en nosotros, y nos capacita para obedecer a Dios
La fe triunfante
Para Juan, el mundo (4; cf. 2:15) es opuesto a Dios y por ende a su pueblo y es por consiguiente algo con lo cual hay que contender y vencerlo. El cristiano ya es victorioso sobre el mundo pecaminoso en virtud de que ha creído en Cristo como el Hijo de Dios. Por esa misma fe, sostenida y confirmada, es vencido el mundo. Pero debemos recordar que esa fe reúne en su significación los conceptos de andar en la luz, de ser perdonados, de permanecer en Cristo, de poseer el Espíritu Santo, y de amar a Dios.