3 clase de Juan

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2:1-17 ANDAD EN LA LUZ

B. Conocimiento y obediencia
2:1–6
1. Defensor y sacrificio
2:1–2

INTRODUCCIÓN:

Aparte de Jesús, no hay nadie que sea libre de pecado. Aun si conocemos la ley y los preceptos de Dios, tropezamos y pecamos de vez en cuando. ¿Qué remedio hay para la persona que ha caído en pecado? Juan da la respuesta señalando a Jesucristo, que es nuestro ayudador.

V.1 “QUERIDOS HIJOS MIOS, OS ESCRIBO ESTO PARA QUE NO PEQUEIS”

hijitos 8 veces
Juan se dirige a sus lectores con términos de afecto y la mejor traducción es “queridos hijos míos”. El es su padre espiritual, por así decirlo, y ellos son sus hijos. Esta expresión aparece con cierta frecuencia en esta epístola, razón por la cual llegamos a la conclusión que la misma refleja la autoridad de Juan como apóstol en la iglesia y revela al mismo tiempo su avanzada edad
El es la persona que puede a la vez relacionarse con los padres y con los jóvenes, y dirigirse a ellos en términos cariñosos.
OS ESCRIBO ESTO (CONSUELO) Juan escribe en primera persona singular (“Os escribo esto”) “TE ESCRIBO ESTO” como un amoroso pastor que exhorta a sus lectores a no caer en pecado. Nótese que no está diciendo que viven en pecado; la comunión de ellos con Dios descarta esto. Pero Juan está plenamente consciente de la debilidad humana y del poder seductor de Satanás
Se coloca a la par de sus lectores y los alienta en su lucha en contra del pecado. Sabe que desean vivir una vida santa, pero que ocasionalmente pecan. El pecado separa y aleja al pecador de Dios. Juan escucha el ruego del creyente que ha caído en pecado y que pregunta: “Pastor, ¿qué debo hacer?”.
Juan ofrece palabras de consuelo “pero si alguno peca, tenemos a alguien que habla ante el Padre”. Aunque un creyente cometa algún pecado, todavia sigue siendo un hijo de Dios. La comunión entre el Padre y el hijo o hija es interrumpida a causa del pecado, pero la relación Padre-hijo continúa, a menos que el hijo rehuse reconocer su pecado
¿COMO RESTAURAR ESA COMUNIÓN ENTONCES?
“Tenemos a alguien que habla ante el Padre en defensa nuestra”, escribe Juan, “a Jesucristo, el Justo”. Tenemos un Abogado. La versión que utilizamos amplía el concepto de abogado y lo especifica con la frase “alguien que habla … en defensa nuestra”. Imaginemos una corte legal ante la cual el culpable es llamado a comparecer. El pecador necesita un abogado designado por la corte para representarlo. Dios, que es el demandante, designa a su Hijo como intercesor y ayudante del acusado.
Nuestro defensor es Jesucristo, a quien Juan describe como “el Justo” (compárese con Hch. 3:14). Como pecadores, tenemos el mejor ayudador posible, porque éste es justo. Es decir, en su naturaleza humana Jesús es nuestro hermano (Heb. 2:11), conoce nuestra debilidades (Heb. 4:15), nos salva (Heb. 7:25) y es nuestro intercesor. El es también el Mesías de Dios, el Cristo, el que ha cumplido las demandas de la ley en lugar nuestro y que ha recibido por lo tanto el título de el Justo. Como Abogado sin pecado él nos representa ante la corte.

V.2 “El es el sacrificio propiciatorio por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros sino también por los pecados de todo el mundo."

propiciación/Expiación por medio de la muerte de Cristo es una de las doctrinas clave de la fe cristiana, que se halla en el centro mismo del plan redentor de Dios (Ro. 3:25; 5:1, 10–11; 1 Co. 15:3; 2 Co. 5:18–19; Col. 1:20–22; 1 P. 1:18–20; cp. Lv. 10:17; 17:11; Mt. 26:28; Lc. 24:47; Hch. 20:28; He. 12:24; 13:20). Un correcto entendimiento de esta verdad en todos sus aspectos esenciales es vital para la salvación y la búsqueda de una vida de santidad.
Si el sistema expiatorio del Antiguo Testamento hubiera apaciguado la ira de Dios de una vez por todas, los judíos no habrían seguido llevando sin parar ofrendas encendidas (Lv. 1:3–17; 6:8–13), ofrendas por el pecado (Lv. 4:1–5:13; 6:24–30), y ofrendas por la culpa (Lv. 5:14–6:7; 7:1–10) a lo largo de los siglos.
La justicia de Dios debe ser satisfecha. Cada pecado cometido por toda persona que ha vivido será castigado en una de dos maneras. O la ira de Dios será satisfecha cuando todos los pecadores no arrepentidos e incrédulos sufran eternamente en el infierno (Mt. 13:42; 25:41, 46; 2 Ts. 1:9; Ap. 20:15), o es satisfecha por el castigo de Cristo en la cruz (Jn. 3:14–18) para todos los que, por el poder condenador y regenerador del Espíritu, se arrepienten y creen en Jesús para salvación. El castigo divino ofrece perdón según la gracia y el amor soberanos de Dios (cp. Ro. 3:24–26).
Dios inició su amor por un mundo pecador al dar a su Hijo para cubrir el pecado y quitar la culpa. Este don tuvo como resultado la muerte de Jesús en la cruz. Jesús llegó a ser el sacrificio aceptable para efectuar la reparación y redimir al hombre de la maldición que Dios había pronunciado sobre el mismo. En cuanto a la relación quebrantada entre Dios y el hombre, Jesús trajo paz (Ro. 5:1) y reconciliación (2 Co. 5:20–21). Y con referencia al pecado del hombre ante Dios, Jesús lo quitó pagando la deuda (1 Jn. 1:7, 9). Con su sacrificio propiciatorio, Cristo quita el pecado y la culpa, demanda una confesión de pecado por parte del creyente e intercede ante Dios a favor del pecador.
Santiago y 1-3 Juan Consideraciones prácticas acerca de 2:1–2

Consideraciones prácticas acerca de 2:1–2

El domingo durante el culto tú cantas las palabras de los himnos y de los salmos, y en compañía de tus hermanos de la iglesia recitas las palabras del Credo Apostólico. Pero durante la semana caes en pecado.

¿Cómo sabes entonces que eres un cristiano? En tus momentos de mayor debilidad la duda y la incertidumbre entran en tu mente y te preguntas si realmente eres miembro de la familia de los creyentes. Cuando has pecado, oyes la voz de Satanás acusándote ante Dios y diciéndole a él que de ninguna manera puedes ser uno de sus hijos. Además, la comunidad cristiana se entristece por tu pecado, y el mundo se cuestiona tu sinceridad cristiana. A causa de tu pecado, aunque oigas las palabras del himno: “En Jesucristo, el Rey de paz …”, las mismas carecen de significado para ti. Te falta la certidumbre de la salvación.

A los cristianos a quienes les falta certeza, Juan les escribe el siguiente mensaje de consuelo y confianza: “Si alguno peca, tenemos a uno que habla ante el Padre en defensa nuestra—Jesucristo, el Justo” (2:1). Jesús es su ayudador. El murió por los pecadores y los representa como abogado defensor ante el estrado judicial de Dios. Y en base a su muerte él reclama un veredicto de inocencia.

Jesús ha cumplido las demandas de Dios. Ha derrotado a Satanás y silenciado sus acusaciones. Cuando los creyentes vienen a él en oración y piden perdón, Jesús les ofrece una salvación gratuita y plena. El escritor de Hebreos da el siguiente testimonio: “Porque, ciertamente, no es a ángeles a quienes él ayuda, sino a los descendientes [espirituales] de Abraham. A causa de esto, él tenía que ser hecho semejante a sus hermanos en todo, para poder llegar a ser un misericordioso y fiel sacerdote al servicio de Dios, y para poder expiar los pecados del pueblo” (2:16–17).

¿Cómo sé que soy cristiano? Cuando acepto el testimonio de Jesús de que él ha muerto por mí y me ha limpiado de todos mis pecados, entonces “conozco a aquel en quien he creído” (2 Ti. 1:12). Y entonces movido por el agradecimiento, estoy listo y dispuesto a obedecer sus mandamientos y a hacer su voluntad.

V.3 “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos”

“Y en esto” es una frase de transición que Juan usa para presentar un nuevo conjunto de pruebas que verifican la salvación y estimulan la seguridad.
Juan expone el caso con certeza; no dice “esperamos”, “creemos” o “deseamos”, sino sabemos. Sabemos se traduce del tiempo presente del verbo ginōskō, y significa percibir continuamente algo por experiencia
La seguridad viene de obedecer los mandamientos de Dios en la Biblia. Quienes no los obedecen pueden y deben preguntarse si son convertidos y si el Espíritu Santo los está dirigiendo de veras. Pero los creyentes obedientes podemos estar seguros de que nosotros le conocemos (a Cristo). El tiempo perfecto del verbo ginōskō (le conocemos) recuerda una acción pasada (creer en Jesucristo para salvación) que tiene resultados continuos en el presente.
El conocimiento del que Juan habla no es el místico conocimiento “oculto” del gnosticismo (que promovía un conocimiento secreto y trascendental cuyos poseedores eran miembros de una fraternidad religiosa elitista), el conocimiento racionalista de la filosofía griega (que enseñaba que la razón humana podía desbloquear sin ayuda alguna los misterios del universo, tanto natural como sobrenatural)
Juan habla del conocimiento salvador de Cristo que viene de estar en una relación correcta con Él. Entonces el planteamiento del apóstol es que la obediencia externa proporciona evidencia de si se ha producido o no una realidad interna y transformadora, que viene al conocer a Jesucristo en la salvación.
Al escribir a Tito, Pablo resalta la diferencia entre el conocimiento falso y el verdadero: “[Algunos] profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tit. 1:16; cp. 2 Ti. 3:5, 7).
el escritor necesita completar sus pensamientos acerca de la comunión con Dios (1:3, 6, 7, 9). Tal como lo indicó, andar en la luz en comunión con Dios significa confesar nuestros pecados (1:9). Ahora él añade que conocer a Dios significa obedecer sus mandamientos. Como sinónimo del término comunión, él introduce el concepto de conocer a Dios.
La comunión con Dios y el conocimiento de Dios son dos caras de una misma moneda. La relación que uno pueda tener con Dios puede ir desde un conocimiento casual hasta una comunión íntima. Pero Dios no está interesado en una relación que sea casual y que carezca de significado. El desea que le conozcamos íntimamente.
Conocer a Dios significa que estamos informados acerca de él, que le amamos y que también experimentamos su amor. Obtenemos nuestro conocimiento de Dios cuando nos esforzamos por cumplir su voluntad en las experiencias especificas de nuestra vida. Conocerle significa entonces vivir en perfecta armonía con él, haciendo su voluntad
El rasgo distintivo del hijo de Dios es que obedece la voluntad de Dios. Cuando obedece estos mandamientos, demuestra que ha llegado a conocer a Dios. tal como lo enseña Juan en al próximo versículo.

V.5 El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él.

Cita a la persona que ha llegado a conocer a Dios (tiempo perfecto) pero que no obedece (tiempo presente) los mandamientos de Dios.
Juan lo llama mentiroso. Es decir, esta persona es una mentira andante que dice una cosa y hace lo opuesto (compárese 4:20; Tit. 1:16). La palabra mentiroso describe el carácter de la persona cuya conducta total está opuesta a la verdad.
“Y la verdad no está en él”. A excepción de las últimas dos palabras de esta cláusula, esta afirmación es idéntica a la de 1:8. El énfasis recae en “en él”. Esta persona, dice Juan, no tiene la verdad de Dios.
Está claro que quienes están en el reino de Dios oyen su voz y la obedecen. Jesús le advirtió a Poncio Pilato: “Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Jn. 18:37c; cp. 1 Jn. 3:18–19). En marcado contraste, quienes no obedecen los mandamientos demuestran que la verdad no está en ellos.
V.5a. Pero si alguno obedece su palabra, el amor de Dios ciertamente ha llegado en él a su plenitud.
el amor de Dios se ha perfeccionado. Es mejor entender la frase traducida el amor de Dios como un objetivo genitivo, que significa el amor por Dios. Juan describe el amor verdadero que los creyentes tienen por Dios como algo que se ha perfeccionado.
Todo aquel que obedece la palabra de Dios experimenta el ilimitado amor de Dios

V.5b Y V.6 por esto sabemos que estamos en él, cuando andamos como el lo hizo

Es por este amor verdadero que los creyentes sabemos que estamos en él
“Estamos en él”. Sabemos que estamos en Dios cuando tenemos una comunión íntima con él por medio de Jesucristo (1:3). La frase en él es una reafirmación de “hemos llegado a conocerle” (2:3).
“[Vivimos] en él”. La comunión con Dios en Cristo no es una condición estática sino una relación activa que perdura. Si decimos que “ ‘en él vivimos y nos movemos y somos
“Debemos andar como lo hizo Jesús”. Así como Jesús vivió mientras estuvo en la tierra, del mismo modo nosotros hemos de vivir imitándole.
Santiago y 1-3 Juan 3. Conducta cristiana (2:5b–6)

James H. Sammis elocuentemente expresa esta enseñanza en las palabras de su bien conocido himno:

Para andar con Jesús no hay sendero mejor

Que guardar sus mandatos de amor,

Obedientes a él siempre habremos de ser,

Y tendremos de Cristo el poder.

Cuando vamos así, ¡cómo brilla la luz

En la senda al andar con Jesús!

Su promesa de estar con los suyos es fiel,

Si obedecen y esperan en él.

V.6 El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.
Andar es una metáfora para conducta diaria en los creyentes
El Señor mismo ejemplificó a la perfección este principio durante su ministerio terrenal. Él obedeció la voluntad de su Padre en toda manera

CONCLUSIÓN:

La obediencia de los creyentes no será perfecta, como fue la de Jesús. Sin embargo, Él estableció el modelo ideal que ellos deben seguir. Si alguno afirma conocerlo y morar en Él, esto será evidente en la vida de tal persona. Andará en la luz, en el reino de la verdad y la santidad, y guardará (obedecerá) los mandamientos del Señor debido a su apasionado amor por la verdad y por el Señor de la verdad. Ahí radica la clave para la verdadera seguridad de la salvación.
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