La Salvación y su fruto: Amor

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Esta es una serie consecutiva sobre el fruto que el Espíritu Santo produce en el creyente de forma natural. Se divide en 9 características: 1) Amor 2) Gozo 3) Paz, 4) Paciencia, 5) Benignididad, 6) Bondad, 7) Fe, 8) Mansedumbre, 9)Templanza.

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Introducción

En el texto clave que queremos desarrollar durante todo este tiempo encontramos algo muy particular y único, y es lo siguiente: El fruto del Espíritu. Haciendo un análisis de esta frase tenemos que entender que, en contraste con las “obras de la carne” (Gá. 5:19-21) el fruto del espíritu surge de una forma natural en el creyente, es decir, que no hay obra pues es algo natural. Una cosa es algo que se realiza por obra y otra cosa es algo que surge de manera natural. Lo que vamos a observar durante este trimestre no es “Los” frutos del espíritu, sino “El” fruto del espíritu en sus distintas características, en este caso el “Amor”.
Una vez que hemos creído en Cristo como nuestro único Salvador, el Espíritu Santo llega a morar dentro de cada creyente, por lo tanto este morador no es alguien pacífico en nuestra vida, sino que es alguien activo, que cada vez irá perfeccionando estas características del fruto que ahora debemos emanar.
Cita Bíblica:
Marcos 12:28–31 RVR60
Acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.

I. Amor hacia Dios

La primera característica del fruto del Espíritu es el “AMOR”. Debemos entender muy claramente que todo creyente debe ser capaz de amar (1 Jn. 3:14) aquel que no ama no ha entendido lo que es el evangelio, no ha entendido la obra de Cristo en la Cruz antes y después de la misma (1 Jn. 4:8). Primeramente, creemos que es lógico entender que aquel que es creyente ama al Señor porque entendió la obra de Cristo. La primera característica es “Amor” puesto que es lo primero que ha de reflejarse. El Señor Jesús dijo algo muy claro en Marcos 12:28-31, “saber que el Señor es uno y que se lo debe amar con todo nuestro ser”.
No podemos definir el amor en palabras, sino en hechos, tal cual como el Apóstol Juan lo dijo en 1 Juan 3:16, conocemos el amor por los hechos de Jesús, dio su vida. Cualquiera que diga amar a Dios debe demostrarlo con sus obras. Confiar y/o tener fe en alguien es sinónimo de amar y Santiago 2:17 nos dice que la fe, confianza o amor se la demuestra a través de las obras.
Amar a Dios es a lo que somos llamado en primera instancia. No se trata de que le hacemos un favor a Dios al amarlo, no que él necesite nuestro amor, sino que “nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Jn. 4:19) ¿Qué es amar a Dios según Marcos 12:28-31? Es darle todo lo que somos, todo lo que tenemos, todo lo que pensamos, todo lo que anhelamos, toda la fuerza que poseemos. Amar es dar la vida por él tal cual como él lo hizo por nosotros. Como alguien dijo “El dio su vida por mí, entonces yo daré mi vida por él”, o como otra persona dijo: “Él murió por mí, yo viviré por él

II. Amor hacia mi prójimo

La primer característica del fruto del Espíritu no queda allí, en el amor a Dios, sino que esto trasciende horizontalmente. Es decir, mi relación de amor vertical con Dios resulta en una relación de amor horizontal. El Señor nos manda que esto sea así, bien claro lo dice en Juan. 13:34-35, “Que os améis unos a otros, como yo os he amado”.
No puede existir un amor a Dios sin un amor al prójimo, en caso de que alguien diga que sí está teniendo una teología completamente errónea. Jesús dijo que amarse los unos a los otros es un “mandamiento, orden”, no una sugerencia. Lo interesante la frase “os améis” es que se encuentra en un modo subjuntivo, un verbo en modo subjuntivo indica una posibilidad, es decir, tenemos la posibilidad y capacidad de amar a nuestro prójimo porque él nos amó a cada uno de nosotros.
Por más que insistas, no amas a Dios si no amas a tu prójimo, eres un mentiroso, y no lo digo yo, lo dice la Biblia (1 Jn 4:20). Así es el amor, no se queda en términos, sino que lleva a la práctica (Lv. 19:18; Ro. 13:10).

III. Amor hacia uno mismo

Una implicación básica del texto es que; en la medida que nos amemos a nosotros mismos amaremos a nuestro prójimo y a Dios. El amor propio es algo que se da por sentado. Entendemos que todos los seres humanos, sean creyentes o incrédulos se aman a sí mismos, y en el mundo el problema es que se aman demasiado a sí mismos. Este problema ya no sólo es latente en el mundo, sino también en la iglesia de Dios. Nos hemos enfocado tanto en nosotros mismos que no nos importa lo que los demás sientan con tal que yo me sienta bien. Pablo en Filipenses 2:3-4 nos dice que debemos actuar “no mirando lo de nosotros mismos, sino lo de los demás”.
Ahora bien, si decimos que amaremos al prójimo y a Dios en la medida que nos amemos a nosotros mismo, alguien dirá ¿Qué si alguien se ama a sí mismo aún siendo alcohólico? Podemos responder que él, según su definición de amor propio, se ama de una forma extraña, pues nadie que se ame a sí mismo se hace daño (Ef. 5:29).
Debemos recordar nuevamente que la primera característica del fruto del espíritu en nuestra vida como evidencia de nuestra salvación es el amor, tal amor no lastima, tal amor no ofende, etc. (1 Co 13:4-8).

Conclusión

Por tanto, si decimos que somos hijos de Dios debemos amar a Dios primeramente, entendiendo que este amor dirigido hacia él me redirige a amar, de la misma forma que amor, a amar a mi prójimo. ¿Estás evidenciando en tu vida esta característica del fruto del Espíritu? ¿Qué estás esperando para demostrar que eres cristiano? Si eres salvo, lo fuiste para hacer buenas obras (Ef. 2:10), y una de ellas es amar a tu prójimo y a Dios.
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