LAS ÚLTIMAS COSAS
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Muerte
Enseñamos que la muerte física no involucra la pérdida de nuestra conciencia inmaterial (Ap. 6:9–11), que el alma de los redimidos pasa inmediatamente a la presencia de Cristo (Lc. 23:43; Fil. 1:23; 2 Co. 5:8), que hay una separación entre el alma y el cuerpo (Fil. 1:21–24), y que para los redimidos tal separación continuará hasta el rapto (1 Ts. 4:13–17), el cual inicia la primera resurrección (Ap. 20:4–6), cuando nuestra alma y nuestro cuerpo se volverán a unir y serán glorificados para siempre con nuestro Señor (Fil. 3:21; 1 Co. 15:35–44, 50–54). Hasta ese momento, las almas de los redimidos en Cristo permanecerán en comunión gozosa con nuestro Señor Jesucristo (2 Co. 5:8).
Enseñamos la resurrección corporal de todos los hombres, los salvos a vida eterna (Jn. 6:39; Ro. 8:10–11, 19–23; 2 Co. 4:14), y los inconversos a juicio y castigo eterno (Dn. 12:2; Jn. 5:29; Ap. 20:13–15).
Enseñamos que las almas de los que no son salvos al morir son guardadas bajo castigo hasta la segunda resurrección (Lc. 16:19–26; Ap. 20:13–15), cuando el alma y el cuerpo de resurrección serán unidos (Jn. 5:28–29). Entonces ellos aparecerán en el juicio del gran trono blanco (Ap. 20:11–15) y serán arrojados al infierno, el lago de fuego (Mt. 25:41–46), separados de la vida de Dios para siempre (Dn. 12:2; Mt. 25:41–46; 2 Ts. 1:7–9).
El rapto de la iglesia
Enseñamos el regreso personal y corporal de nuestro Señor Jesucristo antes de la tribulación de siete años (1 Ts. 4:16; Tit. 2:13) para sacar a su iglesia de esta tierra (Jn. 14:1–3; 1 Co. 15:51–53; 1 Ts. 4:15–5:11) y, entre este acontecimiento y su regreso glorioso con sus santos, para recompensar a los creyentes de acuerdo a sus obras (1 Co. 3:11–15; 2 Co. 5:10).
La segunda venida y el reino milenario
Enseñamos que después del período de tribulación, Cristo vendrá a la tierra a ocupar el trono de David (Mt. 25:31; Lc. 1:31–33; Hch. 1:10–11; 2:29–30) y establecerá su reino mesiánico por mil años sobre la tierra (Ap. 20:1–7). Durante este tiempo los santos resucitados reinarán con Él sobre Israel y todas las naciones de la tierra (Ez. 37:21–28; Dn. 7:17–22; Ap. 19:11–16). Este reinado será precedido por el derrocamiento del anticristo y el falso profeta, y la remoción de Satanás del mundo (Dn. 7:17–27; Ap. 20:1–7).
Enseñamos que el reino mismo va a ser el cumplimiento de la promesa de Dios a Israel (Is. 65:17–25; Ez. 37:21–28; Zac. 8:1–17) de restaurarlos a la tierra que ellos perdieron por su desobediencia (Dt. 28:15–68). El resultado de su desobediencia trajo como consecuencia que Israel sea temporalmente echado a un lado (Mt. 21:43; Ro. 11:1–26), pero volverá a ser despertado mediante el arrepentimiento para entrar en la tierra de bendición (Jer. 31:31–34; Ez. 36:22–32; Ro. 11:25–29).
Enseñamos que este tiempo del reinado de nuestro Señor será caracterizado por armonía, justicia, paz, rectitud y larga vida (Is. 11; 65:17–25; Ez. 36:33–38), y terminará con la libertad de Satanás (Ap. 20:7).
El juicio de los perdidos
Enseñamos que después de que Satanás sea soltado al final del reinado de Cristo por mil años (Ap. 20:7), el diablo engañará a las naciones de la tierra y las reunirá para combatir a los santos y a la ciudad amada, y en ese momento él y su armada serán devorados por fuego del cielo (Ap. 20:9). Después de esto, Satanás será arrojado al lago de fuego y azufre (Mt. 25:41; Ap. 20:10) y entonces Cristo, quien es el juez de todos los hombres (Jn. 5:22), resucitará y juzgará a grandes y pequeños ante el juicio del gran trono blanco.
Enseñamos que esta resurrección de los muertos no salvos para juicio será una resurrección física, y después de recibir su juicio (Ro. 14:10–13), serán entregados a un castigo eterno consciente en el lago de fuego (Mt. 25:41; Ap. 20:11–15).
La eternidad
Enseñamos que después de la conclusión del milenio, la libertad temporal de Satanás y el juicio de los incrédulos (2 Ts. 1:9; Ap. 20:7–15), los salvos entrarán al estado eterno de gloria con Dios, después del cual los elementos de esta tierra se disolverán (2 P. 3:10) y serán reemplazados con una tierra nueva donde solo mora la justicia (Ef. 5:5; Ap. 20:15; 21–22). Después de esto, la ciudad celestial descenderá del cielo (Ap. 21:2) y será el lugar en el que moren los santos, donde disfrutarán de la comunión con Dios y de la comunión mutua para siempre (Jn. 17:3; Ap. 21–22). Nuestro Señor Jesucristo, habiendo cumplido su misión
redentora, entonces entregará el reino a Dios el Padre (1 Co. 15:24–28) para que en todas las esferas el Dios trino reine para siempre (1 Co. 15:28)