ESTUDIO : EL EVANGELIO DEL REINO
Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,b bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
20 enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén
vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.
Quedé sorprendido, avergonzado y maravillado. Me pregunté: “¿De dónde saqué yo esa manera de predicar?” Jesucristo nunca usó nuestros métodos, ni nuestro enfoque. Jamás predicó a nuestra manera. Nunca preguntó: “¿Quién quiere ser salvo? Levante la mano. No tiene nada que pagar.” No hizo ofertas. Su proclama fue:
Arrepentíos… el reino de Dios se ha acercado.
Cristo se detiene, los mira. Uno es Pedro; el otro, Andrés. Al sentirse observados levantan los ojos y tropiezan con la mirada de Jesús. Cuando las dos miradas se cruzan, Cristo les lanza una orden, con toda autoridad:
Pero Cristo no da explicaciones; sencillamente los pone frente a la disyuntiva. Es cierto que Pedro, como dueño y señor de su vida, hace lo que quiere. Pero ahora hay otro frente a él que pretende convertirse en el dueño y Señor de su vida. Y sus palabras resuenan con autoridad. Se produce un forcejeo en el interior de Pedro y finalmente algo se rompe en él; también en Andrés: su voluntad propia. Dejan ambos, entonces, sus redes y siguen a Jesús.