LA MEJOR DE LAS NOTICIAS
Regresando al Estado Original • Sermon • Submitted
0 ratings
· 121 viewsNotes
Transcript
Handout
Marcos 1:15 (RVR60)
15 diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.
Introducción
Introducción
¿Cuál es la mejor noticia que usted pueda imaginar?
¿Cuál es su sueño en el que dice: “Si solamente…”?
¿Es convertirse en multimillonario y comprar la casa de sus sueños?
Tal vez, el trabajo que siempre ha querido.
Tal vez que su cónyuge de pronto se convirtiera en la persona que usted siempre deseó, o que su hijo salga bueno, que viva de manera responsable y se case con una persona maravillosa.
¿Cuál sería la mejor noticia para usted?
Hagamos la pregunta de otra manera.
¿Cuál es su razón para levantarse en la mañana?
¿Qué es lo que lo mueve y motiva durante el día?
¿Qué es suficientemente importante como para que usted esté dispuesto a dar su tiempo, talentos y energía?
¿Qué es tan importante como para que usted centre su vida alrededor de ello?
Esta noticia no tiene nada que ver con fantasías, sueños o expectativas irrealistas.
Tiene sus raíces en hechos históricos y realidades actuales.
Penetra en las situaciones humanas más duras, y le da una esperanza que cambia la vida. ¡Es lo único para lo que realmente vale la pena vivir! ¡Es la buena noticia!
Contexto Histórico
Contexto Histórico
PARA “CAPTAR” LA NOTICIA USTED TIENE QUE COMPRENDER LA HISTORIA
Durante un breve período de tiempo, cuando Dios creó el mundo, gente perfecta caminaba por un mundo perfecto, en perfecta unión con Dios.
El ambiente era exuberante y rico, con una colección de animales que habitaba en el aire, la tierra y el mar.
Todas las necesidades físicas y espirituales eran plenamente satisfechas.
No había estómagos vacíos o enfermedades que temer.
Los jardines estaban libres de malas hierbas y espinas.
El hombre y la mujer
Adán y Eva, vivían en perfecta unión el uno con el otro.
No había
una competencia malsana ni lucha por el poder, ni venganza o recriminación.
intrigas secretas o palabras duras, ni miedo, culpa, vergüenza, o rebelión contra la autoridad.
lucha con la identidad, ansiedad, depresión o adicción.
una historia personal dolorosa que superar.
miedo de lo que podría suceder en el futuro, ni motivos mezclados, ni lucha con deseos desordenados.
No existía la tentación al pecado.
Existía entendimiento, comunicación y amor.
Con Dios, también, había una unión perfecta.
La gente amaba, adoraba, y obedecía de la forma que fueron creados para hacerlo.
Incluso, en la frescura del día ellos caminaban con Dios en el jardín, gozando de perfecta comunión con su Creador.
Eran los administradores permanentes de Dios, puestos allí para gobernar lo que Él había hecho; e hicieron bien su trabajo.
Dios no tenía ninguna razón para confrontarlos, y ellos no tenían nada que confesar. Todo estaba bien, día tras día.
La vida era mejor que cualquier cosa que podamos imaginar, desde nuestra perspectiva dañada por el pecado.
Pero, lamentablemente, esto no duró mucho.
En el acto de rebeldía más significativo que jamás se haya cometido, el hombre y la mujer se apartaron del plan ordenado por Dios.
En un segundo todo se vino abajo.
Toda la asombrosa belleza de ese mundo se dañó profunda y permanentemente.
En un instante, el miedo, la culpa y la vergüenza se convirtieron en experiencias humanas normales.
Las personas que una vez vivieron en perfecta armonía, ahora acusaban, engañaban y luchaban por tener el control.
Las malas hierbas y las enfermedades se convirtieron en preocupaciones diarias.
La gente empezó a desear lo malo y a hacer lo que estaba mal.
En lugar de someterse a la autoridad de Dios, vivían como sus propios dioses.
El mundo que una vez cantó la canción de la perfección, ahora gemía bajo el peso de la Caída.
El pecado alteró
El pecado alteró
cada pensamiento, deseo, palabra y obra.
Creó un mundo de doble ánimo y motivos mixtos, auto-adoración y egoísmo.
La gente deseaba ser servida, pero odiaba servir, anhelaba el control y alimentaba falsas ilusiones de autosuficiencia.
Se olvidó de su Creador, pero adoraba Su creación.
En lugar de amar a la gente y usar cosas para expresarlo, la gente amaba las cosas y utilizaba a las personas para conseguirlas.
La segunda generación de la humanidad cometió incluso un asesinato.
La gente comenzó a mentir, engañar, ocultarse y negar.
La gente sufría a manos de otros, desde falta de consideración momentánea hasta actos abominables de abuso físico y sexual.
Por primera vez, la gente lloraba de pena por dentro y de sufrimiento por fuera.
Dios ahora vio Su mundo asolado por el pecado.
Él no estaba dispuesto a que permaneciera así, por lo que ideó un plan.
Se necesitarían miles de años.
Esto significaría el aprovechamiento de las fuerzas de la naturaleza y el control del curso de la historia humana, pero podría hacerlo.
Desde el momento de la Caída, y generación tras generación, El controló todas las cosas para algún día poder arreglar lo que había sido tan terriblemente dañado.
A este mundo, en el momento justo, Dios envió a su Hijo unigénito.
AHORA, LA MEJOR DE LAS NOTICIAS
AHORA, LA MEJOR DE LAS NOTICIAS
El primer anuncio de esta buena noticia es tan breve que sería fácil de pasar por alto. Aparece al principio del Evangelio de Marcos, a solo unas pocas frases, en un pequeño verso. Sin embargo, es un resumen adecuado acerca de la razón por la que Jesús vino.
Marcos registra las palabras de Jesús de esta manera:
“El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).
Uno se puede ver tentado a pensar que esto es solo la forma que Jesús usa para presentarse a sí mismo, pero Su anuncio es más que eso.
Este nos ofrece a todos nosotros, los que soportamos las duras realidades de la Caída, la única razón válida para levantarnos por la mañana.
Ofrece una esperanza que es maravillosamente práctica e intensamente personal.
La noticia comienza con estas palabras:
“El tiempo se ha cumplido”.
Jesús está diciendo:
“Esto es en lo que Dios ha estado trabajando.
Toda la historia se ha estado moviendo hacia este específico momento”.
Dios no había olvidado o perdido el interés en la humanidad.
Desde aquella primera y horrible caída en el pecado, Él había estado preparando al mundo para este día.
Lo que parecía sin sentido y fuera de control era, de hecho, el desarrollo de la historia maravillosa de la redención de Dios, que alcanzó su crescendo con la venida de Cristo.
Piense en esto: todo lo bueno y lo malo de las historias del Antiguo Testamento tenía un propósito.
Todas las batallas, viajes, pruebas, reinos, revelaciones y milagros, todas las intrigas políticas y personales, fueron parte de un cuidadoso plan para llevar al mundo a este punto.
Mucho antes que las palabras de Marcos se pronunciaran, Dios había estado diciendo a Su pueblo que iba a restaurar lo que se había quebrantado.
Pero ellos pocas veces entendieron. Jesús comienza su ministerio diciendo:
“¿Entienden lo que finalmente está ocurriendo? Este es el día anunciado por los profetas, cuando la esperanza nublada se convierte en una realidad brillante. ¡El tiempo se ha cumplido!”
La pregunta es:
“¿Se ha cumplido el tiempo para qué?”
Jesús está anunciando la cercanía del reino de Dios.
Es una manera tranquila de decir, “Yo soy el Rey de Reyes, y he traído conmigo el poder de mi reino”.
Cristo en otras partes deja en claro que este reino no es un gobierno político o terrenal.
Él lo llama un reino “entre vosotros” (ver Lucas 17:20–21).
20 Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia,
21 ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros.
La solución redentora de Dios no vendría mediante una revolución política o guerra física.
La batalla principal se libraría y ganaría en los corazones humanos.
En nuestra cultura ensimismada necesitamos ver la grandeza de este reino.
No podemos reducirlo al tamaño de nuestras necesidades y deseos.
Nos lleva más allá de nuestras situaciones personales y nuestras relaciones.
El Rey no ha venido para que se cumplan nuestras agendas, sino para involucrarnos en algo más asombroso, glorioso y maravilloso de lo que jamás podríamos imaginar.
Tal vez la mejor manera de entender estos grandes propósitos es escuchar a escondidas en la eternidad.
En Apocalipsis 19:6–8, la gran multitud de los redimidos se encuentra delante del trono y, como el estruendo de las muchas aguas, exclama:
6 Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!
7 Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado.
8 Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.
“¡Aleluya,
porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!
Gocémonos y alegrémonos
y démosle gloria;
porque han llegado las bodas del Cordero,
y su esposa se ha preparado.
Y a ella se le ha concedido que se vista
de lino fino, limpio y resplandeciente.”
Piense en lo que están cantando. No es: “¡Me dieron aquel trabajo! ¡Mi matrimonio fue fantástico! Estuve rodeado de grandes amigos y mis hijos salieron buenos”. No se trata de: “Vencí la depresión y dominé mis temores.” Dos cosas cautivan los corazones de la multitud allí reunida. La primera es que Cristo ha ganado la victoria final. Su voluntad se ha cumplido, Su plan se ha llevado a cabo, y reina inobjetablemente para siempre. Dios ha reunido a un pueblo que siente pasión por Su gloria y encuentra su principal consuelo en Su gobierno. Son personas que siguieron por fe y obedecieron a un gran costo, que se sacrificaron y sufrieron, y jamás se arrepintieron de ello. Estos han encontrado una satisfacción duradera en la persona y el gobierno del Redentor.
La segunda cosa gloriosa es que la gran celebración ha llegado finalmente: las bodas del Cordero. Un grito ensordecedor se escucha cuando la multitud se da cuenta de que no solo ha sido invitada a la boda; ¡la multitud es la novia! Está vestida con el lino más fino. Todas las cicatrices y las manchas del pecado se han ido. Todos los trapos de iniquidad han desaparecido. Está finalmente y para siempre limpia. Está de pie ante el novio, pura y santa.
Cuando escuchamos la eternidad, nos damos cuenta que la esencia del reino es que Dios cambia radicalmente a la gente, pero no en ese sentido de ensimismamiento que nuestra cultura asume. Cristo vino a romper nuestra lealtad a esa agenda atrofiada y a llamarnos a la única meta para la cual vale la pena vivir. Su reino tiene que ver con la manifestación de Su gloria y la gloria de los santos. El vino, vivió, murió y resucitó para producir este cambio. Esta es la vida y la obra que El nos ofrece a cambio de la gloria temporal que de otra forma nosotros buscaríamos. Esta agenda del reino tiene como objetivo controlar nuestros corazones y transformar nuestras vidas.
Note que Cristo relaciona la buena noticia con un llamado al arrepentimiento. La Biblia define el arrepentimiento como un cambio radical del corazón que trae como resultado un cambio radical en la dirección de la vida. Esto solo es posible si hay poder para cambiar. ¡Qué cruel sería llamar al arrepentimiento a personas paralizadas por el pecado, sin darles el poder para hacerlo! Aquí es donde el mensaje se pone más emocionante. Jesús está diciendo: “Un cambio perdurable del corazón es posible porque yo he venido”. ¡Sí, el mundo está terriblemente deshecho, pero el Rey ha venido, trayendo consigo el poder y la gloria de Su reino!
Tal vez usted esté atado a un pecado específico que nunca ha sido capaz de vencer. Quizás usted es parte de una comunidad que parece irremediablemente dividida. Tal vez su propio matrimonio está muy lejos del buen plan de Dios. Tal vez usted está cargando, donde quiera que vaya, con reliquias dolorosas de su propio pasado. Quizás usted está cansado de buenas intenciones que salieron mal, promesas rotas y esperanzas y sueños destrozados. Nuestra necesidad de cambio está a nuestro alrededor y dentro de nosotros.
El pecado que se apodera de nuestro corazón hace que todo sea más difícil. El pecado transforma el amor en lujuria egoísta. Toma la seguridad del hogar dispuesta por Dios y la convierte en un lugar donde se pueden producir las heridas humanas más profundas. Corrompe el lugar de trabajo, le roba al gobierno de su bien, e incluso mancha la iglesia. Y al final de la jornada, trae como resultado la muerte.
Usted no puede escapar del pecado porque mora dentro de usted. Todas las cosas se tuercen por su poder. No puede engañarlo o librarse de él con dinero. No puede moverse para esquivarlo. Por esta razón la venida del Rey es la mejor de las noticias.
¡El cambio es posible!
Usted puede estar parado en medio de las duras realidades del pecado y tener una esperanza que nunca le defraude (Ro. 5:1–5). Ese matrimonio puede cambiar. Ese adolescente puede cambiar. Esa iglesia puede cambiar. Esa amistad puede cambiar. Esa amargura puede ser eliminada. Esa compulsión puede romperse. Ese miedo puede ser vencido. Ese corazón de piedra puede ponerse suave y palabras dulces pueden salir de una lengua que antes era ácida. Un servicio de amor puede brotar de una persona que una vez estuvo totalmente absorta en sí misma. La gente puede tener poder sin corromperse. Las casas pueden ser lugares de seguridad, amor y sanidad. ¡El cambio es posible, porque el Rey ha venido!
En todo esto, el objetivo final de Dios es Su propia gloria. Cristo vino a restaurar a las personas al propósito para el que fueron creadas: vivir todos los aspectos de la vida en obediente y devota sumisión a Él. Para lograrlo, Él sopla aliento de vida en corazones muertos para que podamos comprender nuestra necesidad de Él. El vivió sin pecado, y cumplió la ley por nosotros. Él dio Su vida en castigo por el pecado, para que pudiéramos ser completamente perdonados. Él nos adoptó en Su familia, dándonos todos los derechos y privilegios de Sus hijos. El nos conforma a Su propia imagen a diario. Por Su gracia, nos da la capacidad para hacer lo correcto. Su Espíritu vive dentro de nosotros, nos da convicción del pecado, nos ilumina la verdad, y nos da el poder para obedecer. Él nos coloca en el cuerpo de Cristo donde podemos aprender y crecer. Él gobierna sobre todos los acontecimientos para Su gloria y nuestro bien. Él nos convierte en el objeto de Su amor que es eterno y redentor.
La Biblia llama a este cambio redención. No solo nos ha cambiado, somos restaurados para Dios. Esto es lo que hace que todos los otros cambios sean posibles.
NUESTRAS NOTICIAS DEBEN SER LAS BUENAS NOTICIAS
Cuando Jesús comisionó a sus discípulos a ministrar en Su nombre, este fue el mensaje que Él les dijo que proclamaran.
Este debe ser también nuestro mensaje cuando nos enfrentamos a nuestras propias luchas con el pecado y cuando ministramos a gente que parece estar atrapada por cosas que no pueden superar.
Debemos proclamar fielmente, “La esperanza solo se encuentra en Jesucristo, el Rey de Reyes. En Él, un cambio del corazón que sea duradero y personal es posible”.
Cualquier otro mensaje alienta falsas esperanzas.
Hay personas que al luchar con la vida en un mundo caído, a menudo quieren explicaciones, cuando lo que realmente necesitan es imaginación.
Quieren estrategias, técnicas y principios, ya que simplemente desean que las cosas mejoren.
Pero Dios ofrece mucho más.
La gente necesita mirar a sus familias, vecinos, amigos, ciudades, puestos de trabajo, su historia, y sus iglesias, y ver el reino.
Ellos necesitan la imaginación, es decir, esa capacidad de ver lo que es real, pero invisible. Esto es en lo que Pablo fijó su mirada en (2 Co. 4).
Necesitan mirar una ciudad y ver el glorioso grupo de los redimidos siendo reunidos, en medio de una brutal batalla espiritual, para vivir en unión con Dios. Necesitan mirar a sus hijos y ver a un Redentor que busca sus corazones para Sí mismo.
Necesitan explorar la historia y ver a Dios logrando Su propósito. La gente necesita ver la esperanza brillante de la existencia humana: la gente puede conocer, amar y servir a Dios; puede comunicarse con Él para siempre y formar una comunidad de amor, que de otra manera no es posible. Todo esto es posible porque el Rey ha puesto su amor y gracia sobre ellos.
Como pecadores, tenemos una inclinación natural a alejarnos del Creador para servir a la creación. Nos apartamos de la esperanza en una Persona para poner la esperanza en sistemas, ideas, personas o bienes. La Esperanza Verdadera nos mira a la cara, pero no le vemos. En cambio, cavamos en el montón de las ideas humanas para extraer un fragmento diminuto de entendimiento. Nos decimos que por fin hemos encontrado la clave, eso que hará la diferencia. Actuamos basados en ese entendimiento y abrazamos la falsa ilusión del cambio personal perdurable. Pero al poco tiempo vuelve la decepción. El cambio era temporal y cosmético, y no puede penetrar en la esencia del problema. Por lo tanto, volvemos al montón de nuevo, decididos esta vez a cavar en el lugar correcto. ¡Eureka! Nos encontramos con otro fragmento de entendimiento, aparentemente más profundo que antes. Lo llevamos a casa, lo estudiamos, y lo ponemos en práctica. Pero siempre terminamos en el mismo lugar.
La buena noticia nos enfrenta con la realidad de que la ayuda que cambia el corazón nunca será encontrada en ese montón. Solo se encuentra en el Hombre, Cristo Jesús. No debemos ofrecer a la gente un sistema de redención, un conjunto de ideas y principios. A la gente le ofrecemos un Redentor. En Su poder, encontramos la esperanza y la ayuda que necesitamos para derrotar a los enemigos más poderosos. La esperanza se basa en la gracia del Redentor, el único medio real de un cambio perdurable.
Esto es lo que separa a los creyentes de la psicología de nuestra cultura. Este mundo, por haberle virado radicalmente sus espaldas al Señor, sólo puede ofrecerle a la gente algún tipo de sistema. La esperanza se reduce a una serie de observaciones, un conjunto de ideas, o a pasos en un proceso. Nosotros, en cambio, nos encontramos con la gente que desesperadamente cava y amorosamente le pedimos sus palas. Poco a poco, los alejamos del montón, y con alegría les guiamos al Hombre: Jesucristo. Esta es la esencia del ministerio personal.
Sin embargo, nuestra inclinación a sustituir al Rey por una cosa no muere fácilmente. Esta inclinación asoma su fea cabeza, incluso cuando buscamos respuestas en las Escrituras. Nos acercamos a la Biblia con la mentalidad de “¿dónde puedo encontrar un versículo sobre ?”. Nos olvidamos de que la única esperanza que los principios ofrecen se basa en la Persona, Jesucristo. Y nos olvidamos de que la Biblia no es una enciclopedia, sino la historia del plan de Dios para rescatar a la desesperada e impotente humanidad. Es una historia sobre personas que son rescatadas de su propia autosuficiencia y sabiduría y transportadas a un reino donde Jesús es el centro, y la verdadera esperanza está viva.
No podemos tratar a la Biblia como una serie de conocimientos terapéuticos. Esto distorsiona el mensaje y no dará lugar a un cambio perdurable. Si un sistema puede darnos lo que necesitamos, Jesús nunca hubiera venido. Pero Él vino porque lo que estaba mal con nosotros no podía arreglarse de otra manera. Él es la única respuesta, por lo que nunca debemos ofrecer un mensaje que sea menor que la buena noticia. Nosotros no le ofrecemos a la gente un sistema, le apuntamos a un Redentor. Él es la esperanza.
PORQUÉ LA ESPERANZA SE BASA EN UNA PERSONA
Si usted va a ayudar a alguien, usted necesita saber lo que está mal y cómo se puede arreglar.
Usted va a su mecánico de automóviles, ya que este puede determinar porqué su auto no está funcionando bien y ponerlo en marcha otra vez.
Cualquier punto de vista fiable sobre el cambio personal debe hacer lo mismo.
Debe diagnosticar correctamente lo que está mal con la gente y qué es necesario para que cambien.
Aquí es donde nuestra cultura se equivoca completamente. Al rechazar una perspectiva bíblica de la gente, el mundo elimina cualquier esperanza de responder con precisión a la pregunta “¿qué está mal?”.
Y si responde mal a esta pregunta, ¿cómo es posible que ofrezca una solución adecuada?
¿Por qué hacen las personas lo que hacen? ¿Es mi problema fundamentalmente un problema de información? ¿Es que un conjunto lógico y bien investigado de conocimientos ofrece la solución? ¿Está mi problema fundamental relacionado con las experiencias? ¿El tratar con mi pasado solucionará mi problema? ¿Es mi problema fundamentalmente biológico? ¿El ayudarme a lograr un equilibrio químico resolverá mi problema? ¿O hay algo mucho más grave conmigo por debajo de todas estas cosas? La respuesta de las Escrituras a esta última pregunta es un rotundo y claro “¡Sí!”.
Las Escrituras estarían de acuerdo en que mi problema es informativo, en el sentido de que no sé lo que necesito saber. También afirma el impacto de nuestras experiencias, a pesar de que sostiene que nuestro problema central precede a nuestra experiencia y va más profundo. La Biblia también reconoce la compleja interacción entre nuestra naturaleza física y espiritual, pero nunca ubica nuestro problema central en nuestra biología. De esta manera, la Biblia es radical en comparación con nuestra cultura.
La Biblia dice que nuestro problema central, la razón fundamental por la que hacemos lo que hacemos, es el pecado. ¿Qué quiere decir esto? La Escritura define el pecado como una condición que trae como resultado un comportamiento. Todos somos pecadores, y debido a esto, todos hacemos cosas pecaminosas. Por eso he dicho que nuestro problema central precede a nuestra experiencia. David lo capta bien en el Salmo 51: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (v. 5). David está diciendo, “Yo nací con un problema fundamental. Lo tenía mucho antes de mi primera experiencia. Hay algo mal en mi ser interior que afecta fundamentalmente la forma en que actúo como ser humano”. Esto tiene estruendosas implicaciones. El pecado es ineludible ya que es mi naturaleza como ser humano. Marca todo lo que pienso, digo y hago. Guiará mis deseos, mi respuesta a la autoridad, y mi toma de decisiones. Alterará mis valores, dirigirá mis esperanzas y sueños, y dará forma a toda interpretación que haga.
Si usted va a lidiar con sus propias dificultades o ayudar a otros que quieren tratar con ellas, tiene que corregir los pensamientos erróneos. Sí, debe lidiar con el sufrimiento del pasado y con las causas por las que el cuerpo no está funcionando correctamente, pero hay que hacer más. Debe ayudarles a conquistar el pecado que distorsiona todas estas experiencias. Consideremos dos ejemplos.
Pamela venía de un hogar muy abusivo. El peor momento del día era cuando su padre llegaba a casa del trabajo. Pamela trataba de estar fuera de la casa o muy bien escondida en su habitación, con el fin de mantenerse fuera de peligro. Estas fueron experiencias poderosamente influyentes. Debemos llorar con Pamela y debemos estar enojados con los daños causados en su contra. Pero debemos hacer más.
Al examinar las luchas actuales de Pamela, uno se da cuenta de que su problema no es solo su experiencia, sino como ella ha tratado con esta. Pamela es muy controladora, por lo que es difícil trabajar con ella o ser su amigo. Ella está constantemente discutiendo, siempre exigiendo que le den la razón. Ella está obsesionada con lo que la gente piensa de ella, lo que moldea todas las interacciones que tiene con los demás. Su lema personal es “¿Qué hay para mí?”. Ella es excesivamente crítica y juzga, y casi nunca le da a alguien el beneficio de la duda.
Pero cuando Pamela habla con usted, ella se presenta como alguien que sufre profundamente. Alega sentirse constantemente rechazada y sola. Se siente perpleja que la gente la vea intimidante. Ella siente que nadie respeta su opinión.
¿Qué está pasando con Pamela? ¿Son todos sus problemas presentes el resultado de su pasado? Claramente es más que eso. Pamela no solo está luchando con los horrores de su pasado, sino también con la forma en que ha tratado con ellos. Aquí es donde las Escrituras nos llevan siempre. Si el pecado es parte de nuestra naturaleza, siempre estaremos lidiando no solo con nuestro pasado, sino con cómo el pecado distorsiona la forma de tratarlo. La ayuda solo vendrá cuando nos ocupemos de nuestro pasado y de nuestro propio pecado. Esto es esencial porque los pecadores tienden a responder pecaminosamente cuando otros pecan contra ellos.
Por eso, la única esperanza de Pamela (y de nosotros) es un Redentor. No podemos salir de nuestra pecaminosidad. Necesitamos algo más que amor y aliento, información y entendimiento. Necesitamos rescate. Cualquier otra cosa no solucionará lo que realmente está mal en nosotros.
Considere una segunda persona, Marco. El padre de Marco era un anciano activo en su iglesia, y su mamá estaba comprometida con el ministerio. Se crió en un buen hogar cristiano donde el culto familiar era una experiencia compartida a diario. El padre de Marco trabajó duro y tuvo mucho éxito. Sus padres tenían una relación sólida y mantenían una buena comunicación con sus hijos. Marco fue a una escuela cristiana, y sus padres pudieron costearle una buena universidad. Sin embargo, no todo está bien con Marco.
En el momento de hablar con Marco, ha tenido una serie de puestos de trabajo a corto plazo y se ha casado dos veces. Está visiblemente molesto. Marco se queja de que vive en un mundo de idiotas que no tienen tiempo para escuchar a alguien que sabe lo que está haciendo. Dice que ha perdido sus empleos debido a que sus jefes se intimidaron por el hecho de que él sabía más sobre sus negocios que ellos mismos. Él considera a sus ex esposas como emocionalmente débiles, incapaces de vivir con alguien seguro de sí y que maneja tan bien su vida.
¿Es que la familia de origen de Marco ha influido en su vida presente? ¡Por supuesto! Pero otra vez, hay más cosas. Marco está luchando fundamentalmente contra Marco. El pecado no solo me hace responder pecaminosamente ante el sufrimiento, también me hace responder pecaminosamente ante la bendición. El niño inteligente se burla del niño tonto. El que es atleta se burla del chico con dos pies izquierdos. Hay algo tan mal dentro de nosotros que ni siquiera podemos manejar adecuadamente las bendiciones.
Marco necesita algo más que entendimiento. Tiene que ser rescatado de sí mismo, y para eso necesita un Redentor. Por eso no podemos simplemente ofrecer a la gente un sistema o darle consejos sobre cómo lidiar con su pasado. Debemos guiarles a un Redentor poderoso y presente. Él es nuestra única esperanza. ¡Él ha vencido el pecado por nosotros! ¡Él se complace en ofrecernos Su gracia que transforma corazones y cambia la vida!
Por eso Pablo escribe así intencionadamente en Colosenses 2:8, “Cuídense de que nadie los cautive con la vana y engañosa filosofía que sigue tradiciones humanas, la que va de acuerdo con los principios de este mundo y no conforme a Cristo” (NVI). La filosofía del mundo es engañosa porque no puede dar lo que promete. Puede estar bien investigada y presentada de forma lógica, pero no está centrada en Cristo. Debido a que el pecado (la condición) es lo que está mal, la verdadera esperanza y ayuda solo se puede encontrar en Él. Cualquier otra respuesta estará equivocada.
LO QUE EL PECADO NOS HACE
El pecado es la peor enfermedad, la gran psicosis. Usted solo no puede esquivarlo o derrotarlo. Mire a su alrededor y verá su marca en todas partes. El pecado complica lo que ya es complicado. La vida en un mundo caído es más ardua que como Dios la concibió, sin embargo nuestro pecado la hace peor. Lidiamos con mucho más que el sufrimiento, la enfermedad, la decepción y la muerte. Nuestro problema más profundo no es experiencial, biológico, o relacional, sino que es moral y lo altera todo. Este distorsiona nuestra identidad, altera nuestra perspectiva, descarrila nuestra conducta, y secuestra nuestra esperanza. Como Moisés notó al describir la cultura humana antes del diluvio, “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). Esto es lo que hace el pecado en nosotros. ¡Es la peor enfermedad!
Nuestro primer hijo fue un bebé increíblemente activo. Pasó sus días agarrando, pegado, y subiendo sobre mi esposa Luella, como si ella fuera el mejor parque infantil. Luego, a los ocho meses y medio, este niñito dio sus primeros pasos. En poco tiempo se movía por nuestra casa a una velocidad asombrosa. Recuerdo que pensé que no parecía algo normal. No debía estar caminando, ¡pero lo hacía!
Cuando un bebé comienza a caminar, necesita ser protegido de una serie de peligros en el hogar. Una forma de proteger a su hijo es ponerse de rodillas, mirarle a la cara, y advertirle sobre los peligros específicos. Usted lo lleva por toda la casa, y le señala las cosas que deben evitarse. Parecía una enorme pérdida de tiempo a su edad, pero seguí adelante y advertí a mi hijo acerca de los tomacorrientes en cada habitación. Yo le dije: “¡No los toques, y nunca introduzcas nada en ellos. Podría matarte!” Él me miró con una mirada en blanco, mientras que un dedo jugueteaba con su camiseta y el otro iba por la mitad de su nariz. Le pregunté si entendía, él asintió con la cabeza de una forma poco convincente, y salió tambaleándose a su próxima aventura de párvulo. Estaba seguro de que no había logrado nada.
Un par de días más tarde, yo estaba leyendo en la sala cuando por el rabillo del ojo vi a nuestro bebé que me miraba a escondidas. Me miró y luego a la pared, y luego a mí, repitiendo varias veces el ciclo. Cuando él pensó que yo estaba lo suficientemente distraído, salió disparado hacia el tomacorriente. Pero justo antes de que le diera el primer y emocionante toque, él hizo algo que me dejó sorprendido. Se detuvo, miró hacia atrás para ver si yo estaba mirando, y luego estiró su mano hacia el tomacorriente mientras yo saltaba en su ayuda.
Esa última mirada demostró que había comprendido mi conferencia para párvulos, que sabía que estaba actuando en contra de mi voluntad, que él estaba tratando de ocultar su rebelión, y que se sentía inexplicablemente atraído a lo que había sido claramente prohibido. Al menos tres de los elementos devastadores del pecado se muestran claramente en esta historieta.
Lo primero que el pecado produce es la rebelión. Esto es más que romper unas pocas reglas, es un defecto fundamental en mi carácter. No es algo que aprendo, nací con ello.
Yo no tuve que enseñar a mi niño a desear lo que estaba prohibido, ni a buscar una oportunidad para eludir la autoridad, e intentar alcanzar el “fruto prohibido”. Yo hago lo mismo, y usted también. Ya se trate de parquear en la zona de no estacionamiento, esquivar el impuesto sobre la renta, huir de mamá en la tienda de juguetes, negarse a someterse a los consejos de un anciano, o satisfacer la lujuria secreta; la rebelión está presente en cada uno de nosotros.
La rebelión es la tendencia innata a ceder ante las mentiras de autonomía, autosuficiencia y auto-enfoque. Trae como resultado una violación habitual de los límites dados por Dios. La autonomía dice: “Tengo el derecho de hacer lo que quiero cuando quiera hacerlo.” La autosuficiencia, dice: “Tengo todo lo que necesito en mí mismo, por lo que no necesito depender de nadie o someterme a nadie.” El auto-enfoque dice, “Yo soy el centro de mi mundo. Está bien vivir para mí mismo y hacer sólo lo que me dé felicidad.” Estas son las mentiras del Jardín, las mismas mentiras que Satanás ha susurrado a oídos dispuestos de generación en generación. Estas niegan nuestra estructura básica como seres humanos. No fuimos creados para ser autónomos. Fuimos diseñados para estar en sumisión diaria a Dios y vivir para Su gloria. Vivir fuera de este diseño no va a funcionar.
Este espíritu rebelde afecta la manera en que abordamos las dificultades y las bendiciones. La independencia, la autosuficiencia y el egoísmo nos llevan a pensar en nosotros primero y a saltar por encima de las cercas entre nosotros y nuestros deseos. Queremos el control y odiamos ser controlados. Queremos establecer las reglas y cambiarlas cada vez que nos convenga. En esencia, queremos ser Dios y gobernar nuestros mundos de acuerdo a nuestra propia voluntad. No importa en contra de qué más nos estamos rebelando, nuestra rebeldía, en última instancia, es dirigida hacia Dios. Nos negamos a reconocer Su autoridad, arrebatándole la gloria y usurpando Su derecho a gobernar.
El pecado también produce necedad en nosotros. La necedad cree que no hay ninguna perspectiva, visión, teoría, o “verdad” más fiable que la nuestra. Se cree la mentira de que sabemos más. Esto nos lleva a distorsionar la realidad y vivir en mundos creados por nosotros mismos. Es como si mirásemos la vida a través de un espejo curvo que distorsiona la imagen, convencidos de que podemos ver con claridad.
Mi niñito había sido advertido del peligro, pero en su necedad pensó que sabía más. La necedad controla al hombre que está cerrado al consejo de los demás y a la persona que ve poca necesidad de estudiar la Palabra de Dios. Esta necedad distorsiona nuestro sentido de identidad, destruye relaciones, retrasa el crecimiento y descarrila el cambio.
La necedad nos convence de que estamos bien, y que nuestras decisiones rebeldes e irracionales son correctas y son lo mejor. La necedad es un rechazo de nuestra naturaleza básica como seres humanos. Nunca fuimos creados para ser nuestra propia fuente de sabiduría. Fuimos diseñados para ser receptores de la revelación, dependientes de las verdades que Dios nos enseña, y para aplicar esas verdades en nuestras vidas. Fuimos creados para basar nuestras interpretaciones, opciones, y comportamientos en Su sabiduría. Vivir fuera de esto nunca va a funcionar.
Cuando David dice en el Salmo 14:1, “Dice el necio en su corazón: No hay Dios “, llega al fundamento de la necedad. Nuestra necedad es un rechazo a Dios, un deseo innato para reemplazar la sabiduría de Dios por la nuestra. Detrás de todo esto, queremos ser nuestros propios dioses y revelarnos a nosotros mismos toda la “verdad” que necesitamos.
Por último, el pecado nos hace incapaces de hacer lo que Dios ha dispuesto que hagamos. Esta incapacidad matiza cada situación y relación de nuestras vidas. No es sólo que no quiera hacer la voluntad de Dios, o que yo crea que mi forma es mejor, es que incluso cuando tengo las intenciones correctas, no puedo llevarlas a cabo. Siempre quedo lejos de los estándares de Dios.
¿Se ha preparado usted alguna vez para una conversación difícil con un amigo? Usted ensaya sus palabras y anticipa las posibles respuestas de la otra persona. Intenta identificar dónde la conversación podría complicarse y se prepara para no decir algo de lo que se arrepentirá. Usted no quiere “estropearlo” en esta ocasión. Pero cuando se tiene la conversación, en medio de ella, algo sucede. La otra persona le hiere, los picos de temperatura emocional suben, y usted lo ataca con todo. ¡Después del incidente, usted no lo puedo creer! ¡Hizo exactamente lo que había decidido no hacer!
El apóstol Pablo captura poderosamente esta experiencia en Romanos 7: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, esto hago”. ¿No ha pasado usted por esto también? Pablo continúa, “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios, pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (vers. 19, 21–23). Pablo dice en efecto: “Aun cuando deseo someterme a la autoridad de Dios y escuchar Su sabiduría, ¡termino haciendo lo que está mal! ¡Fracaso a pesar de mis buenas intenciones!”.
No es solo que somos rebeldes y tontos. El pecado nos hace moralmente cuadripléjicos. Somos intrínsecamente incapaces de hacer lo correcto. ¿Quién de nosotros podría decir que nuestra ira hacia nuestros amigos siempre ha sido justa? ¿Qué esposo podría decir que siempre ha amado a su esposa como Cristo amó a la iglesia? ¿Qué persona ama consistentemente a su prójimo como a sí mismo? Fallamos en estas cosas, incluso cuando queremos hacer el bien, porque el pecado ha atrofiado nuestros músculos morales. Simplemente no podemos hacer el bien para el cual fuimos creados. Este es uno de los resultados más trágicos de la enfermedad más grave, el pecado.
Como seres humanos, no podemos caminar por la vida por nuestra cuenta. Necesitamos rescate, sanidad y perdón. En resumen, necesitamos a Dios. Necesitamos las buenas noticias, la noticia del Rey que ha venido para hacer que un cambio perdurable sea posible. Solamente esto es nuestra esperanza personal y la base de nuestro ministerio a los demás.
La buena noticia del reino no es la ausencia de dificultades, sufrimientos y pérdidas. Es la noticia de un Redentor que ha venido a rescatarme de mí mismo. Su rescate produce cambios que, fundamentalmente, modifican mi respuesta a estas realidades ineludibles. El Redentor convierte rebeldes en discípulos, y necios en oyentes humildes. Hace que paralíticos caminen de nuevo. En Él podemos enfrentar la vida y responder con fe, amor y esperanza. Y a medida que Él nos cambia, nos permite ser parte de lo que está obrando en la vida de los demás. A medida que usted responde a la obra del Redentor en su vida, usted puede aprender a ser un instrumento en Sus manos.