El poder santificador de su gloria

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                                               El poder santificador de la presencia de Dios

                                                           Perícopa: Éxodo 29: 38-43

            38Esto es lo que ofrecerás sobre el altar: dos corderos de un año cada día, continuamente. 39Ofrecerás uno de los corderos por la mañana, y el otro cordero ofrecerás a la caída de la tarde. 40Además, con cada cordero una décima parte de un efa de flor de harina amasada con la cuarta parte de un hin de aceite de olivas machacadas; y para la libación, la cuarta parte de un hin de vino. 41Y ofrecerás el otro cordero a la caída de la tarde, haciendo conforme a la ofrenda de la mañana, y conforme a su libación, en olor grato; ofrenda encendida a Jehová. 42Esto será el holocausto continuo por vuestras generaciones, a la puerta del tabernáculo de reunión, delante de Jehová, en el cual me reuniré con vosotros, para hablaros allí. 43Allí me reuniré con los hijos de Israel; y el lugar será santificado con mi gloria. 44Y santificaré el tabernáculo de reunión y el altar; santificaré asimismo a Aarón y a sus hijos, para que sean mis sacerdotes. 45Y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios. 46Y conocerán que yo soy Jehová su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto, para habitar en medio de ellos. Yo Jehová su Dios. [1]

Introducción:

1.0. Una de las enseñanzas fundamentales de la Escritura es la doctrina de la santidad. La santidad no es un mero accesorio, una cualidad más en el reparto de nuestra personalidad sino que es un requisito indispensable para poder acercarnos a Dios y agradarle. El autor de la carta a los Hebreos nos advierte: «Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Hebreos 12. 14). También el apóstol Pedro, citando el Antiguo Testamento, nos hace claro que la santidad no era una demanda solo del antiguo pacto «sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir» (I Pedro 1.15).

2.0. Siendo esto así, surge como es normal una preocupación legítima en la vida de todo creyente que puede expresarse en forma de interrogante: ¿Cómo puedo alcanzar esa santidad que Dios demanda de aquellos que se acercan a Él? A responder esa interrogante que dedico este mensaje. Ya que Dios no nos ha dejado a oscuras ni a la merced del capricho del intelecto humano sino que Él mismo ha hecho la demanda y Él mismo ha provisto los medios para satisfacerla.

3.0. He oído decir a algunos que Dios jamás nos demanda algo que no podemos cumplir. Sin embargo, desde el punto de vista de las Escrituras esa declaración no es cierta. Dios nos demanda cosas no que no podemos cumplir sino cosas que no podemos cumplir, hacer o alcanzar sin su poder. Esta es la gran diferencia. Lo necesitamos a Él para poder allegarnos a Él. Ya lo  expresó Agustín en una oración hermosa de su libro, Confesiones: “Haz pues, Señor, que yo te busque y te invoque; y que te invoque creyendo en ti, pues ya he escuchado tu predicación. Te invoca mi fe. Esa fe que tú me has dado.”9 Pasemos, pues, a la búsqueda de esta santidad.

I.                   Ante todo, la santidad señala a la obra de la Cruz como su base. 

1.      El holocausto continuo era una demanda de Dios a su pueblo para que este pudiera allegarse a Él. La muerte de los dos corderos y el derramamiento de su sangre apuntaba a la obra expiatoria de Cristo. En este acto se encerraba el reconocimiento del pecado y de que la única forma en que el hombre podía ser absuelto de su culpa era por medio de la muerte.

2.      Las ordenanzas que acompañaban al holocausto representan la gratitud y la adoración verdadera. La ofrenda y la libación, es decir, el derramamiento del vino son tipos del gozo y la bendición que experimenta el creyente al ser redimido.

3.      El holocausto debía ser ofrecido «a la puerta del tabernáculo de reunión, delante de Jehová». (v.42). Era el lugar de reunión, donde Dios salía a encontrarse con el hombre. Una vez más, no puede haber comunión entre Dios y el hombre sin sacrificio. Pablo nos dice: «Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo». (Efesios 2.13). Solo cuando el pecado ha sido removido puede el hombre a aspirar a tener comunión con Dios. El versículo termina diciendo: «para hablaros allí». Cuando aceptamos el veredicto de Dios sobre nuestro pecado y la provisión que Él ha hecho para nosotros, entonces y solo entonces,  se produce el diálogo.

II.                La santidad solo viene como consecuencia de la presencia de Dios.

1.      La cruz abre el camino para la presencia de Dios. Esta presencia es la que nos capacita para poder ser santos. Lo único que puede garantizar que vivamos en santidad es el poder mismo de Dios en nuestras vidas. El viene no como un invitado ocasional. Dios no es un huésped invisible sino el Señor y Soberano que lo llena todo.

2.      La santidad es producto de la gloria de Dios en nuestras vidas. La palabra gloria viene de una palabra hebrea que significa «peso» o «valor» y se refiere a la excelencia y la perfección de los atributos de Dios[2]. Cuando somos llenos de Dios su gloria comienza a manifestarse y junto con ello la transformación de nuestro carácter.

III.             La santidad produce funcionalidad.

1.      Para Dios no hay santos inútiles. Los santos son gente que produce. Que hacen algo en y para el reino.

2.      La santidad nos lleva al servicio: «para que sean mis sacerdotes» (v.44).

IV.             La santidad hace viable el conocimiento de Dios.

1.      Jesús dijo: «Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad» (Juan 17.17) y en el capítulo 14 y versículo 6: «Yo soy…la verdad». Por lo que podemos colegir que la santidad se da en un dialogo constante con la verdad, esto es, en una relación. Una relación en la cual llegamos a conocer al Dios que adoramos.  

2.       Ese conocimiento nos preserva del mal.

3.      Nos hace humildes.

4.      Nos hace aptos para la revelación divina.

V.                La santidad es la condición sine qua non para que podamos ser la habitación de Dios.

1.      El tabernáculo del antiguo pacto era solo el tipo de nuestro ser. Ahora somos el tabernáculo de Dios. El quiere habitar entre nosotros y en nosotros.

2.      La santidad nos hace aptos para la adoración.

3.      Para gozar de su presencia.

Conclusión:

            R.C. Sproul en su libro, La santidad de Dios, relata como una noche, mientras estudiaba en la universidad, fue despertado por un sentido intenso de urgencia espiritual. Fue a la capilla de la universidad y comenzó a orar. Allí, fue invadido por la presencia de Dios. Sin embargo, lo que más le impactó de esta experiencia no fue lo inusual de la misma ni tampoco el poder que sobrecogió todo su ser, sino el terror que inundó su ser ante la presencia de Dios. Y es que amados, la santidad hace que descubramos nuestra miseria espiritual y la grandeza del Dios a quien servimos. Por lo que cierro este mensaje con las palabras de Levítico 11: 45: «Porque yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: seréis, pues, santos, porque yo soy santo».    

             


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[1]Reina Valera Revisada (1960). 1998 (Ex 29.38-46). Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.

9 Ibíd., p. 14, Libro 1, Capítulo 1.

[2] Nuevo Diccionario Bíblico Certeza; «gloria».

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