En Lucas capítulo 15 encontramos las muy conocidas parábolas que hablan del rescate y quiero basarme en dos de ellas en esta ocasión. Parece que, por lo menos, las dos primeras parábolas del cap. 15, y posiblemente también la tercera, fueron pronunciadas en una misma ocasión (PVGM 151), en los campos de pastoreo de Perea (PVGM 145). En este momento sólo faltaban unos dos meses para la crucifixión. Jesús expuso en estas parábolas el significado de este acontecimiento. Iniciando los primeros versículos vemos como Jesús casi siempre se encontraba entre las personas más necesitadas y dentro de los necesitados siempre habían personas imperfectas, personas pecadoras (como todos), personas que eran considerados de lo más bajo de la sociedad y esto llamaba la atención de los fariseos y escribas que criticaban a Jesús porque según ellos si Jesús era quien decía ser o sea el Mesías era algo inexplicable que él se relacionara con ese tipo de personas y la primera referencia que deseo hacer en esta parte es que se puede comparar esta sección del relato con la iglesia y usted se preguntará ¿Cómo así? pues, si lo analizamos desde este punto de vista ¿quienes somos las personas que estamos en la iglesia? existen de todo tipo de personas: Es probable que entre los “pecadores” estuvieran los que no pretendían buscar la justicia de acuerdo a la forma prescrita por la tradición rabínica, junto con las rameras, los adúlteros y otros cuyas vidas violaban abiertamente la ley y por otro lado estaban los fariseos que también consideraban que el pueblo común, el ʻam haʼárets, “gente de la tierra”, que no había tenido el privilegio de recibir una educación rabínica eran pecadores y estaban excluidos de ser considerados como respetables. El nombre fariseo significa que los miembros de ese partido se consideraban superiores al pueblo común, y se daba por sentado que eran más justos que la gente común. Si lo vemos desde el punto de vista de la iglesia vemos que la iglesia es un hospital, donde encontramos personas enfermas de carácter, personas que se sienten solas, personas que lloran, personas que se equivocan y de todo tipo y características que reflejan nuestra pecaminosidad, por otro lado es posible que estén aquellos que por alguna razón consideran que son mejores que otros (esto sin ofender a nadie) y no se ven preocupados en lo más mínimo en el rescate de aquellos que están en el camino de la perdición o que se han alejado del camino de la verdad. Es en este entorno en el cual se desarrolla la primera parábola en donde se dice: 4¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? 5 Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; 6 y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. La cría de ovejas era común en los collados de Perea, y en esta ocasión es indudable que muchos de los que escuchaban recordaron experiencias cuando habían ido a buscar ovejas perdidas. Aquí se habla de 100 ovejitas que se consideraba como un rebaño bastante grande y la pérdida de una oveja podría parecer algo relativamente pequeño, pero para el dueño del rebaño la pérdida de sólo una oveja era motivo de seria preocupación (cf. Juan 10:11). Los pastores de Palestina solían conocer a cada oveja y las cuidaban una por una y no en conjunto; no sólo esto, sino que la pérdida de una sola oveja equivalía a una diferencia apreciable en sus ingresos. Es evidente que la oveja de la parábola se perdió debido a su propia ignorancia y necedad, y ya perdida era completamente impotente para regresar al redil. Se daba cuenta que estaba perdida, pero no sabía qué hacer. La oveja perdida representa al pecador individualmente y al mundo en general (PVGM 149). Esta parábola enseña que Jesús habría muerto aun cuando hubiera existido tan sólo un pecador, así como murió por el único mundo que pecó. La parábola comienza con una pregunta (cf. 14,28.31). El que la oye juzgará por su propia experiencia. El pastor obra como dice Jesús. Toma sobre sí toda solicitud y fatiga por cada animal descarriado de su rebaño, como si no tuviera otro, como si no contaran los otros noventa y nueve. Ninguno le es indiferente, no quiere perder ni uno solo. Que le queden noventa y nueve no le resarce de la pérdida de uno. El pastor pone sobre sus hombros la oveja hallada. Esto está observado de la vida misma. Cuando la oveja se extravía del rebaño, va corriendo sin meta de una parte a otra, se echa al suelo sin fuerzas y es preciso cargar con ella. El pastor la trata con más delicadeza que a las otras. Sin embargo, la búsqueda por un terreno montañoso y pedregoso le impone esfuerzos y fatigas. Pero todo lo olvida cuando recobra la oveja perdida. Su alegría es tan grande que no puede guardarla para sí. La anuncia a los amigos y vecinos. Una y otra vez tiene que repetir: Ya encontré la oveja que se me había perdido. Como se alegra el pastor por una única oveja que se había perdido y se ha vuelto a encontrar, así se alegra Dios por uno solo que era pecador y se convierte. Así es Dios. Ni un solo pecador le es indiferente. No se consuela con los muchos justos. Busca al pecador, también éste es suyo; nunca lo abandona. Le causa preocupación y dolor, aun cuando va por caminos extraviados. Cuando el pecador extraviado se convierte y se deja encontrar, no le aguardan reproches, recelos ni duras prescripciones. Dios salva, perdona, recibe en casa con alegría y con toda clase de demostraciones de amor. «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que el que cree en él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Joh_3:16).