LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
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INTRODUCCIÓN
El capítulo trece de Mateo inicia con estas palabras:
“Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar”.
Esta afirmación claramente mira hacia atrás al capítulo anterior, donde el Espíritu Santo nos ha descrito las diversas etapas del rechazo de Israel hacia su Rey.
Al principio de Mateo 12 encontramos a los fariseos desafiando a los discípulos de Cristo porque habían arrancado las espigas de maíz en el día de reposo, lo cual es seguido por la defensa que el Señor hace a favor de ellos.
A continuación se nos dice:
“Y salidos los fariseos, tuvieron consejo contra Jesús para destruirle” (v. 14).
Esta es la primera vez que leemos algo como esto en el Evangelio de Mateo.Después en los vv. 22–24
se nos dice:
“Entonces fue traído a él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba”.
Hasta ese momento era el milagro más notable que el Señor Jesús había realizado; de hecho, fueron tres milagros en uno.
Se produjo tal impresión sobre aquellos que lo presenciaron que se nos dice: “toda la gente estaba atónita, y decía:
¿Será éste aquel Hijo de David?”
no dijeron
“¿Será éste aquel Hijo de Dios?”
sino
“aquel Hijo de David”,
es decir, el Mesías mismo.
A continuación se nos dice:
“Mas los fariseos, al oírlo, decían: Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios”
—ahí cometieron el pecado para el cual no había ningún perdón.
Tras la condena de nuestro Señor a los fariseos por su blasfemia imperdonable, se nos dice:
“Entonces respondieron algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de ti señal” (v. 38).
Su respuesta fue que la única señal que se debería de dar a esa generación malvada y adúltera debía ser
“la señal del profeta Jonás”,
es decir, que después de tres días en el lugar de la muerte, el Siervo de Dios debería venir e ir a los gentiles.
Después de esto, el Señor pronunció solemnemente el juicio venidero del cielo sobre esa generación malvada, y así su postrer estado sería peor que el primero (vv. 43–45).
El capítulo cierra diciéndonos que mientras Cristo aún hablaba a la gente, uno le dijo:
“Mientras él aún hablaba a la gente, he aquí su madre y sus hermanos estaban afuera, y le querían hablar. Y le dijo uno: He aquí tu madre y tus hermanos están afuera, y te quieren hablar.
Respondiendo él al que le decía esto, dijo:
¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?
Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos.
Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre” (vv. 46–50).
Esta fue una ruptura de lazos carnales que denotaba la ruptura del Salvador con Israel y anunciaba que a partir de ahora sólo reconocería como parientes a aquellos que hicieran la voluntad de su Padre que estaba en el cielo.
Por tanto, observaremos que las primeras palabras de Mateo 13 suministran la primera clave para la interpretación de lo que sigue.
Las parábolas de este capítulo fueron pronunciadas por Cristo “el mismo día” que los fariseos tuvieron consejo para destruirlo, cuando cometieron el pecado imperdonable, cuando pronunció el juicio solemne sobre la nación, y cuando cortó los lazos carnales que le unían a los judíos y dio a entender que de ahí en adelante deberían ser un pueblo unido a él por lazos espirituales.
Así, la relación entre Mateo 12 y Mateo 13 es aquella de causa y efecto; en otras palabras, Mateo 12 da a conocer la causa que dio lugar a que Cristo actuara como lo hizo en el capítulo trece; la causa fue el rechazo de Israel a su Rey y el rechazo de él hacia ellos. Su actuar en Mateo 13:1 fue indicativo de una gran crisis dispensacional, fue un anticipo de lo que se encuentra desarrollado en detalle en el libro de Hechos
—Dios, temporalmente, alejándose de los judíos y volviéndose a los gentiles.
“Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar”.
La “casa” es el lugar de la relación ordenada y los vínculos naturales.
Esta fue abandonada, ¡Jesús “salió” de ella! Simbólicamente fue una confirmación de sus propias palabras al final de el vínculo que le había atado a los judíos ahora estaba roto.
43 Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla.
La siguiente acción de Cristo fue tomar su lugar junto al mar.
Esto también tuvo un profundo significado simbólico para los que tenían ojos para ver.
El “mar” habla del hombre caído en la inquietud y la esterilidad de la naturaleza, del hombre separado de Dios, y por tanto de los gentiles (F. W. G.). Si el lector se dirige a Daniel y Apocalipsis etc., encontrará ahí esta ilustración definida.
12 Habían también quitado a las otras bestias su dominio, pero les había sido prolongada la vida hasta cierto tiempo.
15 Me dijo también: Las aguas que has visto donde la ramera se sienta, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas.
LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
“Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar”.
El lector cuidadoso notará una omisión aquí, a saber, que esta parábola no comienza con las palabras “el reino de los cielos es semejante a”.
Esto no puede ser así sin una buena razón, porque lo que se omite en la Sagrada Escritura es en muchas ocasiones tan significativo como lo que se registra. Cada una de las seis parábolas que siguen empieza con esta cláusula.
La razón por la que es dejada de lado al comienzo de la primera no es difícil de explicar.
Como lo hemos demostrado en un artículo anterior, “el reino de los cielos” es una expresión que, en la dispensación actual, hace referencia a la cristiandad, la esfera de la profesión cristiana, ese círculo donde la soberanía de Cristo es reconocida públicamente.
Pero el “reino de los cielos” no asumió esta forma sino hasta después de que Cristo volvió al Padre.
Por lo tanto, debido a que esta primera parábola contempla el período de tiempo cubierto por el ministerio terrenal de nuestro Señor, estas palabras son omitidas apropiadamente.
La primera parábola constituye una introducción a las que siguen, describe la obra de Cristo como preparación para el establecimiento de su reino entre los gentiles, aunque el principio de esta es de una aplicación más amplia.
“He aquí, el sembrador salió a sembrar”.
En Marcos 4:3 encontramos que esta misma parábola es introducida por las palabras: “Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar”.
Esta palabra “oíd” indicaba que el Salvador estaba a punto de comunicar algo de inusual importancia.
La figura que estaba usando era tan simple como para ser casi insignificante, por lo que existía el peligro de que sus oyentes la consideraran como de poca importancia; por lo tanto el “¡oíd!” y el “he aquí” fueron formulados para captar la atención; son palabras que nos exigen reflexionar cuidadosamente en lo que sigue.
La acción de Cristo al inicio de esta parábola fue tanto trágica como bienaventurada.
Hablando desde una perspectiva humana, debió haber sido como “un cosechador que salía a cosechar” o “un agricultor que salía a recoger sus frutos”.
Por mil quinientos años hubo una siembra abundante de la semilla en Israel, por medio de Moisés, David, los profetas, y por último Juan el Bautista.
Pero no hubo cosecha para Jehová. Es esto lo que se expresa de manera conmovedora en Isaías 5:
“Tenía mi amado una viña en una ladera fértil.
La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres” (vv. 1, 2).
La bienaventuranza de la acción de Cristo aquí es vista en su condescendencia y gracia maravillosas al rebajarse tanto como para tomar el humilde lugar de un “sembrador”, de ahí el “he aquí”.
Las palabras “salió a sembrar” o como dice el evangelio de Marcos “salió” fueron indicativas del gran cambio dispensacional que pronto iba a ser introducido.
Ya no iba a ser una plantación de vides o higueras en Israel, sino un derramamiento de la misericordia de Dios hacia los gentiles; por lo tanto, lo que tenemos aquí es el esparcimiento de la semilla en el campo en general, como el versículo 38 nos dice:
“el campo es el mundo”.
Un gran propósito de esta primera parábola es enseñarnos la medida del éxito que el evangelio recibiría entre los gentiles. En otras palabras, se nos muestra lo que serían los resultados de este esparcimiento de la semilla.
En primer lugar, la mayor parte de la tierra sobre la que cayó resultaría desfavorable: los suelos duros, de poca profundidad y espinosos, eran inadecuados para la productividad.
En segundo lugar, nos toparíamos con oposición externa, las aves del cielo vendrían y la arrebatarían.
En tercer lugar, el sol quemaría, y se marchitarían aquellas semillas con humedad insuficiente en sus raíces. Sólo una fracción de las semillas sembradas producirían algún crecimiento, y por lo tanto, todas las expectativas para el último triunfo universal del evangelio fueron retiradas.
La clara enseñanza de nuestra presente parábola debería disipar inmediatamente los sueños optimistas pero vanos de los post-milenaristas.
Esta responde con claridad y de manera concluyente las siguientes preguntas:
¿Cuál debe ser el resultado del esparcimiento de la semilla?
¿La recibirá todo el mundo y producirá fruto cada parte del campo?
¿La semilla brotará y producirá una cosecha universal, de modo que no se pierda un solo grano de la misma?
Nuestro Salvador nos dice explícitamente que la mayor parte de la semilla no produce ningún fruto, por lo que ninguna conquista mundial por medio del evangelio, en la cristianización de la raza, ha de ser buscada.
Tampoco había ningún indicio de que, mientras la era avanzaba, habría algún cambio, y que los sembradores posteriores se encontrarían con un mayor éxito, por lo que los oyentes de junto al camino, de los pedregales y de la tierra espinosa dejarían de existir o rara vez serían encontrados.
En lugar de eso, el Señor mismo claramente nos advirtió que en lugar de que los frutos del evangelio mostraran un aumento, habría una disminución notable; cuando habló del fruto producido dijo:
“y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (v. 23).
Estas palabras son demasiado claras para ser mal entendidas.
Creemos que el “ciento” se refería a la cosecha producida en los días de los apóstoles; el “sesenta” al tiempo de la Reforma; y el “treinta” a los días en los que estamos viviendo ahora. La historia de los últimos diecinueve siglos ha atestiguado el cumplimiento de la profecía de Cristo; ¡sólo un porcentaje en cualquier país, ciudad o pueblo ha respondido al evangelio!La mayor parte de los detalles de esta parábola se refieren no al Sembrador o a la semilla, sino a los distintos tipos de suelo en los que la semilla cayó.
En su interpretación, el Señor Jesús explicó los diferentes tipos de suelo como la representación de las diversas clases de aquellos que escuchan la Palabra.
Son cuatro en número, y pueden ser clasificados como de corazón duro, de corazón poco profundo, de corazón a medias y de todo corazón.
Es importante ver que en la parábola, Cristo no está hablando desde el punto de vista de los consejos divinos, porque no puede haber ningún fallo ahí, sino desde el punto de vista de la responsabilidad humana.
Lo que tenemos aquí es la Palabra del reino dirigida a la responsabilidad del hombre, el efecto que tiene sobre él, y su respuesta. Veamos ahora brevemente cada clase por separado:1.
Los oidores de junto al camino. “Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron… cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino” (vv. 4, 19).
Aquí, el corazón que recibe la semilla no es receptivo y tampoco responde. Es como la vía pública, endurecido por el tráfico constante del mundo.
Aunque se dice que la Palabra es “sembrada en su corazón”, esta no encuentra un alojamiento real en él, y esto es lo que la hace tan solemne.
La “palabra implantada” es aquella que es recibida “con mansedumbre”, y para ello debe hacerse a un lado “toda inmundicia y abundancia de malicia” (Sgo 1:21).
Es en este punto que entra la responsabilidad del individuo, la responsabilidad de aquel que escucha la Palabra.
Debe tenerse en cuenta que es “cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, cuando viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón”.
Aquellos que oyen la Palabra son responsables de “entenderla”.
Es cierto que el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, pero debería; y que para él son “locura”, pero no debe ser así.
Como se nos dice en 1 Corintios 8:2, “si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo”.
La comprensión de la Palabra sólo se obtiene de parte de Dios, y es responsabilidad de todos los que guardan y leen su Palabra clamar a él: “Enséñame tú lo que yo no veo” (Job 34:32).
Su promesa es que “enseñará a los mansos su carrera” (Sal 25:9).
Pero si no hay humildad del corazón delante de Dios, ni búsqueda de la sabiduría de lo alto, entonces no habrá ninguna “comprensión” de la Palabra y el diablo “arrebatará” lo que hemos oído o leído, ¡pero sólo nosotros tendremos la culpa!2.
Los oyentes de la tierra pedregosa.
“Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó…
Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (vv. 5, 6, 20, 21).
El tipo de suelo al que se hace referencia aquí, es aquel en donde la base es de roca, con sólo una fina capa de tierra encima.
En este suelo poco profundo la semilla es recibida, pero el crecimiento es superficial.
La interpretación de nuestro Señor de inmediato identifica la clase específica de oyentes que están a la vista aquí.
Al principio prometen mucho, pero más tarde resultan muy decepcionantes.
Lo que tenemos aquí es la falta de profundidad.
Las emociones han sido movidas, pero la conciencia no ha sido examinada; hay un “gozo” natural, pero sin convicción profunda o verdadero arrepentimiento.
Cuando se realiza una obra divina de gracia en un alma, los primeros efectos de la Palabra sobre ella no son producir paz y gozo, sino contrición, humildad y tristeza.
Lo triste es que hoy en día casi todo lo relacionado con el esfuerzo evangelístico moderno (?) se calcula sólo para producir esta clase de oyente. El canto alegre, el sentimentalismo de los himnos (?), las apelaciones a las emociones del predicador, la demanda de “resultados” visibles y rápidos de las iglesias, no producen más que retornos superficiales.
Se insta a los pecadores a tomar una “decisión” rápida, son apresurados a adoptar la “postura del penitente”, y luego se les da la seguridad de que todo está bien con ellos; la pobre alma engañada se va con un “gozo” falso y efímero.
Lo más lamentable es que muchos en el pueblo del Señor apoyan y favorecen esta parodia del verdadero ministerio del evangelio, la cual deshonra a Cristo y engaña a las almas.
“Es de corta duración”.
“Esta es la carne en su tono más claro, capaz de llegar tan cerca del reino de Dios, y más aún, manifestar su naturaleza sin esperanza.
Hay una roca inquebrantable detrás que nunca cede a la Palabra ni le da alojamiento; la clase de oyentes representados aquí son nacidos sólo de la carne.
Dejan que las cosas sean exteriormente favorables a la profesión, es evidente que el número de éstos puede multiplicarse en gran medida, y pueden pegarse como hojas muertas a un árbol que no ha tenido ninguna sacudida brusca para quitárselas de encima.
Pero la vida no es mejor en ellos”.3. Los oyentes de la tierra espinosa.
“Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron… el que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (vv. 7, 22).
En Marcos 4:19 se nombran las “codicias de otras cosas” y en Lucas 8:14 los “placeres de la vida” como obstáculos adicionales representados por “espinas”.
Aquí no son tanto las causas internas sino las trampas externas las que hacen que esta tercera clase de oyentes sea infructuosa.Así, el Señor ha dado a conocer aquí qué es lo que, desde el punto de vista humano, hace que gran parte de la semilla sembrada sea improductiva.
Las razones por las que la predicación de la Palabra no produce una cosecha espiritual en todos los que la escuchan son:
primero
la dureza natural del corazón del hombre y la oposición resultante de Satanás
segundo
la superficialidad de la carne; tercero, las atracciones y distracciones del mundo.
Estas son las cosas que producen esterilidad y están escritas como advertencia y para el aprendizaje del cristiano. Los siervos de Cristo son también instruidos para saber qué esperar y estar informados de lo que se opondrá a su labor —el diablo, la carne y el mundo.4.
Los oyentes de la buena tierra. “Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto… el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (vv. 8, 23).
Debe ser observado cuidadosamente que cuando definió al oyente de la buena tierra, Cristo no dijo “este es aquel en quien una obra divina de gracia ha sido forjada” o “cuyo corazón ha sido hecho receptivo por la operación del Espíritu Santo”.
Lo cierto es que esto debe preceder a cualquier recepción de la Palabra por parte del pecador para que se vuelva fructífero, sin embargo, este no es el aspecto particular de la verdad con la que Cristo está tratando aquí. Como ya se ha dicho, él no está hablando aquí del cumplimiento de los designios de Dios, sino desde el punto de vista de la responsabilidad humana.
Lo que el Señor está dando a conocer aquí es aquello que el oyente de la Palabra debe procurar gracia para hacer, si es que realmente quiere ser fructífero.
Los registros complementarios de esta parábola que ofrecen Marcos y Lucas deben ser cuidadosamente comparados.
En Lucas 8:15 se nos dice primero que la Palabra debe ser recibida con “corazón bueno y recto”.
En segundo lugar, que la “retienen”.
Y en tercer lugar, que “dan fruto con perseverancia”.
Tales son las condiciones del dar fruto: una mente sin prejuicios y un corazón abierto; la comprensión de la Palabra recibida y la perseverancia, aferrándonos a ella firmemente.Para terminar permítame llamar su atención a una o dos lecciones prácticas inculcadas por esta parábola.
En primer lugar, la preciosura de la semilla.
Si hubiera solo un grano de trigo que quedara en el mundo hoy, y se perdiera, ni aún todos los esfuerzos del hombre podrían reproducirlo.
Así es con la Palabra, si nos fuera arrebatada, ni todo el ingenio y la sabiduría del hombre podría reemplazarla.
Entonces valorémosla, amémosla y estudiémosla más.
En segundo lugar, la discreción del sembrador.
En la parábola no se nos dice casi nada acerca de él, solo el simple hecho de que él sembró la semilla.
El énfasis está sobre la semilla, los distintos tipos de suelo, los obstáculos y las condiciones para dar fruto.
¿Por qué es esto así?
Porque la personalidad del sembrador y el método de siembra son de una importancia secundaria.
¡Un niño pequeño puede dejar caer una semilla tan eficazmente como un hombre; el viento puede llevársela, y conseguir tanto como si un ángel la hubiera plantado! Todos, no solamente los predicadores, pueden ser “sembradores”.
En tercer lugar
las condiciones para dar fruto. Hay mucho “pedregal” en el jardín de cada una de nuestras almas: entonces no despreciemos el martillo y el arado de Dios. ¡Hay muchas “espinas” en cada una de nuestras vidas que deben ser arrancadas si ha de haber más espacio para el fruto!
Por último, es necesario que haya mucha oración para tener “entendimiento”, “paciencia” y el atesoramiento de la Palabra en nuestros corazones con el propósito de “guardarla”.
En cuarto lugar
la plenitud de la parábola.
Hay algunos que condenan la idea de que debemos buscar un significado a cada detalle en las parábolas de nuestro Señor, y nos dicen que deberíamos contentarnos con el descubrimiento de su significado general.
Pero tal concepción vaga es manifiestamente condenada por el propio ejemplo de Cristo.
En su interpretación dio un significado a cada detalle; y no sólo esto, sino que mediante la comparación de los tres registros de esta parábola, ¡aprendemos que las “espinas” representan por lo menos cuatro cosas distintas!
¡Esto nos muestra la necesidad de estudiar con cuidado y meditar en oración sobre cada jota y tilde de la Sagrada Escritura!