JEHOVA HA HECHO GRACIA

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De los cuatro evangelios que tenemos en la Biblia, el de Juan es el que pone más énfasis en el origen divino y eterno de Jesucristo. Comienza por afirmar que «antes de que todo comenzara ya existía aquel que es la Palabra» (1.1), y añade que «aquel que es la Palabra habitó entre nosotros y fue como uno de nosotros» (1.14). Con un lenguaje sencillo, pero con mucho significado, el autor pasa inmediatamente a identificar a «aquel que es la Palabra» con Jesús, «el Hijo de Dios y el Rey de Israel» (1.43-49).

A partir de esta confesión de fe, el autor dedica los siguientes once capítulos a demostrar el poder de Jesús para realizar milagros: convierte el agua en vino (2.1-11), sana al hijo de un oficial romano (4.43-54), hace caminar a un paralítico (5.1-18), da de comer a más de cinco mil personas (6.1-14), camina sobre el agua (6.16-20), perdona pecados (8.2-11), hace que un ciego pueda ver (9.1-11), y también hace que un muerto vuelva a la vida (11.1-44).

En los siguientes cinco capítulos, el autor muestra a Jesús hablando con sus discípulos y dándose a conocer. Ya no los trata como discípulos sino como amigos (15.15), y por lo tanto les habla con toda claridad (16.25-30), y pide a Dios el Padre que los cuide y los mantenga unidos, como unidos están Dios y Jesús (17.1-26).

Una de las características de este evangelio es la identificación que Jesús hace de sí mismo. él es «el pan que da vida» (6.35), «la luz que alumbra a todos los que viven en este mundo» (8.12), «el buen pastor» (10.11), «el que da la vida y el que hace que los muertos vuelvan a vivir» (11.25), «el camino, la verdad y la vida» (14.6), y «la vid verdadera» (15.1).

El evangelio de Juan contiene estas y otras grandes verdades acerca de Jesucristo, las cuales bien pueden resumirse en sus propias palabras: «Dios amó tanto a la gente de este mundo, que me entregó a mí, que soy su único Hijo, para que todo el que crea en mí no muera, sino que tenga vida eterna» (3.16). Esto fue lo que llevó al autor de este evangelio a dejarnos por escrito esta gran verdad, para que creamos «que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios», y así recibamos «la vida eterna» (20.31).

Juan 1:1–14 NVI
En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla. Vino un hombre llamado Juan. Dios lo envió como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por medio de él todos creyeran. Juan no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz. Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo. El que era la luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció. Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan 15:16 NVI
No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre.
Tito 1:1 NVI
Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, llamado para que, mediante la fe, los elegidos de Dios lleguen a conocer la verdadera religión.
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