Un Discípulo Llamado Ananías

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Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión: Ananías. Y él respondió: Heme aquí, Señor.

Hechos 9:10

     La historia testifica de las grandes cosas hechas por hombres de Dios.   Entre ellos podemos mencionar a D.L. Moody, responsable del gran avivamiento en Chicago; John Bunyan, escritor del clásico literario “El progreso del Peregrino”; Charles H. Spurgeon, conocido hasta el día de hoy como “El príncipe de los predicadores”; Jessie Penn-Lewis, escritora de muchos libros sobre la guerra espiritual; John Vernon McGee, oído mundialmente a través del programa radial “A través de la Biblia libro por libro”; Watchman Nee, Mártir del cristianismo en la China comunista; etc.    Todos estos hombres y mujeres, y muchos otros no mencionados, tienen varias cosas en común.    En primer lugar eran hombres y mujeres como ustedes y yo.    No había diferencia en ellos.   En la carta de Santiago él nos recuerda que Elías, otro gran hombre de Dios, tenía las mismas aflicciones en la carne que tenemos nosotros hoy día (Stg.5:17-18).   Veamos como lo dice: 17Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. 18Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto.  Esto nos debe ser de recordatorio que Dios no hace acepción de personas, no discrimina por sexo, color, raza, clase social, etc.   Sin embargo si discrimina por religión.   El no transa con la religión, sea cual sea. El trata única y exclusivamente con sus hijos, los que han recibido a Cristo como Salvador.    Otra característica interesante en todos estos grandes lideres de Dios es que ninguno vino al conocimiento de Cristo por la predicación de otro gran hombre de Dios.    Todos son productos de hombres y mujeres sencillos, hombres y mujeres que se dispusieron a predicar el evangelio de Cristo.   

    De igual forma usted y yo posiblemente hemos venido al Señor por la predicación de un discípulo de Cristo.    En mi caso en particular no recuerdo quien fue el que expuso el mensaje de salvación el día que recibí a Cristo.    Tampoco sé cual fue el mensaje predicado.    Solo sé que cuando hicieron el llamado yo respondí, y le doy gracias a Dios por ese llamado.    La razón es porque mi conversión realmente tuvo lugar la noche anterior estando en mi habitación.    Había oído ya la palabra de Dios por aproximadamente dos meses.    La semilla estaba en mi corazón y esa noche clame a Dios pidiéndole que me perdonara y me limpiara.    Él oyó mi clamor y me respondió esa noche misma noche.   Estando solo en mi cuarto recibí a Cristo como mi Salvador.    Lo que hice el domingo en la mañana fue confirmar públicamente mi conversión en privado.  

    No es realmente importante por medio de quien venimos al Señor, lo importante es venir al Señor y venir pronto.   

     Nuestra disertación esta mañana será basada en un hombre como usted y yo.   Un discípulo llamado Ananías.    Exploraremos la vida de este hombre que aparece de la nada y desaparece una vez cumplida su misión.    Antes de este relato no se habla de este Ananías.   Digo este Ananías porque en la Biblia aparecen algunos otros Ananías.    El primer Ananías mencionado en el Nuevo Testamento fue el esposo de Safira (Hch.5:1).  Otro Ananías mencionado en el Nuevo Testamente fue el sumo sacerdote que interrogó al apóstol Pablo (Hch.23:2).   

    Nuestro Ananías, el que estaremos viendo hoy, es el que recibió la comisión de ir donde Saulo de Tarso, conocido posteriormente como el apóstol Pablo.   De este personaje tenemos mucho que aprender y espero que nosotros hoy tengamos oídos para oír, y podamos escuchar lo que el Espíritu nos quiere decir y enseñar.     Tres puntos nos ocuparán el tiempo en esta mañana los cuales nos enseñarán, que como a Ananías, Dios también nos puede y quiere usar.   Comencemos pues, con un discípulo llamado Ananías y miremos nuestro primer punto, el cual es…

I)                  Todos podemos ser el Ananías del Señor

    El nombre Ananías quiere decir “Dios se ha revelado” o “Dios ha obrado con gracia”.   Debemos mirar algo relacionado a los nombres.    En la antigüedad se acostumbraba poner nombres que tenían significados relacionados a lo que los hombres hacían o iban ha hacer.    Nosotros, los seres humanos tendemos a crear amuletos de todas las cosas y nos volvemos, en cierta forma, supersticiosos.   Pensando así nos escandalizamos cuando escuchamos nombres como Dolores, Lesbia, etc. pensando que  la mujer que se llama Dolores padecerá de muchos dolores o la mujer que se llama Lesbia terminará siendo lesbiana.  Sin embargo aquí tenemos el nombre de Ananías, el cual tiene esos dos maravillosos significados, pero encontramos a otros dos hombres con el mismo nombre, pero actuando en forma mala.    El nombre no hace a la persona, la persona hace al nombre.   Miremos el nombre de Judas.   Nadie quiere llamar a su hijo Judas porque este nombre ha venido a ser sinónimo de traidor.    Sin embargo encontramos a grandes hombres bíblicos que tenían ese nombre.    Si, es bueno poner nombres que tengan un significado inspirador, pero no piense que el nombre va hacer a la persona que lo lleva.   La persona hace el nombre.    Debemos preguntarnos ¿Qué estamos haciendo que inspire a otros a llevar nuestro nombre?

    Vemos que Ananías era un discípulo y aun así Dios lo llamó y lo usó.    No sabemos mucho de Ananías, pero si sabemos que era discípulo.    Para ser discípulo de Cristo tenemos que haber creído en Cristo como nuestro Salvador.    Ananías representa al típico cristiano que ha sido llamado por el Señor para alcanzar salvación.    Aún así Dios lo ha llamado, y como vemos en el verso clave, lo ha llamado por su nombre.    Todos nosotros, los que hemos creído en Cristo, somos conocidos por Dios.    Algunas veces nosotros llamamos a alguien por un apodo o por un sobrenombre porque desconocemos su verdadero nombre, pero no así Dios, él nos llama por nuestro propio nombre.   Lo grande de esto es que aun sin nosotros ser creyentes Dios nos conoce.    Más adelante veremos la diferencia entre Dios conociéndonos antes y después de venir a él.    Por el momento nos concentraremos en Dios conociéndonos.  

    Vemos cuando Jesús llamó a Saulo desde la luz resplandeciente.    Lo llamó por su propio nombre y lo hizo dos veces (Hch.9:4).   Jesús sabía quien era Saulo.    Nadie en la tierra pasa desapercibido de Dios.   Más adelante en el relato del libro de los Hechos, y siendo Saulo ahora un discípulo de Cristo, encontramos al Espíritu Santo llamándolo por su nombre junto a Bernabé (Hch.13:2).    Si nos regresamos un poco atrás del relato de los Hechos encontraremos al Espíritu Santo dando direcciones específicas donde menciona nombres específicos.   Miremos la visión de Cornelio en Hch.10.5-6;13   El pasaje dice así: 5Envía, pues, ahora hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro. 6Este posa en casa de cierto Simón curtidor, que tiene su casa junto al mar; él te dirá lo que es necesario que hagas.    Vemos aquí que dos personas son mencionadas por sus nombres propios.    En ese mismo relato encontramos lo siguiente también: 13Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come.    Nuevamente vemos que quien está hablándole le conoce por nombre propio.   

   Vemos en estos ejemplos que Dios conoce a cada persona por nombre.    Miremos ahora rápidamente la diferencia entre Dios conociendo a alguien que no le conoce a él y Dios conociendo a alguien que sí le conoce a él.    El apóstol Pablo nos dice en Gál.4:8-9 Ciertamente, en otro tiempo, no conociendo a Dios, servíais a los que por naturaleza no son dioses; mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios…   Dios conoce a todos los hombres, pero a sus hijos los conoce en forma personal.    Dios nos conoce a nosotros en forma personal.    No podemos permitir que el enemigo nos tire dardos de dudas en cuanto a esta verdad.    Permítanme repetirlo nuevamente.   Dios nos conoce en forma personal.   

    Yo puedo decir que conozco al presidente de los Estados Unidos por que en una ocasión me lo hayan presentado, pero ¿me conocerá él a mí?    Sin embargo Dios nos dice claramente, y lo hemos visto, que él nos conoce personalmente.    Amados, Dios nos conoce tan bien que sabe cuantos cabellos tenemos en la cabeza.    No podemos dejar que el enemigo nos ponga dudas de esta gran verdad.  

    Pasemos ahora a nuestro segundo punto de esta mañana.

II)              Todos podemos oír la voz del Señor

     En ocasiones encontramos, o bien sea poco creíble o bien espectacular, el que alguien pueda oír la voz de Dios.    Cuando hablamos de oír la voz de Dios no nos referimos expresamente a oírle audiblemente.   No descarto que sea posible, pues tenemos ejemplos en la Biblia donde Dios habló con voz audible.   Veamos varios casos para apartar la duda y no darle oportunidad al enemigo de las almas.    En primer lugar veamos lo que dice Mt.3:16-17  Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.    Podemos ver claramente que Dios le habló a Jesús con voz audible.   Otro ejemplo en la vida de Jesús lo encontramos en Mt.17:5-6 Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.   Dos cosas debemos notar en estas palabras.    La primera es que esta palabra no vino por causa de Jesús, de hecho, no vino para que Jesús la oyera, sino para que los discípulos la oyeran.   Notemos que termina diciendo “a él oíd”.    Como dijimos, no se le estaba hablando a Jesús, sino a sus discípulos.   En segundo lugar debemos ver lo que dice el siguiente verso.  6Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor.   Claramente se nos dice que oyeron la voz audible de Dios.  

    Alguien podría pensar que eso fue por que era Jesús, pero si miramos Hechos 22:7-9 encontraremos a Pablo relatando su conversión.   Él dice que oyó una voz, pero también dice que los que estaban con él de igual forma oyeron la voz, aunque no entendieron lo que se hablaba.   ¿Porqué no entendieron?   Porque la voz hablaba en lengua hebrea (Hch.26:14).  

    Podemos ver con estos ejemplos que Dios sí puede hablar con voz audible aun hoy día.  Sin embargo esa no es la única manera en que él habla.   Él nos puede hablar en sueño, visión, éxtasis, por su palabra, por boca de otro hermano en palabra de ciencia, sabiduría, lengua e interpretación de lenguas, etc.    Dios le habló al profeta Balaam por medio de una mula,  al rey Belsasar por una escritura hecha con una mano humana en la pared, etc.   Dios no tiene límites para hablar a los hombres.    Si Dios le habla aún a los pecadores, ¿cuánto mas nos hablará a nosotros sus hijos?  

    Dios constantemente nos está hablando, el problema es que en ocasiones nosotros no le escuchamos o no le queremos escuchar.   Si, no le queremos escuchar porque no nos gusta lo que él nos tiene que decir, pero ese no es el caso aquí.   En esta iglesia todos somos de los que queremos escuchar a Dios hablarnos.    Hay varios obstáculos que no nos permite oír a Dios hablarnos aun cuando él sí nos habla.     El primer obstáculo es que pensamos que nosotros no somos alguien especial para que Dios nos hable.   Ananías tampoco era alguien especial, él era un discípulo como usted y como yo.  

   Exploremos un poco la palabra especial.   No somos especiales si pensamos que no somos pastores o evangelistas internacionales.    Pero sí somos especiales porque para Dios nosotros somos real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por él.    Para Dios cada uno de nosotros somos especiales.    Es por esa causa que Dios nos habla, porque somos sus hijos, especiales por sobre todos los demás hombres.    Nos podemos preguntar nuevamente ¿Si Dios le habla a los pecadores que no conocen a Jesús, cuanto más nos hablará a nosotros?    Debemos salirnos de ese pensamiento de que no somos nada para que Dios nos hable.   

    Otra causa por la que a lo mejor no podemos oír a Dios es por que estamos muy afanados.    El afán nos desenfoca de Dios.   Es por eso que Jesús nos dejó dicho que no nos afanáramos por el día de mañana  (Mt.6:34) y Pablo lo confirmó añadiendo “por nada estéis afanados” (Fil.4:6).    Cuando nos afanamos nos concentramos en todas esas cosas que tenemos que hacer no dejando lugar para oír a Dios.

    Otra causa por la que no podríamos oír a Dios es por la falta de oración.    Orar es hablar con Dios.    Si no tenemos tiempo para hablar con él ¿cómo podremos oírle hablarnos?   Está el otro extremo, el cual es que hablamos, pero no esperamos oírle a él hablar y nos vamos.   Traemos nuestras peticiones ante él, pero una vez acabamos decimos amén, nos levantamos y nos vamos.    Dejamos a Dios con la palabra en la boca.  Recordemos que él desea hablarnos, pero es caballeroso y no nos interrumpe.    Él espera pacientemente a que nosotros hagamos una pausa para dejarle hablara a él.

     La peor de todas las causas para no poder oír a Dios hablar pienso que es el que no conocemos su voz.    Dios nos habla, pero nosotros pensamos que es nuestra mente.    En muchas ocasiones oímos a personas decir “algo me dijo que hiciera esto o aquello”.   No tenemos ningún conocimiento de la voz de Dios.    Esto es irónico porque Jesús dijo que sus ovejas oían su voz y le seguían.   Observemos con cuidado como dice el pasaje de Juan 9:3-4  A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.    Observemos que dice “las ovejas oyen su voz”  Este es Jesús hablando dejándonos saber que lo natural es que oigamos su voz.   Él continua diciendo “a sus ovejas llama por nombre”.   Vemos una vez más que Dios nos conoce por nombre y así nos llama.   Finalmente vemos la culminación de estas palabras que dicen “y las ovejas le siguen” ¿porqué le siguen? “porque conocen su voz”.    En el reino de Dios lo natural es que usted y yo conozcamos la voz de Dios.

     Debemos hacer un alto aquí para examinar este asunto de conocer la voz de Dios.    Se nos ha dado la Biblia, la cual es la palabra de Dios.    Para nosotros poder conocer la voz de Dios tenemos que conocer lo que la Biblia dice.    Esto es así porque todo lo que recibamos debe pasar por el cedazo de la palabra de Dios.    Si cumple con lo establecido por Su palabra entonces sabemos que es de Dios.    No podemos aceptar un por poco o un casi parecido, y muy similar.    Si no va cien por ciento con la palabra de Dios, tenga por seguro que no es de Dios.    Es por eso que la misma Biblia nos manda a juzgar a los espíritus (1 Jn.4:1).   Debemos darnos a la tarea de leer la Biblia diariamente para así poder conocer cuando Dios nos hable. 

    Para finalizar con esta parte enfatizamos nuevamente lo antes dicho.   Usted y yo podemos, como Ananías, escuchar la voz de Dios.    Rechace toda duda en cuanto a esta gran verdad.    Recuerde que Dios está deseoso de hablarnos constantemente.   Una cosa sí debe quedar bien en claro, nosotros no somos los que escogemos como Dios nos va ha hablar.   Él tiene muchas formas, modos y métodos para hablarnos.   Lo importante no es la forma que él seleccione para hacerlo, sino la gran verdad de que él nos habla.    No son escogidos los que Dios les habla, sino a todos sus discípulos.    ¿Es usted discípulo de Cristo?    Entonces tenga por seguro que Dios le habla y que le está hablando ahora mismo.

    Pasemos a nuestro tercer tópico.

III)          Todos podemos responder al llamado del Señor.

    Dejando claro el asunto de que Dios nos habla pasemos ahora al asunto de que todos podemos responder al llamado del Señor.    Cuando miramos en 1 de Corintios 12:7 donde Pablo nos habla de la iglesia como un cuerpo, él nos dice que todos a lo menos tenemos un don.    Eso es un llamado de Dios para cada uno de nosotros al servicio.   Hay quienes piensan que limpiar la iglesia no es un servicio a Dios.   Quieren estar al frente del escenario donde todos lo vean y lo admiren.   Pablo claramente hace la alegoría diciendo 15Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? 16Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? 17Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? (1 Cor.12:15-17).   Vemos aquí que no somos todos manos, ni pies, ni oídos, etc., pero todos somos de igual importancia.    Para que el cuerpo opere de forma perfecta todos debemos estar haciendo algo en la iglesia.    Como dijera Spurgeon en una ocasión: “Todos nosotros no podemos salir al campo misionero, pero podemos ser misioneros de Cristo en nuestras ciudades.   Todos no podemos predicar, pero si podemos orar.   Todos no podemos dar dinero para la obra, pero si podemos llenar los tesoros de la súplica”.

    En ocasiones usted siente un fuerte impulso por llamar por teléfono a alguien.    Ese es Dios hablándole para que hable con esa persona.   Posiblemente usted nunca sepa qué es lo que está ocurriendo en la vida de esa persona, pero eso no es lo importante, sino que obedeció a ese llamado.    Dios puede poner en su corazón el que le dé una cantidad de dinero a alguien.  Si usted es un cristiano conectado con Dios conocerá que esa es la voz de Dios y actuará a ese llamado.    Muchas bendiciones nos son robadas por falta de conocer la voz de Dios.    Al no conocerla dudamos y no actuamos ni obedecemos al llamado de Dios.

    Amados, Dios tiene un llamado para cada uno de nosotros.   Para unos será predicar, para otros enseñar, para otros testificar, para otros servicio, para otros administración, etc.  Sea cual sea el servicio que Dios tiene para nosotros lo debemos hacer con gozo sabiendo que no lo hacemos para los hombres, sino para Dios.   Como Ananías todos nosotros somos discípulos del Señor.    Como tal, somos instrumentos de Dios para su gloria y honra.    No permitamos que el enemigo nos robe la bendición de servir susurrándonos al oído que no servimos o que no estamos capacitados.    Si Dios te llama él te capacitará.

  

    Entremos en la conclusión de esta disertación y veamos con mayor claridad lo que Dios nos quiere enseñar hoy.

    En primer lugar pudimos ver que todos, sin acepción de ninguno, podemos ser Ananías para el Señor.    No es necesario tener una preparación académica o ser hombre o mujer.   No es necesario ser joven o adulto, no es necesario estar sano o enfermo.    Lo único necesario para poder ser el Ananías del Señor es tener a Cristo en nuestros corazones.

   En segundo lugar vimos que todos, sin acepción de ninguno, podemos oír la voz de Dios.   Escuchar a Dios no está reservado para unos pocos, es para todos los hijos de Dios.   Jesús claramente nos lo hizo saber cuando dijo “mis ovejas oyen mi voz”.   Lo único necesario para poder oír la voz de Dios es ser hijos de él por medio de Jesucristo.

   En tercer lugar vimos que todos podemos responder al llamado del Señor.   El llamado de Dios no es solo para pastores o evangelistas.    No es solo para misioneros yendo a lugares lejanos.    Nuestros vecinos, compañeros de trabajo, familiares son nuestro campo misionero.    Lo único que necesitamos para poder responder al llamado de Dios es tener la disposición de hacerlo.

    En nuestra conclusión de esta disertación deseo enfatizar un punto más, el cual debe motivarnos a buscar más del Señor y a creer que como hizo con Ananías puede hacer con nosotros.   En el verso leído y la continuación del relato vemos que hay una conversación entre el Señor y Ananías.   Esta conversación se está dando por medio de una visión recibida por Ananías.   No se nos dice si Ananías estaba en ayuno o si estaba orando o estaba en reposo.    Lo que sí sabemos es que Ananías, estuviera haciendo o no lo ya mencionado, estaba en un continuo comunicar con el Señor.   Sus oídos estaban habituados a oír al Señor, a reconocer su voz, a saber cuando era el Señor el que le estaba hablando.    Es por eso que su respuesta fue “Heme aquí, Señor”.   En esa conversación podemos percibir la manifestación de varios dones del Espíritu.    En primer lugar miremos las palabras dichas luego del Señor llamar a Ananías y este responder.    El Señor le dice: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso (Hch.9:11).    El primer don que se manifiesta es el don de sabiduría.   Este don es el que da dirección.   El Señor, por medio del don de sabiduría le dio la dirección exacta a donde ir.   El segundo don que se manifiesta es el don de ciencia donde el Señor le revela qué es lo que está haciendo y viendo Saulo:  …porque he aquí, él ora, 12y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista (Hch.9:11-12).    El tercer don que se manifiesta es el don de profecía donde el Señor le dice a Ananías cuales son los planes que el tiene con Saulo: 15El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; 16porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre (Hch.9:15-16).  Dos dones más son manifestados en este relato.    El cuarto don es el don de fe.   Recordemos que Ananías tenía dudas de ir a ver a Saulo, pues conocía todo el mal que les causaba a los cristianos.   Por medio del don de profecía Dios permitió que el don de fe se manifestara permitiendo a Ananías hacer algo que no hubiera hecho sin el.    El don de fe lo que hace es fortalecernos para actuar en circunstancias difíciles en las cuales no actuaríamos si no lo tuviéramos.   El quinto don que se manifestó fue el don de milagro.   Saulo quedo siego al ver la luz brillante, más fuerte que la luz del sol.   Nos dice el relato que cuando Ananías puso sus manos sobre Saulo le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista (Hch.9:18).   Ese es el don de milagros manifestándose.

   Como podemos ver cinco dones fueron manifestados en un momento dado.   Todo comenzó con un “Ananías de parte del Señor y un heme aquí de parte de Ananías”.   No debemos andar en busca de los dones, busquemos al dador de los dones.   Cuando él se manifieste los dones se manifestarán por sí solos.

   Recordemos que las señales nos van a seguir si nosotros estamos siguiendo al Señor.   También recordemos que como Ananías Dios quiere usarnos a nosotros, lo importante es estar atento a la voz de Dios y responder ¡heme aquí, Señor!   Amén

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