La protección de Dios
El salmo comienza con una afirmación de gran significación teológica: Alzar los ojos a los montes es una forma de aludir a la historia nacional. Cuando los israelitas llegaron a Canaán, a la Tierra Prometida, se refugiaron en las montañas para responder a los ataques de los pueblos cananeos que tenían carros de guerra. Esos carruajes bélicos no podían incursionar en las montañas, lo que hizo que el pueblo identificara las montañas como un lugar privilegiado, una especie de refugio de seguridad nacional. Además, en la antigüedad se pensaba que las divinidades vivían en la cima de los montes, pues las montañas tenían un sentido religioso. Es importante notar también que el Dios bíblico intervino en la historia de la salvación del pueblo de Israel en una sucesión importante de montes: p.ej., el Sinaí (Ex 20) y el Carmelo (1 R 18
En la religión cananea los montes, especialmente un monte en el norte de Palestina, eran la habitación de los dioses.
guardar». Ese verbo caracteriza las acciones de Dios a favor de su pueblo, y en el texto de Reina-Valera se incluye en cuatro ocasiones en el poema: El Señor guarda al pueblo y es su sombra continua de día y de noche, lo guarda de todo mal, guarda su alma o su vida, y guarda sus salidas y entradas. La imagen es de protección y albergue, es de seguridad y ayuda, es de cobertura y apoyo
No se trata de engendrar un falso sentimiento de seguridad, sino de estimular una confianza firme en la fidelidad de Dios. Ningún mal paso, dado en un momento de distracción, ninguna tentación avasalladora, puede destruir al alma que confía y obedece en el Señor (véase 1 Co. 10:13). El Señor que guarda a su pueblo nunca baja la guardia (3–4).
La bajada al cautiverio en el año 587 a.C. había equivalido a una salida, y la vuelta a Jerusalén, culminando con el regreso del propio Nehemías en el 445 a.C., había supuesto un retorno al hogar.
La fuerza diaria para el peregrino
121:1–8
Como creyentes:
1. Aprendemos que somos peregrinos. La vida cristiana es un peregrinaje que comienza en la tierra y termina en el cielo.
2. Aprendemos que el viaje es por terreno escabroso. El pueblo de Dios tiene un largo viaje que recorrer por desiertos y caminos montañosos, y sus pies necesitan el “aceite que suavice su pie” (Deut. 33:24).
3. Aprendemos que el viaje es “paso a paso”. El Señor ha dicho “como tus días serán tus fuerzas”. No dijo “como tus semanas”, ni “como tus meses ni años”. Estamos viajando día a día (Sal. 37:23). “Hacemos camino al andar”.
4. Aprendemos que en el viaje a la Ciudad Celestial será suplida cada necesidad. A medida que los días se suceden, se recibe la fuerza necesaria para proseguir el viaje. Y cuando la carga aumenta, la gracia abunda de modo suficiente para cada día (2 Cor. 12:9).
5. Aprendemos en los quehaceres de cada día. Desde la salida hasta la entrada, Dios nos da la fortaleza, la sabiduría y el apoyo suficiente para alcanzar la victoria “desde ahora y para siempre”.