07-11-04. Pentecostés 23

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LA FE QUE CONDUCE A LA SALVACIÓN...

04.11.2007 –  23º domingo de Pentecostés       

Salmo 32:1-7

Isaías 1:10-18

2ª Tesalonicenses 1:1-4,11-12

Lucas 19:1-1

0.   ¿Quién podrá salvarse?

 

1.   Un “alto” personaje venido a menos

Al principio, Lucas parece quedarse en la superficie del personaje; ofrecer datos objetivos, neutros, quién y qué es: “varón”, de nombre Zaqueo (gr. ZakcaioV, en heb. Zakkai = “puro, inocente”), su ocupación (telwnhs = “recaudador de impuestos”). Jefe de publicanos, un empresario privado que tenía arrendados los impuestos y los recaudaba por medio de ayudantes. En los evangelios casi siempre asociado a otros, francamente peyorativos, en expresiones ya hechas: “publicanos y pecadores”, “publicanos y prostitutas”. La connotación peyorativa es atribuida siempre por los personajes;los evangelistas, como narradores, son neutrales. Su “cuenta bancaria” (rico). Y una condición física: era pequeño de estatura. Este extraño personaje corre, se sube a un sicómoro (especie de higuera que Palestina tienen ramas largas, a no más de un metro de altura del suelo) y baja de él.

De pasada, nos dice cuál era su su deseo íntimo: “ver quién era” (v. 3) Expresión, ambigua y extraña, puede interpretarse de manera más o menos densa: Jesús como profeta, como Mesías... Por simple curiosidad, con otra intención.  Más tarde nos dirá (en v. 6), cuáles son sus sentimientos: ”lo recibió muy contento”.

No dice nada del perfil moral de Zaqueo. El personaje tampoco hace ninguna confesión de pecados. En el v. 8 se menciona su pasado, pero sólo para destacar el cambio que tiene lugar en él. Serán los personajes quienes lo darán a conocer: Menciona a los testigos: “Todos”, los presentes, tanto los discípulos como la multitud que acompaña a Jesús. Todos murmuran. No tiene connotación negativa; le viene de los episodios precedentes (“tus pecados te son perdonados”, Lc 5,20; “Este recibe a los pecadores y come con ellos”, 15,2). Lucas mantiene, sin mencionarla, la carga negativa, a la vez que su propia neutralidad a lo largo del episodio: “ha ido a comer a casa de un pecador” (v. 7). Jesús no sólo no se hará eco de la murmuración contra Zaqueo, sino que proclamará ante todos su identidad de creyente, hijo de Abrahán.

Señala que Zaqueo, demasiado pequeño, no puede ver a Jesús “a causa del gentío”. Nota irónica: presenta a un “alto” personaje, bajito, subido a un árbol porque es “ninguneado” por la multitud. ¿Por qué no pide que le dejen sitio en primera fila? Lucas no lo dice, lo dirán los personajes, en el v. 7: Zaqueo es un pecador, y la gente no se trata con pecadores. Ni Lucas ni Jesús lo corrigen: Zaqueo es realmente un pecador. Incluso la observación final de Jesús parece dar la razón a los testigos (Zaqueo estaba perdido, luego era pecador, aunque Lucas no lo diga expresamente). Sólo después, cuando Zaqueo se relacione nada menos que con su Señor, se producirá la transformación. Tampoco nos dice nada Lucas sobre la situación espiritual de Zaqueo. No es tarea del evangelista desvelar el fondo de los corazones sino de Jesús.

Hombre pequeño, ridículo y pecador, un “alto” personaje “humillado” delante de todos, ridiculizado arriba de un árbol, ensalzado por Jesús: El Señor “viene” a Jericó, se acerca a Zaqueo, lo honra con su presencia, lo declara hijo de Abrahán... Y dice que “ha venido” precisamente a esto... “A buscar y salvar lo que se había perdido”.

2.   Alguien de arriba baja a buscarlo

Zaqueo, que parece el personaje principal, está centrado en torno a Jesús, el polo de atracción de todos los personajes: él es quien tiene que pasar por Jericó (v. 4b), y a él es a quien Zaqueo quiere ver (v. 3). Será Jesús quien le descubra a Zaqueo su identidad oculta y perdida como creyente. Y Zaqueo, por su parte, descubrirá a Jesús como su Señor (v. 8: “le dijo al Señor... ¡Señor!”. Es la iniciativa de Jesús (que se detiene e interpela a un hombre) la que cambia la vida de Zaqueo. Jesús no sólo es quien realiza la transformación, sino ¡ quien la provoca.

Los testigos murmuran contra Zaqueo, pero sobre todo contra la iniciativa de Jesús al hospedarse en casa de Zaqueo: ¿Acaso actuaría así un profeta? (“Al ver esto, el fariseo que había invitado a Jesús pensó: “Si este hombre fuera verdaderamente un profeta se daría cuenta de quién y qué clase de mujer es esta pecadora que le está tocando”. Lc 7,39). Lo que está en entredicho es la actuación de Jesús, y su identidad. Para los judíos, para los contemporáneos de Lucas y para quien hoy lee el evangelio. La observación maliciosa de los testigos sirve para darnos a conocer los valores recibidos y compartidos por los judíos en tiempos de Jesús (¿hoy nadie piensa igual?), pero también para dar pie a que Jesús proclame, más tarde, a los que sólo ven en Zaqueo a un pecador, que él es un hombre salvado: Cuando el relato termine no se nos dirá cuál será la reacción de los testigos ante la declaración de Jesús, ni de rechazo ni de alabanza. Lo importante no es la recepción de las palabras de Jesús, sino las palabras mismas. Tampoco lo será el proyecto de Zaqueo(v. 8bc), sino el de Jesús, su misión de salvador y las implicaciones que esto supone(9bc-10). Al terminar con una revelación de Jesús sobre sí mismo (Jesús sabe qué es, qué hace y qué tiene que hacer), Lucas nos indica el sentido de lo que Jesús está a punto de hacer en Jerusalem, hacia donde se dirige para “cumplir todo lo que los profetas escribieron acerca del Hijo del Hombre” (18,31ss.).  Él es el Hijo del Hombre, que ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido.

3.   Una proceso de comprobación

En este relato, todo apunta a la revelación de la identidad profunda de Zaqueo y de Jesús. Sin embargo, no se trata de una revelación al mismo nivel: por medio de lo que dice Jesús llegamos a conocer a Zaqueo y al propio Jesús. El propio narrador, al designar a Jesús como “el  Señor” y no simplemente como “Jesús” (v. 8), da a entender que él mismo - así como su lector Teófilo (Lc 1,1) - forma parte de quienes le reconocen como Señor y le sirven, avalando de este modo la palabra de su protagonista. El pasaje no es una crónica de un periodista o un historiador, sino el relato de un discípulo, lo que otorga mayor autoridad a Jesús y a su palabra.

Jesús va de paso para Jerusalén, el lugar de su pasión, pero el episodio se sitúa en Jericó (v. 1). Ciudad helenista, moderna y cosmopolita., Situada todavía en la Judea romana, era una estratégica ciudad fronteriza, exportadora de bálsamo y sede de aduana. Una ciudad como las nuestras. Allí en Jericó, en casa de Zaqueo, Jesús se quedará (v. 5), hará un alto (v. 7). No sabemos por cuanto tiempo: quizás sólo el tiempo de una comida. No tiene miedo de llegar a Jerusalem, ni quiere retrasar la hora decidida. Quiere manifestar aquí la finalidad de su visita a “este mundo” (v. 10), simbolizado por Jericó, la ciudad pagana, y por la casa de Zaqueo, el pecador. Al detenerse en un lugar prohibido, contaminado por un pecador, adonde ninguno de los presentes quería dirigirse, Jesús altera premeditadamente los códigos morales de sus contemporáneos, porque el significado de esta visita a casa de Zaqueo (a Jericó, a “este mundo”...) es cuestión de vida o muerte, de perdición o salvación.

A lo largo del evangelio de Lucas, Jesús ya se ha encontrado en casa de un publicano (Leví: Lc 5,27-32), y han murmurado de él, y ya ha dado explicaciones. Pero en aquella ocasión produce primero la conversión radical de Leví y después tienen lugar la invitación (de Leví a Jesús) y el banquete, mientras que aquí la invitación es anterior a la transformación de Zaqueo y la causa que la provoca: Es Jesús quien toma la iniciativa de invitarse en casa de un pecador, y con su autoinvitación provoca la transformación radical de Zaqueo.

Aunque al principio parece que es Zaqueo quien viene corriendo y sube al árbol, es Jesús quien viene a Jericó y atraviesa la ciudad, y se fija en Zaqueo y se hospeda en su casa, contra la opinión de todos los presentes: “Ha entrado a alojarse en casa de un hombre pecador” (v. 7). Zaqueo quiere ir a Jesús para “ver quién es”, pero se da cuenta de que en realidad es Jesús el que viene a él, para buscarle. Jesús, “el Hijo del Hombre que ha venido” a este mundo, a Jericó, a casa de Zaqueo, será aclamado al final del capítulo como “el que viene el nombre del Señor”. Sin embargo, sólo Zaqueo acoge con alegría la “venida” de Jesús (v. 6), a diferencia de todos los presentes. Sólo la acogida de Jesús que viene, hace efectiva la salvación que Él trae.

No sabemos cuánto dura la estancia de Jesús en casa de Zaqueo, ni cuándo se separan. Sólo hay una referencia temporal, “hoy”, dos veces en labios de Jesús: “Baja enseguida. Hoy tengo que quedarme en tu casa” (v. 5); “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (v. 9). “Hoy”, “ahora”, “cuanto antes”, no “mañana”, ni “más tarde”. Hoy llega la salvación a esta casa, a nuestras vidas, a la vida de nuestra comunidad. Inmediatamente, sin más tardar: viene con Jesús y por medio de Jesús, sin que sea necesario esperar más (cf. Cántico de Simeón, Lc 2,29-32). Hoy, este momento, es el momento en que somos visitados por el Señor que le trae la salvación.

Zaqueo manifiesta a Jesús lo que va a hacer: dar la mitad de sus bienes a los pobres y devolver más del cuádruple a todos los que haya podido robar (v. 8). No dice nada de la realización de esta promesa, pero el presente de los verbos (doy, devuelvo) expresa la inminencia de la ejecución, como si se estuviera ya realizando. Lo importante no es el gesto de Zaqueo, ni sus obras, sino lo que los motiva: un deseo profundo, insospechable al comienzo, que indica la transformación producida en el interior de Zaqueo.

Zaqueo evoca su pasado (“si he sido injusto con alguien”). En griego la condición se supone realizada: “puesto que he sido injusto con algunos”. Jesús evita recordarle su pasado. Insiste en el “hoy” de la salvación. Es Zaqueo quien evoca su pasado por propia iniciativa e informa a Jesús de lo que va a hacer en el futuro. La evocación del pasado de muerte no es condición de la transformación, sino su resultado; quien evoca el tiempo del pecado ya no es un hombre agobiado por él, sino un convertido, alguien alcanzado ya por la salvación. No nos encontramos aquí con el planteamiento fariseo, que espera alcanzar la salvación por medio del cumplimiento de la ley, sino con el planteamiento cristiano: quien ha sido “visitado” por el Señor es transformado por él, y movido a cumplir la voluntad de Dios.

La narración y los personajes nos están evocando las Escrituras, de manera muy discreta, con alusiones. Jesús es el que “viene”, aquél de quien han hablado los profetas; “el que ha de venir” al final de los tiempos a reconciliar con Dios todas las cosas. Zaqueo (v. 8) alude al sistema de compensaciones regulado por la ley para presentar su proyecto de vida, consecuencia de su encuentro con Jesús. Parte de la Ley (lo que él conoce): “debe pagar cuatro veces el valor de la ovejita, porque actuó sin mostrar ninguna compasión” (2 Sam 12,6); “Diles esto a los israelitas: Cuando un hombre o una mujer es infiel al Señor y causa algún perjuicio a otra persona, comete un pecado, y deberá reconocerlo. Además deberá dar a la persona perjudicada, como compensación, el equivalente al daño causado más una quinta parte” (Núm 5,6-7).

Zaqueo va más allá de la Ley: “La mitad de mis bienes doy a los pobres”. Como Jesús, que de entrada ha ido más allá de la ley, yendo al encuentro de Zaqueo, para dejar entrever la novedad de su salvación. En el v. 10, Jesús alude a Ez 34: “Yo mismo seré el pastor de mis ovejas; yo mismo las llevaré a descansar. Yo, el Señor, lo afirmo. Buscaré a las ovejas perdidas, traeré a las extraviadas, vendaré a las que tengan alguna pata rota, ayudaré a las débiles y cuidaré a las gordas y fuertes. Yo las cuidaré como es debido [...] Yo suscitaré, para ponerlo al frente, un pastor que las apacentará, mi siervo David: él las apacentará y será para ellas un pastor. Yo, Yahvé, seré para ellos un Dios y mi siervo David será un príncipe en medio de ellos” (Ez 34,15-16.23-24).

Para terminar de encontrar el sentido de este texto hemos de fijarnos en el texto anterior (Lc 19,1-10), y en los textos que de los domingos anteriores sobre la fe que necesitan los discípulos. Jesús dice al ciego “tu fe te ha salvado” (18,42), y declara dos veces que su llegada a casa de Zaqueo equivale a la llegada de la salvación (cf. 19,9.10). El ciego llama a Jesús “hijo de David” (18,39). Aquí Jesús recoge Ez 34: se presenta como el verdadero Pastor de Israel, el Rey que ha de venir, el Mesías de Dios, el que será proclamado como rey por la gente y los discípulos cuando baje del monte de los Olivos para entrar en “su” templo (19,28-38).

En el cap. 15, cuando publicanos y pecadores se agolpan en torno a Jesús, les cuenta las parábolas del pastor que busca a la oveja perdida y del padre que sale al encuentro de su hijo perdido, y de la alegría y la fiesta por haber encontrado a la oveja y al hijo. Ahora, cuando todos murmuran porque Jesús se ha hecho invitar por un pecador, Jesús responde aludiendo a su función de Pastor que viene a buscar a la oveja perdida, y a la alegría de Zaqueo, que ha sido encontrado por Jesús y restituido a su condición de Hijo de Abrahán, heredero de las promesas de salvación.

El relato abunda en alusiones a la visión: Zaqueo quería “ver quién era Jesús” (v. 3); se sube a un árbol “para verlo” (v. 4); “levantando los ojos, Jesús le dice...” (v. 5); “habiéndolo visto todos...” (v. 7). Con la extraña fórmula “ver quién era Jesús”, Lucas nos ha revelado el deseo profundo de Zaqueo. Ahora, aquel deseo se cumple por encima de lo esperado. Zaqueo ve quién es Jesús realmente: el título de “Señor” (v. 8) atestigua la correcta fe de Zaqueo. La transformación va más allá de lo deseado: el que quería conocer a Jesús, descubre y ve no sólo a Jesús, sino a Jesús como Señor, y a sus hermanos, los pobres a los que socorrer. Al ciego, que ya era pobre, le faltaba la vista física para seguir a aquel que ya sabía que era el Mesías; Zaqueo, que era rico, ha visto a Jesús como Señor y ahora tiene que quedarse con los que acaba ahora de reconocer y de aprender a amar. Hay dos clases de ceguera y dos sentidos de la vista: física y espiritual. Antes de que el Señor pase por el camino y los transforme para una manera nueva de obrar, el ciego y Zaqueo están en situaciones análogas pero no idénticas: El ciego está ciego físicamente, pero tiene la visión espiritual; Zaqueo ve físicamente, pero está ciego espiritualmente.

El narrador presenta dos caminos hacia la luz, que desvelan un aspecto nuevo de la identidad de Jesús. Lucas plantea: ¿Qué es más difícil, curar a un ciego físico o a un ciego espiritual? ¿Qué es más destructivo para el ser humano, la ceguera física o la espiritual? Lucas pasa de la ceguera física a la espiritual para mostrar hasta dónde donde alcanza la salvación que trae Jesús. Sin haber visto físicamente ningún milagro de Jesús, ni escuchado su predicación, el ciego “ve” en él al hijo de David, el Mesías de Israel. La curación física le da a esa fe los medios de expresarse en el seguimiento (literal) de su Señor; Zaqueo, que puede correr hasta ver a Jesús, después de reconocerle como Señor va hacia aquellos a los que jamás había visto de verdad: los pobres, a los que ahora ve como hermanos suyos, hijos de Dios.

¿Nos acordamos del joven rico? Se ve incapaz de hacer lo que Jesús le pide: darlo todo a los pobres y seguir a Jesús. Aquello, imposible para el hombre rico, ha sido posible para Dios. El que viene de parte de Dios al encuentro de Zaqueo ha conseguido, con su sola venida, la transformación total de Zaqueo, que se pone al servicio de Dios poniéndose al servicio de los pobres que están junto a él. Jesús ha curado el peor de los males. Porque para Dios nada hay imposible.

4.       Nada es imposible para Dios

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