Si tuviérais fe

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SI TUVIERAIS FE...

30.09.2007 – 18º domingo de Pentecostés

Salmo 37,1-10

Habacuc 1,1-4; 2,1-4

2ª Timoteo 1,1-14

Lucas 17,5-10

Introducción: El reproche de Jesús

En la predicación del domingo pasado, nuestro Pastor nos estuvo hablando acerca de la fe. Un padre pide la salud para su hijo y, cuando Jesús intenta suscitar en él la fe, el padre asiente, confiesa su fe en el poder de Dios que esperaba ver manifestado en Jesús, pero, a la vez, confiesa la pequeñez de su fe, su torpeza, su incapacidad, pidiendo a Jesús que le ayude a creer más. Y Jesús responde a su petición sanando a su hijo.

Ahora son los discípulos, mejor dicho, los apóstoles, los que piden a Jesús que les aumente la fe: “¡Danos más fe!” La petición parece de lo más adecuada. Parece que ellos están reconociendo la pequeñez de su fe ante Dios, y piden a Jesús que se la aumente. Parece incluso de lo más piadoso. ¡Cuántas veces no habremos orado nosotros pidiendo esto mismo al Señor!

La respuesta de Jesús nos la sabemos casi de memoria (LEER). Sin embargo, si nos fijamos bien, es una respuesta sorprendente. Jesús no parece contento, ni los alaba por lo acertado de su petición, ni por su humildad, ni les dice que no se preocupen porque Dios les concederá el don de una fe sublime... ¡Todo lo contrario! Les dice que no creen, que no tienen fe... No que tienen poca, sino que no tienen en absoluto, porque... “Si tuvierais fe, aunque fuera tan pequeña como la de un granito de mostaza...” ¡Es lo mínimo! ¡No puede haber una fe más pequeña! ¡Lo vuestro no es fe!

Lo que Jesús les está diciendo es que lo que ellos tienen no es verdadera fe, la fe que “mueve montañas”, la fe que sirve para entrar en el Reinado de Dios, la fe de Abraham, de Moisés, de los profetas... y de la hermana de Alicante de la que nos hablaba nuestro Pastor.

Ellos piden “más” fe, y Jesús les contesta diciendo que no se trata de “cantidad” de fe, sino de “calidad” de fe, del “tipo” de fe, de la “autenticidad” de su (nuestra) fe...

1.   ¿De qué estamos hablando cuándo hablamos de fe?

Una vez más la Palabra de Dios nos confronta con nosotros mismos y nos pregunta qué ponemos en el centro de nuestra vida, en qué la fundamentamos. Porque de este hablamos cuando hablamos de fe: de confianza, de seguridad, de certeza, de fundamento. “¡Si tuvierais fe¡” Pero, ¿qué fe? ¿Qué clase de fe? ¿En qué Dios? ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de fe?

Porque si recorremos las Escrituras desde el principio comprobamos que lo que nos ofrecen no es una serie de doctrinas en las que creer, ni una lista de normas que cumplir, sino toda una serie de personajes, hombres y mujeres como nosotros que han comprobado en sus vidas la fidelidad de Dios. Y a través de estas experiencias, Dios mismo se nos da a conocer y nos habla, y se nos muestra como Aquél en quien se puede confiar.

La fe no es una cuestión teórica. No es creer que existe un Dios o un demonio, o creer en el cielo o en el infierno. Hay muchísimas personas que no creen en Dios, pero creen en sí mismos, o en la bondad del género humano, o en la madre naturaleza, en el poder de la ciencia o en el bienestar a toda costa... Nadie puede vivir sin fe, sin confianza, sin apoyar su vida en alguien o en algo, sin centrar su vida en un centro fijo, aunque este centro esté ocupado por su propio yo, que lo llena todo... Jesús (nos) está preguntando a sus discípulos qué ponemos en el centro de nuestras vidas. ¿Yo, mi familia, mis amigos, mi trabajo, mis actividades? ¿Mis creencias, mi nación, mi iglesia?

Si nos fijamos en la frase de Jesús descubrimos su ironía. “Si tuvierais fe... (LEER)” ¿Por  qué responde Jesús de esta manera? Tendríamos que preguntarnos... ¿para qué queremos la fe? ¿Para mover una morera? ¿Qué tiene que hacer una morera en medio del mar? ¿Para qué queremos realmente que una higuera se desarraigue y se plante en el mar? ¿No será que los apóstoles confundían la fe con un poder más o menos mágico, con una manera de manipular a Dios para conseguir sus propios fines, por muy buenos y muy santos que fueran? Pero eso no es la fe.

La fe es la confianza obediente en Dios. Pero no en cualquier Dios. En el Dios de la Biblia, el Dios que se nos ha revelado, que nos ha mostrado su amor a lo largo de la historia de la salvación, y de una manera especial en su Hijo Jesucristo. En el Dios en quien podemos confiar. Por eso la fe es un medio de comunicación, el medio con el que nos podemos comunicar con ese Dios que se nos muestra amándonos, (de)mostrándonos su gracia, es decir, su favor, que está totalmente a favor nuestro, de todos los seres humanos, que está volcado hacia nosotros y se ha hecho uno de nosotros... Y es obediencia confiada en Dios. Porque podemos poner enteramente toda nuestra vida en sus manos, y de nuestra familia, y la de los amigos, y la de los enemigos... Porque podemos confiar plenamente en Él, podemos obedecerle, hacer lo que a Él le agrada (que es nuestro bien, nuestra felicidad). A la gracia, a lo que se da gratis, se responde con gratitud. Y podemos confiar y obedecer con total fidelidad, hasta la entrega confiada, agradecida, de la propia vida, como hizo el mismo Jesús.

Jesús no pedía a las moreras que se plantaran en el mar. Jesús confiaba plenamente en su Padre y obedecía plenamente a su Padre. Hablaba del amor de Dios, amaba con el amor de Dios y daba la vida a los hombres y mujeres por el poder del amor de Dios. Estaba de tal modo identificado con Dios que cuando él actuaba era Dios mismo quien actuaba por medio de él. La vida de Jesús estaba de tal modo “ajustada” a la voluntad de Dios que vivía de Dios mismo. Él era verdaderamente “el justo” de quien profetizaba Habacuc: “El justo vivirá por su fe = fidelidad a Dios”. Jesús entregó su vida a la muerte porque confiaba plenamente en el amor de Dios que le daría la vida.

2.   Sé en quién he puesto mi confianza

Jesús sabía que podía confiar en el Padre, porque lo conocía. Pablo también. En el texto de 2 Tim hemos leído: “Porque sé en quien he puesto mi confianza”. Para poder “creer en” Dios, hemos de conocer al Dios en quien creemos. El valor de la Biblia es que nos permite contemplar a Dios actuando en la vida de su pueblo y en las de los hombres y mujeres que lo forman, y nos permite escuchar la voz de Dios hablándonos de su amor a los seres humanos. Y en el texto de la carta, el apóstol nos ofrece una especie de resumen de lo que Dios ha hecho por él y por todos nosotros:

§       Dios nos ama en Cristo Jesús desde antes que el mundo existiera, y si el mundo existe es por un acto de amor de Dios y para que el amor de Dios se llegue a realizar en nosotros...

§       “Ahora” nos ha mostrado su amor en Cristo Jesús, que habló de ese amor y lo mostró en sus obras, y lo realizó en su entrega a la muerte en fidelidad al amor del Padre...

§       Actuando de este modo, con su muerte ha destruido el poder de la muerte, que no puede ya ser un obstáculo para el amor inquebrantable del Dios de la vida...

§       Y así ha “sacado a la luz”, ha puesto de manifiesto la vida inmortal, imperecedera, la misma vida de Dios que se nos comunica en su Hijo...

§       Y nos ha salvado de una vida absurda, nos ha liberado de todo lo que nos oprime y nos impide ser personas, y personas felices, nos ha hecho justos, ha “ajustado” nuestra vida en relación con Dios, con los demás y con nosotros mismos...

§       Y nos ha llamado a ser un pueblo santo, nos ha “consagrado”, nos ha sacado de nuestra vida “natural”, individualista y egocéntrica, para hacer de nosotros una “iglesia”, una asamblea convocada por Dios mismo, para escuchar su Palabra y obedecerla, para pedirle perdón y darle gracias, para confiar en Él y en su ayuda, para hacer su voluntad juntos, ayudándonos unos a otros en su nombre...

§       Porque nos ha encargada anunciar este mensaje, la misma Palabra que nosotros hemos escuchado, y nos ha mostrado su amor, y nos ha dado la vida, y n os ha salvado, y nos ha unido como iglesia, como una oferta para toda la humanidad, empezando por todos los que están a nuestro lado, nuestros “prójimos”...

§       Y para ello nos ha enviado como apóstoles y maestros, nos ha dado la única autoridad que vale, la que nos da el haber experimentado ya nosotros aquello mismo que hablamos, el haber descubierto la verdad que nos hace libres...

La fe auténtica, la fe que puede hacernos contemplar a Dios y escuchar su voz no credulidad, ni es creer cualquier cosa, es, como dirá también Pablo a Timoteo, “hacer memoria de Jesucristo”, y fundamentar nuestra vida en esta memoria, y hacerlo todo en el nombre de Dios, para la construcción de su Reino.

3.   Una fe madura

Es curioso que, según Lucas, Jesús, después de contestar a sus discípulos con lo de la morera, les cuente la parábola del criado que, cuando vuelve del campo, todavía tiene que servir a su señor en la casa... Antes nos hemos preguntado “para qué” queríamos la fe... La fe “no sirve para nada”... Porque la fe no está a nuestro servicio... Porque Dios no está a nuestro servicio... Porque, como hemos dicho, una vez que el Reino de Dios ha llegado a nosotros, y hemos descubierto el amor de Dios, movidos ”agradecidos” a esa “gracia” de Dios,  nos ponemos a su servicio... enviados por Jesucristo...

No se trata de tener “más” fe... Se trata de que la fe, que es pequeña como la semilla de mostaza, actúe como una verdadera semilla y transforme nuestra vida de fe en un árbol frondoso... Es decir, que lo que comienza en el pequeño milagro de reconocernos como niños, ante Dios, como pobres necesitados de su compasión, como esclavos necesitados de su liberación, tiene que transformarse en una vida de adultos, capaces y libres. La entrega confiada en las manos de Dios nos permite crecer (no la fe, nosotros), y transformarnos a semejanza de Cristo, cambiando nuestras actitudes en las actitudes de Cristo.

Con palabras de Pablo: “Te recomiendo que avives el fuego del don que Dios te concedió”... Si Dios nos ha regalado un tesoro en su Reino, una “tarjeta sin límite de crédito”, es para que la utilicemos, y comprobemos que, efectivamente, no tiene límite... Pero, ¿para qué? Si ya no necesitamos nada para nosotros mismos, porque Dios nos ha salvado, y cuida de nosotros, y su amor es más fuerte que la muerte... ¿Para qué queremos la fe? ¿Para qué queremos que aumenten los efectos de la fe? Para “trabajar” al servicio de Dios, para ponernos al servicio del Reinado de dios, que es ponernos al servico de todos los demás hombres y mujeres a los que Dios ama y que están esperando que Dios les conteste a sus plegarias, y se les dé a conocer, y les hable con ternura, y les perdone, y los libere de la angustia, y los haga vivir... ¿Y quién ha de ser ahora los ojos, las manos, los pies y la boca de Dios? ¿Quizás no nos hemos dado cuenta de que ésta es ahora nuestra tarea?

Al servicio de Dios. Al servicio del Reino de Dios. Enviados, como Pablo y Timoteo, por la voluntad de Dios. De acuerdo con las promesas de Dios que a cada uno de nosotros se nos hicieron en el bautismo y que Dios nos hace escuchar constantemente cuando leemos o escuchamos su Palabra... otra vez con frases de Pablo:

§       Unidos a Cristo Jesús, sin separarnos de Él, porque Él no se separa de nosotros... Unidos todos juntos, formando una piña, formando iglesia, la nueva casa de Dios abierta a todos los que lo buscan y donde quiere dejarse encontrar...

§       Dando gracias a Dios, agradecidos a todo lo que ha hecho por nosotros y por todo lo que hará por medio de nosotros...

§       Sirviendo con conciencia limpia, sin querer hacer méritos por nuestra parte que no sirven para nada, sólo por hacer que aumente en la tierra el agradecimiento al Dios de la gracia...

§       Con una fe sincera, apoyándonos de verdad en Dios y en su Hijo Jesucristo, utilizando la fe para lo único que sirve: para relacionarnos sin tapujos con Dios, cara a cara, como un niño con su padre ...

§       Sin avergonzarse de dar testimonio del Señor, porque es lo más grande que tenemos, quien nos hacer ser como somos... ni de los hermanos en el ministerio, que a veces parece que no son tan buenos, tan listos, tan creyentes o tan piadosos como nosotros pensamos que somos...

§       Aceptando tu parte de sufrimientos por causa del evangelio, no buscando el sufrimiento de manera masoquista, pues Dios es el primero que no lo ha querido para nosotros, sino aceptando todo lo que nos pueda venir en nuestra vida de servicio y que encuentra su sentido precisamente en que lo vivimos “Unidos a Cristo, dándole gracias, con conciencia limpia, con fe sincera, sin avergonzarnos...”...

PORQUE SÉ EN QUIÉN HE PUESTO MI CONFIANZA. AMÉN

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